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sábado, 26 de noviembre de 2022

GERTRUDIS GÓMEZ DE AVELLANEDA

Me he propuesto recordar a mujeres escritoras de las que cuesta encontrar en los libros de texto. El objetivo es doble: descubrirlas a quienes no las conozcan y señalar cómo la literatura con nombre femenino se ha silenciado durante mucho tiempo. Que ninguna niña piense que las mujeres no escribían; que sepa que era mejor mantenerlas calladas, convencerlas de que su función en la vida era otra. Y, cuando lo hacían, se las "olvidó" convenientemente. Que cuando estuvieron cerca de tener cargos importantes, se les negaron por el simple hecho de ser mujeres.

Hoy pongo el foco en Gertrudis Gómez de Avellaneda, Destacaré sus datos biográficos, recogidos de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes y de un precioso estudio de José Esteban Angulo. Quiero que la conozcáis. El cuadro que ilustra este artículo, su retrato, es obra de otro de los grandes de su tiempo: Federico Madrazo, que además de pintar a los principales aristócratas de esa época, fue pintor de cámara de Isabel II.



Os la presento. Poneos cómodos.

Gertrudis Gómez de Avellaneda nació en Puerto Príncipe de Cuba, actual Camagüey, el 23 de marzo de 1814 .  Apasionada, generosa y rebelde frente a los convencionalismos sociales, vivió una vida muy particular en la que se guio por sus propias convicciones, y en su momento, se la consideró una de las mejores autoras del movimiento romántico. 

En su círculo íntimo la llamaban Tula o también La Avellaneda.

Gertudis nació en Cuba porque su padre, el español don Manuel Gómez de Avellaneda, comandante de Marina, estaba destinado en aquella provincia de ultramar. Se acabó casando con una cubana perteneciente a una ilustre y acaudalada familia de origen español, doña Francisca de Arteaga y Betancourt y de esa unión nació una niña que con el tiempo se convertiría en una de nuestras grandes escritoras del XIX. 

Su primera infancia fue feliz, pero esto cambió con la muerte de su padre en 1823. Ese mismo año, su madre se casó otra vez con don Gaspar de Escalada y López de la Peña, otro militar español, y la pequeña Tula empezó a pasarlo mal, pues no admitía que otro hombre sustituyera a su padre en la vida de su madre.

Se volvió huraña, prefiriendo los libros a jugar con otras niñas e incluso se conserva el recuerdo de que antes de los diez años había escrito un cuento, El gigante de las Cien Cabezas y sobre los trece terminó un drama que tituló Hernán Cortes. Esto no es de extrañar, pues fue educada en las convenciones de la clase social en la que nació y entre sus aficiones favoritas destacaron siempre la representación de comedias, la lectura de novelas y la escritura. La literatura, pues, fue una de sus primeras y principales pasiones. Entre sus lecturas, destacaron los  románticos franceses e ingleses: Byron, Victor Hugo, Lamartine, Chateaubriand, Madame de Staël, George Sand...

A los catorce años sufrió otro de los contratiempos de su particular vida: hubo de enfrentarse a un matrimonio concertado por su familia, al que se opuso con toda su energía. A consecuencia de ello, fue desheredada por su abuelo. 

Seis años después de esto, cuando ya era una joven inquieta y curiosa, la familia decidió establecerse en España, más concretamente en La Coruña. Viajaron desde Cuba y, al llegar, Tula descubrió que no le gustaba nada el ambiente conservador y atrasado de la ciudad. Tenía claro que no iba a quedarse en Galicia el resto de su vida. 

Y así lo hizo. Tras visitar Andalucía, acompañada por su hermano Manuel, acabó instalándose en Sevilla. El ambiente cultural de la ciudad, su alegría, su clima que invitaba a salir a la calle, estimularon la creatividad de la joven y muy pronto se dieron a conocer sus primeros textos. En 1839 publicó unos versos, amparada en el seudónimo de La Peregrina, en periódicos y revistas locales y, con posterioridad, también los publicaría en Cádiz. Al año siguiente, animada por las críticas positivas, estrenó una obra dramática Leoncia, que tuvo muy buena acogida en los escenarios sevillanos. Es allí, en la ciudad del Guadalquivir, donde conoció a Ignacio de Cepeda. Se enamoró profundamente de él, aunque el sentimiento no era mutuo, sino que él jugó con sus sentimientos, puesto que era frío, cruel y consideraba que Gertrudis no estaba en su mismo nivel económico. Hemos llegado a conocer esta pasión a través de la Autobiografía y las cartas que escribió. Este amor no correspondido, unido a su carácter romántico, marcarían de alguna manera su producción literaria. 

