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martes, 24 de marzo de 2020

QUERIDA (Y ODIADA) CASUALIDAD DE LANA FRY



Sinopsis:

Ah, París, la ciudad del amor… y de las casualidades.

Cuando Léa Chartier intercambia teléfonos con el misterioso hombre que ha conocido en una fiesta de disfraces, poco puede imaginar ella quién se esconde bajo la máscara. Quizá, de saberlo, se habría pensado mejor eso de hacer honor a su fama y meterse en berenjenales de los que después no sabe cómo salir.

Pero ¿cómo iba Léa a sospechar que ese hombre tan encantador era en realidad alguien a quien apenas soporta ver en el día a día?

En una noche en la que las máscaras permitían ser quien quisieras… ¿habrá él mostrado su verdadera cara o va a necesitar conocerlo sin ella para descubrir qué tan real fue lo que pasó aquella noche?

Mis impresiones:

Esta novela la había visto mil veces en Amazon, pero no le había prestado atención, supongo que porque se publicó coincidiendo con el concurso indie del año pasado y en ese verano se me quitaron enseguida las ganas de leer las novelas que se presentaban. Tres o cuatro fragmentos catastróficos de aspirantes al premio me echaron tanto para atrás que acabé pasando del concurso y me dediqué a escribir.

Después del verano, la publicación de La colina del almendro acaparó toda mi atención, con todos los eventos que tuve y apenas pude leer.

Reconozco que esta novela, al dejar de verla en los tops, se me olvidó que existía.

Cuando empezaron a llegar las noticias de que tendríamos que permanecer un montón de días encerrados en casa para evitar al coronavirus, pensé que tenía que buscar un libro que me atrajera mucho para meterme en él y olvidarme de todo lo que está pasando. Como no me dio tiempo a salir a buscarlo a una librería, ya durante el confinamiento fui a Amazon con la intención de comprar algo en digital.

Seleccioné tres o cuatro.

En esas estaba cuando mi natural dispersión vio que había muchísimos libros gratuitos, algunos de ellos publicados hace menos de un año. Me tengo prohibido descargar gratis porque la mayoría de las veces no los leo y solo se acumulan, o los leo de un modo digamos poco adecuado. Me consta que no soy la única, que le pasa a mucha gente. Los libros que nos llegan gratis se abandonan sin cargo de conciencia, porque no han costado nada, y se es mucho más crítico con ellos. Mis comentarios de una estrella (los que me he llevado yo en mis novelas) llegaron en un 98% inmediatamente después de que los libros estuvieran gratis.

Entonces, ¿por qué descargué Querida (y odiada) casualidad si huyo de ellos?

Porque al ir a pagar el ebook descubrí que no tenía ninguna tarjeta vinculada a mi cuenta y no podía comprar. Se me había olvidado que días antes desvinculé todo medio de pago online que tuviera activo. La razón por la que lo quité está aquí, por si te quieres reír de mí. El caso es que, como no podía comprar y no me apetecía levantarme (vaga) e ir a buscar la tarjeta, rompí mis propias normas.

Entonces fue cuando vi esta novela. Una bendita casualidad.

Leí la sinopsis y pensé que no pintaba mal, que podía darle una oportunidad. Abrí la novela en cuanto llegó al kindle y encontré que estaba en primera persona. Arrugué el gesto. No es que a la primera persona le pase nada, pero tienes que ser muy, muy hábil para no cansar al lector desde esta perspectiva. No todas las historias la soportan y por eso entro en ellas con extrema precaución.

Cargada con mis prejuicios, empecé a leer.

Léa Chartier intercambia su teléfono con un joven que ha conocido en una fiesta. Nada de particular, salvo porque es de disfraces, ambos llevan máscara, es imposible escuchar nítidas sus voces con la música y, en realidad, no se han visto las caras. Al despedirse, hacen un curioso pacto: dejar pasar tres meses, conocerse a través del teléfono antes de volver a verse. Pero la sonrisa se le borra a Léa cuando, a punto de abandonar la fiesta, reconoce a quien se esconde tras la máscara, alguien con quien le resulta complicado no discutir. Decidida a no meterse en un lío, planea no contestar a sus mensajes. Pero es Léa y no está hecha para eso.

Primera sorpresa, se leía sola y no había ni rastro de todos esos errores que detecto en muchas de las novelas escritas desde el narrador en primera persona. Nada de repeticiones infinitas de pronombres, nada del cansancio que provoca muchas veces que los personajes solo den vueltas en círculos por sus propios pensamientos.

Primer punto para Lana Fry.

Segunda sorpresa, me encantó la protagonista. Con carácter, deslenguada, vital, divertida, patosa... Léa me había ganado en las primeras páginas.

Segundo punto para Lana (iba cogiendo confianza mental con ella y le quité el apellido).

