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sábado, 30 de diciembre de 2017
¿HAS VISTO CÓMO LLUEVEN LAS FLORES? ANA MARÍA DRAGHIA
Sinopsis:
Hay preguntas que solo se pueden contestar olvidando el pasado.
Elsa siempre quiso conseguir tres cosas: ser fotógrafa, ser libre y ser feliz junto a Hugo, su prometido, pero una vez alcanzadas, su pequeño universo va a dar un giro de ciento ochenta grados. Al verse involucrada en un traumático accidente de tráfico en el que le salvará la vida a Jordi Balaguer, un cirujano que acaba entrando en coma, se encontrará unida a su vida de manera irrefrenable. La necesidad de saber quién es y de ayudarle a recuperarse la llevarán a desentrañar una historia que la acompañará hasta el final.
Pese a la crisis personal y profesional en la que se verá a partir de ese momento, la intensidad de los recuerdos y las circunstancias presentes ayudarán a Elsa y a Hugo a preservar su relación durante un breve lapso de tiempo, que se verá truncado cuando, varios meses después del accidente, Elsa se encuentre cara a cara con Jordi. A partir de ese momento, nada volverá a ser como fue.
Mis impresiones:
Este es otro de esos libros que llevaba tiempo viendo que se iba a publicar y lo compré el mismo día que salió. Me gusta cómo escribe Ana Draghia, la descubrí cuando formé parte del jurado del IV Premio Digital HQÑ y su novela Tan nosotros quedó entre las finalistas. Quería saber cómo ha evolucionado como narradora y, sobre todo, me intrigaba cuál era la historia que se escondía detrás de la sinopsis y de este título tan chulo.
El detonante de la historia es un accidente de tráfico. Elsa lo presencia, ve cómo el coche de Jordi, al que no conoce de nada, patina y él pierde el control, acabando en el lago. Ella no lo piensa, sale corriendo y se tira al agua para rescatarlo. Con dificultades lo consigue y eso le salva la vida, pero acaba en coma. Elsa queda tocada por el incidente y solo encuentra paz a su lado, así que se pasará mucho tiempo visitando al enfermo en el hospital, hablándole aunque esté segura de que no puede escucharla.
Pero Elsa no está sola. Hace ocho años que tiene un novio, Hugo, con el que tiene previsto casarse y al que no harán gracia esas visitas, que por más que se esfuerza no logra entender.
Esta es una novela de personajes, de sentimientos, de decisiones que se presentan en momentos de la vida y que, cuando se toman, lo cambian todo. Para mí ha tenido algo que solo son capaces de lograr algunas novelas, y es llevarme a mi propia historia. No digo que me haya pasado nunca lo que a los personajes -nunca he rescatado a nadie de un lago, más que nada porque no sé bucear y ni lo intentaría-, pero sí me he visto en momentos así. Coger un camino significaba dejar otro y, para estar segura, debía encontrar paz y serenidad, la misma que en el fondo esta buscando Elsa.
No puedo contaros mucho más, porque es una de esas historias que es necesario leer. Es sencilla en el planteamiento, pero tiene la complejidad de unos personajes llenos de matices. Ana María Draghia escribe muy bien y estoy segura de que le queda mucho camino por recorrer, que tiene que contarnos todavía muchas historias.
jueves, 28 de diciembre de 2017
LOS LIBROS DE 2017
Hoy voy a hacer una entrada antipática. Tal vez porque está
lloviendo, porque la borrasca Bruno me ha afectado a la cabeza o porque me ha
sentado mal el café. Yo qué sé. Voy a hablar de los libros de 2017... que no he
leído.
Han sido muchos más que los que he leído, me he puesto las
botas a leer fragmentos de las novelas que hay en Amazon y la mayoría me han
parecido prescindibles. Mal escritos, peor puntuados, muy mal estructurados y
sin alma. Pero, eso sí, muy bien posicionados, que por eso los elegí.
Por eso y por tener una bonita portada, pero no me los leí.
Pero bueno, es cosa mía, que al parecer soy una elitista y
muy antigua, porque sigo creyendo en las buenas historias contadas con cabeza,
en la ortografía correcta y todas esas cosas que son minucias para la gente de
hoy, esos que ponen escritor en su perfil y luego escriben en sus post: "q
buen día ace" y se quedan tan anchos.
No solo he dejado esos libros sin leer, aún sigo dándole vueltas a otro, El cuento de la criada, que sí leeré aunque me cueste meter diez o doce en medio (sigo insistiendo en que es buenísimo, pero no le viene nada bien a mi estado de ánimo). También he dejado este que sostengo en mi mano, el de la foto:
Y aquí toca que la gente se eche las manos a la cabeza y
piensen que, definitivamente, mi café tenía algún tipo de alucinógeno o
sustancia alteradora de la conciencia que me ha dejado más trastornada de lo
que estoy.
Pues no.
Estoy perfectamente, incluso el café lo tengo en la taza
(frío).
No lo he leído por dos razones. La primera y la más poderosa
es que no me da la gana de leerlo ahora. Porque no, porque ya me lo leeré
dentro de cuatro, cinco o seis años, cuando ya de igual si el libro es leído o
no. Cuando, con mucha probabilidad, nadie se acuerde de qué era lo que pasaba
en esta novela. La segunda, que he acabado hasta el último pelo de la cabeza de
ver esta novela en Twitter. Con todo el tema de Cataluña me puse las botas
silenciando perfiles. ¿Hay necesidad de estar todo el día de mal humor? Yo,
desde luego, con la mierda de año personal que he tenido, lo último que me
importa es esto, así que me acabé quedando casi en exclusiva con blogs y
editoriales.
Y aquí llegó el problema.
Todo el mundo, durante un tiempo, tuiteaba la novela y sus
frases hasta una saciedad desesperante. Como si no existieran más libros en el planeta Tierra. Como si se acabase el mundo si tú no lo leías a la vez que los demás. Acabé del libro y de las reseñas del
libro más que harta.
"¿Y por qué lo tienes?"
Esa pregunta me la hacéis vosotros. Pues lo tengo porque a
otra persona le tocó en uno de los infinitos sorteos que se hicieron de la
novela, firmado por el autor y como ya lo tenía, me lo regaló. Yo se lo
agradezco, pero no me lo voy a leer. Me niego hasta que se me haya olvidado
todo. Hasta que el libro me provoque atracción, algo que después de tanto martirio
ya no me produce.
Y con respecto a los libros que me han gustado este año,
están en el blog. Hay alguno más, que no me ha dado tiempo a reseñar por
aquello de que este año está entre los peores que recuerdo, pero no muchos. Mi
libro de este año, por supuesto, es Entre puntos suspensivos, pero no lo es de
nadie más.
Cosas que pasan los años impares.
miércoles, 27 de diciembre de 2017
CINCO MINUTOS DE EMPATÍA
Trescientos segundos en los que cabe un mundo entero.
Un estoy contigo.
Un te entiendo.
Un te ofrezco mi mano.
Un vamos a reírnos juntos.
Un abrazo.
Un ya habrá otra ocasión.
Un no importa.
Un ellos se lo pierden.
Un tú vales mucho.
Un beso largo.
Un beso de abuela con ritmo de ametralladora.
Un roce en la mejilla para espantar una lágrima.
Un yo te sostengo.
Un tienes derecho a sentirte mal.
Un no importa que seas frágil.
Un me tienes a tu lado.
Un vamos a buscar otro camino.
Todo eso y más cabe en cinco minutos de empatía.
Parece más fácil de lo que es.
miércoles, 13 de diciembre de 2017
MIENTRAS ENCUENTRO UN FINAL
Tengo que terminar una novela.
No me va la vida en ello y no tengo un plazo (es algo que me impuse cuando empecé en esto, que no fuera algo que me consumiera el alma el escribir, sino que me diera la vida). Así que, mientras encuentro la manera para que las piezas de mi puzle encajen a la perfección para conducirme al final que quiero, me entretengo en otros proyectos.
No sé estar mano sobre mano.
Ahora, por ejemplo, tengo apenas una hora libre entre tarea y tarea. Es poco tiempo para ponerme a escribir un relato que tengo pendiente de entregar.Además, a mi alrededor no hay silencio, hay un televisor encendido y gente manteniendo una conversación, así que centrarme para escribir me cuesta un poco. Como quieta no puedo parar, como tengo que hacer algo, que me ha dado por hacer...
¡manualidades navideñas!
Como si no tuviera una caja petada de adornos, este año he optado por renovar por completo la decoración, pero con una premisa: no gastar dinero en ello. Nada o casi nada. Os muestro lo que me ha salido.
