sábado, 30 de diciembre de 2017
¿HAS VISTO CÓMO LLUEVEN LAS FLORES? ANA MARÍA DRAGHIA
Sinopsis:
Hay preguntas que solo se pueden contestar olvidando el pasado.
Elsa siempre quiso conseguir tres cosas: ser fotógrafa, ser libre y ser feliz junto a Hugo, su prometido, pero una vez alcanzadas, su pequeño universo va a dar un giro de ciento ochenta grados. Al verse involucrada en un traumático accidente de tráfico en el que le salvará la vida a Jordi Balaguer, un cirujano que acaba entrando en coma, se encontrará unida a su vida de manera irrefrenable. La necesidad de saber quién es y de ayudarle a recuperarse la llevarán a desentrañar una historia que la acompañará hasta el final.
Pese a la crisis personal y profesional en la que se verá a partir de ese momento, la intensidad de los recuerdos y las circunstancias presentes ayudarán a Elsa y a Hugo a preservar su relación durante un breve lapso de tiempo, que se verá truncado cuando, varios meses después del accidente, Elsa se encuentre cara a cara con Jordi. A partir de ese momento, nada volverá a ser como fue.
Mis impresiones:
Este es otro de esos libros que llevaba tiempo viendo que se iba a publicar y lo compré el mismo día que salió. Me gusta cómo escribe Ana Draghia, la descubrí cuando formé parte del jurado del IV Premio Digital HQÑ y su novela Tan nosotros quedó entre las finalistas. Quería saber cómo ha evolucionado como narradora y, sobre todo, me intrigaba cuál era la historia que se escondía detrás de la sinopsis y de este título tan chulo.
El detonante de la historia es un accidente de tráfico. Elsa lo presencia, ve cómo el coche de Jordi, al que no conoce de nada, patina y él pierde el control, acabando en el lago. Ella no lo piensa, sale corriendo y se tira al agua para rescatarlo. Con dificultades lo consigue y eso le salva la vida, pero acaba en coma. Elsa queda tocada por el incidente y solo encuentra paz a su lado, así que se pasará mucho tiempo visitando al enfermo en el hospital, hablándole aunque esté segura de que no puede escucharla.
Pero Elsa no está sola. Hace ocho años que tiene un novio, Hugo, con el que tiene previsto casarse y al que no harán gracia esas visitas, que por más que se esfuerza no logra entender.
Esta es una novela de personajes, de sentimientos, de decisiones que se presentan en momentos de la vida y que, cuando se toman, lo cambian todo. Para mí ha tenido algo que solo son capaces de lograr algunas novelas, y es llevarme a mi propia historia. No digo que me haya pasado nunca lo que a los personajes -nunca he rescatado a nadie de un lago, más que nada porque no sé bucear y ni lo intentaría-, pero sí me he visto en momentos así. Coger un camino significaba dejar otro y, para estar segura, debía encontrar paz y serenidad, la misma que en el fondo esta buscando Elsa.
No puedo contaros mucho más, porque es una de esas historias que es necesario leer. Es sencilla en el planteamiento, pero tiene la complejidad de unos personajes llenos de matices. Ana María Draghia escribe muy bien y estoy segura de que le queda mucho camino por recorrer, que tiene que contarnos todavía muchas historias.
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¿Has visto cómo llueven las flores?,
Ana María Draghia,
HQÑ
jueves, 28 de diciembre de 2017
LOS LIBROS DE 2017
Hoy voy a hacer una entrada antipática. Tal vez porque está
lloviendo, porque la borrasca Bruno me ha afectado a la cabeza o porque me ha
sentado mal el café. Yo qué sé. Voy a hablar de los libros de 2017... que no he
leído.
Han sido muchos más que los que he leído, me he puesto las
botas a leer fragmentos de las novelas que hay en Amazon y la mayoría me han
parecido prescindibles. Mal escritos, peor puntuados, muy mal estructurados y
sin alma. Pero, eso sí, muy bien posicionados, que por eso los elegí.