Tercera sorpresa, me encontraba buscando momentos para leer, superando este bloqueo mío al que se ha sumado el derivado por la estupefacción consecuencia de lo que estamos viviendo, esta lucha contra un enemigo invisible que está siendo para nuestra economía tan letal como una guerra.

Tercer punto para ella.

Al final se ha llevado mi reconocimiento completo, con una historia muy original, cargada de momentos divertidos, tensión sexual de la que te crees y una forma de narrar que es a la vez correcta y absorbente.

He pasado unas horas fantásticas con esta historia, desconectando, riéndome, disfrutando de la relación tan particular entre Léa y Asier y de la trama que lo sustenta todo. Me ha gustado ese punto de partida, ese enredo en el que se mete Léa por no decir la verdad desde el principio sobre quién es, ese desdoblamiento en el que se mete. Me han gustado las conversaciones por Whatsapp, el tono de comedia de la novela entera, las escenas románticas dulces sin que me entrara una sobredosis de azúcar...

El humor, sobre todo el humor.

Qué necesario en estos días.

Ha habido solo un pequeño detalle que no me han gustado y no tiene por qué sucederle esto a todo el mundo. Tal vez habrá a quien sí le guste, pero a mí no. Es que me digan "este personaje es igualito a tal actor". Prefiero que le dejen a mi imaginación ponerle cara, darle los matices que yo quiera. Me pone nerviosa porque cuando se menciona eso, como no tengo ni idea de quién hablan el 99% de las veces, tengo que ir a Google ver cómo es y el coger el teléfono y consultar me saca de la lectura.

Pero vamos, que he descubierto que me pasa lo mismo cuando en las novelas hay muchas canciones. Una de dos, o decido que no voy a hacer caso a esto y me prohíbo buscarlas, o cada vez que hago eso hay muchísimas posibilidades de que no vuelva a la lectura y me pierda en otras cosas.

Pero es solo eso, lo demás se disfruta. Era la primera vez que leía a la autora, pero me la anoto en la lista de las que sí leeré de nuevo. De las que sí merecen la pena en romántica.

Lo dicho, la recomiendo. Me ha resultado medicinal.

Y me he llamado idiota por no haberla comprado en el verano, la habría disfrutado. Estoy segura.

SEGUNDA SEMANA

El día 13 de marzo nos enclaustramos en casa. Hasta hoy solo he salido en dos ocasiones, el pasado miércoles para comprar el pan y algunas cosas más que necesitaba (10 minutos escasos entre la calle y el súper) y el sábado para comprar carne y útiles de limpieza. Tardé un poco más, igual 15.

El resto de los miembros de la familia sacan a Ulises por turnos y, cada vez que lo hacen me angustio y les pido que se den prisa, que no tarden, que procuren no tocar nada. No tardan ni 10 minutos, pero se me hacen eternos. También son ellos, por turnos, quien van trayendo fruta una vez a la semana o el pan.

La cuarentena, el confinamiento, el encierro... me dan igual. No es lo que peor llevo, de verdad, lo que peor llevo es todo lo que está sucediendo alrededor. De menos a más son:

Que no pueda escribir...

Que me cueste avanzar en las lecturas...

Que cierren el súper hasta nuevo aviso por responsabilidad, que sospecho lo que significa... 

Que me entere de que se acaba de morir Lucía Bosé, a quien conocí en los mejores años de mi vida...

Que la presión mental me tenga tan dispersa que el viernes quemé la cocina de casa...

Estoy pasando miedo, angustia y lo peor es que todo el mundo me llama histérica. No es histeria, es que esto está muy gris y se está poniendo negro. Una vez me salvé de una inundación y me recuerda al cielo de esa tarde. La promesa de una tormenta épica se convirtió en la peor que he visto. Me encontré perdida en una carretera, en medio de la noche, con el agua hasta la puerta del coche.

Y eso casi antes de lo que dura un pestañeo.

Me angustio porque el viernes pude matar a mi familia y a todo el edificio, solo porque no consigo tener la cabeza donde hay que tenerla.

Voy a terminar de leer un libro y haré una reseña, a ver si soy capaz de encontrar paz, aunque esta semana lo voy a tener complicado.

Dicen que esto no ha hecho nada más que empezar. Mi madre está sola con los gatos. Echo de menos a mis niños. Quiero que vuelva el pensamiento coherente y no perderme entre las palabras porque esto no es más que el reflejo de unas emociones que no soy capaz de procesar.

Estoy muy harta.

