Sinopsis:
Joaquín Monegro siente envidia hacia su amigo Abel Sánchez
desde que eran niños, incrementada cuando éste se casa con Helena, la prima de
Joaquín, de quien estaba enamorado. Joaquín se obsesiona con ella y la empieza
a desear, ya no como el objeto de su amor, sino como un premio que arrebatarle
a su amigo. Ninguno sus intentos por olvidar o superar a su adversario -su
matrimonio con Antonia, su carrera como médico- será fructífero, de modo que
dedicará su vida a esa pasión destructiva, sin hacer otra cosa, pese a los
repetidos consejos de Antonia.
Cuando Joaquina, su hija, se casa con el hijo de Abel y
Helena, llamado Abelín y el matrimonio va a vivir a su casa, parece que ha logrado
una victoria, pero ésta no será nada más que el preludio del trágico final.
Un resumen:
Esta novela lleva también un subtítulo: Historia de una
pasión, y fue publicada por primera vez en 1917.
Unamuno era una persona de firmes convicciones y de mucha
personalidad. Quería contar historias, pero no solo aquellas que retratasen su
presente de manera fidedigna, sino que fueran más allá. Para ello prescinde de
un elemento al que son fieles el resto de autores de su tiempo: una
ambientación concreta y una cronología precisa de la obra. Para él, esas dos
facetas de la novela (en su caso nivolas), carecen de importancia. Las sitúa en
un plano inferior, dedicando su esfuerzo a la parte simbólica.
En este sentido, Abel Sánchez es su interpretación del mito
de Caín y Abel, encarnados en los dos protagonistas. Abel conserva su nombre y
Unamuno elige para él rasgos positivos que para Joaquín (el Caín unamuniano) se
convierten en negativos. De él destaca la envidia (el mal de España para todos
los hombres del 98), los celos que siente hacia, por ejemplo, el hecho de que
Abel se case con la bella Helena, mientras que él tiene que conformarse con
Antonia, una mujer que le trata más como una madre que como una esposa (otro de
los temas recurrentes de Unamuno, la mujer-madre).
Unamuno divide la novela en 38 capítulos. Emplea un par de
ellos para introducir la obra y una extensión similar para concluirla, siendo
la parte del desarrollo la más extensa. En la obra vemos cómo Joaquín se siente
desplazado por Abel en todo. Es éste el que parece caerle siempre bien a la
gente, el que es simpático, el que, a pesar de tener un talento cuestionable,
se convierte en un pintor de éxito, mientras que Joaquín no logra destacar como
médico, aunque no sea malo. Para acabar de rematar esta situación, Joaquín,
enamorado de su prima Helena, se la presenta a Abel y estos acaban haciéndose
novios. Este hecho rompe a Joaquín y empieza a odiar a su amigo. Un día, tras
mucho tiempo de apatía, Joaquín se casará con Antonia, una buena mujer de la
que no está enamorado.
Pero el futuro les depara más sorpresas. Cada una de las
parejas tiene un hijo, Joaquina, la hija de Joaquín y Antonia, y Abelín, hijo
de Abel y Helena, que se acabarán casando. El hijo de Abel que también estudia
medicina, se aproxima a Joaquín; opina como él de su padre, que es egoísta y
que solo le interesa el ser el centro de atención. El sentirse apoyado en lo
que siempre ha pensado ayuda a Joaquín a alcanzar cierta felicidad, pero al
nacer el primer nieto, el niño muestra predilección por su abuelo Abel y a
Joaquín le vuelven a consumir los celos. Un día, en uno de sus ataques, mata a
Abel. Un año después morirá él mismo, consumido en la angustia de saberse un
asesino y de haber desperdiciado toda su vida odiando a un hombre.
Toda la novela está regida por un narrador omnisciente,
excepto en las ocasiones que, intercalado entre los capítulos, escuchamos la
voz en primera persona de uno de los personajes, una especie de confesión del
personaje principal. Los diálogos son muchas veces extensos, y son los que van
a dotar de vida a los personajes; será a través de ellos como los conozcamos a
todos.
Es una novela (o nivola) que sigue manteniendo su vigencia,
como toda la literatura que se sustenta en universales: los celos, la envida, el rencor acumulado a lo largo de toda una vida. Y la muerte que es protagonista del trágico final.
“Toda mi vida ha sido un sueño”