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sábado, 14 de septiembre de 2024

CII ORILLAS DEL DUERO: MACHADO Y YO

 

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CII

ORILLAS DEL DUERO

 

¡Primavera soriana, primavera

humilde, como el sueño de un bendito,

de un pobre caminante que durmiera

de cansancio en un páramo infinito!

¡Campillo amarillento,

como tosco sayal de campesina,

pradera de velludo polvoriento

donde pace la escuálida merina!

¡Aquellos diminutos pegujales

de tierra dura y fría,

donde apuntan centenos y trigales

que el pan moreno nos darán un día!

Y otra vez roca y roca, pedregales

desnudos y pelados serrijones,

la tierra de las águilas caudales,

malezas y jarales,

hierbas monteses, zarzas y cambrones.

¡Oh tierra ingrata y fuerte, tierra mía!

¡Castilla, tus decrépitas ciudades!

¡La agria melancolía

que puebla tus sombrías soledades!

 ¡Castilla varonil, adusta tierra.

Castilla del desdén contra la suerte,

Castilla del dolor y de la guerra,

tierra inmortal, Castilla de la muerte!

Era una tarde, cuando el campo huía

del sol, y en el asombro del planeta,

como un globo morado aparecía

la hermosa luna, amada del poeta.

En el cárdeno cielo violeta

alguna clara estrella fulguraba.

El aire ensombrecido

oreaba mis sienes, y acercaba

el murmullo del agua hasta mi oído.

Entre cerros de plomo y de ceniza

manchados de roídos encinares

y entre calvas roquedas de caliza,

iba a embestir los ocho tajamares

del puente el padre río,

que surca de Castilla el yermo frío.

¡Oh Duero, tu agua corre

y correrá mientras las nieves blancas

de enero el sol de mayo

haga fluir por hoces y barrancas,

mientras tengan las sierras su turbante

de nieve y de tormenta,

y brille el olifante

del sol, tras de la nube cenicienta!

¿Y el viejo romancero

fue el sueño de un juglar junto a tu orilla?

¿Acaso como tú y por siempre, Duero,

irá corriendo hacia la mar Castilla?

 

En esta silva, le hablas al Duero, como si en lugar de ser agua que corre fuera un ser vivo. Y lo haces porque así lo sientes, como el señor de este reino condenado, como la columna vertebral de esta áspera tierra. Le preguntas sobre el destino de Castilla, pero no esperas, por supuesto, su respuesta. No porque sea un río y los ríos no respondan al hombre sino cuando se desbordan y reclaman su sitio o cuando se secan y comprometen la sed de las cosechas. No. No esperas su respuesta porque la estás viendo frente a tus ojos.

 

La sientes en cada paseo por sus caminos vacíos y sus ciudades ruinosas. En cada páramo yermo y desabrigado donde apenas crece nada.

 

Castilla, siguiendo la metáfora de Manrique, a la vera de su río, se encamina al mar de su muerte.

 

En tu tiempo.

 

En el mío.

 

Puede tener la esperanza de la primavera más bella, esa que se ansía como alivio entre el duro invierno y el verano más extremo, pero no será suficiente para salvarla de una muerte tan lenta que aún estamos doliéndonos por ella.


(Seguirá)