Lunes, 23 de marzo de 2020



lunes, 16 de marzo de 2020

ESTOS PRIMEROS DÍAS EN CASA

Confieso que he intentado llevar un diario de estos días de encierro, pero también he de confesar que el tema ha acabado en fracaso estrepitoso. Me he dado cuenta que, si bien no tengo problema alguno en escribir cuando tengo una crisis emocional personal -más bien funciona al contrario, soy capaz de plasmar mejor lo que sienten los personajes-, en este caso no he podido. Me he bloqueado, más que por el encierro por todo lo que sucede alrededor.

Uno, las noticias.

Las constantes declaraciones de los políticos, la declaración de estado de alarma, las normas nuevas de convivencia... eso ha hecho mella en mí. Soy demasiado tendente a no saltarme esas normas de convivencia, el mismo jueves me lo decía mi hijo: "Mamá, ¿no crees que ya tienes edad de hacer algo ilegal?". La frase no recuerdo si fue así exactamente, pero venía a decirme que no pasa nada si paso a 100 por una carretera de 90 durante diez segundos, o que no se para el mundo por llegar dos minutos tarde. Si eso me estresa, asumir todo lo que se nos ha venido encima me está causando dolor de estómago.

Dos, que mi madre esté sola.

A veces pasan muchas semanas sin que la vea, estoy acostumbrada a eso porque vivimos a más de cien kilómetros, pero siempre sé que está acompañada. Por mi hermana, por las vecinas, por su amiga Avelina, por las del club de lectura de la biblioteca... Ella es muy sociable y sabe rodearse de gente, y además gente que la quiere, me consta porque cuando voy con ella lo veo. Pero estos días no tiene más compañía que Willy y Azul, el gato y la gata, y ser consciente de eso, de pronto, se me vino encima. Confieso que estuve un rato llorando, porque me parece más que injusto. Sé que es lo mejor para ella, que encima al ser mayor está en un grupo de riesgo, pero no deja de ser una putada. He pensado que me hubiera gustado quedarme estos días con ella.

Tres, estar todos en casa.

Vamos a ver, que está muy bien que la familia permanezca unida, pero eso duró el primer día. Después nos empezamos a dar cuenta de que nos vendría bien tener más espacio para no estorbarnos. Cuando uno no se apropia de un enchufe donde otro pone su el ordenador, llega otro y le echa de su sitio del sofá, o va otro y hace una broma que de pronto no hace ni puñetera gracia. Creo que encerrados todo se empieza a magnificar y a mí esto me está pareciendo Gran Hermano. Me entran ganas de entrar en el confesionario y empezar a nominar a diestro y siniestro para que abandonen la casa. O el sitio del sofá desde el que escribo.

Cuatro, la fiebre.

No, yo no tengo, ni ninguna de las personas que están en mi casa, pero sí alguien que conozco. Eso te angustia, estamos sobre saturados de información que habla de la gravedad de esta enfermedad cuando se trata de un grupo de riesgo y eso me tiene con un nudo en el pecho. Y mandando mensajes todos los días preguntando si está mejor.

Cinco, las noches.

Siempre duermo mal, pero con tanto en la cabeza -la semana pasada entera estuvo llena de cosas al margen de esto que me han mantenido pensando demasiado- no soy capaz de completar una noche. Las cuatro o las cinco me suelen dar viendo una serie tonta en Netflix (ahora toca The good place). A veces me descubro llorando y no es por la trama, es porque necesito sacar la tensión que está dentro de mí y quizá a solas, cuando nadie te ve y te va a juzgar, es cuando menos me cuesta.

Seis, lo que leo.

No proceso lo que leo. Estoy con una de esas novelas de argumento fácil y lectura superficial, y de vez en cuando me doy cuenta de que estoy haciendo una lectura vertical, que salto de un diálogo a otro sin prestar atención a lo que hay en medio, perdiéndome parte de la información y faltándole al respeto al autor, porque un libro no debe leerse jamás así. Me da rabia.

Siete, lo que escribo.

Todo lo que está saliendo de mí es para tirarlo, plano, incompleto, insuficiente, necesitado de tanta reforma que me entran ganas de rendirme y no poner ni una sola palabra hasta que todo esto pase. Sé que comparto sensación con mucha gente, que lo ha puesto en las redes, autores que son incapaces de encontrarse consigo mismos estos días, pero esto no me está sirviendo de consuelo. Me frustra y me deja un regusto de tristeza, porque necesito esa magia de la escritura, evadirme con ella y disfrutar de que el tiempo pase rápido. Y no lo consigo.

Ocho, el perro.

Ulises se ha convertido en el protagonista de los deseos de mis hijos. Como el estado de alarma permite sacar al perro a hacer sus necesidades, ellos, que necesitan aire fresco aunque sean cinco minutos o diez -no tardan más en volver-, casi se pegan por sacarlo. A mí me da pena, está más que desconcertado con esto, extrañando supongo sus paseos y, sobre todo, echa en falta lo que se cansaba corriendo en ellos. Lo sé porque se pasaba las mañanas y las tardes dormido y ahora permanece más despierto; nos sigue por la casa, supongo que también hecho un lío porque nunca hay tanta gente a la vez aquí. Y porque nadie le manda a la cocina a las cuatro de la tarde.

