El día del libro es una fecha especial para
quienes no sabemos vivir sin esos objetos mágicos que nos transportan a otros
mundos tan solo con abrir sus páginas y dejarnos guiar por las palabras que
contienen. En nuestro país, como en muchos otros, se organizan actos para conmemorarlo y siempre me ha
gustado participar.
La
fecha elegida no es casual: se conmemora la muerte de los dos autores más grandes de la literatura Universal, William Shakespeare y Miguel de Cervantes.
Ambas muertes no se produjeron exactamente el mismo día, por una diferencia
entre los calendarios que regían nuestro país y el británico, pero la fecha sí
que es la misma.
El
pasado 23 de abril, pues, se eligió
como día del libro y en Azuqueca de Henares, mi pueblo, siempre se celebra. Al
vivir en Castilla y León tengo la
ventaja de que el día es festivo, el día
de la comunidad (se conmemora el asesinato en Villalar de los Comuneros,
Valladolid, de Bravo, Padilla y Maldonado por las tropas de Carlos I), así que
no sólo lo puedo hacer yo, sino que toda mi familia me acompaña, convirtiéndolo
en una fiesta en la que participamos todos.
Estoy
pensando que somos un poco macrabros, haciendo fiesta en fechas de muerte… Pero
bueno, sigamos.
La biblioteca pública de Azuqueca organiza
siempre multitud de actos, y este año han sido muy especiales porque se
celebraban, además, los 25 años de los
clubes de lectura. Todos los integrantes se esmeraron en preparar un
programa en el que repasaron ese tiempo juntos de lecturas y experiencias,
invitando a aquellos que se animasen a acercarse.
Yo
quería estar allí porque asistí como espectadora de primera fila al nacimiento a finales de los ochenta del
primero de ellos y, además, uno de esos 5
clubes que hoy en día siguen funcionando, me apadrinó en 2012, como
una de las autoras noveles a las que
prestaban su apoyo desde el principio de su carrera literaria. No pude llegar a
primera hora, me incorporé cuando las actividades de la mañana tocaban a su
fin, llegando cuando Raúl Vacas nos recitaba sus versos en el centro cultural.
Antes
de mi llegada se llevaron a cabo una serie de actos, entre los que quiero
destacar el manifiesto leído por el
alcalde, Pablo Bellido, en contra del
préstamo de pago en las bibliotecas públicas, un nuevo impuesto que se
comenta que en breve sufriremos. Me perdí los detalles al llegar tarde, pero
sólo con eso ya puedo decir que si ocurre será un día muy triste para la
cultura y definirá mucho a quien estampe su firma para aprobar esa aberración.
Después
intervino Jesús Marchamalo, en una
charla que tituló Vivir con libros.
En palabras de Margerite Yourcenar
la mejor manera de conocer a una persona es ver su biblioteca. Es
verdad: los libros hablan de nuestros autores predilectos, nuestros temas de
interés, nuestras lecturas imprescindibles… Hablan de los lectores que
somos, pero también de los lectores que fuimos, o de los que quisimos ser y en
los que finalmente no nos acabamos convirtiendo. Y en torno a este tema giró su
intervención.
A las
doce se leyó un fragmento del Quijote, conectando con el Círculo de
Bellas Artes.
Justo después, llegué yo. Entré a
la sala a oscuras, mientras Raúl hacía su papel de juglar y recitaba versos y
nos hacía reír. Poco
después de terminar nos acercamos al Centro
de Ocio, para la comida que
habían previsto, un ágape que tomamos de pie, con una inmejorable compañía.
Mis madrinas, que posan conmigo en la
fotografía, estaban allí. ¡Son increíbles!
Pude
hablarles de Detrás del cristal y he
quedado con ellas en que, ya el próximo año, me acercaré para que hablemos de
la novela. Sé que va a ser otro día mágico porque ellas extraen de los libros
matices que hasta a ti misma se te han pasado por alto y tengo muchas ganas de
escuchar lo que me quieran decir.
