Me siento en un banco, rendida ante la evidencia de que soy tonta. Mientras, observo a cada una de las personas que se refugian del calor de esta tarde de verano bajo la sombra de unos árboles que, si pudieran, habrían elegido crecer en un bosque y no en medio de una gran ciudad. Obvio a las mujeres, seguro que detrás de ellas no está Emilio, y me dedico a los hombres. Uno empuja un columpio y charla animado con la señora de al lado. Otro está rodeado de niños, llenando globos con agua de la fuente y, me lo estoy temiendo, va a ser el primero que empiece la guerra de agua. Cuatro más esperan cargados con sus raquetas de tenis a que el grupo que ocupa la pista termine. Un grupo de mujeres acoge a un miembro del otro sexo que no se siente demasiado a disgusto comiendo pipas con ellas y compartiendo confidencias. En un banco, aferrado a un libro y con unos auriculares puestos, hay un hombre solo. No me hacen falta más datos. Aunque sea una despistada no me he olvidado de que también sé que los libros no son su única pasión: le encanta la música. Levanta la vista y me ve. Sonrío y se quita un auricular. Su mirada me confirma que es a él a quien estoy buscando.
Odio llegar tarde. Creo que la impuntualidad es una falta de respeto con el que te espera. Así pues me gusta pertrecharme de libro y auriculares siempre que quedo con alguien, porque me suelen sobrar unos minutos antes de la hora acordada. Mayte dice que quiere entrevistarme y yo he aceptado sin dudarlo, primero porque me pareció una buena idea y segundo porque, aun sin apenas conocerla, creo que va a ser una entrevistadora muy original. Me dijo que no sabía si quedar conmigo en un parque o en una oficina de Correos… al final estuvimos de acuerdo en que fuera en un parque. Mucho mejor que Correos, adónde va a parar.
Miedo me dan los críos que están correteando con los globos de agua a mi alrededor, como me mojen el e-reader me voy a tener que mosquear con alguno...
Alguien se acerca sonriente hacia mí.
Mayte, sin duda.
Menos mal que no me he equivocado de persona. Odio la sensación que te deja en el cuerpo saludar a alguien por error. Hace años saludé a un famoso confundiéndolo con un amigo. El sujeto en cuestión caminaba como él. Ni que decir tiene que ni se inmutó, al fin y al cabo estaba acostumbrado a que la gente se le acercara sin motivo. Yo, desde ese día, decidí dejar la vanidad en casa y ponerme las gafas.
Dos besos y dos sonrisas sinceras se cruzan en unos segundos. Me alegro de que nos conozcamos en persona. Después de hacerme a un lado para que se siente junto a mí en el banco le explico por qué le envié mi libro:
―Desde que empecé a “mover” Crónica insignificante los blogs literarios han sido mi principal objetivo. Creo que la gente que hay detrás adora desinteresadamente el mundo de las letras y sus opiniones contribuyen a fomentar otras muchas. A ti te lo envié porque me crucé contigo en Facebook y después de cotillear tu perfil y leer algún comentario que habías hecho creí que te podría apetecer leerme… y creo que no me equivoqué.
Claro que no se equivocó. La novela me ha gustado, pero eso no es nuevo para Emilio. Sabe que la reseña en el blog fue completamente sincera.
Mayte asiente ante mis respuestas y se muestra interesada en lo que explico. Es como si de repente el parque se hubiera vaciado de actividad para permitirnos mantener esta conversación en calma.
―¿Por qué escribes? –le pregunto. Yo sé la respuesta pero no resisto la tentación de empezar por ahí.
―¿Que por qué escribo?... La leche… porque si no hago algo me muero. Hasta hace un par de años hacía música. Un buen día colgué la guitarra y creé un nuevo documento de Word: “Si me pidieran que eligiera yo, los soltaría a todos”. Estoy casi seguro de que esa primera frase salió automáticamente y que un año después, cuando terminé la novela, seguía ahí, tal cual la redacté en el primer momento.
Es una frase contundente, te empuja a seguir leyendo. Te atrapa hasta el punto de que quieres saber de qué te está hablando. No me extraña que a él le empujara a escribir esta Crónica Insignificante que nos ha puesto en contacto.
―¿Tocas la guitarra? –no sé por qué me extraño. Escribir es una forma de expresión, igual que la música. No es tan raro encontrar un músico escritor. O un escritor músico.
―En realidad era bajista… Lo de la guitarra vino después, un poco por obligación. Cuando disolvimos nuestro último grupo seguía teniendo el gusanillo y no me quedó más remedio que aprender a tocar… pero solo un poquito. En realidad lo que me gusta es componer.
Tengo mucha curiosidad por saber dónde escribirá. No sé estarme callada, así que se lo pregunto. No me contesta enseguida. La guerra de agua interrumpe nuestra conversación. Amenaza con desplazar el frente hasta el banco que ocupamos y ponemos tierra de por medio. Una huida en toda regla, exilio involuntario que nos lleva a la terraza. Nos sentamos alrededor de una mesa de plástico y el camarero no tarda en aparecer
―Un café, por favor.