Nueve, los gestos solidarios.

Hay algunos que me han encantado, el que todos demos las gracias a las personas que siguen ahí, al pie del cañón, cuidando de nosotros para que todo esto resulte más sencillo: a los sanitarios, a la gente que trabaja en los supermercados, farmacias y demás establecimientos que permanecen abiertos. A quienes se están rompiendo la cabeza para que esto acabe cuanto antes. Eso han sido los buenos, los aplausos, las gracias repetidas en las redes.

Pero también hay otros que me han dejado cierta amargura en el estómago y son los que tienen que ver con mi profesión. El gesto de regalar libros ha estado muy bien, pero ya no está tan bien cuando empiezas a leer que hay algunos autores súper generosos que regalan sus libros... y señalan que otros no. Yo estoy entre los que no, más que nada porque no tengo nada que regalar.

Ya puse gratis este verano lo poco que está en mis manos, el resto es de editorial y son ellos quienes toman estas decisiones, pero además, ahora mismo, los libros son mi única fuente de ingresos. Única porque esto se ha llevado trabajos por delante, por ejemplo, el mío. Por supuesto, mientras se regalen libros será casi imposible vender uno y eso seguirá hundiéndome. La economía y el ánimo, porque las tres ferias del libro que tenía por delante, por supuesto se han caído del cartel. Por eso dije el otro día, y lo he hecho, que yo compraría libros. Digitales, porque no puedes salir de casa, pero comprados. Porque respeto mucho este trabajo y debe dársele un valor y no señalar a nadie con el dedo si no puede o no quiere regalarlo.

Diez, mi cuerpo.

Estoy entumecida. He intentado hacer estiramientos, pero a los diez minutos ya me he cansado. Necesito andar, bajar las escaleras desde el tercero como hacía todos los días varias veces -subir, ya menos-, mi paseo de una hora por el pinar. El tiempo de mimarme a solas, aunque solo fuera concediéndome el capricho de ralentizar porque sí la última parte de las mañanas que pasaba a solas. Además, me temo que, aunque no estoy comiendo más, estoy engordando.

Llevo 4 días de encierro, cuarentena, enclaustramiento, ensayo de Gran Hermano o como le queramos llamar a esto y ya tengo ganas de que se termine. Iban a ser 15 días, pero ya nos están diciendo que serán más.

No ha hecho nada más que empezar

viernes, 13 de marzo de 2020

EL VIRUS

¿Cómo es posible que algo tan pequeño esté descolocando el mundo?

Nunca habíamos vivido un momento de psicosis tan generalizada como la que tenemos estos días encima de la mesa. Nunca, aunque hayamos leído mucho sobre pestes y epidemias históricas, nos pudimos hacer una idea ni remota de lo que supondría la paralización del mundo unos días a causa de una pandemia. Aviones en tierra, colegios vacíos, pueblos desiertos, supermercados arrasados, calles sin nadie paseando.

La economía se está dando un batacazo de los gordos que no sé cómo arreglaremos, supongo que cuando todo se vuelva a poner en marcha tendremos que arrancar con lo que se ha parado y mejorará. Esperemos, porque lo único que le hace falta a este desastre de mundo que tenemos es otra crisis épica.

He intentado ver algo positivo, y quizá sí lo hay. Van a bajar las emisiones por aviones, habrá menos movimiento de coches, autobuses, camiones... Las fábricas, si tienen que ralentizar la producción, también reducirán su impacto sobre la Tierra.

Al menos el efecto invernadero, de rebote, podrá mejorar unos días. Siendo optimistas. Y, si no lo hiciera, también tendríamos datos valiosísimos para saber qué es lo que le está pasando al Planeta, para ver si estamos en lo cierto y somos los seres humanos los principales responsables de su deterioro, o son otras las causas.

Llevo un rato pensando en esto.

Pero mientras eso sucede, mientras la parálisis no es absoluta como ya lo es en Italia, la gente se ha vuelto loca comprando y han dejado las tiendas sin papel higiénico (?) y leche. Tampoco es fácil encontrar café, aunque esto me descoloca un poco más, porque lo que apetece de verdad no es quedarse despierto viendo noticias que cada vez son peores en la tele, sino echarse un siesta tremenda, que dure mucho, y despertar para seguir con nuestras vidas.

No estoy muy segura de que esto nos vaya a enseñar algo, somos una especie que se presupone inteligente, pero a veces somos muy, pero que muy tontos.