El primero es un arbolito de deseos, hecho de papel y cartón, que no pesa casi nada, y para el que no vendría mal una estrella, ahora que me fijo. Igual mañana, si me sobra un rato, busco alguna para inspirarme y la hago. Este árbol lo encontré hecho de madera, pero además de que era pesado, ¿cómo iba a encontrar maderas por mi casa? Así que no me vine abajo, revolví en la bolsa del reciclaje de papel y encontré la caja de un rollo de papel aluminio y otra de un fluorescente que se fundió el otro día. Con papel marrón de envolver los paquetes en los que mando los libros forré cada una de las láminas que componen el árbol, de 5 cm de anchas y cada una 4 cm más grande que la que tiene encima. Las palabras que llevan pegadas con cola blanca, algunas las hice en folios y las recorté, otras las cogí de revistas y las últimas las imprimí.
No me va la vida en ello y no tengo un plazo (es algo que me impuse cuando empecé en esto, que no fuera algo que me consumiera el alma el escribir, sino que me diera la vida). Así que, mientras encuentro la manera para que las piezas de mi puzle encajen a la perfección para conducirme al final que quiero, me entretengo en otros proyectos.
No sé estar mano sobre mano.
Ahora, por ejemplo, tengo apenas una hora libre entre tarea y tarea. Es poco tiempo para ponerme a escribir un relato que tengo pendiente de entregar.Además, a mi alrededor no hay silencio, hay un televisor encendido y gente manteniendo una conversación, así que centrarme para escribir me cuesta un poco. Como quieta no puedo parar, como tengo que hacer algo, que me ha dado por hacer...
¡manualidades navideñas!
Como si no tuviera una caja petada de adornos, este año he optado por renovar por completo la decoración, pero con una premisa: no gastar dinero en ello. Nada o casi nada. Os muestro lo que me ha salido.
El primero es un arbolito de deseos, hecho de papel y cartón, que no pesa casi nada, y para el que no vendría mal una estrella, ahora que me fijo. Igual mañana, si me sobra un rato, busco alguna para inspirarme y la hago. Este árbol lo encontré hecho de madera, pero además de que era pesado, ¿cómo iba a encontrar maderas por mi casa? Así que no me vine abajo, revolví en la bolsa del reciclaje de papel y encontré la caja de un rollo de papel aluminio y otra de un fluorescente que se fundió el otro día. Con papel marrón de envolver los paquetes en los que mando los libros forré cada una de las láminas que componen el árbol, de 5 cm de anchas y cada una 4 cm más grande que la que tiene encima. Las palabras que llevan pegadas con cola blanca, algunas las hice en folios y las recorté, otras las cogí de revistas y las últimas las imprimí.
Luego, ya que tengo una pistola de silicona (tengo un vicio con este trasto terrible) hice otro árbol todavía más sencillo. Creo que hice el árbol para tener una excusa para sacarla. Uní tres trozos de una caja de cartón para formar un triángulo. Miden 10 cm de ancho. El largo no lo sé, en realidad era lo que daba la caja. En la parte superior puse un trozo de cartón doblado porque así era mucho más sencillo pegarlas la una con la otra, como si fuera una bisagra.
En el espacio que queda entre los tres trozos de cartón, metí las bolas que hice hace unas semanas con unos globos de agua e hilo de colores mojado en una mezcla de agua y cola blanca (y las pegué con la pistola de silicona, por supuesto). Como tenía un montón, con cuatro hice un centro, que es el que está a la izquierda. En la base puse unas flores monísimas hechas con rollos de papel higiénico (pegadas con la pistola de marras) y encima está lo único que no es artesanal de esta mesa: un cuenco donde he puesto una vela.
No es una vela de verdad, es un led que simula una vela, me da terror dejar velas encendidas.
El muñeco de nieve que hay al lado también es artesanal, antes era un calcetín, pero tengo que decir que este no lo he hecho yo, lo tengo desde el año pasado que fue cuando me lo regalaron.
Después de colocar todo esto en la entrada de casa, me he dado cuenta de que quizá le haría falta poner unas luces. El problema es que en la entrada no hay ni un solo enchufe, pero ahí ha llegado mi hermana al rescate, cuando le he mandado la foto presumiendo de mis arbolitos, para decirme que podía poner de esas luces que llevan pilas. ¡Claro! Las que tengo en mi habitación. La pega es que tienen forma de rosas y no son muy navideñas, pero es igual.
Después de hacer esta foto he estado como un cuarto de hora colocando las luces para ver cómo quedaban mejor, pero es que son muy grandes para ponerlas donde quiero. Sé que hay otras luces por casa, tal vez si logro recordar dónde están, pueda quedar mejor mañana. Además, las tendré que quitar cuando coloque esa estrella que me falta y las colocaré con un poco más de arte.
Espero.
Esto es en lo que me entretengo mientras le encuentro un final a la novela. Ya me apetece, tengo ganas de contaros esta historia.
viernes, 8 de diciembre de 2017
LA CURVA DE LA AMISTAD
Existe una curva imaginaria que dibuja la amistad. Fue una de las miles de cosas que me enseñó mi padre, que la amistad se podía trasladar a una gráfica, aunque parezca paradójico en algo que es abstracto, intangible e imposible de dibujar.
Me dijo que la amistad empieza a trazar una curva ascendente en cuanto se pone en marcha. A veces circula despacio, otras va más rápido, pero siempre alcanza un máximo que coincide con la primera crisis.
Todas las amistades tienen una crisis.
En ese momento, la curva inicia un descenso en picado y a veces se va a cero. Eso que creíamos maravilloso, desaparece, quizá para dejar paso a otra curva, a otra persona, a otra amistad. Acumulamos gráficas en nuestro haber de la vida, más o menos en función de nuestra personalidad.
Le pregunté qué tenía que decirme de los amigos que conservamos para siempre.
Me contestó lo típico, que son dos o tres y que son tan especiales que tienen una curva diferente.
Me lo explicó.
Con ellos, la crisis es inevitable, pero si la amistad es verdadera, después de caerse, remonta y traza una especie de línea recta. Algunas más arriba, otras más abajo, pero es una línea que ya nunca decae. Has conocido a la persona y, a pesar de sus defectos, la aprecias, la aceptas, la quieres como es y no se va. Se mantiene en esa constante que a veces es tan especial que no hace falta alimentarla. Sigue ahí, a pesar de que haya tiempos de pausa, momentos en los que no te veas.
Yo tengo amigos así.
Uno, desde el primer día de colegio.
Se llama Víctor. Hoy me apetecía hablar con él y le he llamado. Y ha sido igual que siempre.
miércoles, 29 de noviembre de 2017
10 RAZONES PARA RELEER MATAR A UN RUISEÑOR DE HARPER LEE
1.- Porque es de esas pocas novelas que admiten ser leídas varias veces en la vida. Vuelves a ella y la disfrutas, y si hace mucho tiempo desde la primera vez, muchísimo más.
2.- Porque contiene frases inolvidables.
"Disparad a todos los arrendajos azules que queráis, si podéis acertarles, pero recordad que es un pecado matar a un ruiseñor."
4.- Porque sigo pensando que Atticus Finch es maravilloso. Como hombre y como padre.
5.- Porque solo una niña como Scout, vestida como un niño y desde la inocencia inteligente, sería capaz de contar así esta historia.
6.- Porque pone el foco en la delgadísima línea que separa lo justo de lo que no lo es. Y te obliga a pararte a pensar.
7.- Porque tiene un delicado sentido del humor.
8.- Porque los diálogos caracterizan a la perfección a cada personaje. Podemos escuchar las bravuconerías de Jem, las dudas de Scout, la excesiva imaginación de Dill, la cordura lúcida de Atticus... Incluso no escuchamos a Boo y eso también nos hace oír un poco a este niño grande que lleva toda la vida encerrado. Y a la tía Alexandra, a la señorita Maudie, a Calpurnia...
9.- Porque el círculo que empieza a trazarse en la primera frase se completa al llegar al final. Probad a volver a empezar, descubriréis de qué estoy hablando. Es de esas novelas en las que el puzle encaja a la perfección.
10.- Porque al cerrarla es posible que empieces a sentir nostalgia.
Se me ocurre que puede ser un regalo muy especial para esta Navidad, para alguien enamorado de los libros. Para quien me pregunta siempre, una nota: tiene un tamaño de letra muy bueno.
lunes, 27 de noviembre de 2017
UN VIAJE DE IDA Y VUELTA
Sentado en el vagón de vuelta a casa, no puedo dejar de pensar en este tiempo contigo. Es curioso que algo que me ha hecho sentir tan profundamente no sea capaz de precisar cuándo empezó. No hubo violines sonando en mis oídos. No sentí que una flecha atravesara mi pecho y me fulminara, dejando mi pobre cuerpo rendido a tus pies. No tuvimos una primera cita memorable.
No.