Después de la etapa sevillana, se instaló en Madrid y ese fue el momento en el que su actividad literaria se disparó. Son de ese momento Poesías (1841), Sab (1841), Dos mujeres (1842-1843), Espatolino (1844), Guatimozín (1845), La dama de gran tono (1843) y La baronesa de Joux (1844)  Munio Alfonso (1844) y El príncipe de Viana (1844) y Egilona (1846).

En estos años de intensa productividad, participó en las veladas del Liceo madrileño, donde se relacionaba con los grandes escritores e intelectuales de la época: Alberto Lista, Juan Nicasio Gallego, Manuel Quintana, Bernardino Fernández de Velasco, duque de Frías, Nicomedes Pastor Díaz, José Zorrilla, Francisco de Paula y Mellado… que se convirtieron en sus protectores y también sus amigos. Todos admiraban a esa joven que mostraba una madurez impresionante en sus escritos.

Fueron momentos de euforia, de éxito, que además vinieron a coincidir con la relación amorosa que mantuvo con el poeta Gabriel García Tassara y que tuvo como fruto el nacimiento de una niña, María, en abril de 1845. Pero con esta historia volvió a repetir el error que cometió con Cepeda: enamorarse de alguien que no la quería. García Tassara ni la consideró y su romance no tuvo un buen final. Es más, la marcaría para siempre. Su hija María solo sobrevivió siete meses, sin que su padre se dignase a verla, ni mucho menos reconocerla como suya. 

Tula estaba tan triste que se puso en contacto con Cepeda (sí, con el mismo ser frío que no la trataba bien, pero del que se enamoró con verdadera ceguera) y le habló con el corazón en la mano: “Envejecida a los treinta años, siento que me cabrá la suerte de sobrevivirme a mí propia, si en un momento de absoluto fastidio no salgo de súbito de este mundo tan pequeño, tan insignificante para dar felicidad, y tan grande y tan fecundo para llenarse y verter amarguras”.

Con la ilusión perdida, aceptó en mayo de 1846 contraer matrimonio con Pedro Sabater, gobernador civil de Madrid en aquel entonces. La unión, que se le antojó cómoda y tranquila, duró poco, pues Sabater, enfermo, moriría en Burdeos en agosto de ese mismo año. Las desgracias parecían cebarse con ella y su espíritu romántico la arrastró a un duelo del que le costó reponerse. Había llegado a sentirse enamorada de ese valenciano que, además de político, era un poco poeta, pero no le dio tiempo a disfrutarlo.

Tras su muerte, ingresó unos meses en el convento de Nuestra Señora de Loreto de Burdeos donde intentó recomponer su ánimo. Cuando lo consiguió, retorno a la capital de España. 

En 1847 solo se sintió fuerte para escribir un Devocionario. Se produjo un nuevo acercamiento a Cepeda que acabó igual de mal y que la devolvió un tiempo al convento y silenció sus letras. 

Pero ella era más fuerte de lo que creía, su pasión por la literarura sobrevivió a todos los avatares de su vida y en los siguientes años escribió muchas obras: Los oráculos de Talía, La hija de las Flores, Recaredo, Tres amores, La verdad vence apariencias, La hija del rey René, El millonario y la maleta, Errores del corazón y el Donativo del Diablo.

Intentó entrar en la Real Academia (pobre, qué pérdida de tiempo siendo mujer), pero tras una ardua discusión se lo acabaron denegando. ¿Por qué? Desde luego, por méritos no fue. Fue, sencillamente, como comenta Angulo en su estudio, por ser mujer.

Tras esto, siguió escribiendo: La sonámbula, Hortencia y La aventurera.