Yo estoy pensando que tengo suerte de alguna manera, tengo suerte por ser alguien que lleva media vida practicando eso de pasar mucho tiempo en casa y no ver la calle muchos días. Sé estar a solas conmigo misma, sé pasar días y días sin poner un pie en la calle nada más que para lo más estrictamente necesario. O ni para eso, depende de si me puedo escaquear de sacar al perro o si deciden que no quieren comer pan. Sé escribir y puedo emplear las horas en un nuevo proyecto, o empezar otro, o leer. Puedo redecorar mi cuarto cambiando las cosas de sitio. Volver a montar un Paddock de Fórmula 1 con las fichas de Lego o pintar la terraza, que le va haciendo falta una manita de blanco (ahí tengo la pintura desde hace tiempo).

O yo que sé.

Hay puzles de mil piezas que requieren un tiempo que nunca tenemos y tal vez es el momento de empezarlos, hay fotos que hace mil años que no he visto, porque siempre voy a la carrera. Hay llamadas de teléfono para las que nunca hay tiempo, que es ahora cuando las podemos hacer.

Se me ocurren tantas cosas que seguro que los días que nos piden pasarán sin problemas.

Vamos a intentar pensar en positivo, en que esto no es más que temporal. Vamos a unirnos y a asumir que el #YoMeQuedoEnCasa no es para tanto.

Es mejor eso que después lamentarse.

viernes, 6 de marzo de 2020

LO QUE APRENDÍ DE LOS PILARES DE LA TIERRA DE KEN FOLLET


Seguro que hay alguien que anda pensando que se me ha ido la pinza al traer un libro que lleva publicado décadas, del que se ha dicho ya todo lo que se puede decir y más, y que no tiene interés alguno si, de lo que se trata, es de convocar lectores para que visiten un blog literario.

Pues vale, se me ha ido la pinza. No tengo mucho interés en atraer lectores, porque soy yo la que necesita poner en fila los pensamientos que me ha suscitado, como si estuviera pensando en voz alta, y guardarlos para consultarlos cuando me venga en gana.

Por ejemplo, en todas esas noches en las que no duermo casi nada.

He vuelto a leer Los Pilares de la Tierra, por enésima vez, y lo he hecho por varias razones. La primera y más importante es mi bloqueo lector. Sé, porque ya me ha pasado otras veces, que cuando ningún libro consigue llegarme por más que me empeñe en buscarlo, tengo que releer. Lo sé porque la respuesta inmediata es que acabo recordando por qué leo, cuáles son las magníficas sensaciones que me devuelve la lectura y eso me permite seguir avanzando.

Y también sé que puedo hacerlo porque se me olvidan muchas cosas de las tramas que, años después, casi me parecen nuevas. Contribuye, un poquito, a que mi economía no acuse tanto el gasto de libros y que pueda prorrogar el comprar estanterías, que ya no sé ni dónde colocar en casa.

Empecé a leer este libro de Ken Follet antes de Piso para dos, del que hice reseña en la entrada anterior. Interrumpí la lectura para dedicársela a una novela nueva justo tras acabar la segunda parte de este macro libro que supera las mil páginas, porque tenía que aprovecharme de esas sensaciones tan magníficas de querer leer como una posesa antes de que se me pasaran. Quería ver si se me había empezado a pasar esta racha tonta de silencio lector.

Una vez leído el anterior, además en tiempo récord, he vuelto al señor Follet.

En esta enésima relectura de un libro que ya es un clásico, que aún no he terminado, no voy a hablar de la trama, es que da igual, lo que voy a hacer es recoger lo que a mí me está aportando como escritora. Así que, si esperas leer si te lo recomiendo, o un resumen porque te han puesto un trabajo, te has equivocado de blog. No pierdas más tiempo y deja de leer, que esto va de otra cosa.

Va de lo que he aprendido desde que leí este libro la última vez hasta ahora.

Un quintal.

Bueno, no sé exactamente si un quintal, pero poner que he aprendido un huevo quedaba mucho peor, así que me he decidido por esa expresión, para al final volver a poner la primera que he pensado. Estoy que no me aclaro, la verdad.

He aprendido que la narrativa no es brillante. Bueno, eso ya lo sabía, pero lo he certificado esta vez con mucha más precisión, porque antes me fijaba mucho menos en las frases y mucho más en la historia. Ahora, conocida de sobra por mí, he ido a la técnica, que en realidad era lo interesante llegado este punto de mi vida.

En Los Pilares del la Tierra el lenguaje cumple tan solo función representativa. Algunas veces, las menos, introduce otras, sobre todo en los diálogos, pero la narración no se recrea en la poética. Va a lo que va, a lo que importa, a contarnos una historia que es interesante, que está llena de giros, en la que suceden tantas cosas que para hacer un resumen fiable de todas necesitaríamos, al menos, cincuenta páginas.