―Una cervecita fresquita me vendrá bien para engrasar las ideas y enganchar los pensamientos.
―¿Tienes algún ritual para escribir? Me refiero a un lugar, a algún momento concreto con el que te sientas más cómodo?
―Tengo una habitación en casa que suelo usar para mis cosillas… es un pequeño estudio de grabación casero con un ordenador en el que también tecleo lo que se me va ocurriendo.
Suelo escribir a última o a primera hora, casi siempre cuando todos duermen. Normalmente no me queda más remedio que arrancarme las horas de inspiración de las de sueño. Que conste que lo hago con gusto. Enciendo el ordenador, me coloco lo auriculares, pongo música y después releo los últimos párrafos escritos para retomar un poco el hilo. Me suelo poner cosas tranquilas, sobre todo voces femeninas de folk, country o pop. Tift Merrit, Jaymay, Feist, Laura Marling, Bon Iver, Gillian Welch… también me suelen acompañar Sigur Ros, Grouper, Damien Jurado, The National, Radiohead… Procuro que no sean cosas demasiado estruendosas. De todas maneras, cuando pillo el hilo, soy capaz de escuchar a Metallica a todo trapo y no salirme de la trama… aunque eso sucede menos veces de las que yo quisiera, la verdad.
Las sillas en las que estamos sentados son de plástico, como la mesa. La combinación silla de plástico/pelo liso siempre me trae las mismas consecuencias. Y si a eso le sumas que soy una patosa y le he dado una patada a la mesa, todo se complica. Mi café hace un equilibrio inestable y los dos, en un gesto reflejo, tratamos de que no se derrame. Nuestras manos se rozan y salta una chispa. Nos reímos, aunque maldita la gracia que me hace la electricidad estática. Me acuerdo de que, muchas veces, tonterías como esta las uso yo en mis historias. El café se salva y a mí se me ocurre una pregunta:
― Tus propias vivencias, ¿forman parte de tus relatos, las tomas como punto de partida o directamente inventas?
―Cuando escribo suelo tirar de imaginación más que de memoria. Aunque en realidad estos dos conceptos a veces se entremezclan y se camuflan el uno tras el otro haciendo verdaderamente difícil dilucidar si esta o aquella frase proviene en realidad de la una o de la otra. Creo que todo el que escribe es un poco esclavo de este dilema, sobre todo si pretendes dotar a tus personajes de un cierto calado, de un cierto bagaje, muchas veces no te queda más remedio que meterlos dentro de la piel de personas reales a las que has conocido a lo largo de tu vida. En Crónica insignificante hay alguna situación parecida a alguna que yo he vivido. Por ejemplo me tocó, en dos ocasiones, ir a recoger mi coche, después de que me lo robaran, al depósito que hay en Madrid justo al lado de un poblado de esos en los que se vende de todo menos pan, pero la situación no tuvo nada que ver con la que relato en la novela. Casi todo lo que escribo nace en mi imaginación calenturienta.
No voy a negar que me guste hablar de mi libro, tanto como le gustaba a Umbral, pero algunas veces tiene uno más ganas que otras y en eso hay dos cosas que influyen de manera crucial: el entorno y el interlocutor. Admito que hoy estoy muy cómodo, saboreando mi cerveza mientras parloteo tranquilamente con esta entrevistadora tan peculiar. El sol se cuela entre las ramas del castaño que nos cubre y hace que la temperatura y el ambiente sean perfectos.
Mayte sigue proponiendo.
Quiero preguntarle por su decisión de autopublicarse. Dar este paso no es fácil. Él y yo sabemos que no tiene buena prensa y, sin embargo, lo hemos hecho. Aunque sea por razones diferentes.
―Después de mover mi novela durante unos meses y de comprobar lo difícil que resulta que te publiquen y lo fácil que resulta autopublicar me decidí por intentar lo segundo, sin renunciar en ningún caso a lo primero. Poner tu novela en internet es tan sencillo como maquetarla y hacerle una bonita portada. Luego solo queda esperar a que los euros empiecen a caer del cielo.
Suelto una carcajada y le contagio. Del cielo te puede caer cualquier cosa menos euros…
―Según tengo entendido las editoriales no comulgan mucho con las obras autopublicadas. En mi caso el único interés que me movió a hacerlo fue simplemente la conveniencia de tener un formato en condiciones en el que mis amigos pudieran leerme. Una carpeta con tropecientos folios dentro no es un mamotreto cómodo ni para transportar ni para leer.
―Crónica Insignificante está escrita en presente. ¿Qué tiempo verbal prefieres para contar una historia?
―El tiempo verbal no me suele importar, lo difícil a veces es situarte y centrarte en cuál es el que debes utilizar en cada momento para que la narración resulte coherente. Alguna vez, a mitad de una escena, me he dado cuenta de que la estaba narrando en pasado cuando en realidad correspondía que lo hiciera en presente… gajes del oficio.