Por eso y por tener una bonita portada, pero no me los leí.
Pero bueno, es cosa mía, que al parecer soy una elitista y
muy antigua, porque sigo creyendo en las buenas historias contadas con cabeza,
en la ortografía correcta y todas esas cosas que son minucias para la gente de
hoy, esos que ponen escritor en su perfil y luego escriben en sus post: "q
buen día ace" y se quedan tan anchos.
No solo he dejado esos libros sin leer, aún sigo dándole vueltas a otro, El cuento de la criada, que sí leeré aunque me cueste meter diez o doce en medio (sigo insistiendo en que es buenísimo, pero no le viene nada bien a mi estado de ánimo). También he dejado este que sostengo en mi mano, el de la foto:
Y aquí toca que la gente se eche las manos a la cabeza y
piensen que, definitivamente, mi café tenía algún tipo de alucinógeno o
sustancia alteradora de la conciencia que me ha dejado más trastornada de lo
que estoy.
Pues no.
Estoy perfectamente, incluso el café lo tengo en la taza
(frío).
No lo he leído por dos razones. La primera y la más poderosa
es que no me da la gana de leerlo ahora. Porque no, porque ya me lo leeré
dentro de cuatro, cinco o seis años, cuando ya de igual si el libro es leído o
no. Cuando, con mucha probabilidad, nadie se acuerde de qué era lo que pasaba
en esta novela. La segunda, que he acabado hasta el último pelo de la cabeza de
ver esta novela en Twitter. Con todo el tema de Cataluña me puse las botas
silenciando perfiles. ¿Hay necesidad de estar todo el día de mal humor? Yo,
desde luego, con la mierda de año personal que he tenido, lo último que me
importa es esto, así que me acabé quedando casi en exclusiva con blogs y
editoriales.
Y aquí llegó el problema.
Todo el mundo, durante un tiempo, tuiteaba la novela y sus
frases hasta una saciedad desesperante. Como si no existieran más libros en el planeta Tierra. Como si se acabase el mundo si tú no lo leías a la vez que los demás. Acabé del libro y de las reseñas del
libro más que harta.
"¿Y por qué lo tienes?"
Esa pregunta me la hacéis vosotros. Pues lo tengo porque a
otra persona le tocó en uno de los infinitos sorteos que se hicieron de la
novela, firmado por el autor y como ya lo tenía, me lo regaló. Yo se lo
agradezco, pero no me lo voy a leer. Me niego hasta que se me haya olvidado
todo. Hasta que el libro me provoque atracción, algo que después de tanto martirio
ya no me produce.
Y con respecto a los libros que me han gustado este año,
están en el blog. Hay alguno más, que no me ha dado tiempo a reseñar por
aquello de que este año está entre los peores que recuerdo, pero no muchos. Mi
libro de este año, por supuesto, es Entre puntos suspensivos, pero no lo es de
nadie más.
Cosas que pasan los años impares.
miércoles, 27 de diciembre de 2017
CINCO MINUTOS DE EMPATÍA
Trescientos segundos en los que cabe un mundo entero.
Un estoy contigo.
Un te entiendo.
Un te ofrezco mi mano.
Un vamos a reírnos juntos.
Un abrazo.
Un ya habrá otra ocasión.
Un no importa.
Un ellos se lo pierden.
Un tú vales mucho.
Un beso largo.
Un beso de abuela con ritmo de ametralladora.
Un roce en la mejilla para espantar una lágrima.
Un yo te sostengo.
Un tienes derecho a sentirte mal.
Un no importa que seas frágil.
Un me tienes a tu lado.
Un vamos a buscar otro camino.
Todo eso y más cabe en cinco minutos de empatía.