Si no son cien.

Pero lo que hace que eso lo pases por alto es otra cosa. Es su magnífica gestión del ritmo. Ken Follet es un contador de historias y sabe cómo organizar la información, cómo darla para mantener la tensión en el lector, para llevarlo de la mano de una a otra línea y consigue que completes esta maratón literaria llegando al final con tanto resuello que serías capaz de chuparte otras cien páginas sin pestañear. Y eso, para mí, es un aprendizaje impagable, porque asimilo ese ritmo para intentar aplicarlo en el futuro a lo que escriba. Obvio que no soy él, por supuesto, pero siempre he estado dispuesta a aprender y es lo que estoy haciendo.

Aprender mientras leo.

Con respecto a los personajes, he visto que los ha de todas las gamas desde el blanco al negro. Buenos buenísimos y malos malísimos. Grises varios que van matizándolos a lo largo de la narración y de lo que tengo que aprender. Y he aprendido que no pasa nada porque uno te salga blanco del todo o negro del todo, porque la novela lo soporta. La vida es otra cosa, eso sí.

He aprendido que los personajes principales tienen que moverse entre los grises y que, si me planteo hacer algún antagonista más en mis novelas, también tengo que emplear ese tono en él, y dejarme de negro absoluto porque las personas reales nunca son así. En realidad, creo que hasta la última novela siempre he hecho eso, antagonistas grises, solo hay uno muy negro en toda mi producción literaria, pero me he prometido, después de esta lectura, que será el último.

Fuera esos experimentos, que no funcionan al cien por cien. Bien por mí, algo aprendido.

También he observado cómo va dejando caer la documentación histórica y arquitectónica, y en eso estoy de acuerdo con él. Dosifica. No agobia al lector. Te da mucha, pero siempre en píldoras fácilmente tragables para que no acabes ahogado en arcos y capiteles y acabes desesperado por llegar al meollo de la cuestión. Esta gestión no se da bien en muchas de las novelas históricas que he leído, o de ambientación histórica, y ha sido causa de abandonos o de que me cagara en todos los ratones colorados (recuerdo con horror esas Palmeras en la nieve, que me cortaban todo el rollo lector cuando las parrafadas sobre historia ocupaban una docena de páginas sin ton ni son. Eran como intentar tragarte una Couldina disolver en el agua).

He aprendido otra cosa más, que adoro los libros en tapa dura y leerlos en la cama, aunque este se pase de gordo y haya acabado con dolor de brazos sujetándolo, pero no me imagino, ni por lo más remoto, leyendo esto en el kindle. De hecho, últimamente me está costando mucho leer en digital, es algo que estoy abandonando poco a poco. Y se ha vuelto a reafirmar mi deseo vital de escribir una vez un libro y que una editorial apueste por él en tapa dura.

Sé que sueño cosas raras, la verdad, podría soñar con viajes a la otra punta del mundo con todos los gastos pagados, pero no, soy así de facilita con los deseos.

Me ha gustado volver y sé que lo haré de nuevo cuando me empiecen a asaltar las dudas sobre si quiero seguir escribiendo. Porque siempre las tengo y esta vez son enormes después de la última novela. Porque La colina del almendro me ha puesto el listón tan alto que no sé si seré capaz de saltarlo o me voy a dedicar a rodearlo simplemente y a leer y escribir para mí misma.

Eso lo estoy decidiendo aún.

jueves, 5 de marzo de 2020

PISO PARA DOS DE BETH O´LEARY


Sinopsis:

Tiffy y Leon comparten piso.
Tiffy y Leon comparten cama.
Tiffy y Leon no se conocen.

Tiffy Moore necesita un piso barato, y con urgencia. Leon Twomey trabaja de noche y anda escaso de dinero. Sus amigos piensan que están locos pero es la solución ideal: Leon usa la cama mientras Tiffy está en la oficina durante el día y ella dispone del apartamento el resto del tiempo. Y su modo de comunicarse mediante notas es divertido y parece funcionar de maravilla para resolver las vitales cuestiones de quién se ha acabado la mantequilla y si la tapa del váter debería estar subida o bajada.

Claro que si a eso se añaden exnovios obsesivos, clientes exigentes, hermanos encarcelados por error y, lo más importante, el hecho de que aún no se conocen, Tiffy y Leon están a punto de descubrir que lograr la convivencia perfecta no es fácil. Y que convertirse en amigos puede ser solo el principio...


Mis impresiones:

Piso para dos ha sido un regalo de cumpleaños que me he hecho a mí misma. Llevaba meses viéndolo en las librerías, pero también son los mismos meses que llevo con un bloqueo lector bastante importante, así que lo fui dejando correr.

Hasta el otro día.

