En esta tercera novela, Ayla vuelve a tener contacto con otros seres humanos, además de Jondalar. Son los mamutoi, los primeros de su especie que ve la chica desde que perdiera a su familia con el terremoto. Los mamutoi, fascinados por el poder que Ayla ejerce sobre los animales que la acompañan, la aceptan pronto, pero también aparecen los recelos cuando se enteran que ha sido criada por el clan, a los que ellos llaman Cabezas Chatas, a los que consideran animales.
Esta es la primera de las novelas de la saga que introduce una historia de amor al más puro estilo novela (triángulo amoroso que se forma debido a malos entendidos y silencios y que acaba deshaciéndose en favor de lo que espera el lector). Las repeticiones de historias que aparecen en las dos novelas anteriores son constantes, pero están bien hiladas, por lo que no se hacen nada pesadas. A los personajes nuevos nos los va presentando poco a poco y eso ayuda a que el lector no se aturulle entre tanto nombre. Además, la investigación que hace la autora sobre las viviendas, los enseres que usaban y las técnicas de caza, son interesantes. He leído por ahí a escépticos que afirman que puede que se haya inventado todo y quienes la leemos nos lo creamos sin plantearnos que dice auténticas aberraciones (dicen que no nos vamos a poner a investigar si lo que nos cuenta es real o no). A ella no sé qué la llaman, pero a nosotros, los lectores, nos están llamando idiotas por disfrutar estas novelas. Para ellos tengo un comentario: acusar a un novelista de inventar demuestra que el que lo dice no sabe todavía que los escritores no somos estudiosos del mundo sino fabuladores. Que se lean Caperucita, por ejemplo. A ver sobre qué base científica situamos el cuento... A las novelas no se les pide que sea reales sino verosimil, y estas, definitivamente, lo son.
La única cosa que encuentro yo, lo que siempre me ha parecido curiosa es que, a pesar de que se trata de culturas que vivieron hace miles de años, tienen valores que se parecen muchísimo a los actuales. Eso, si has estudiado un poco, es altamente improbable. En la Prehistoria, el hombre está en pañales. Es como un niño, por lo que presumir que era capaz de pensamientos tan complejos como los que se plantean aquí es chocante. Y fascinante a la vez.