―Ésta es la historia de Marcelo, un psicólogo divorciado, de cuarenta años, que trabaja en una prisión. ¿Por qué eliges este personaje y no otro como protagonista? ¿Tiene algo de autobiográfico? ¿Marcelo tiene algo de ti? Me temo que más de lo que confiesas...
―Marcelo es Marcelo y yo soy yo. En realidad le he parido y por eso es como una especie de hijo putativo, así que en algo se me tiene que parecer pero somos entes diferentes… al menos eso es lo que he intentado.
En realidad uno de mis objetivos al escribir la novela era utilizar a Marcelo como medio de expresión, una especie de portavoz mediante el cual dar salida a mis opiniones. Asumo como mías la mayoría de las reflexiones que el protagonista hace sobre el mundo que le rodea, incluso la mayoría de las que hace sobre el que tiene en su interior.
A pesar de todo siempre intenté que Marcelo tuviera una personalidad propia y diferenciada. Las personas, en el mundo real, no son como los protagonistas de muchas novelas, es decir, no son siempre valientes o siempre listos, o siempre decididos. En el mundo real la gente tiene dudas, vacilaciones y muchas cosas no demasiado claras. A veces también pueden mostrar mucha bondad y un rato después actuar con un trazo decididamente malvado. Traté de ambientar la novela en el mundo de la carne y el hueso, del error y de la injusticia pero sin rechazar tampoco la bondad y la valentía que también podemos encontrarnos en la vida cotidiana.
La novela está muy anclada en la realidad. Reflexiona sobre muchos temas que ahora mismo están sobre la mesa. Le pregunto si su propósito era éste al escribirla.
―No puedo negar de que una de las cosas que más me obligó a ponerme a escribir fue la necesidad que tenia de poner blanco sobre negro lo que pienso sobre algunos aspectos de la realidad que me rodea.
Hay un conato de pelea entre dos niños, cuyas madres tratan de poner paz entre ellos. Una, la más lista sin duda, les dice que hasta que no haya sangre no piensa intervenir. Los chiquillos la miran desconcertados y se van por donde han venido, olvidando incluso lo que les trajo hasta la terraza. Otros temas se cuelan en nuestra conversación. Es agradable hablar con Emilio, pero el motivo de nuestro encuentro es la entrevista, y le pregunto qué hace ahora.
―Ahora estoy atravesando un pequeño bache… la cosa se va enfriando y no veo resultados claros. A pesar de todo no me arrepiento de ni una sola de las letras que he juntado para llegar hasta aquí. He (ciber) conocido a un montón de gente interesante y sé que Crónica Insignificante le ha gustado al 99% de la gente que la ha leído. Eso es recompensa suficiente para mí. Publicar sería una especie de reconocimiento a nivel profesional, porque sé que a nivel económico no sería nada reseñable.
Recuerdo una frase de Nietzsche y se la suelto, a ver qué le parece. Me mira pensativo antes de empezar a responder.
―«Cuando un libro se abre el autor cierra la boca»… Probablemente sea bastante cierto, creo que si tienes algo que decir está bien que encuentres la forma de que sea el protagonista de tu novela o alguno de los secundarios el que lo diga. Es una buena fórmula.
Los personajes, al final de la novela, se "quejan" de que Marcelo ni siquiera les haya cambiado el nombre. ¿Te has basado en gente conocida o los has creado a partir de tópicos? En el caso de la madre parece obvio.
―Crónica insignificante trata de ser un retrato de la vida y sus vicisitudes. Un canto a las personas anónimas que habitan este mundo, gente que, en muchos casos, tiene vidas anodinas y monótonas pero no exentas de riqueza interior. En sus páginas hay algún personaje tópico, alguno divertido, alguno triste… sobre todo traté siempre de que fueran reales
A veces pensamos que las cosas que aparecen en los periódicos no pasan a nuestro alrededor o que le suceden a gente que vive en otro mundo, lejano, sin darnos cuenta de que cualquier día, cualquiera de nosotros puede ser protagonista de cualquiera de esas lejanas noticias…
Una cosa nos lleva a otra y nos encontramos hablando de las estupideces que algunos plantan en sus muros de Facebook. Al menos la charla, que parece estar tocando su fin, no ha estado exenta de risas.
La actualidad se cuela en la conversación y nos olvidamos del primer propósito. La cerveza y el café se acaban y el reloj nos empuja a dar por finalizado este experimento. Ha sido más largo de lo que pensábamos los dos, pero creo que ha merecido la pena. He conocido un poco más a Emilio. Lástima que el parque no exista, ni la terraza, ni el café. Como creadores de mentiras nos lo hemos inventado todo. Sólo espero que un día el café sea real. Aunque prometo firmemente que no lo tiraré. Lo de no provocar que salten chispas si las sillas son de plástico no está tan claro.
Emilio Casado Moreno
Mayte Esteban