Como era mi cumpleaños, qué mejor que regalarme lo que más me gusta, un libro, y la oportunidad de desbloquear en mi rutina esa actividad, leer, que para mí es casi tan esencial como respirar. De este libro decían cosas como que es divertido, que la autora es la heredera de Sophie Kinsella, que no podías soltarlo... y quise ver qué había de cierto en todo ello. Yo quería que fuera todo cierto, claro, porque lo necesitaba más que el comer.

A medias ha sido.

Es verdad que se trata de un libro divertido, pero está muy, muy lejos de parecerse a cualquier cosa que haya salido de Kinsella. Es cierto que al principio no podía soltarlo, pero también es verdad que llegó un momento en el que se me empezó a hacer largo. No lo suficiente como para abandonar la lectura, pero sí un poco más largo de lo que debería haber sido. Creo que unas doscientas páginas menos a la historia no le habrían ido mal.

Qué mal se nos da a los escritores la técnica de la elipsis cuando nos hemos enamorado de nuestros personajes.

Comienzo hablando de la premisa inicial de este libro, esa que abre la sinopsis y se cuela en la portada: es atrayente. Dos personas que comparten algo tan íntimo como una cama, pero no se conocen en persona. El tema de las camas calientes, gente que comparte pisos tan diminutos que comparten lecho porque, además, tienen horarios diferentes, pero sobre todo porque no tienen dinero para pagar un disparatado alquiler dentro de una gran ciudad. Es un tema actual, en esta novela sucede en Londres, pero en Madrid también están en las mismas.

Me gustó la idea de cómo eso puede acabar desembocando en una comedia romántica.

La verdad es que el tema lo trata bien y el que los personajes no se vean en más de la mitad del libro ni una sola vez y se comuniquen a través de notas y mensajes le añade un punto a su favor. Esta es la parte divertida del libro, y lo es porque el personaje de Tiffy está muy bien caracterizado. No es nada original, se parece sospechosamente a la protagonista de Yo antes de ti, novela que la autora ha leído porque menciona en algún momento del libro, pero esa extravagancia en el vestuario y su informalidad le dan un toque especial.

Leon es un tipo serio que, una vez lo vamos conociendo, cuando sabemos qué sucede a su alrededor, es imposible no acabar tomándole cariño. Y ese es el gran acierto de este libro, que no se limita a plantar encima de la mesa un historia de amor, con su tensión sexual y sus vaivenes normales, sino que, durante el tiempo en el que los personajes se van conociendo a través de las notas, avanzan las otras dos tramas que sustentan Piso para dos. Ambas potentes y en las que se enredan otras más pequeñas, para mostrar un collage de problemas actuales donde las redes sociales, el mundo editorial, la precariedad laboral, los recuerdos, los problemas con la justicia y algo tan grande como el maltrato psicológico ruedan a ritmo de comedia.

El tema del maltrato psicológico me gusta cómo lo ha tratado. La misma víctima no es consciente de él, porque ha ido apartando en su mente todos los indicadores que le gritaban, como bocinas de barco en un puerto, que había algo que no estaba funcionando como debiera. Y es ese despertar de la conciencia, por la terapia o quizá porque la realidad le pone enfrente a una persona que le muestra la otra cara de la vida, lo que hace quizá que el libro haya salido un poco más gordo de lo habitual.

En la escritura hay algo particular. Hay dos narradores de la historia en primera persona, Tiffy y Leon en capítulos alternos. Hablan del resto de personajes que componen la trama, los amigos y compañeros de ella y el hermano de él y sus pacientes, pero son ellos los que llevan la batuta y hace algo diferente. Muchas veces no se usa la raya para abrir los diálogos, sino que se pone el nombre del personaje, o simplemente yo. Es un recurso del género dramático insertado en el narrativo que yo vi absolutamente innecesario. No me molestó al leer, pero entiendo que pueda haber a quien sí le suponga una traba por lo poco frecuente.

De esta novela, antes de nada, antes de leer la sinopsis, me atrajo el color de la portada. No sé qué pasó por mi cabeza, pero me lo quedé mirando de inmediato. El que fuera una grafía y no una foto lo que presidiera la portada, también, esa sencillez absoluta que, además, al tocarlo, me devolvió una bonita sensación con el relieve de las letras. Otro acierto, sin duda, es el canto rojo de las páginas. Es un detalle que parece un poco tonto, y además ese verde claro y el rojo tienen un contraste chocante, pero al leer me he dado cuenta de que es casi como el personaje de Tiffy y creo que le sienta como un guante.

Además, no lo neguemos, lo destaca en las tiendas y hace que mucha más gente de la que lo tomaría en las manos por interés en la historia, lo haga. Bien por el departamento de marketing de la editorial, es un tanto para ellos.

El libro, en trade, es muy manejable, con el tamaño de letra justo para disfrutarlo mucho. Sobre todo los cegatos como yo.