Solo fuimos dos almas que se vieron sin verse una tarde de diciembre y se fueron aprendiendo poco a poco. Día a día, como la lenta gota de agua que erosiona la roca, tú fuiste arañando mi corazón hasta hacerte un hueco en él. Casi sin que me diera cuenta. Un día, sencillamente estabas y yo ya no sabía avanzar sin ti. Te empecé a necesitar, como se necesita el camino para dejar que tus pasos dibujen un futuro. Eras la cama en la que descansaba, la mesa que saciaba mi hambre y la música que ponía en mi alma farolillos de colores, fingiendo que siempre era fiesta. Hicimos juntos ese viaje. Dos manos entrelazadas, dos corazones distintos que se completaban. Uno más uno, uno solo, haciendo que las matemáticas fallasen estrepitosamente.
Que curioso es el tiempo cuando amas. Se contrae y fluye rápido, los días se acortan, se escapan de entre los dedos aunque en tu interior reine el verano de días eternos. Esa ida alegre tiene el sonido de tu risa, los te quiero a media voz, los juegos locos que solo pretendían prender un brillo de felicidad en tus ojos porque su reflejo me hacía también feliz a mí.
Luego llegó el invierno.
A él sí que lo noté, porque el frío me pilló desprevenido. Te había dado mi abrigo y, aquella tarde, me quedé desnudo frente a ti. Tirité por dentro, desarmado, herido por el hielo de unas palabras que no esperaba. Hice lo que se hace con el invierno, combatir con fuego su gélido aliento. Poco a poco pasaron esos días infelices.
Y volví a creer que regresaría el brillo de tu mirada, las risas y los te quiero susurrados.
Solo fue un vago espejismo, la vuelta estaba en marcha, yo ya estaba rumbo a este vagón donde hago el viaje de vuelta solo. Derrotado. Vencido. Ahora los días cortos se hacen tan largos que prefiero cerrar los ojos y no pensar. No quiero ver la luz porque me recuerda otro tiempo, una historia que nunca quise que terminara, pero que tengo que aprender a aceptar que ya pasó.
Que ya estoy de vuelta de ese viaje.
Relato publicado en El Adelantado de Segovia.
martes, 21 de noviembre de 2017
NOVELAS 2.0
Las novelas 2.0, esas que han surgido a la par que se ha ido desarrollando el mundo de los libros digitales y la difusión del ebook son en extremo exigentes para el autor.
Pensadlo.
Raras son las que no traen adosada una playlist en Spotify -¿qué sería de una novela sin su banda sonora?-, las que no se presentan con montones de fanArts poblados de caras guapas conocidas que incrementan su atractivo y booktrailers impresionantes que nos venden los textos como si de una producción de Hollywood se tratase. Luego está, para apoyarlas, el marketing online, las estrategias de posicionamiento del libro que el autor tiene que dominar -metadatos y demás jerga específica- o, en el caso de que se sienta torpe, dejar en manos de un community manager experto. Y ya, si lo que se quiere es internacionalizar del todo el proyecto, conviene no publicar con el nombre que te puso tu madre, sino elegir un seudónimo en inglés para abrirse puertas y vender en otros mercados, que como esto de internet es global no hay que perder ninguna oportunidad.
Acabo extenuada de tanto extranjerismo y de tanta tontería, y eso que solo he estado pensando en lo que exige la planificación de este tipo de novela, sin ni siquiera empezar a escribirla.
Yo creía que escribir era otra cosa. Pensaba que se trataba de contar la mitad de una historia y, cuando alguien al final la leyera, si es que teníamos suerte de ser leídos, la terminaría en su mente. Virgen de nuestras decisiones, tomando las suyas porque, al final, el lector es la otra mitad del proceso creativo y ¿quién es el autor para quitarle ese papel dándoselo todo hecho?
¡Qué tiempos más extraños y más románticos los de las novelas analógicas! Qué extraño fenómeno el de dejar al lector la libertad absoluta de imaginar y al escritor tiempo para idear la trama, para pensar, como Juan Ramón, en el nombre exacto de las cosas. Para construir universos en el ese raro mundo de la fantasía compartida por dos extraños el que se entraba cuando abrías las páginas de un libro.
¡Qué tiempos cuando el fondo y la forma eran un todo de palabras e ideas y no un barullo de estrategias de venta y de caras guapas que lo único que hacen es desviar la atención de lo importante!
Como sigo teniendo imaginación, me ha dado por pensar en Clarín preparando un fanArt para la publicación de La Regenta. He visto al pobre hombre dando vueltas por Google, intentando decidir si para el papel de su Ana Ozores era mejor la imagen de Blanca Padilla o la de Lucía López, pegándose con el Photoshop para probar con cuál filtro queda mejor el cielo de Vetusta. Incluso me lo he podido imaginar dando vueltas con su teléfono móvil por Oviedo, intentando captar las mejores imágenes de la catedral con las que ilustrar el principio del booktrailer.
Empezaría, seguramente, con un primer plano del edificio y un texto que recorrería la imagen, el principio perfecto de su novela:
"La heroica ciudad dormía la siesta..."
Luego he despertado de mi ensoñación y me he acordado de que don Leopoldo, además de ser un crítico literario feroz -que moriría de un patatús viendo lo que se publica en muchos casos hoy en día- era un hombre serio y muy cabal, seguro que todo esto de los fanArts y de las gilipolleces en las que se ha metido la literatura en los últimos tiempos se habría tirado de los pelos.
O habría despotricado contra la estupidez que nos rodea.
Parece que ya no importan las palabras, que lo importante ahora es lo accesorio y que las figuras literarias han tenido que ceder el paso a las de la pasarela porque una buena metáfora vende menos que una cara guapa pasado por un filtro de Instagram y una frase trillada, pero chula, expuesta en el escaparate de nuestras redes sociales.
Echo de menos otros tiempos, tal vez, solo tal vez, porque me estoy haciendo mayor...
sábado, 18 de noviembre de 2017
HAMBRE DE PALABRAS
Llevo semanas cocinando en mi ordenador platos de los que requieren mimo, pero este fin de semana lo he dejado de lado, me he dado permiso para preparar hamburguesas de pollo. Y tazones de chocolate. Incluso he metido mano a un bote de leche condensada y lo he dejado tiritando. Ya que estaba, me he concedido el capricho de un bocadillo de mortadela con aceitunas. Y unos pepinillos en vinagre, así, a lo bruto, sin ponerles encima ni una anchoa, ni nada que los haga más especiales.
Habré engordado seguro dos kilos, pero no me pienso pesar para averiguarlo.
Sí, este blog sigue siendo de literatura, y si estoy cocinando dentro del ordenador es porque de lo que hablo es de palabras.
Llevo desde 2014 escribiendo una novela. No todos los días, a mi ritmo de tecleo seguro que llevaría ya diez mil páginas. La empecé después de La chica de las fotos, pensé que me quedaba grande y la dejé, volví a ella al cabo de unos meses, hice una pausa y en ella escribí Entre puntos suspensivos. Volví, me atasqué y la dejé, empezando dos o tres novelas. Incluso una la acabé. Escribí relatos de veinte páginas. Terminé de rematar otra novela que siempre estaba a medias.
Y luego dejé de escribir durante meses.
Problemas personales me impidieron poner una coma en su sitio y no ha sido hasta octubre que he vuelto a teclear. Y lo he hecho tan exigente conmigo misma, a lo mejor por la pausa esta tan grande, que me he esmerado en cada párrafo como si estuviera preparando un plato de alta cocina. No sé si porque me lo debo, no sé si porque me ha decepcionado mucha gente en estos meses y no me puedo permitir ni una arruga en el texto. El caso es que todo ha ido lento, medido, cuidado.
Tan lento, tan medido, tan cuidado, que me he vuelto a atascar.
El caso es que desde hace unos días tengo ese proyecto en pausa, pero tenía muchas ganas de escribir. Hambre de palabras, necesidad de darme un atracón de lo que fuera. ¿Hamburguesas? ¿Chocolate? ¿Patatas fritas? Daba lo mismo. El caso era escribir.
Abrí uno de esos archivos que no conducen a ninguna parte, donde tú sabes que has perdido el rumbo y que un día tendrás que borrar porque no están en ese nivel que te pides a ti misma. Pero tienes muchas ganas de escribir, estás hambrienta.
Y te lo permites.
Hasta ahora mismo he escrito alrededor de mil palabras. Dos días. Un montón de tonterías que probablemente no releeré hasta dentro de un tiempo. Y, cuando lo haga, quién sabe si la historia no me parecerá tan tonta, quién sabe si no me dedicaré en cuerpo y alma a cada párrafo, como hago con esa otra novela.
No lo sé, ni me importa. Solo tengo hambre de palabras y me voy a dar el capricho.
Porque puedo.
viernes, 17 de noviembre de 2017
UNA VIDA EN PARÍS DE ERIKA FIORUCCI
Sinopsis:
El amor algunas veces te golpea como un rayo y otras te consume poco a poco sin que ni siquiera te des cuenta.
Sergei Petrov, también conocido como “el chico malo del ballet”, vive su autoimpuesto exilio en París tratando de mantenerse alejado de sus vicios: el alcohol, las fiestas y las mujeres. Sin embargo, el nuevo comienzo que había planeado para su vida está resultando de lo más decepcionante: está solo y aburrido. Algo falta en su vida y se pregunta si no estaba mejor siendo el divo problemático, amado por las mujeres y perseguido por periodistas.
