El 4 de mayo a las tres y media de la tarde abrí un Word. Había una historia circulando por mi mente, una idea difusa que algún día quería plasmar en una novela y, como soy una impaciente, empecé. Para escribir esa primera escena necesité documentarme y pronto me di cuenta de que había empezado la casa por el tejado. Sin tener claros los escenarios, la tarea de escribir se complicaba porque tenía que detenerme a cada momento para saber si lo estaba haciendo bien o me estaba perdiendo.
Con esa escena escrita, decidí que no podía seguir adelante.
Los días siguientes, sin embargo, me sentía como huérfana. Mis personajes me reclamaban, así que me senté en el ordenador y empecé a consultar todas las fuentes que fueron cayendo en mis manos. Anoté en una libreta datos dispersos, sin saber si los necesitaría o no. Poco a poco, toda aquella información que me había ido llamando la atención empezó a armar un puzle en mi cabeza y se fue colocando en su sitio.
Con las ideas muchísimo más claras, me volví a sentar a escribir.
Ha pasado poco más de un mes desde entonces y la novela avanza a buen ritmo. A día de hoy, la historia ya ha tomado cuerpo, los personajes empiezan a latir y a comportarse como personas y no son esas primeras marionetas que yo iba moviendo por el escenario. Ahora son ellos los que me arrastran por esta ciudad que no tiene nada de imaginaria y la historia que está saliendo es bonita.
Estoy muy segura.
Mañana, por razones personales no creo que me pueda sentar a escribir, y tampoco lo podré hacer quizá hasta la semana que viene, y por primera vez en mi vida siento rabia. Siempre he sabido aplazar la escritura, no me ha importado parar un poco, pero esta vez... es que yo misma tengo prisa por llegar al final de la historia, quiero leerla. Quiero saber.
He hecho algo que para otros puede ser pecata minuta, pero que para mí es extraordinario, he escrito ya 26 capítulos. ¡26! Y sé que en parte se lo debo a esos ratos después de la cena, en los que me siento sin tener que estar pendiente de nada ya, libre de obligaciones, pero también a las mañanas. Madrugo, paseo con Ulises y después vuelvo a mi mesa y escribo. Me deshago en palabras, dibujo emociones y calles, fiestas y conventos, música y pasteles, y aunque así dicho parezca caótico, este cuadro está quedando luminoso.
No quiero dejar de escribir estos días, así que, tal vez, cambie mis planes, esas primeras intenciones de dejar el ordenador en la mesa. Planeo robarle horas al sueño, porque la verdad es que con esta historia ya estoy soñando.
Con mucho dolor, porque ya llevo más de doscientas páginas, he dejado aparcada otra historia, para cuando sea su momento, porque esto fluye. ¿A que va a ser verdad que lo que tiene que pasar, aunque no te guste, sucede por algo mejor?