Parece más fácil de lo que es.
miércoles, 13 de diciembre de 2017
MIENTRAS ENCUENTRO UN FINAL
Tengo que terminar una novela.
No me va la vida en ello y no tengo un plazo (es algo que me impuse cuando empecé en esto, que no fuera algo que me consumiera el alma el escribir, sino que me diera la vida). Así que, mientras encuentro la manera para que las piezas de mi puzle encajen a la perfección para conducirme al final que quiero, me entretengo en otros proyectos.
No sé estar mano sobre mano.
Ahora, por ejemplo, tengo apenas una hora libre entre tarea y tarea. Es poco tiempo para ponerme a escribir un relato que tengo pendiente de entregar.Además, a mi alrededor no hay silencio, hay un televisor encendido y gente manteniendo una conversación, así que centrarme para escribir me cuesta un poco. Como quieta no puedo parar, como tengo que hacer algo, que me ha dado por hacer...
¡manualidades navideñas!
Como si no tuviera una caja petada de adornos, este año he optado por renovar por completo la decoración, pero con una premisa: no gastar dinero en ello. Nada o casi nada. Os muestro lo que me ha salido.
El primero es un arbolito de deseos, hecho de papel y cartón, que no pesa casi nada, y para el que no vendría mal una estrella, ahora que me fijo. Igual mañana, si me sobra un rato, busco alguna para inspirarme y la hago. Este árbol lo encontré hecho de madera, pero además de que era pesado, ¿cómo iba a encontrar maderas por mi casa? Así que no me vine abajo, revolví en la bolsa del reciclaje de papel y encontré la caja de un rollo de papel aluminio y otra de un fluorescente que se fundió el otro día. Con papel marrón de envolver los paquetes en los que mando los libros forré cada una de las láminas que componen el árbol, de 5 cm de anchas y cada una 4 cm más grande que la que tiene encima. Las palabras que llevan pegadas con cola blanca, algunas las hice en folios y las recorté, otras las cogí de revistas y las últimas las imprimí.
No me va la vida en ello y no tengo un plazo (es algo que me impuse cuando empecé en esto, que no fuera algo que me consumiera el alma el escribir, sino que me diera la vida). Así que, mientras encuentro la manera para que las piezas de mi puzle encajen a la perfección para conducirme al final que quiero, me entretengo en otros proyectos.
No sé estar mano sobre mano.
Ahora, por ejemplo, tengo apenas una hora libre entre tarea y tarea. Es poco tiempo para ponerme a escribir un relato que tengo pendiente de entregar.Además, a mi alrededor no hay silencio, hay un televisor encendido y gente manteniendo una conversación, así que centrarme para escribir me cuesta un poco. Como quieta no puedo parar, como tengo que hacer algo, que me ha dado por hacer...
¡manualidades navideñas!
Como si no tuviera una caja petada de adornos, este año he optado por renovar por completo la decoración, pero con una premisa: no gastar dinero en ello. Nada o casi nada. Os muestro lo que me ha salido.
El primero es un arbolito de deseos, hecho de papel y cartón, que no pesa casi nada, y para el que no vendría mal una estrella, ahora que me fijo. Igual mañana, si me sobra un rato, busco alguna para inspirarme y la hago. Este árbol lo encontré hecho de madera, pero además de que era pesado, ¿cómo iba a encontrar maderas por mi casa? Así que no me vine abajo, revolví en la bolsa del reciclaje de papel y encontré la caja de un rollo de papel aluminio y otra de un fluorescente que se fundió el otro día. Con papel marrón de envolver los paquetes en los que mando los libros forré cada una de las láminas que componen el árbol, de 5 cm de anchas y cada una 4 cm más grande que la que tiene encima. Las palabras que llevan pegadas con cola blanca, algunas las hice en folios y las recorté, otras las cogí de revistas y las últimas las imprimí.