Es entonces cuando conocerá a Gabrielle, una misteriosa mujer que sale de la nada cuando más la necesita para luego desaparecer con la misma facilidad. Parece ser su complemento perfecto: es hermosa, un poco loca y completamente desinhibida. En fin, Sergei Petrov en versión femenina.
Sin embargo, lo que queremos no es siempre lo que necesitamos y Sergei está a punto de descubrir que su corazón sabe la diferencia.
Mis impresiones:
Sergei Petrov es una estrella del ballet, pero también es el rey de los excesos, de las fiestas, los escándalos y un hombre deseado por las mujeres. Cuando arranca la trama, lleva en París unos meses, intentando recuperarse de esa vida que en el pasado no le ha traído nada más que disgustos, manteniéndose solo y sobrio. Le está costando, pero la deriva de su vida necesitaba frenarla y entender que es algo más que ese personaje en el que se ha convertido.
Una noche, en una fiesta que dan en su honor, conoce a una mujer con un cuerpo fascinante. Se llama Gabrielle y es mordaz y seductora. Sergei se deja llevar, agarra una copa y acaba siguiéndola, pasando la noche en su casa con ella. Al despertar, aparece otro tipo y sus recuerdos son tan confusos por la cantidad de alcohol que lleva su cuerpo que no es capaz de reconstruir qué fue lo que pasó.
Por eso, acude con resaca al trabajo. Intentando disimular su falta de coordinación al bailar, le echa la culpa a la pianista, la seria y educada Siena Planchard, a la que acusa de ser mediocre y de no seguir el tempo. A ella le retiran las horas que trabaja con él, estaría de más, él es el divo, la estrella al que escuchan a pesar de que sea obvio que ha llegado al trabajo en malas condiciones.
Sin embargo, todos esos meses de abstinencia y soledad en París han hecho efecto en él y algo se conmueve en su interior. Sergei se siente culpable por haber dejado a Siena sin parte de su sueldo, y más cuando se entera de que ella es su vecina y que fue quien recomendó el apartamento donde vive. La busca para disculparse y, desde ese primer instante en el que se encuentran, la química entre los dos se pone en marcha, aunque al principio sea un tanto explosiva. Porque a Siena, Sergei no le gusta demasiado...
Sé que parece que os he contado mucho para mi costumbre, pero tranquilos, solo son las primeras páginas, ese diez por ciento que podéis leer en Amazon.
Me han gustado mucho los personajes de esta novela, sobre todo Sergei. Me parece que tiene un sentido del humor extraordinario, que las conversaciones con Siena tienen ese punto que en literatura romántica funciona tan bien y que la historia de segundas oportunidades que nos cuenta Erika es muy bonita, una historia que tiene un tercer vértice, que es Andrea, la hija de Siena.
En cuanto a los personajes secundarios, quizá la más interesante para mí haya sido Gabrielle. Es una especie de ángel tatuador de bondad que viste con cuero y tacones de los que machacan los dedos de los pies. Su objetivo en la novela es empujar a Sergei a buscar la felicidad en las cosas sencillas de la vida y la verdad es que acaba consiguiéndolo.
A Bernard Duserre, el mejor amigo de Gabrielle, no he acabado de cogerle el punto, creo que es el único personaje que no me ha terminado de llegar. Es un niño rico excéntrico, pero no puedo contar mucho más sin llenar esto de spoilers gordísimos.
Los personajes de Una vida en París vienen de otra de las novelas de Erika, pero dejadme que no os diga que he leído sin tener referencias de su predecesora. Sabía que existía, de hecho en la novela se hace alusión a escenas que es probable que pertenezcan a ella y la he disfrutado sin echar de menos ninguna información.
Tengo curiosidad, pero no siento que a Una vida en París le falte nada para que la experiencia lectora sea completa. Y tan completa, me duró apenas 24 horas y tiene casi 300 páginas en papel.
Tengo curiosidad, pero no siento que a Una vida en París le falte nada para que la experiencia lectora sea completa. Y tan completa, me duró apenas 24 horas y tiene casi 300 páginas en papel.
Digo esto porque a veces nos pasamos de cautos cuando unas historias derivan de una anterior. Aunque el autor nos diga por activa y por pasiva que se ha esforzado en que no haga falta leer la otra novela, muchas veces tendemos a no creerlo. Algunas, con razón. Pero no es este caso, esta vez se puede disfrutar.
No es la primera vez que leo a Erika Fiorucci y tengo que decir que probablemente, casi con toda seguridad, no será la última. Las dos veces sus libros me han durado un suspiro, me gusta cómo cuenta las historias y los personajes que crea y es de esas autoras que te hacen darte cuenta de que tenemos un excelente plantel de autoras escribiendo en español, reunidas bajo el sello de HQÑ a las que no hay que perder de vista. Erika es periodista, venezolana, y fue finalista en el Primer certamen digital de HQÑ con Cuatro días en Londres.
Por cierto, la otra novela que leí fue Pregúntame mañana, y no esta reseñada en el blog porque la leí en un momento en el que no podía hablar de ella, cuando fui jurado en el IV certámen HQÑ. Tenía que guardar el secreto hasta que se fallara el premio y, como siempre me acaba pasando cuando no hago una reseña de inmediato, la vida me arrastró hasta otras cosas, dije que la volvería a leer, pero no he tenido tiempo. También os la recomiendo, a mí me encantó.
Por cierto, la otra novela que leí fue Pregúntame mañana, y no esta reseñada en el blog porque la leí en un momento en el que no podía hablar de ella, cuando fui jurado en el IV certámen HQÑ. Tenía que guardar el secreto hasta que se fallara el premio y, como siempre me acaba pasando cuando no hago una reseña de inmediato, la vida me arrastró hasta otras cosas, dije que la volvería a leer, pero no he tenido tiempo. También os la recomiendo, a mí me encantó.
miércoles, 15 de noviembre de 2017
¿ES NECESARIA UNA WEB DE ESCRITOR?
Estaba dando un paseo con mi perro esta tarde, cuando he recordado que tengo una web de autora.
Como lo oís, hasta yo me he sorprendido cuando me he acordado.
Tiene fotos en las que salgo guapa -porque solo puse aquellas en las que salí bien-, todos mis libros, unos cuantos relatos que regalo desde ella, sus pestañas, mi biografía... o eso creo, porque por ella no paso ni yo. De hecho, no entraba nadie y por eso dejé de pensar en ella.
¿A qué viene todo esto? Pues a que no paro de leer por todas partes que si quiero dedicarme de verdad, en serio, con toda mi energía, con toda la profesionalidad del mundo a esto de la escritura, tengo que tener una web de escritora. Un blog está bien para el principio, pero lo profesional es tener una web. Casi antes de publicar el primer libro.
Te da una pátina respetable de persona seria, que un blog, por supuesto, no te otorga. La web es como llevar zapatos de tacón, mientras que el blog es... vivir en zapatillas.
Madre mía. Ya llevo ocho libros, tres de ellos con editorial (Ediciones B y HarperCollins Ibérica) y no me gusta tener una web. Sigo, sin embargo, tan feliz aquí, en mi espejo, atravesándolo sin ton ni son, dando bandazos de un tema a otro sin orden ni concierto -lo mismo reseño un libro como reflejo un pensamiento o hago la crónica de un evento literario.
Nunca voy a ser una escritora seria.
Toda esperanza está perdida.
Bueno, tal vez nunca logre ser una escritora, porque para mí esta palabra, cuando la leo, me conduce el pensamiento a personas como Unamuno, Valle-Inclán, Machado, Baroja, Galdós, Pardo Bazán... y a esos no hay quien se acerque ni en los sueños más especiales. Y tampoco a los Follet o a los Pérez-Reverte, por ser más actual y más mercantilista, que estos venden libros a patadas. Yo no sé ser escritora de estos tiempos. Soy un desastre con el marketing, me interesa mucho menos que la ortografía. Cuando me hablan de posicionamiento web se me abre mucho la boca, desde luego no me despierta tanto interés como estudiar a una generación literaria y prefiero pararme a planificar historias para escribirlas que trazar estrategias de venta.
Lo llevo claro.
Y a todo esto, he venido aquí a ver si conseguía responderme a la pregunta que titula la entrada, y no he llegado a ninguna conclusión.