En 1855 se casó de nuevo, esta vez con un militar canario, Domigo Verdugo, en una boda cuyos padrinos fueron los reyes. Los biógrafos no se ponen de acuerdo sobre lo que sucedió el 14 de abril de 1858 con él, pero el caso es que fue herido y su salud, a partir de ese momento, se deterioró. Para ver si era posible que el clima de Cuba lo mejorase, fue destinado allí y con él se desplazó Tula. Fue recibida con honores, e incluso inauguró un teatro que lleva su nombre. En octubre de 1863, sin haber logrado la ansiada mejoría, su segundo esposo falleció.

En ese tiempo había escrito las que serían sus últimas obras: El artista Baquero y Dolores; también abrió una revista literaria, El álbum de lo bueno y lo malo, pero no duró mucho tiempo.

A la muerte de Domingo quiso retirarse de nuevo a un convento, pero la intervención de su hermano Miguel lo impidió. Viajó entonces: Estados Unidos, Sevilla, Francia, Madrid, escribiendo algunos poemas menores. La muerte de Miguel en el 69 la dejó abatida, tanto que su última obra, Catilina, es tan extraña que no se pudo representar.

Murió en Madrid, el 1 de febrero de 1873 a los 58 años, sola y decaída, y a día de hoy está considerada una de las precursoras del movimiento feminista en España.

 


martes, 15 de octubre de 2019

MUJERES ESCRITORAS: MARÍA DE ZAYAS

Ayer fue el día de las escritoras. Desde hace unos años, el lunes más cercano a la celebración de Santa Teresa se ha convertido en el día de reivindicación de las mujeres escritoras. Es un día perfecto para recordar que, a lo largo de la historia, las mujeres han sido silenciadas como creadoras de literatura.


Retrato de la escritora e ilustradora Flavia Vicentin 
imaginando a María de Zayas (añadido en octubre de 2023 a esta entrada)

Se ha convertido, por la influencia de las redes sociales, en un día en el que felicitamos a las mujeres que dedican su tiempo a crear historias, pero yo creo que debería ser también un momento en el que rescatásemos a todas aquellas que en otro tiempo fueron creadoras de contenidos y que, por distintas razones, fueron silenciadas en la Historia.

Por eso, hoy, aunque sea un día después, vengo a hablaros de María de Zayas.

María, nacida en 1590, fue autora de novelas cortas, teatro y poemas y tuvo mucho éxito en su tiempo, el Siglo de Oro español. Prueba de su talento fue que sus obras se estuvieron reimprimiendo durante muchísimo tiempo. Hija de militar, viajó mucho, algo infrecuente en la época, y esos viajes hicieron que su mente despierta se fuera empapando de lugares e historias que después plasmó en su literatura.

Pero, todavía hoy, es una gran desconocida.

Es así porque en el siglo XIX fue silenciada por la Inquisición. Ella, y otras mujeres como ella, no cumplían los estrictos parámetros de virtud que un tiempo machista y misógino exigía, así que desapareció de los manuales de literatura, donde solo nos quedó constancia de Santa Teresa de la Jesús o Sor Juana Inés de la Cruz, ambas monjas. No es de extrañar que, en mi mente de niña, cuando era pequeña imaginase que, para escribir, era imprescindible ser religiosa…

María dedicó su tiempo a denunciar las limitaciones que para la mujer representaban la moral y las costumbres del XVII, y fue capaz de producir unas obras tan interesantes que un autor francés, Paul Scarrron, la plagió. Hasta ahí llegó su talento, aunque a nosotros solo nos haya llegado casi el eco de su nombre.

María de Zayas Sotomayor tuvo, en su tiempo, la admiración de Lope de Vega, uno de los grandes autores de nuestra literatura, y pudo ver sus obras impresas. Como os dije, escribió verso y prosa, en ella se aprecia la influencia de Cervantes, y siempre tuvo claro que lo que pretendía con sus libros era entretener, que es el fin último, o primero, de la literatura. Sencilla y amena, no se ahorró la violencia en sus escritos cuando lo creyó necesario y construyó personajes femeninos fuertes que en muchas ocasiones reclamaban su sexualidad, pero no amparadas en el deseo, sino como una manera de demostrar su libertad.

