Abro ventanas virtuales.
Me rodeo de cuadernos.
Leo.
Escucho.
Proceso.
Me distraigo en las redes un rato.
Plancho.
Vuelvo.
Hace días que el proceso creativo, ese que me lleva años,
puso un punto y me siento un poco desubicada sin tener escritura entre las
manos. De momento no es final, no lo será hasta que la novela esté en
vuestras manos, pero sí es el prólogo a, al menos, seis meses de espera.
Sé que quizá es mucho, que la paciencia no es una virtud del
siglo por el que transitamos, pero en este caso, creedlo, es necesaria. Muy
necesaria. Tengo que hacerlo, tengo que darme una oportunidad, explorar este
nuevo sendero y, si no es el mío, retornar al origen y seguir adelante.
Pero hay que esperar porque tiene un plazo.
Lo que voy a presentaros es digno. Me he esforzado mucho en
que así sea, he talado grandilocuencias para ir a lo esencial, he buscado las
palabras que aclaren el discurso eliminando aquellas que no eran nada más que
florituras. Lo sabéis, yo no soy así. No me gusta la escritura pedante porque
tengo claro que somos lo que escribimos. Tan oscuros como el resultado. Tan
transparentes como las sensaciones que provocamos en los lectores. Tan
superfluos como cada palabra que escribimos de más.
Si este camino que tomo se complica… quizá no lo cuente.
Quizá se quede ahí, en mi cajón de historias imposibles, un secreto compartido
con los íntimos. Demostrarme que lo cobarde es siempre no intentarlo,
refugiarse en lo seguro para no sufrir los arañazos de las decepciones
profundas. He aprendido en estos años que de esos no te libras nunca. Por mucho
cuidado que pongas. Por mucho silencio que guardes. Por poco que te expongas,
lo que duele, duele. Mejor ir preparado y que no te encuentre con el pie
cambiado como me ha pasado algunas veces.
Había dos opciones, dos novelas en las que poner el foco y
la elección solo dependía de mí misma. Está hecha.
No voy a enseñaros el dolor, no es el momento. Sé que esta
novela, la que me guardo, tiene alma y literatura pero quizá yo no estoy
preparada para lo que supone, así que os mostraré otra faceta, esa que ya
conocéis de mí, la que de pronto os saca una sonrisa y que provoca que al
acabar os paréis a pensar en qué os he intentado contar realmente. Porque, otra
vez, hay dos lecturas: la simple, la superficial y la otra, la que deja caer
pensamientos que sé que quienes como vosotros están entrenados en esto de leer
no dejan pasar.
Pero dadme un tiempo.
Lo necesito.