Febrero. San Valentín. Fin de semana. Amor por todas partes,
mil historias inventadas que se mezclaban con las reales en un hotel lleno de
románticas (y algunos románticos). El marco no podía ser más apropiado para lo
que allí iba a suceder.
Este pasado fin de semana, en el Hotel Convención, en la
Calle O´Donnell de Madrid, a dos patadas de la Puerta de Alcalá, se reunió lo
más selecto de las plumas que escriben romántica en este país. Y no solo eso,
también se dio cabida a lectores y lectoras del género, logrando una macro
convención con 500 personas. Sí, habéis leído bien: 500. Quienes no vais a
estas cosas quizá la cifra no os dice nada, pero yo que soy asidua de charlas
con escritores os digo que 500 no es normal. Lo normal es una docena. Incluso
si van seis alguna vez te puedes dar con un canto en los dientes. Cuarenta es
una multitud, pero 500… eso es grande, grande.
No fui capaz de reconocer a una tercera parte. Tenemos la
mala costumbre de no poner fotos nuestras en los perfiles de las redes, sino de
nuestras novelas, y a veces, en el caso de que sean nuestras, engañan. Yo, por
ejemplo, salgo sin gafas, pero esta vez no llevé lentillas y hubo a quien le
costó mucho saber que era yo. Y luego está que en las fotos nos falta el
cuerpo, son solo de la cara. ¿Será alta? ¿Bajita? ¿Tendrá dos piernas?
Te
asaltan muchas dudas.
El encuentro empezó el viernes. Muchos habían quedado en un
café, Lury Margud que es una lianta maravillosa y se las arregló para que se fueran
reuniendo en algún lugar antes de ir a la presentación. Lo que parecía que
sería un pequeño encuentro acabó siendo otra súper reunión de, por lo que me contaron,
unas setenta personas. Imagino al camarero preguntándose qué había hecho él
para merecer semejante castigo.
Imagino que pensó: ya lo tengo, es viernes 13.
Siguió con una
presentación a cuatro bandas en la Fnac de Callao. Yo estaba allí desde mucho
antes de la hora, porque no llegaba al café, antes incluso de que apareciera
Regina Román, la primera que vino, pero empezó a llegar gente a la que quería
saludar y al final no fui capaz de entrar del follón tan inmenso que se montó.
También he visto presentaciones en Fnac menos multitudinarias.
Esperaba a mis chicas. Quería, por fin, abrazar a Mel Caran
y a Yasnaia Altube, a quienes tenía, además, que dar en persona un regalito de
un juego de Facebook, y creo que eso me frenó a la hora de buscar sitio
sentada. Esperando, alguien abrió la puerta a mi lado, para salir a la calle.
Un viento gélido, mezclado con una brisa achicharradora procedente del aire
acondicionado del edificio me hicieron girar la cabeza y gritar un nombre:
¡Claudia! Por favor, casi me muero de la emoción cuando vi a Claudia, de La
magia de los libros, llegada desde Chile, a la que tenía que dar un beso sí o
sí. De pronto giré la cabeza, para ver quién la acompañaba y me encontré con…
Mariel Ruggieri, una autora uruguaya que venía como ponente para el día
siguiente. ¿Qué os digo de las dos? Pues que son encantadoras, que ahí
estuvimos las tres rajando un poco y que al día siguiente, cuando nos volvimos
a ver, fue como reencontrarte con viejas amigas (se entiende por el tiempo que
hace que las conoces, of course, estamos estupendísimas todas). Con Claudia hubo foto que espero que me pase
en cuando pueda, Mariel, como estaba mega ocupada, se me escapó, pero da lo
mismo, creo que me quedo con lo cercana que es, con lo bien que me trató, con
la conversación sobre el cambio de los enchufes entre España y América… vamos,
una conversación normal para un encuentro de romántica. Para que hablen dos
escritoras.
Al rato llegaron Mel, Yasnaia, Iris y Maca, y allí todo
fueron abrazos, besos, presentaciones de las que muy bien no me enteré (Jose,
que ya sé que te llamas Fran, pero para mí serás siempre Jose), de gente que he
visto mil veces en las redes porque tenemos vínculos comunes. Alberto hizo
fotos, Marcos puso la sonrisa que no le abandonó en todo el fin de semana y
tuve que irme antes de tiempo porque tenía otra cita.