Escribió Novelas amorosas y ejemplares en la primera parte de su producción y los Desengaños amorosos en la segunda, en ambas ocasiones colecciones de novelas cortas, algunas de influencia cervantina y otras italiana. Todo el tiempo se queja en ellas de que a las mujeres no se les dé la oportunidad de recuperar y vengar su honor, ese tema tan literario y tan nuestro, incluso tampoco el decidir su destino. Las mujeres son víctimas de una sociedad violenta e injusta que no se preocupa de sus necesidades. Todo ello lo remata con finales trágicos, sin rasgos de endulzamiento, porque la sociedad en la que vive no es dulce. No habrá bodas o finales felices porque sospecho que no creía en ellos.

Aunque su tema, siempre, fuera el amor.

Reivindica el papel de la mujer, pero no como un ser pérfido, como lo había pintado la literatura hasta el momento, o carente de carácter (recordemos a Celestina o Melibea), sino alguien capaz de mostrar valor y honestidad, pero con su propio criterio. Quiere despertar conciencias dormidas y deja claro el concepto de igualdad en una frase muy contundente:

“Porque las almas no son hombres ni mujeres, ¿qué razón hay para que ellos sean sabios y nosotras no podamos serlo”.

La educación en igualdad, para esto, es crucial. Anima a las mujeres a reclamar su derecho a la cultura, que piensa que en su tiempo ha sido monopolizada por los hombres. Y eso, al final, la conducirá al olvido del que ahora la rescatamos.

Os dejo un soneto de María de Zayas, el amor como una lucha de contrarios, reflejado de un modo tan similar al que lo hicieron Lope o Quevedo que no entiendo cómo no nos ha llegado con la misma fuerza que los de ellos.

Amar el día, aborrecer el día,
llamar la noche y despreciarla luego,
temer el fuego y acercarse al fuego,
tener a un tiempo pena y alegría.
Estar juntos valor y cobardía,
el desprecio cruel y el blando ruego,
tener valiente entendimiento ciego,
atada la razón, libre osadía.
Buscar lugar en que aliviar los males
y no querer del mal hacer mudanza,
desear sin saber que se desea.
Tener el gusto y el disgusto iguales,
y todo el bien librado en la esperanza,
si aquesto no es amor, no sé qué sea.



lunes, 8 de enero de 2018

ENHEDUANNA, LA PRIMERA POETISA.



Cuentan de ella que fue una princesa, la hija de Sargón I de Acad, y que nació allá por el 2285 a. C. en Mesopotamia, en lo que hoy se conoce como Irak.

Enheduanna, la bella sacerdotisa de la luna del cielo, de la que no estamos seguros ni de que este fuera su verdadero nombre, sí es la primera mujer de la que se tiene constancia de que escribió poesía. Cuenta Eduardo Galeano que le cantaba a la luna, la diosa Inhanna, su protectora, y que para ella la escritura era como concebir el mundo, como un parto con el que se daba la vida.

Un principio para el mundo. El punto de inicio de todo.

Dicen que esculpía himnos en cuneiforme, en tablillas de barro que transformaba en peticiones a los dioses para que favorecieran las campañas militares de su padre y que el hecho de que ella firmase sus himnos es señal de la alta estima en la que se tenía a las mujeres en aquella época tan lejana.

¡Cuántos tiempo ha pasado desde que Enheduanna pisó por última vez este mundo! Y, sin embargo, los sentimientos siguen siendo los mismos porque no podemos escapar a lo humanos que somos, por mucho que el tiempo no se pare. La princesa, la mujer, ha sido casi olvidada. No conocemos su aspecto, nada quedó registrado de cómo era, pero sí sabemos de la poetisa, de sus emociones, que permanecen esculpidas en el barro de aquellas antiguas tablillas.

Es la primera escritora de la que tenemos constancia, aunque haya quedado sepultada bajo toneladas de nombres de escritores -casi todos hombres- que llegaron después y haya hecho falta excavar para rescatarla del olvido. Yo la encontré por casualidad en una enciclopedia antigua y he querido dejarle un pequeño hueco el blog.

Porque las pioneras siempre se merecen un respeto.

Los pocos datos que he encontrado de ella son de la enciclopedia del estudiante de Santillana impresa en 2005 y la Wikipedia.



Algunos de sus títulos:

Exaltación de Inanna
Himno a Nanna
Los himnos del templo