Padezco insomnio desde que tengo memoria. De hecho, muchas de mis noches de infancia se me fueron entre libros: si no me quedaba leyendo hasta que me doblaba el cansancio, acababa despertando de madrugada y enganchada a un libro. Así, con la excusa de no dejar tan solo pasar las horas, crecieron dentro de mi las ganas de contar, de expresarme y de poner en un papel esas historias que me sugerían los libros que iba leyendo.
Después de una etapa en la que el sueño pareció reconciliarse conmigo, vino otra peor, de noches enteras en blanco o, como mucho, de dormir un par de horas. En esas madrugadas de no hace tanto, escribía. Mis novelas avanzaban al ritmo de quien les dedica mucho tiempo, porque lo tenía, porque no dormir multiplica la vida aunque con ello tengas que pagar otros peajes.
Hace un par de años, empecé a dormir otra vez.
Poquito a poco fui sintonizando mi cerebro con el descanso y los ritmos circadianos empezaron a entonar una melodía más saludable y más perfecta. Solo algunas noches se olvidaban de mí y me descuidaban un poco. Este 2021, sin embargo, empezó alterado. Cuestiones de salud que han supuesto un desajuste físico han tocado el sueño, pero ya no escribo de madrugada.
Hoy ha tocado noche en vela, de esas que te sacan de la cama, de las que ni siquiera el mejor libro del mundo puede combatir. He sentido la tentación de encender el portátil, pero no lo he hecho, porque sé que escribir, aunque sea terapéutico, es también adictivo y no quiero volver a pasar noches y noches atrapada entre sus redes. Quiero poner yo las normas y que no sea esto lo que me conduzca. No se puede controlar lo que te limitan los demás, pero todavía podemos ser dueños de nosotros mismos.
He saltado a la cocina. No tenía hambre, tenía tiempo, así que he abierto el frigorífico con intención de ordenarlo. He tardado dos segundos en cambiar de opinión: cocinaría. Primero, codornices escabechadas. Después, una empanada. Ahora estoy esperando a que se termine y, ya que tengo el horno caliente, valorando hacer un bizcocho.
Todo esto tiene que ver con el título de la entrada, con recuperarse. Poco a poco, porque esto va así, pero ya huelo. ¡Y es delicioso! El mundo sin olfato es inocuo y triste, privado de sensaciones que nos provocan un placer indescriptible. Que nos avisan de peligros. Que nos motivan o nos advierten. Hoy he disfrutado con el olor de la comida mucho más que sé que disfrutaré de comerla. Y, cuando se despierte, voy a abrazar a mi hija y voy a olisquearla sin disimulo.
Nadie sabe lo que he echado eso de menos.