A Fnac se acercó Mercedes Gallego. Ella escribe novela
negra, pero ahí estaba. Yo creo que en el fondo todos hacemos lo mismo. Con palabras,
los personajes acaban muertos: los suyos de un disparo, una puñalada, con
veneno… los nuestros (más metafóricamente), víctimas del amor que a veces es muy puñetero. Mercedes
se adelantó hasta el café de Oriente, donde nos esperaban Pepa, Alicia, Gema,
Begoña, Mari, María Loreto… con su club de lectura. Charlan sobre libros con la
música de fondo de un piano. O más bien, dando voces por encima del volumen
descomunal que tiene el instrumento. ¿No tendrá volumen? Porque los pianos,
como los ambientadores, cuanto más sutiles, más gustan.
La noche acabó, hube de volver a casa por unas horas, antes
de la maratón del sábado.
Empecé el sábado escribiendo. No sé estar un día sin hacerlo
y aunque ahora no sean novelas, siempre caen palabras; en el blog, en un
cuaderno, en las redes, en la primera servilleta que me encuentro…
Toca madrugar para seguir el plan trazado para hoy, aunque el reloj ha
vuelto a ser innecesario. Ulises ha soñado algo que ha provocado que se le
escapase un ladrido dormido. Willy ha reclamado su salida al patio, maullando
desde temprano, y mi reloj interno, alerta y descontrolado al notar en los pies
el roce de unas sábanas extrañas, ha dicho basta.
Levántate.
El caso es que hace
frío y la pereza me está haciendo cosquillas en la espalda. Quiere que cierre
los ojos, me dé la vuelta y me duerma, pero recuerdo que, dos casas más
adelante Meg Ferrero me esperará en un rato y le digo a este pecadillo que lo
de revolverme el pelo lo deje para otro día.
Hoy hay cosas mejores
que hacer.
Buenos días.
Con las pilas listas, el maquillaje en la mochila (que luego
no usé por pereza de ir al coche a buscarlo), pusimos rumbo a Madrid. Habla que
te habla, que mira que somos cotorras las dos, que las horas se nos encojen
cuando estamos juntas. El viaje, sin sobresaltos. Llegamos a la primera,
conseguimos aparcamiento en la puerta pero era zona verde (qué manía en las
ciudades de ponérselo difícil a los de pueblo como nosotras) y como no
estábamos seguras de qué significaba aquello, lo acabamos metiendo en un
aparcamiento.
Primera odisea del día.
Porque, vamos a ver, entrar en un parking es fácil. Aprietas
el botón, se levanta la barrera y entras. Aparcar, chupado, si no había ni
media docena de coches a esas horas. Pero, ¿y salir? No me digáis que siguiendo
los carteles porque fue exactamente lo que hicimos. Nos encontramos deambulando
por pasillos solitarios donde los tacones (de Meg) resonaban de manera
inquietante. Donde ni una sola puerta se abría. Donde los ascensores no
funcionaban… Tuvimos que dar media vuelta, pero media vuelta cuando llevas
doscientas no te lleva al principio. Pánico. ¿Hemos sido capaces de llegar
desde Guadalajara en poco más de media hora y nos va a costar más salir de puto
parking? Al final apareció la puerta por la que habíamos intentado salir. Ahí
estaba el coche y la solución, la fácil, era intentar salir por el acceso de
vehículos, pero vimos un señor con casco.
Nuestra salvación.
Le preguntamos cómo se salía de ahí y nos miró con media
sonrisa encantadora que no supe si interpretar como “pobres, se han perdido” o “serán
tontas, que se han perdido en un aparcamiento vacío”. En cualquier caso nos
indicó la puerta y en la calle ya nos orientamos.
Recoger la acreditación costó un poco porque Meg conoce a
todo el mundo!!!!!!!!! Al final me puse en una de las dos filas y esperé
mientras ella iba repartiendo besos a diestro y siniestro, presentándome gente
tan rápido que a mí me resultaba imposible procesar tantos nombres. A la pobre
Tessa C. Martin le pregunté varias veces, y eso que se llama como yo!!