¿Vosotros creéis que hace falta?
lunes, 13 de noviembre de 2017
LA LIBRERÍA DEL SEÑOR LIVINGSTONE DE MÓNICA GUTIÉRREZ
Sinopsis editorial:
Agnes Marti es una arqueóloga en paro que se ha mudado a Londres en busca de una oportunidad laboral. Una tarde, desanimada y triste por su poco éxito profesional, tropieza en el corazón del barrio del Temple con el pomo de una puerta en forma de pluma, el sonido de unas lúgubres campanillas y el hermoso rótulo azul de Moonlight Books. La librería, regentada con encantador ceño fruncido por Edward Livingstone, debe su nombre a un espectacular techo de cristal que permite contemplar la luna y las estrellas en las noches despejadas. Intrigada por la personalidad y el sentido del humor del señor Livingstone, Agnes decide aceptar la oferta de convertirse en ayudante del librero mientras continúa su búsqueda de trabajo. El té de la tarde en el rincón de los románticos, las visitas de Mr. Magoo, las conversaciones con la bella editora de Edward, las cenas junto a la chimenea del Darkness and Shadow y la buena lectura convencerán a Agnes de que la felicidad está en los pequeños detalles cotidianos. Pero aunque Moonlight Books podría parecer un oasis de paz en el acelerado Londres, las extrañas campanillas de su puerta daran paso a los sucesos más inesperados: una noche de tormenta, el inspector John Lockwood...
Una comedia muy feelgood, con un toque Wodehouse irresistible.
Mi sinopsis:
Existe una librería en el Temple londinense, de suelos de madera, escalera de caracol y un impresionante techo de cristal desde el que se pueden contemplar la luna y las estrellas en las noches sin nubes. Admite escritores residentes, niños abandonados con nombre de huérfanos literarios, editoras arruinadas y enamoradas, ancianos sastres, jóvenes arqueólogas exiliadas y policías poco cuidadosos con las campanillas de la puerta. Al frente de ella está el señor Livingstone, un librero con aire decimonónico que finge tener mal carácter. De todos es sabido que en Moonlight Books eso es imposible. En este extraordinario oasis de paz solo hay sitio para que las buenas gentes encuentren feelgood porque, ¿de qué otro modo podría compensarse a los lectores por todos los problemas y las malas noticias con las que lidian a diario fuera de los libros?
Mis impresiones:
Todos los que atravesáis el espejo sabéis que no suelo rehacer las sinopsis de las novelas. Hoy, sin embargo, me salto esa premisa porque la novela la ha escrito Mónica Gutiérrez. Es mi pequeño homenaje a lo que ella hace en su blog (espero haber estado a la altura), que siempre escribe una nueva sinopsis de las novelas, algunas mucho mejores que las originales. Pero también lo hago por otra razón: creo que la librería es la verdadera protagonista de esta novela y me apetecía centrar el foco en ella más que personalizarla en cualquiera de sus maravillosos personajes. Son todos protagonistas en su momento, en sus escenas, pero quien realmente destaca en sus páginas es ese espacio mágico que se esconde entre las estanterías de Moonlight Books.
Hace un par de años leí una antología: La librería a la vuelta de la esquina. En ella, un montón de autores se reunían para hacer un homenaje a las librerías, ese sitio tan mágico para lectores y escritores. Una de las librerías que aparecía, creada por Mónica Gutiérrez, era Moonlight Books. En cuanto me sumergí en su cuento, El té de los viernes en Moonlight Books, y sonaron las campanillas de la puerta me sentí dentro de ese mundo único que es capaz de crear Mónica con sus palabras.
Recuerdo que me dio mucha pena que ese relato se acabase tan pronto y le dije una cosa: "Esta librería se merecería una novela". Bueno, no sé si fui así de literal, pero estoy segura de que lo hablamos. Por eso, al ver el libro, sonreí. Cuando volví a entrar hace unos días a Moonlight Books e hice sonar las campanillas (antes de que se las cargase John), me sentí muy feliz. Lo había hecho, al final Mónica había escrito una historia para la librería. Tenía algo que contarme que transcurría bajo esa cúpula desde la que se pueden ver las estrellas en noches despejadas, a la que se llega por la escalera de caracol, acariciando la barandilla de madera pulida...
(Suspiro)
¿Os he dicho alguna vez que mola mucho tener amigas escritoras? Son capaces de hacerte feliz sin ni siquiera estar cerca de ti. Estoy segura de que no fui la única que se lo pidió, ni siquiera fui la primera, pero no quiero que nadie me saque de mi error. Quiero creer que me hizo caso y que este libro está aquí, aunque sea un poquito, porque cerré los ojos y pedí un deseo a una de esas estrellas fugaces que se pueden ver desde Moonlight Books surcando el cielo del Temple londinense (y quizá contó algo que se lo dijera en un mensaje).
(Aprovecho para decirle a cualquier otra amiga escritora que tenga, que le haya pedido que escriba una historia, que sigo esperando. A los escritores no se lo digo porque no me hacen ni puñetero caso, son más suyos.)
¿Qué vais a encontrar en esta novela?
Muchas cosas. La primera, una maravillosa ambientación de esa librería que debería existir de verdad. Y Londres, con la lluvia como telón de fondo, que se convierte en un personaje más. La ciudad posee unas condiciones climatológicas únicas para que Mónica, una enamorada del invierno, la traslade a su novela y a nosotros nos transporte a ella. Serán constantes las referencias a sus barrios, monumentos, parques y callejuelas, haciéndonos sentir como si paseáramos por la ciudad.
Por otro lado, son muchas citas literarias insertadas en la narración, muchos giños para lectores que me han hecho sonreír. Es muy interesante cómo ha sabido insertarlos en los diálogos y cómo es capaz, sin ser inglesa, de transmitir ese humor tan peculiar que tienen los británicos. Esta novela es literaria por todas partes, por cómo está escrita y por ese mundo de los libros que a los apasionados de las citas literarias, como lo soy yo, no se nos escapan.
¿ Y los personajes? Ya os he dicho algo al principio. Supongo que lo típico en otros géneros, en el feelgood no tiene importancia. Nos importan sus pequeñas historias, su día a día más que una gran historia sorprendente. No hay un foco único, un personaje al que persiga cada palabra de la trama y que destaque por encima de los demás. El señor Livingstone es quizá el que está mejor retratado, es el dueño y parte de la librería, y de su carácter gruñón sabemos porque lo nominan a un premio, porque en realidad, cuando lo conocemos, es imposible no quererlo. Pero sucede lo mismo con Sioban, incluso no podemos odiar del todo a la madre de Oliver, la señora Twist, por mucho que deje a su pequeño, que sueña con ser astrónomo, todas las tardes abandonado en la librería.
El protagonismo se lo da la sinopsis a Agnes Martí, una barcelonesa, arqueóloga en paro que acaba en Moonlight Books por aquellas cosas del destino. Y también a John, un atractivo policía que investigará la desaparición del diario del doctor Livingstone. Incluso la señora Dresden, que llega cada lunes renegando del libro que compró el lunes anterior, o el sastre que recuerda a Mister Magoo hasta en la manera de hablar.
¿La recomendaré? Ya lo he hecho. Porque siempre hay momentos en los que apetece apretar un libro contra el pecho y suspirar pensando en lo hermoso que es lo que nos cuenta, porque es necesario perderse en una escritura que no puede sonar más dulce y afinada. Porque, cada vez más, este mundo loco necesita feelgood.
Y tazas de té caliente.
Y alguien que te regale un paseo privado por el British en plena noche de Navidad.
Porque, como dice al final el señor Livingstone, esta novela está escrita para disfrutar el camino.
lunes, 6 de noviembre de 2017
EL DOMADOR DE NUBES DE PILAR FERNÁNDEZ SENAC
Sinopsis:
En Septen necesitan al Domador de Nubes, sólo él puede ayudarles a recuperar lo que han perdido.
Él cree que es un trabajo más, que tan sólo deberá enseñar a sus habitantes a convivir con la naturaleza, a cuidarla. Sin embargo, todo su mundo cambiará cuando conozca a Aurora. Tendrá que enfrentarse a sus propios miedos, atreverse a sentir lo que hace mucho tiempo se prohibió, y admitir que, alguien como él, también se equivoca.
Aurora conocerá un mundo diferente gracias al Domador de Nubes, pero descubrirá que el amor duele, que olvidar no es fácil y perdonar menos aún; tendrá que elegir qué vida quiere y pelear por conseguirla.
Una daga que otorga la inmortalidad, Los Buscadores de Amrit, humanos que están desde el principio del tiempo al servicio de la tierra, seres sobrenaturales, un amor profundo que debe enfrentar varias batallas y mucho más, es lo que puedes encontrar entre estas páginas. Todo ello contado con una prosa pausada, íntima y poética, con unas descripciones mágicas que te harán creer que lo que aquí lees, no es sólo una historia más.
Mis impresiones:
Descargué la novela de Pilar porque tenía un recuerdo maravilloso de Como diente de león, su anterior obra y sabía que su prosa me llevaría de la mano. Y así ha sido, durante unos días he paseado con ella por este mundo imaginario que crea para contarnos una fábula en la que confluyen una bonita historia de amor y amistad, aventuras y preocupación por la Naturaleza y el trato que le damos.
Y el intenso dilema del protagonista.
