jueves, 23 de mayo de 2013

LA DECISIÓN

Pasaban seis minutos de las once de la mañana cuando Cristina recibió la llamada. No se había planteado muy en serio cambiar su acomodado empleo de cajera del supermercado de su barrio porque, aunque no le daba un sueldo excelente, ni satisfacciones íntimas, ni se correspondía con su formación, sí que mantenía saneada su economía, cubiertas sus facturas y ocupada su mente en ese entramado en el que nos envuelve a diario la rutina, y que nos protege de nuestras propias frustraciones.

Sin embargo, una simple llamada lo cambiaba todo. Le ofrecían otro trabajo, en el que viajar, algo impensable en su vida de supermercado, era uno de los alicientes, y que le reportaría un sueldo triplicado. Toda una tentación para Cristina.

Un caramelo en sus labios.

Pero…

Cristina tendría que ceder algo a cambio. Tendría que cambiar de casa, de ciudad y adaptarse a un nuevo entorno, repleto de personas a las que no conocía.

Daba miedo.

Ella siempre había sido una mujer tranquila a la que los cambios alteraban demasiado. Lo que en principio, en el primer instante de la oferta, iba a ser un sí rotundo, le fue generando dudas y angustias que quebrantaron su sueño y eliminaron su apetito.

La decisión la fue postergando.

Un día pensaba que sí, que era eso lo que ella realmente deseaba y se proponía devolver la llamada con una respuesta afirmativa. No obstante, a la mañana siguiente, una nube de dudas había desatado una tormenta nocturna y el sí inicial pasaba a un no tajante.

Un martes se cansó. No se puede vivir dudando. Cerró los ojos, respiró profundamente y se dijo que ya estaba bien, que ella se merecía algo mejor que pasar sus días al lado de la caja de un supermercado de mala muerte.

Dejó su trabajo.

Devolvió la llamada.

-Lo siento. Llega tarde. Ya hemos cubierto la vacante.