El otro día hablaba con una amiga escritora sobre los libros que leíamos. Ella me decía que no le valía cualquier cosa, que últimamente necesitaba libros mejores para sentirse satisfecha y que con el poco tiempo que tiene debía ser un tanto selectiva. Es algo en lo que estoy muy de acuerdo. Cuanto más lees, más despierta tu espíritu crítico y se hacen necesarios libros con más peso para sentir que has realizado una lectura plena.
Aunque a veces apetezca algo más ligero.
Con lo que ella no estaba de acuerdo conmigo, era con leer libros malos. ¿Para qué? Suponen horas lectoras tiradas a la basura, más cuando desde el principio te das cuenta de que aquello que tienes entre manos no conduce nada más que hasta el desastre narrativo.
Y, sin embargo, yo me empeño en leerlos.
Periódicamente descargo libros gratis en Amazon. Poner nuestros libros gratis es una estrategia que usamos los autores por cuatro razones fundamentales (esto lo digo desde mi punto de vista de observadora, ya sabéis, sin validez científica alguna). Hay un tipo de obras que llevan mucho tiempo en la red y sus ventas han decaído tanto, están tan pirateadas que poco importa ya que el autor sea generoso y se lo regale a sus lectores. Incluso se puede aprovechar para corregir alguna errata o hacerle un arreglillo a la maquetación. Hay otro tipo de libros que se ponen gratis porque al autor no lo conocen ni en su casa (a veces se le ha pasado contarle a los suyos que escribe) y es una manera de que le empiecen a leer. Otra tercera opción es con fines promocionales: autores que tienen más obras y quieren que alguna siempre esté disponible para atraer potenciales lectores. Y la última... La última es porque esos libros que costó tanto publicar, hacer la portada, maquetar y subir a la red no han despertado el interés de media docena, no se ha hecho eco de ellos apenas el boca oreja y tampoco hay nada que perder.
Cuando algún libro de los que está gratis me llama la atención lo descargo. Con este método he de reconocer que he encontrado pequeñas joyas que incluso han pasado por el espejo, pero lo más frecuente son los tropezones, esos libros que no reseñaré jamás, pero a los que estaré eternamente agradecida.
Porque son una fuente inagotable de conocimientos.
Quienes me conocen saben que no sé estar quieta. Parar mi cerebro es una actividad que me cuesta tanto que apenas soy capaz de dormir porque ni siquiera entonces desconecto. Sueño con tanta intensidad que me acabo despertando a mí misma, a veces asustada, otras cabreada porque sé que no seré capaz de volver a dormirme. Me cuesta muchísimo relajarme y solo hay tres actividades que lo consiguen: leer, escribir y estudiar.
Por eso, aprovecho que esto me calma y a la vez que leo libros sobre narrativa, me estudio estos libros.
Estudio los personajes, la trama, la narración, los tiempos verbales... Estas historias imperfectas suponen un campo de reflexión fantástico porque me sugieren muchas preguntas. ¿Por qué no me creo a la protagonista? ¿Qué le pasa a este párrafo que lo he tenido que leer dos veces para comprenderlo? ¿Por qué no me llega la trama? Cada pregunta la analizo y encuentro las respuestas enseguida. Y ese es el valor que doy a estos libros, porque me permiten ver fallos que quizá yo también estoy cometiendo a veces.
Pero es más fácil ver la mota en el ojo ajeno que la viga en el propio.
Otra cosa que estudio es los comentarios que han dejado los lectores sobre ellos en Amazon. Me resultan muy reveladores. Casi todas estas novelas tienen una cantidad moderada de comentarios (ni muchos ni pocos), pero coincidentes. Es muy raro encontrar dos características en ellos: compras verificadas y opiniones malas. Todo son parabienes, muchas veces halagos personales a los autores (de verdad, no lo hagáis, queda como el culo) y a su perfecta ortografía. Ahí es cuando a mí se me descuelgan los ojos, porque he visto cada burrada que es como para que te dé un mareo y te tengan que despertar con sales aromáticas. Por ver, este verano vi una novela malísima en la que en el prólogo se decía de la persona que lo había escrito que poco menos que le darían el Nobel de literatura en breve. Y varias veces separó con coma sujeto de predicado...
Todo esto me tranquiliza y me cabrea más o menos en la misma medida, porque me parece muy injusto que haya novelas buenísimas a las que los famosos trolls ponen a parir, novelas muy dignas que se tienen que comer barbaridades dichas con quién sabe qué objetivo (vale, yo lo sé y tú también, para qué escribirlo) y esto que no son más que relatos en su mayoría de aprendizaje, que no deberían haber salido de un cajón, tienen valoraciones altísimas.
Engañosas y estériles porque siguen perdidos en las listas, como no podía ser de otro modo.
Al final, no pude convencer a mi amiga de que se leyera estas cosas. Dice que duerme mejor que yo, que le sobra menos tiempo y quiere dedicarlo a lo bueno. La verdad es que, ahora que lo pienso, si durmiera no tendría tiempo para las mil tonterías que se me ocurren.