Antes de seguir quiero decir que El domador de nubes es una historia fantástica. El título me encantó, me pareció muy sugerente para una novela, aunque al principio, como es normal en mí, ni siquiera había leído la sinopsis.
¿Qué cuenta la novela? En Septen los campos se mueren de sed, la lluvia hace mucho que no los visita y, desesperados, buscan ayuda. Sando, uno de los habitantes de ese lugar que agoniza, les habla de un hombre excepcional que sabe convocar la lluvia. Lo conoció cuando era joven, cuando navegaba a bordo del Sueños. Él sabrá darle la solución que necesita a la tierra para que vuelva a ser fértil y puedan seguir viviendo de ella.
Levan acude a su llamada.
Sando no sabe qué pensar cuando le ve: Levan no ha cambiado nada desde que se conocieron. Mientras que él ha envejecido, Levan sigue pareciendo un muchacho de la edad de su hija Aurora. Levan le confiesa que tiene un secreto: es inmortal. Su capacidad para convocar a las nubes, la lluvia y la nieve, de devolverle a la Naturaleza el equilibrio, no es gratis. Por eso, cuando se da cuenta de que Aurora le gusta (y él a ella) intentará evitarla. Ser inmortal tiene un precio altísimo: ver morir a las personas que ama.
Levan decide ayudar y, en cuanto termine su labor, marcharse muy lejos para no hacer daño a Aurora y a sí mismo. Una vez reestablecido el equilibrio, se marcha. Pero el equilibrio también lo necesita su vida, así que tendrá que resolver esa parte.
La novela tiene frases muy bonitas, como he dicho antes se lee sola y, aunque no te guste la fantasía, el dilema de los personajes la hace atractiva para un público más amplio. Es una historia amable, con su llamada de atención ecologista.
Felicidades, Pilar. Te seguiré leyendo.
Si queréis ver el booktrailer, aquí.
sábado, 4 de noviembre de 2017
COMPARTIR UNA PASIÓN
Sé que el título de esta entrada del blog debería de ser algo así como: Crónica de la presentación de Un café a las seis de Pilar Muñoz en El dinosaurio todavía estaba allí (Madrid).
No podía ser, me quedaba sin aire al leer y, además, no cabe en un tuit.
Para mí la presentación empezó mucho antes de las siete de la tarde, hora a la que estaban convocados los lectores. Ver a Pilar, viviendo ella en Córdoba y yo en Segovia no es tan sencillo -aunque en los dos últimos años nos las hayamos arreglado para que suceda-, así que aprovechamos para alargar el día comiendo juntas. Se nos unieron Almudena -gracias, de verdad, eres mi GPS por Madrid, la garantía de que llegaré al sitio adecuado y no tiraré por la primera calle que se me ocurra-; Víctor Fernández Correas, que le dio una sorpresa a Pilar y Alberto González, su lector cero cero, como dice ella.
Almudena tenía algo que darnos a las dos, un detalle por parte de nuestra querida María José Moreno. No pudo acompañar a Pilar esta vez, pero nos tuvo en mente todo el tiempo. ¡Muchas gracias!
Cuando se acercaba la hora, volvimos al punto de encuentro. Tengo que decir que El dinosaurio todavía estaba allí tiene bastantes cosas curiosas. La primera, que conserva la fachada del negocio que al parecer había allí en el pasado, una barbería, con un cartel trazado en los azulejos que recuerdan otros tiempos y otro Madrid. Lo siguiente, que es acogedor y coqueto, un sitio peculiar e interesante para este tipo de eventos, pero con tantos detalles particulares que necesito detenerme en alguno. Por ejemplo, que los baños son unisex -lo que me costó decidir entrar a uno-, que hay muchas estanterías con libros y unos sillones que parecen cómodos en la entrada para charlar. Conserva las baldosas de un suelo que debe de hacer más de medio siglo que no se fabrican y la decoración es personalísima, original de verdad. Pero también vi algo que no me convenció: barreras arquitectónicas que impiden que este espacio, en principio perfecto para eventos de este tipo, sea para todo el mundo.
No podía ser, me quedaba sin aire al leer y, además, no cabe en un tuit.
Para mí la presentación empezó mucho antes de las siete de la tarde, hora a la que estaban convocados los lectores. Ver a Pilar, viviendo ella en Córdoba y yo en Segovia no es tan sencillo -aunque en los dos últimos años nos las hayamos arreglado para que suceda-, así que aprovechamos para alargar el día comiendo juntas. Se nos unieron Almudena -gracias, de verdad, eres mi GPS por Madrid, la garantía de que llegaré al sitio adecuado y no tiraré por la primera calle que se me ocurra-; Víctor Fernández Correas, que le dio una sorpresa a Pilar y Alberto González, su lector cero cero, como dice ella.
Almudena tenía algo que darnos a las dos, un detalle por parte de nuestra querida María José Moreno. No pudo acompañar a Pilar esta vez, pero nos tuvo en mente todo el tiempo. ¡Muchas gracias!
Precioso detalle de María José Moreno |
Comida |
Como nos quedaba tiempo después de comer, decidimos tomar el café en los alrededores de la Plaza Mayor, y allá nos fuimos, aunque sin Víctor, que se tenía que marchar. Sabéis que este año hay instalada una Feria del libro en ella. No sé si fue por la temprana hora de la tarde o porque la plaza es muy grande y las casetas están demasiado dispersas, pero el caso era que aquello no tenía movimiento. A esa hora solo vi a una autora firmando, algo que también me llamó mucho la atención, porque estoy segura de que muchos autores se darían tortas por estar firmando en Madrid en fin de semana. Me dije a mí misma que o esta Feria se vuelve a enfocar o poco futuro le veo. Ayer hacía magnífico en Madrid, apenas cayeron unas gotas, pero no había la fría temperatura de un noviembre normal. Debería estar lleno de gente y no era así.
No me quiero imaginar esto en un noviembre de verdad.
Un posado en la Plaza Mayor |
Un robado al lado del Mercado de San Miguel. Detrás de Pilar, un señor que se parecía a Unamuno. |
Cuando se acercaba la hora, volvimos al punto de encuentro. Tengo que decir que El dinosaurio todavía estaba allí tiene bastantes cosas curiosas. La primera, que conserva la fachada del negocio que al parecer había allí en el pasado, una barbería, con un cartel trazado en los azulejos que recuerdan otros tiempos y otro Madrid. Lo siguiente, que es acogedor y coqueto, un sitio peculiar e interesante para este tipo de eventos, pero con tantos detalles particulares que necesito detenerme en alguno. Por ejemplo, que los baños son unisex -lo que me costó decidir entrar a uno-, que hay muchas estanterías con libros y unos sillones que parecen cómodos en la entrada para charlar. Conserva las baldosas de un suelo que debe de hacer más de medio siglo que no se fabrican y la decoración es personalísima, original de verdad. Pero también vi algo que no me convenció: barreras arquitectónicas que impiden que este espacio, en principio perfecto para eventos de este tipo, sea para todo el mundo.
(María, me acordé mucho de ti y de tu silla de ruedas, de haber venido habríamos tenido que recurrir a que alguien te ayudase a entrar.)
Me sorprendió mucho, la explicación de por qué los baños no tenían indicado nada con respecto al sexo, me pareció algo bien pensado y muy integrador, pero se desplomó cual castillo de naipes cuando cada dos pasos encontraba un escalón. No sé, supongo que no hay una normativa que diga que los negocios privados deben ser accesibles para todo el mundo y tampoco es que el local dé para más, pero me faltó que se hubiera pensado un poquito en las personas con dificultades motoras.
Habíamos dejado preparados después de la comida el escenario, los libros, la megafonía, así que poco más hicimos en esos momentos, hasta que la sala se fue llenando. Vaya si se llenó, dos o tres personas se quedaron fuera de pie porque no cabían. Pilar tiene lectores, no solo en Madrid sino en muchos lugares y muchos de ellos acudieron a la convocatoria. Algunos también la acompañaron desde Córdoba e incluso hubo también cuatro venezolanos. Contó con la presencia de unos cuantos blogueros y varias autoras (Marisa Sicilia, Rosa Sánchez de la Vega), y con Juan Carlos González Montes que entregó la Monteskine que sorteaba en su blog con la portada de la novela a la persona que le tocó, firmada por Pilar.
La presentación la empezó Pilar transformada en Raquel, leyendo un fragmento de la novela acompañada por música. Después la presenté yo a ella y, tras hacer un breve repaso por el resto de novelas que componen su biografía literaria, pasamos a hablar de Un café a las seis.
Decidí hacerle preguntas.
