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lunes, 29 de abril de 2019

APRENDER A RESPIRAR




Desde hace unos días tengo una fuerte contractura en la espalda. Llevaba tiempo notando la zona tirante, pero cuando no tengo que hacer una cosa me esperan siete, aunque muchas veces no salga de casa, así que fui dejando correr el tiempo.

Por si se pasaba.

Por si mi cuerpo ganaba la batalla al dolor y los nudos se deshacían solos.

No es tan descabellado: he tenido etapas en las que un dolor no me dejaba ni siquiera dormir y, tal como aparecieron, se acabaron yendo. Olvidados después de un tiempo. Nueva. Como si nunca me hubiera pasado nada. Quizá un par de ibuprofenos y solucionado el problema.

Esta vez no es así.

Hace unos días, cuando el dolor comprometía casi respirar (y sin casi, hay veces que coger aire es un acto heroico) reuní el tiempo necesario para un masaje. Los nudos de mi espalda parecen la cuerda de un marinero aburrido y en hora y media solo fue capaz de desarmar algunos. Hasta la siguiente cita, en unos días, soporto esto con calor y analgésicos, además de algún antiinflamatorio y, de vez en cuando, relajantes musculares. Para lo que hacen, daría igual que no tomase ninguno, pero cuando estás así quieres tener fe en la química. O en rezar a cualquier santo. O en lo que sea, pero que se pase.

Estos días debería estar haciendo un trabajo que nadie puede hacer por mí. Lo hago, pero a un ritmo condenadamente lento, insoportable para mí que siempre vuelo en lo que me gusta porque me concentro tanto que el mundo desaparece a mi alrededor.

Y es en este punto, cuando llego al trabajo pendiente, cuando tengo que recordar la conversación con mi fisio. Me dijo algo muy sabio: “Hay algo que necesitas quitar de tu vida porque te está haciendo mucho daño y solo tú puedes saber qué es”. Mientras me dijo el masaje me tuvo que recordar muchísimas veces que me relajase, que no apretase los músculos, que destensara las manos, que no me agarrase con tanta fuerza a la camilla… Me dijo que mi cuerpo está respondiendo al estrés al que lo someto aunque ni siquiera sea consciente de que estoy tensa y que está cansado de que lo sobrecargue con tareas. Si no puedo llegar a todo, no importa, da igual si hago menos. Lo que no da igual es que me acabe rompiendo.

Yo me excuso diciendo que todo es inaplazable y que nadie puede ni va a hacerlo por mí, pero sé que no es verdad. Cuando muera, alguien hará lo que yo no pueda hacer, y si no se hace el mundo seguirá girando tal y como lo ha hecho siempre.

Tengo que aprender eso, tengo que aprender a respirar sin que me cueste.