viernes, 16 de septiembre de 2011

LA VENUS DEL ESPEJO Y EL REFLEJO.

El arte despierta emociones. Da igual si se trata de una canción, un poema, una obra de teatro o un cuadro. Hay creaciones humanas capaces de hacernos sentir cosquillas en el alma. Cada vez que entro en el Museo del Prado tengo la sensación de entrar en un templo. Mis sentidos empiezan a alborotarse a la vez, tratando de captar toda la belleza que se encierra entre aquellas paredes y el colapso es tal que, más de una vez, se me escapa una lágrima. Este museo es mi templo particular y creo que es un privilegio tener este lugar tan maravilloso cerca de casa para poder visitarlo cuando quiera.

Bueno, no tanto como quisiera, la verdad.

Hace ya demasiado tiempo se organizó una exposición con la obra de Velázquez. Se reunieron los cuadros de los fondos del museo y algunos otros que procedían de varias pinacotecas del mundo. Entre ellos, La venus del espejo.



El Amor, representado por la figura de un niño, sujeta un espejo con marco de ébano que refleja el rostro difuso de la diosa de espaldas, completamente desnuda. Este cuadro siempre despertó mi atención por varios detalles. Uno de ellos es que no sé de otro lienzo en el que Velázquez pintase a una mujer desnuda. Otro, que la Inquisición castigaba con la excomunión la ejecución y exposición de imágenes lascivas, además de multar con quinientos ducados y el destierro, y aun así lo pintó. Y había una tercera razón.

Si el suegro de Velázquez, Francisco Pacheco, hubiera visto este cuadro, le habría dado un patatús.

El caso es que a mí me fascinaba la idea de plantarme frente a este él y, sabiendo que su ubicación normal es la National Gallery de Londres, pensé que era imperdonable que no fuera a verlo. Me pasé cuatro horas en una cola con muletas (no sabéis cómo acabaron mis manos), suspendí uno de los dos exámenes que cateé en la toda carrera, llegué agotada a casa después de una carrera (con muletas) para no perder el tren en Atocha pero lo vi.

Mereció la pena.

Cuatro años después fui a Londres. En realidad el destino era Cheltenham, donde mi hermana estaba de erasmus, pero ella organizó un viaje a la capital. Dimos un paseo, recorrimos lugares típicos, nos tomamos un té y, de repente, descubrí el perfil de la pinacoteca. La Venus de Velázquez me hizo un guiño desde dentro y no resistí la tentación de entrar. Allí estaba. Sin colas. De nuevo frente a mis ojos.

Varias veces traté de averiguar quién había servido de modelo a Velázquez para este cuadro. Ante la imposibilidad o quizá mi torpeza, me lo inventé. De este deseo de saber surgió en mi mente el relato El reflejo. En él, con menos pudor que la diosa desnuda, me invento quién era.

Os confieso que este relato estaba destinado a ser una novela, pero todavía no estoy preparada.