Mientras preparábamos lo poco que preparamos -es lo bueno de conocerse bien-, le dije que intentaría ser breve. Era su día, su novela, así que el protagonismo lo tenía que tener ella, así que busqué las palabras precisas para darle pie a que nos contara lo que quisiera. Animé al público a que preguntasen y la verdad es que son magníficos, porque lo hicieron. Entre todos, la novela fue puesta en primer plano, sin hacer spoilers porque aún hay gente que no la ha leído, pero también hablamos de Amazon, del concurso en el que ha participado destacando los dos meses que ha durado, de la autoedición, de cómo está la literatura actual y de nuestra forma de encarar las novelas, de ese pequeño grupo de autores que hemos ido creando casi sin darnos cuenta a nuestro alrededor y con el que colaboramos en todas las fases de creación de la novela. Hace cinco años se hablaba hasta en la prensa de la generación kindle, algo a lo que yo no veía más nexo de unión que el haber publicado en la misma plataforma a la vez.
Ayer me di cuenta de que quizá nosotras pertenecemos a una generación, pero de esas que lo más probable es que no salgan en los libros de texto: un microcosmos literario de media docena de nombres unidos por lazos de amistad, preocupaciones comunes, edades próximas y que están publicando de manera simultanea. A veces con editorial, a veces no. Que han descubierto que presenciar la creación de tu propia novela es como un milagro, pero tener la oportunidad de ser testigo de excepción de la de otra persona lo es aún más.
La presentación la cerraba yo, tomando la voz de Raquel, leyendo un fragmento en el que se podía entender por qué la novela se llama Un café a las seis. Sin embargo, hay cosas que tú las planeas y después vuelan libres, y tras esa lectura siguieron las preguntas, como si no quisiéramos terminar ese momento mágico que estábamos viviendo.
Pero se tuvo que acabar, Pilar tenía que firmar libros y repartir esa sonrisa que se le puso en el rostro y que no se borró en ningún momento del día.
Después tomamos algo y nos despedimos, quizá con el pellizco en el estómago de saber que en muchos meses ninguna de las tres brujas (María José Moreno, ella y yo) tenemos un proyecto literario que presentar, que pasará algún tiempo hasta que nos llegue la hora. Confiamos en Víctor para que sea él quien tome el testigo esta vez y nos dé una excusa para sacar las escobas y volar para estar a su lado.
Me voy a tomar un respiro de eventos pues, un descanso que no tiene fecha de retorno. Un relax que iré extendiendo a todo menos a escribir. Es que tengo una historia a medias que me está gustando mucho y tengo que terminarla, creo que me podréis entender.
Una foto con la novela protagonista |
Delante del dinosaurio |
domingo, 29 de octubre de 2017
¿ERES ESCRITOR?
Escribir es un acto solitario de introspección, paciencia, tiempo y calma. Es un acto privado, íntimo y al que no le hacen falta espectadores hasta que se llegue al final del proceso de creación de la novela. Con esto no quiero decir que si tienes una persona de tu más absoluta confianza y con la que tienes una relación personal íntima, no le dejes ver en algunos momentos fragmentos de tus progresos. Puede ser bueno, útil y motivador, pero no es necesario en las primeras etapas.
Es más, creo que es hasta contraproducente.
¿A qué primeras etapas me refiero? Pues a los más o menos veinte años que se necesitan para llegar a medio dominar las herramientas de la escritura -palabras, ortografía, sintáxis, manejo de los signos gráficos- y a leer los libros que debe incluir en la maleta nuestro subconsciente.
Viene muy bien que nos haya pasado la vida un poco por encima.
Y mejor si has viajado, has bebido y comido en muchos lugares, porque entonces serás rico en paisajes, en olores y sabores que trasladar al papel.
Es esencial haberse enamorado y también conviene saber qué se siente cuando no te corresponden.
Hay que haber sentido el pellizco físico del dolor, la alegría en el alma, esa que te desborda cuando la vida te premia. Haber llorado por las cosas perdidas y por aquellas que mereciste perder.
Haber aprendido a ver.
Haber aprendido a escuchar.
Uno es escritor cuando, tras todo eso, escribe por pasión y publica. Pero hace falta más. Por ejemplo, saber que borrar es tan importante como guardar, que emocionar no es opcional, que es una responsabilidad que tus palabras se conviertan en cosquillas en los corazones de personas que ni siquiera te conocen.
Supongo que cabe preguntarse cuándo no es escritor, y voy a deciros lo que a mí me parece. Uno no es escritor cuando no ha escrito nada. No es escritor cuando se sienta sin planificar y solo llena páginas y páginas, sin brújula o sin mapa. O sin ninguno de los dos. Uno no es escritor cuando no es capaz de borrar una palabra porque todas sus frases le parecen el colmo de la maravilla. Uno no es escritor cuando dedica más tiempo a decir que es escritor que a serlo.
Uno no es escritor solo porque su nombre se haya impreso en la portada de un libro.
lunes, 23 de octubre de 2017
QUERIDO JAMES
Me acabo de asomar a tu catre y he visto que descansas. Se oye tu respiración pausada y no he querido despertarte, no ahora que al fin has logrado dormir un poco. La jornada ha sido interminable y tan dura como todas desde que llegamos aquí, no pienso interrumpir este reposo que tanta falta nos hace. Aquí el silencio apenas existe, solo es posible descansar a estas horas, y de ningún modo quiero privarte de ello. De día atronan las balas y los cañonazos, que se escuchan como si estuviéramos en primera línea de la batalla cuando el viento sopla del este. De noche, el aire se llena con los gemidos y los gritos de quienes nos llegan con la metralla sumergida en sus entrañas. Solo existen estos extraños minutos de paz y silencio hasta que Megan y Liz llegan con la ambulancia. A mí, en estas horas, los que me abruman son mis propios fantasmas. No se callan, aprovechan para torturarme, como si no fuera bastante tortura sobrevivir en el infierno. Me privan de ese descanso con el que te has encontrado hoy tú.
Esta madrugada pienso en ideales en los que ya no creo, en esa idea de patria con la que nos vendieron un pasaje al horror. Es todo una mentira, enorme cuando el precio a pagar por defenderla son las vidas rotas que pasan cada noche por nuestras manos. Esas y las que se quedan en el barro a merced de las ratas.
Y las nuestras, que aunque menos expuestas al peligro, también se han perdido. Uno se pierde a sí mismo cuando deja de soñar.
Me decías un día que tú ya no soñabas y yo, inocente aun, te contesté que yo sí. Qué extraño y qué lejano suena. Soñaba con el sonido de un piano, con un paseo en París, con una comida con mesa y mantel.
Y las nuestras, que aunque menos expuestas al peligro, también se han perdido. Uno se pierde a sí mismo cuando deja de soñar.
Me decías un día que tú ya no soñabas y yo, inocente aun, te contesté que yo sí. Qué extraño y qué lejano suena. Soñaba con el sonido de un piano, con un paseo en París, con una comida con mesa y mantel.
Y soñaba contigo... Justo lo que tengo, pero que nunca tendré. Qué paradoja, ¿verdad? Un año impregnándonos en el olor de la muerte nos ha convertido... ¿en qué?
Te tengo y ni siquiera te rozo, aunque mis manos te toquen y mi piel arda cuando la acaricias. Qué paradoja que a una descreída como yo, que reniega de que seamos algo más que un cuerpo, que no cree en ningún dios, haya acabado descubriendo aquí, donde se pierde la fe, que sí tenemos eso que tú llamas alma. Yo ahora lo sé porque siento la tuya. Me prestas cada día el alivio de tu cuerpo, me reconfortas con tus manos y tus besos, pero nunca me dejas llegar a esa parte de ti. Y siento que tu corazón está tan lejos de mí como ese Londres que ambos añoramos.
Te tengo y ni siquiera te rozo, aunque mis manos te toquen y mi piel arda cuando la acaricias. Qué paradoja que a una descreída como yo, que reniega de que seamos algo más que un cuerpo, que no cree en ningún dios, haya acabado descubriendo aquí, donde se pierde la fe, que sí tenemos eso que tú llamas alma. Yo ahora lo sé porque siento la tuya. Me prestas cada día el alivio de tu cuerpo, me reconfortas con tus manos y tus besos, pero nunca me dejas llegar a esa parte de ti. Y siento que tu corazón está tan lejos de mí como ese Londres que ambos añoramos.
No sé quién es ella, la que te tiene, pero créeme que la envidio.
Ya escucho llegar a la ambulancia. Es hora de trabajar, de intentar salvar alguna vida. Destruiré esto que he escrito antes de despertarte, no es necesario que sepas que yo sí me he entregado a ti. Te he dado hasta esa parte que no creía que tuviera.
Mi alma.
Mi alma.
Elsie.
Ypres
Junio, 1915
Puesto de primeros auxilios
lunes, 16 de octubre de 2017
MIRAR LA LECTURA CON OJOS DE ESCRITOR
Comentaba ayer con dos amigas escritoras, Pilar Muñoz y María José Moreno, que desde que escribimos vemos la lectura de una manera completamente diferente. Antes, cuando solo éramos lectoras, nos dejábamos seducir por la trama y era esa la que en gran medida condicionaba las sensaciones finales. Una historia cautivadora, un final espectacular, unos personajes con los que empatizásemos y listo.