El final, obviamente, me lo ahorro, aunque me ha gustado mucho el manejo de esas últimas páginas. Confieso que en algunas novelas románticas me las leo deprisa, pero no ha sido el caso.

Finalmente, os digo que si vais a él pensando que os vais a reír mucho, olvidadlo porque no es así. Tiene sus puntos, pero no sueltas carcajadas muchas veces. No es Sophie Kinsella.


miércoles, 4 de marzo de 2020

50 AÑOS NO ES NADA



Siempre he dado las gracias  por la fortuna de haber encontrado la manera  de abrir este blog. Fue hace ya una docena de años y, desde entonces, es mi faro. Es la luz que despeja sombras y quien me recuerda quien soy y cómo han sido mis pasos hasta llegar donde estoy.

Han sido un montón de pasos, que he intentado calcular esta mañana, pero ha sido imposible.

El espejo apareció en un momento complicado, varios años después de haber superado a medias un duelo que nunca quise vivir, y desde entonces me salva de las tormentas.

Me ha servido para guardar las cosas buenas que me han pasado (muchas) y para purgar las difíciles, aunque la mayoría de esas se hayan quedado en borradores que nunca publicaré porque son demasiado mías. Sin embargo, verlas escritas era necesario para darme cuenta de que todo, lo bueno y lo malo, solo dura un tiempo y es nuestra capacidad para aceptar deprisa o despacio los cambios lo que nos hace avanzar o no.

En algunas ocasiones, la felicidad ha sido solo un pestañeo y he lamentado que durase tan poquito, pero a la vez ha habido etapas larguísimas en las que lo ha inundado todo. Y con la tristeza ha pasado lo mismo. A  veces han tenido el sabor de lo infinito amarrado bajo la piel, pero, al final, un día te levantas y se ha ido.

Hoy es un día especial, y como todos los días especiales, he buscado mirarme en el espejo, para guardarlo.

A la una y media de la tarde hará 50 años que vine al mundo. No recuerdo nada de ese día (obvio), pero sí tengo retazos de lo que me han contado. De ello, siempre me cuentan que un turno en la fábrica de mi padre, y el que fueran otros tiempos menos permisivos, le impidieron conocer a su niña hasta el día siguiente. Por eso, mañana jueves será también mi cumpleaños, porque él ha sido y será siempre uno de los grandes amores de mi vida. Da igual el tiempo que haga desde que se tuvo que marchar, yo sigo teniéndolo a mi lado, dentro de mí, cada segundo de mi vida. Pienso en él en cada paso que doy y sé, perfectamente, de qué se sentiría orgulloso y por qué se enfadaría hasta el infinito.

Pero sé también, con una certeza que no tengo con nadie más en este mundo, que haga lo que haga, esté bien o mal, al final él siempre me lo perdonará. Porque eso es lo que hacía, corregirme si era necesario, pero no se olvidó ni un solo instante de decirme que me quería. Y de demostrarlo.

No hay muchas personas así en tu vida, quizá es mucha suerte tener solo a una.

Y yo la tuve.

Ojalá siguiera, para soplar hoy o mañana las velas de una tarta abarrotada conmigo, pero siempre puedo recordarlo. Eso no me lo puede arrebatar el tiempo.

lunes, 2 de marzo de 2020

NO DORMIR

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Nunca he sido exquisita en mis peticiones a la vida. Más bien, al contrario, si algo me define es que suelo conformarme con muy poco. Tal vez por eso escribo, porque aprendí a entretener mis días con libros que releía sin descanso y para escribir mis historias solo necesitaba un cuaderno con páginas en blanco y un bolígrafo que pintase. Cosas sencillas con las que no dependo de nadie.

Últimamente, a la vida solo le pido dormir.

Ni lujos, ni compañía, ni complicidad fingida, ni siquiera una cama king size.

Solo pido dormir.

Me conformo con seis horas, pero seguidas, de las que alimentan. Es un lujo para mi alma que mi cuerpo un día me conceda el privilegio de más de tres horas de descanso ininterrumpido.

Hay noches que no toca dormir.

Lo sé porque no encuentro la postura, porque cada vez me pongo más nerviosa. Porque no sé si tengo frío o calor, si me quiero levantar o es mejor abrir el blog y relajarme escribiendo un poco, aunque sea con el móvil. Lo sé porque no funciona un vaso de leche tibia, ni ir al baño, ni contar ovejas y ni inventar el principio de una novela que no escribiré en la vida.

Me conformaría con llegar a la cama y caer rendida todos los días. Que el sueño impidiera  que desconfíe de muchas cosas, que no me hiciera pensar más de lo que ya pienso en todo lo que no debo pensar.

Pero es que soy de no dormir.