En la comida había una invitada especial, una
autora que está muy vinculada a Azuqueca desde el principio de su carrera: Almudena Grandes. Llegó y enseguida se
integró en el acto porque en realidad ella es una más dentro de este conjunto
de mujeres (y algún hombre) desde hace mucho tiempo. La saludaron con la
familiaridad que dan muchos años de experiencias lectoras comunes y que hacen,
como dijo ella misma, que formen parte de un todo porque, ¿qué es un escritor sin lectores? Pues lo mismo que un libro que no
los tiene, como nos dijo, una isla
desierta.
Tras la
comida, un café y más palabras compartidas, y en muy poco tiempo nos marchamos
de nuevo al Centro Cultural, para que la directora de la Biblioteca de Cuenca
nos hablase de los Talleres de Lectura
de allí, que también han cumplido ya 25 años. Por la mañana habían proyectado
un vídeo de imágenes recopiladas de
todo este tiempo que repitieron para los que se incorporaban, y allí me vi, sentada al lado de Manu
Leguineche o Ray Loriga. ¡Dios mío, cómo pasa el tiempo! Casi me había
olvidado de aquellas tardes con autores, pero poco a poco, imagen a imagen,
fueron volviendo a recuperar su sitio en mi memoria. Vi a una jovencísima Rosa Montero, a Fernando Delgado, a Josefina
Aldecoa… tantos autores que forman parte de mi memoria como lectora y como
espectadora de sus palabras.
Para
casi el final quedaba hablar de la
Tienda de las Palabras, un proyecto en el que un grupo de lectores
inquietos juegan con las herramientas primarias del lenguaje, buscando hacer de
ellas las fichas de un juego del que nos nutrimos todos. Al final todo son
palabras, las que pronunciamos, las que leemos, con las que soñamos y con las
que nos comunicamos con todo el mundo. Nos las regalaron para que las
conservemos con nosotros. Almudena,
por ejemplo, se quedó con un colgante verde, que acarició en muchos momentos de
su intervención, que llevaba escrita su palabra fetiche: alegría.
Curioso,
la palabra aval se quedó huérfana,
sumergida en el barquito de papel donde estaba escrita, a la deriva en medio
del mar de algodón que habían fabricado para ellas en una pequeña caja. Se ve
que no gustó mucho…
El
último acto era un encuentro con
Almudena, la oportunidad de hablar con ella sobre su última novela, El lector de Julio Verne, pero que al
final fue una charla sobre todos sus libros. Se dejó llevar por los lectores
que le demostraron un profundo conocimiento de su obra y una admiración que se
palpaba en el ambiente. Las preguntas se sucedieron durante casi dos horas y
cuando ella pensaba que ya estaba todo, se llevó una sorpresa. Era el cumpleaños de Pablo Bellido, el jovencísimo
alcalde de Azuqueca, y aunque a él le regalamos una canción de cumpleaños feliz
(descoordinadas las primeras filas del auditorio con las últimas), al final fue
él quien le hizo un regalo a Almudena, que estoy segura de que no esperaba en
absoluto.
Azuqueca
es un pueblo en constante crecimiento. Son tantas las calles nuevas, las
plazas, los parques, los colegios, que algunos todavía no tienen nombre y otros
te sorprenden. Yo no sabía que hay una calle que se llama Rafa Nadal, por
ejemplo. Uno de los sectores nuevos han
decidido que lleve el nombre de escritores, creí entender vivos,
vinculados con la provincia de Guadalajara, tanto por haber vivido en ella como
por haber considerado que sus escritos la tengan de algún modo como
protagonista. Almudena Grandes no cumple ninguno de los dos requisitos, pero
tiene una vinculación afectiva
enorme (y palpable en cuanto llega) con mi pueblo, así que decidieron que ella
también tendrá su calle. Le entregaron
una placa con el nombre de su calle y por su expresión de sorpresa creo que no
se lo esperaba.
Después
firmó libros a quienes se acercaron
y nos fuimos despidiendo hasta otra, que espero que sea muy pronto.
El día
se fue diluyendo y ahora toca volver a la rutina, a leer, a descubrir nuevos
autores, a soñar con las palabras que nos ayudan a entender quienes somos.
Hasta el año que viene.