Luego, ya que tengo una pistola de silicona (tengo un vicio con este trasto terrible) hice otro árbol todavía más sencillo. Creo que hice el árbol para tener una excusa para sacarla. Uní tres trozos de una caja de cartón para formar un triángulo. Miden 10 cm de ancho. El largo no lo sé, en realidad era lo que daba la caja. En la parte superior puse un trozo de cartón doblado porque así era mucho más sencillo pegarlas la una con la otra, como si fuera una bisagra.
En el espacio que queda entre los tres trozos de cartón, metí las bolas que hice hace unas semanas con unos globos de agua e hilo de colores mojado en una mezcla de agua y cola blanca (y las pegué con la pistola de silicona, por supuesto). Como tenía un montón, con cuatro hice un centro, que es el que está a la izquierda. En la base puse unas flores monísimas hechas con rollos de papel higiénico (pegadas con la pistola de marras) y encima está lo único que no es artesanal de esta mesa: un cuenco donde he puesto una vela.
No es una vela de verdad, es un led que simula una vela, me da terror dejar velas encendidas.
El muñeco de nieve que hay al lado también es artesanal, antes era un calcetín, pero tengo que decir que este no lo he hecho yo, lo tengo desde el año pasado que fue cuando me lo regalaron.
Después de colocar todo esto en la entrada de casa, me he dado cuenta de que quizá le haría falta poner unas luces. El problema es que en la entrada no hay ni un solo enchufe, pero ahí ha llegado mi hermana al rescate, cuando le he mandado la foto presumiendo de mis arbolitos, para decirme que podía poner de esas luces que llevan pilas. ¡Claro! Las que tengo en mi habitación. La pega es que tienen forma de rosas y no son muy navideñas, pero es igual.
Después de hacer esta foto he estado como un cuarto de hora colocando las luces para ver cómo quedaban mejor, pero es que son muy grandes para ponerlas donde quiero. Sé que hay otras luces por casa, tal vez si logro recordar dónde están, pueda quedar mejor mañana. Además, las tendré que quitar cuando coloque esa estrella que me falta y las colocaré con un poco más de arte.
Espero.
Esto es en lo que me entretengo mientras le encuentro un final a la novela. Ya me apetece, tengo ganas de contaros esta historia.
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viernes, 8 de diciembre de 2017
LA CURVA DE LA AMISTAD
Existe una curva imaginaria que dibuja la amistad. Fue una de las miles de cosas que me enseñó mi padre, que la amistad se podía trasladar a una gráfica, aunque parezca paradójico en algo que es abstracto, intangible e imposible de dibujar.
Me dijo que la amistad empieza a trazar una curva ascendente en cuanto se pone en marcha. A veces circula despacio, otras va más rápido, pero siempre alcanza un máximo que coincide con la primera crisis.
Todas las amistades tienen una crisis.
En ese momento, la curva inicia un descenso en picado y a veces se va a cero. Eso que creíamos maravilloso, desaparece, quizá para dejar paso a otra curva, a otra persona, a otra amistad. Acumulamos gráficas en nuestro haber de la vida, más o menos en función de nuestra personalidad.
Le pregunté qué tenía que decirme de los amigos que conservamos para siempre.
Me contestó lo típico, que son dos o tres y que son tan especiales que tienen una curva diferente.
Me lo explicó.
Con ellos, la crisis es inevitable, pero si la amistad es verdadera, después de caerse, remonta y traza una especie de línea recta. Algunas más arriba, otras más abajo, pero es una línea que ya nunca decae. Has conocido a la persona y, a pesar de sus defectos, la aprecias, la aceptas, la quieres como es y no se va. Se mantiene en esa constante que a veces es tan especial que no hace falta alimentarla. Sigue ahí, a pesar de que haya tiempos de pausa, momentos en los que no te veas.
Yo tengo amigos así.
Uno, desde el primer día de colegio.
Se llama Víctor. Hoy me apetecía hablar con él y le he llamado. Y ha sido igual que siempre.
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