Las novelas 2.0, esas que han surgido a la par que se ha ido desarrollando el mundo de los libros digitales y la difusión del ebook son en extremo exigentes para el autor.
Pensadlo.
Raras son las que no traen adosada una playlist en Spotify -¿qué sería de una novela sin su banda sonora?-, las que no se presentan con montones de fanArts poblados de caras guapas conocidas que incrementan su atractivo y booktrailers impresionantes que nos venden los textos como si de una producción de Hollywood se tratase. Luego está, para apoyarlas, el marketing online, las estrategias de posicionamiento del libro que el autor tiene que dominar -metadatos y demás jerga específica- o, en el caso de que se sienta torpe, dejar en manos de un community manager experto. Y ya, si lo que se quiere es internacionalizar del todo el proyecto, conviene no publicar con el nombre que te puso tu madre, sino elegir un seudónimo en inglés para abrirse puertas y vender en otros mercados, que como esto de internet es global no hay que perder ninguna oportunidad.
Acabo extenuada de tanto extranjerismo y de tanta tontería, y eso que solo he estado pensando en lo que exige la planificación de este tipo de novela, sin ni siquiera empezar a escribirla.
Yo creía que escribir era otra cosa. Pensaba que se trataba de contar la mitad de una historia y, cuando alguien al final la leyera, si es que teníamos suerte de ser leídos, la terminaría en su mente. Virgen de nuestras decisiones, tomando las suyas porque, al final, el lector es la otra mitad del proceso creativo y ¿quién es el autor para quitarle ese papel dándoselo todo hecho?
¡Qué tiempos más extraños y más románticos los de las novelas analógicas! Qué extraño fenómeno el de dejar al lector la libertad absoluta de imaginar y al escritor tiempo para idear la trama, para pensar, como Juan Ramón, en el nombre exacto de las cosas. Para construir universos en el ese raro mundo de la fantasía compartida por dos extraños el que se entraba cuando abrías las páginas de un libro.
¡Qué tiempos cuando el fondo y la forma eran un todo de palabras e ideas y no un barullo de estrategias de venta y de caras guapas que lo único que hacen es desviar la atención de lo importante!
Como sigo teniendo imaginación, me ha dado por pensar en Clarín preparando un fanArt para la publicación de La Regenta. He visto al pobre hombre dando vueltas por Google, intentando decidir si para el papel de su Ana Ozores era mejor la imagen de Blanca Padilla o la de Lucía López, pegándose con el Photoshop para probar con cuál filtro queda mejor el cielo de Vetusta. Incluso me lo he podido imaginar dando vueltas con su teléfono móvil por Oviedo, intentando captar las mejores imágenes de la catedral con las que ilustrar el principio del booktrailer.
Empezaría, seguramente, con un primer plano del edificio y un texto que recorrería la imagen, el principio perfecto de su novela:
"La heroica ciudad dormía la siesta..."
Luego he despertado de mi ensoñación y me he acordado de que don Leopoldo, además de ser un crítico literario feroz -que moriría de un patatús viendo lo que se publica en muchos casos hoy en día- era un hombre serio y muy cabal, seguro que todo esto de los fanArts y de las gilipolleces en las que se ha metido la literatura en los últimos tiempos se habría tirado de los pelos.
O habría despotricado contra la estupidez que nos rodea.
Parece que ya no importan las palabras, que lo importante ahora es lo accesorio y que las figuras literarias han tenido que ceder el paso a las de la pasarela porque una buena metáfora vende menos que una cara guapa pasado por un filtro de Instagram y una frase trillada, pero chula, expuesta en el escaparate de nuestras redes sociales.
Echo de menos otros tiempos, tal vez, solo tal vez, porque me estoy haciendo mayor...