Sinopsis:
Gonzalo Gil es un abogado metido en una vida que le resulta
ajena, en una carrera malograda que trata de esquivar la constante manipulación
de su omnipresente suegro, un personaje todopoderoso de sombra muy alargada.
Pero algo va a sacudir esa monotonía. Tras años sin saber de ella, Gonzalo
recibe la noticia de que su hermana Laura se ha suicidado en dramáticas
circunstancias. Su muerte obliga a Gonzalo a tensar hasta límites insospechados
el frágil hilo que sostiene el equilibrio de su vida como padre y esposo. Al
involucrarse decididamente en la investigación de los pasos que han llevado a
su hermana al suicidio, descubrirá que Laura es la sospechosa de haber
torturado y asesinado a un mafioso ruso que tiempo atrás secuestró y mató a su
hijo pequeño. Pero lo que parece una venganza es solo el principio de un
tortuoso camino que va a arrastrar a Gonzalo a espacios inéditos de su propio
pasado y del de su familia que tal vez hubiera preferido no afrontar. Tendrá
que adentrarse de lleno en la fascinante historia de su padre, Elías Gil, el
gran héroe de la resistencia contra el fascismo, el joven ingeniero asturiano
que viajó a la URSS comprometido con los ideales de la revolución, que fue
delatado, detenido y confinado en la pavorosa isla de Nazino, y que se convirtió
en personaje clave, admirado y temido, de los años más oscuros de nuestro país.
Una gran historia de ideales traicionados, de vidas
zarandeadas por un destino implacable, una visceral y profunda historia de amor
perdurable y de venganza postergada; un intenso thriller literario que recorre
sin dar respiro la historia europea.
Mis sensaciones:
Me pilló por sorpresa, lo reconozco. Yo, la que no derrama
una lágrima frente a las historias de ficción en un momento dejé la lectura, me
senté en el sofá y, mientras miraba las nubes que rasgaban el cielo al otro
lado de mi ventana, me sorprendí con un nudo en la garganta, mientras unas
lágrimas silenciosas recorrían mi mejilla.
No era solo la historia que me cuenta.
Era yo.
Eran las reflexiones que se iban colando en mi mente cada
vez que tropezaba con una de las cientos de frases sublimes que contiene la novela,
algunas de las cuales he anotado en mi agenda (la que me regalaste, Juan
Carlos, por fin encontré algo con lo que estrenarla) para releer de vez en
cuando.
Llevaba meses tras este libro, entretenido mi tiempo en
lecturas cero de las que no se puede hablar y otras que no he elegido con
demasiado acierto. Y alguna muy buena también, menos mal. Después de un verano
en el que probablemente solo se salvarán tres o cuatro libros en mi memoria, Un millón de gotas llegó a mis manos.
Es más grueso de lo que pensaba pero resulta liviano al sostenerlo, la edición
es muy cómoda, de esas que se manejan bien y te invitan a que no las sueltes.
Tiene solo un pero, una letra diminuta para mis ojos que ya no se aclaran, que
con gafas no ven y sin ellas tienen que acercar el libro a la nariz tanto que
cualquier día acabaré dentro de uno de ellos. ¿O acaso eso no ha sucedido ya
con éste? ¿No me ha atrapado incluso las emociones que siempre domino mientras
leo?
No intento hacer una reseña que diseccione el argumento o estos
personajes tan alejados del maniqueísmo que a veces predomina en las novelas
actuales, porque no puedo, porque si intentara contarlo y pretendiera hacerlo
bien la reseña sería eterna. Probablemente no lograría nada más que dejar
constancia de que es uno de esos libros que narran dos tramas simultáneas, una
en el presente y otra que llega del pasado para arrojar luz en la primera. Dos
novelas en una que se complementan y se dan sentido mutuamente. Sería un
análisis demasiado simple de lo que de verdad se esconde en estas más de 600
páginas. Una mera sinopsis como la que copié arriba, cuando lo que de verdad importa,
lo que marca la diferencia entre Un millón de gotas y otro libro es el
narrador, cómo nos cuenta la historia, cómo se mete debajo de tu piel o te
sacude en el estómago. Las bofetadas de realidad sumergidas en la ficción.
La sensibilidad en la observación del mundo sin ahorrarse ni
sus aspectos más mezquinos.
Gonzalo Gil, el abogado protagonista, va encendiendo luces
en su pasado mientras nosotros, a su lado, recomponemos la historia de una
familia llena de secretos, de silencios rellenados con historias inventadas,
tan huecas como la tumba a orillas del lago, la que contiene un viejo traje que
no vistió a ningún muerto. Como él, yo he ido descubriendo fragmentos de mi
pasado que han venido a visitarme cada vez que una de las brillantes frases del
narrador se descontextualizaba y venía a mí para llevarme a otro lugar muy
lejos de estas páginas. ¿No es un libro excepcional cuando consigue eso en el
lector? Cuando, sin pretenderlo, sin acercarse a tu realidad, la mueve.
Me ha gustado mucho leer la historia que tiene como
protagonista a Elías Gil. Me ha costado ser testigo de lo salvajes que podemos
llegar a ser para sobrevivir, de cómo ese hijo de un minero de Mieres llegado a
la Unión Soviética a principios de los años 30 ve quebrarse su inocencia casi
nada más llegar y se amolda al horror para sobrevivir. La barbarie del ser
humano, sin disimulos, se plantó frente a mis ojos y mientras leía era capaz de
sentir el frío de Siberia, la repulsa hacia Igor, el dolor de Irina, el llanto
de Anna… Tanto que a veces cerré el libro en esta parte para tomar un poco de aliento,
para distanciarme de lo que me contaba un poco y poder seguir respirando.
No había leído a Víctor del Árbol nada más que a través de
su blog. Lo visitaba, entrada tras entrada, aunque apenas me haya atrevido a
comentar sino un par de veces. La palabra atrevido no es casual, hay plumas que
te parecen tan grandes que no te arriesgas a profanar su espacio con un
comentario que, probablemente, no será brillante. Me conformaba con leer, con
envidiar de algún modo la capacidad que tiene de escoger la palabra exacta en
cada momento.
A lo mejor he llorado por eso.
Porque sé que durante un tiempo, aunque lo intente, no
guardaré nada de lo que escriba. Lo borraré furiosa al releerlo porque le
faltará siempre algo, ese matiz que solo le dan los grandes a lo que escriben. Porque
constato que no manejo a mi antojo las herramientas necesarias para dar a un
texto la contundencia que requiere. Porque me sentiré torpe, pequeña y a la vez
prisionera en mi empeño de escribir, condenada como Sísifo a empujar una piedra
que inevitablemente acaba rodando ladera abajo cuando creo que he alcanzado la
meta. Porque necesitaré respirar y replantearme muchas cosas.
Necesitaré reponerme de esta experiencia lectora que os
recomiendo.
Sin el más leve temor a equivocarme.
El talento, se siente y Víctor del Árbol lo tiene. Felicidades.