Una vez dentro, empezaron las charlas. Lo único que he
encontrado mal es que duraban mucho y las pausas muy poco. Y me explico. En
eventos como este, tan importante es escuchar a los ponentes como compartir con
el resto de la gente que va unos minutos. Los diez entre charla y charla,
quince a veces, eran muy pocos para poder establecer vínculos que son tan
importantes como lo que te van a contar en las mesas. Sobre todo contando con
que tenías ese tiempo para ir al servicio y éramos muchos. Haber acortado un
poco las charlas y expandido los descansos, en mi opinión, y solo es eso, una
opinión, hubiera dado más juego. Llegaba un momento en cada una en el que la
sala se llenaba de murmullos de puro cansancio. La atención en alumnos de
secundaria es solo posible mantenerla unos cincuenta minutos y nosotros, aunque
más mayores, estábamos disfrutando cual adolescentes en jornadas culturales.
Como han sido muchas, las fotos os invito a
visitarlas en mi perfil de Twitter, donde las fui colgando a medida que se producían,
con algunas frases rescatadas de los ponentes. Todo el día estuve al lado de
Sara Ventas, una persona maravillosa que me ha encantado conocer, de Pepa, de
Qué locura de libros y detrás de Meg Ferrero y Tessa C. Martin. Detrás de mí,
Pepa Fraile y Laura Nuño, con la que hablé poquito pero que me causó muy buena
impresión.
El final del día fue apoteósico para mí. Durante la comida
una chica se me acercó y me llamó por mi nombre. Mi confusión se fue
desvaneciendo con la primera sílaba de su nombre: Carla Crespo!! Con las ganas
que tenía de que nos viéramos. Ambas habíamos quedado con María Jeunet, aunque
solo fuera para darle un beso y aquello parecía el juego del ratón y el gato
porque no había manera, pero al final lo conseguí. ¡Encontré a María! Mentira,
me encontró ella, con la ayuda de Lidia Herbada. A la que no encontramos fue a
Carla. Nos pusimos a hablar fuera y charlando nos cerraron la puerta. Y en esto estábamos cuando apareció alguien a quien no conocía, pero que espero conocer, una barcelonesa de ojos azules que se llama Sandra Parejo y que ahora mismo está en el top de Amazon!!
¡Quién podía osar a desafiar a las guardianas para entrar!
Sara no entendía dónde me había metido, Meg tampoco y
mientras, fuera, conocí a Lidia. En realidad ya nos habíamos visto pero creo
que nos conocimos el sábado. Hija de mi corazón, lo que me pude reír contigo.
Espero que se solucione el problema que tenías el otro día, pero nos dio para
un buen rato de risas. Mientras esperábamos que María terminase de firmar
algunos libros (es toda una estrella), fuimos vigilando a las guardianas y a la
que se despistaron entramos en la sala. Como ya era tarde, nos sentamos donde
pudimos, atrás, al lado de la Doctora Jomeini (Ana González Duque) y Lorraine Coco. En el rato
del sorteo creo que no paramos de hablar, tanto que le tocó a Lidia un lote de
libros y tuve que levantarle la mano porque no se había enterado de que era el
suyo. Volvió triste y compungida por su mala suerte: ¡todos en inglés! A María,
a Ana y a mí no nos tocó nada. Le dije a María que no se preocupe, que a ella
le va a tocar ser súper ventas.
A la salida me esperaban Alberto, Juan Carlos y Maribel, con
los que estuve reponiendo líquidos, charlando y relajándome después de un día
agotador. Tenía muchas ganas de verlos, hacía tiempo que no compartíamos unos
momentos y espero que otra vez encontremos la manera de sentarnos juntos, pero
mucho más tiempo. Juan Carlos me regaló una de sus libretas, con la portada de
Brianda, que he estrenado con teléfonos de autoras.
Volví al hotel y el fin de fiesta fue con Yasnaia, Maca,
Iris, sus respectivos y Mel Caran. Una cenita rápida y volver, porque el día
fue para vivirlo, no para contarlo. AGOTADOR.
Me quedo con muchas cosas, millones de emociones que le
ponen un broche magnífico a estos dos años en los que he jugado a ser
escritora. Le doy las gracias a Merche Diolch por lo que se lo ha currado,
porque yo sé que no es fácil organizar eventos de este tipo, habrá estado a
punto de volverse loca. Que sepas que has hecho algo grande, que has logrado
que personas que comparten la misma pasión y que hacía tiempo que deseaban
encontrarse, lo hicieran en un día algo más que especial.
Solo me queda desearos mucha suerte a todas con vuestros
libros y vuestra aventura literaria.