Éxito en nuestro ánimo.
Sin embargo, desde que escribimos, muy poco a poco eso ha ido cambiando. Somos capaces de fijarnos más en la técnica, reconocemos la mano de un buen artesano de las palabras como el ebanista experto valora una pieza de museo. Los detalles, las sutilezas, las figuras literarias, todo eso que antes nos pasaba quizá un poco más de largo, ahora se hace un hueco en nuestra mente al leer y nos condiciona.
Y el decoro poético.
Puñeteras palabras, que cuando las desconoces no te dicen absolutamente nada, pero cuando eres consciente de ellas las arrastras por los libros y son capaces de tirarte abajo una lectura sin tener la más mínima compasión.
¿Qué es el decoro poético? Por si queda alguien que se libre de su tremendo influjo os lo defino: es una técnica literaria que consistente en la adecuación del nivel lingüístico a la posición del personaje. Por poner un ejemplo sencillo: un niño de cinco años tiene que hablar como un niño de cinco años.
Esto, que parece una obviedad, resulta que no es así en muchas de las novelas. De pronto te encuentras personajes que van de duros haciendo reflexiones infantiles, o personajes que se presuponen sin estudios y que hablan como si fueran filósofos con silla propia en algún sillón de la RAE. Y eso, que parece una tontería, nos destruye la lectura, porque desde ese momento somos incapaces de creernos el personaje, porque no dejamos de darle vueltas al tema y, al final, nos ha sacado de la trama principal sin que nos diéramos cuenta.
Esto es muy curioso, sobre todo cuando, después de pasarme, me doy una vuelta por las reseñas de tal o cual libro. Si son de autores desconocidos o casi desconocidos, es probable que en algún blog se haga mención a ello. Pero, ay, si se trata de gente consolidada... ¡jamás! ¿Quién podría en su tiempo estar tan loco como para reclamarle a Unamuno un leísmo? Pues ahora sucede lo mismo. ¿Cómo vamos a decir que tal autor de éxito hace que una novela nos desafine en el cerebro si todo el mundo la celebra como la obra maestra del siglo?
En fin, es lunes.
España arde por el oeste y tiene otro incendio en el este.
Y yo debería volver a la historia que estoy escribiendo. Esto solo ha sido la pausa del café.
domingo, 8 de octubre de 2017
FAROS (I)
Cierro los ojos frente al faro e imagino la historia de un barco que hoy busca su luz para esquivar las rocas. La tormenta de esta noche es de proporciones épicas. El barco está solo en mitad de las aguas, tan solo y aislado como la torre que vigila siempre desde la costa. Por su escalera de caracol sube el farero a la linterna. Se asegura de que todo funcione y, solo entonces, mira hacia ese mar embravecido que se ha empeñado esos días en mostrar su peor cara. Mientras, desde el buque, un marino ruega porque el farero esté en su sitio, vigilando que la lámpara no se apague.
Si él está ahí, será capaz superar la tormenta y sortear las rocas.
Como lo ha hecho otras veces.
#BuenasNochesConFaros
lunes, 2 de octubre de 2017
PREVIO PAGO DE SU IMPORTE
En esto se está convirtiendo escribir. El autor, en los tiempos que corren, se ve rodeado de toda una serie de personajes que buscan lucrarse con su trabajo. Y no solo eso, para mantener una imagen maravillosa debe decir que en esto no está para ganar dinero, sino porque le da la vida.
Ah, claro, que los escritores no comemos, no pagamos hipotecas ni se nos rompen los zapatos, porque no somos humanos, sino seres divinos con su sitio en el Parnaso...
Pues no, somos humanos y tenemos las mismas necesidades que todo el mundo, pero no sé por qué demonios tenemos que callarnos todo excepto las palabras que pongamos en nuestras novelas.
¿Estamos tontos?
Pues claro que lo estamos, y la gente que escribimos, definitivamente mal de la cabeza para aguantar lo que aguantamos últimamente.
Si trabajas con una editorial, el proceso es muy sencillo: aportas el texto, ellos lo revisan, vuelve a ti, se revisa lo que tú has revisado, te lo devuelven, das tu visto bueno y se pasa al siguiente proceso. Maquetación, de la que no te ocupas. Diseño de portada, que apruebas o no (al menos en mi caso siempre me han dado esta opción y las tres novelas han salido con la portada que yo he querido). Y, al cabo de un año, cobras. Más o menos, depende de las ventas, pero no pagas. Porque cualquier trabajo es o debería ser remunerado.
Es un derecho. El artículo 35 de la Constitución de 1978 reconoce a los españoles "el deber de trabajar y el derecho al trabajo, a la libre elección de profesión u oficio, a la promoción a través del trabajo y a una remuneración suficiente para satisfacer sus necesidades y las de su familia..."
Bueno, ya sabemos el poco peso que tiene la Constitución del 78 últimamente, no sé ni para qué la cito...
Si te autoeditas, resulta que en muchos casos lo que acaba pasando es que tienes que pagar por ver ahí tu trabajo. Entonces ya no sé si eres escritor o gilipollas (y que conste que me estoy incluyendo en lo segundo).
Pues ahora ha surgido un nuevo grupo que pretende tratarnos como más gilipollas aún, pero a todos, a los que tienen editorial y los que no: algunos reseñistas listos.
Como lo leéis. Ya no es solo que haya blogs que acudan a las editoriales para surtirse de libros que después jamás leen (algunos los reseñan sin leer, a juzgar por las tonterías que ponen), otros que después son capaces de vender estos ejemplares... ¡no! Ahora existe el nuevo modelo que te pide dinero a ti, el autor, para hacerte una mega fantástica reseña de tu obra. Incluso te pueden entrevistar y todo para un canal de YouTube.
Como si eso fuera salir en la televisión en la hora de máxima audiencia. Como si sirviera de algo.
Hace unos meses tuve que aguantar mucho el tipo para no soltar un "vete a la mierda" con todas las letras al escuchar una de estas propuestas. Perdona, pero no.
Y no os creáis que este es un caso aislado, hace unos días recibí otra propuesta de este tipo. Me hacían un booktrailer para vender mi novela. ¿Pero eso vende? Perdonad, pero no, yo ya no soy tan novata en esta como para creérmelo todo. Contesté educada que se lo planteasen a la editorial, pero ¿cómo se lo iban a decir a ellos? No hay presupuesto para esto en las editoriales, eso es cosa del autor. ¿Perdona? Yo ya he puesto el texto, la promoción de las redes que es "asequible" aunque me robe mi tiempo. No tengo nada más que añadir. Yo tampoco tengo presupuesto para esto, no quiero participar en este chanchullo alrededor del ego que se han montado algunos, como me niego a dar de comer con mi trabajo a seudocorrectores licenciados en escuelas inexistentes, Community Manager aficionados, piratas y sanguijuelas varias que nos rodean a ver qué sacan de nosotros.
Si me lees, que sea porque lo decides, y si no me lees, pues genial.
No te voy a poner una pistola en el pecho y tampoco voy a perder la dignidad.
Ah, claro, que los escritores no comemos, no pagamos hipotecas ni se nos rompen los zapatos, porque no somos humanos, sino seres divinos con su sitio en el Parnaso...
Pues no, somos humanos y tenemos las mismas necesidades que todo el mundo, pero no sé por qué demonios tenemos que callarnos todo excepto las palabras que pongamos en nuestras novelas.
¿Estamos tontos?
Pues claro que lo estamos, y la gente que escribimos, definitivamente mal de la cabeza para aguantar lo que aguantamos últimamente.
Si trabajas con una editorial, el proceso es muy sencillo: aportas el texto, ellos lo revisan, vuelve a ti, se revisa lo que tú has revisado, te lo devuelven, das tu visto bueno y se pasa al siguiente proceso. Maquetación, de la que no te ocupas. Diseño de portada, que apruebas o no (al menos en mi caso siempre me han dado esta opción y las tres novelas han salido con la portada que yo he querido). Y, al cabo de un año, cobras. Más o menos, depende de las ventas, pero no pagas. Porque cualquier trabajo es o debería ser remunerado.
Es un derecho. El artículo 35 de la Constitución de 1978 reconoce a los españoles "el deber de trabajar y el derecho al trabajo, a la libre elección de profesión u oficio, a la promoción a través del trabajo y a una remuneración suficiente para satisfacer sus necesidades y las de su familia..."
Bueno, ya sabemos el poco peso que tiene la Constitución del 78 últimamente, no sé ni para qué la cito...
Si te autoeditas, resulta que en muchos casos lo que acaba pasando es que tienes que pagar por ver ahí tu trabajo. Entonces ya no sé si eres escritor o gilipollas (y que conste que me estoy incluyendo en lo segundo).
Pues ahora ha surgido un nuevo grupo que pretende tratarnos como más gilipollas aún, pero a todos, a los que tienen editorial y los que no: algunos reseñistas listos.
Como lo leéis. Ya no es solo que haya blogs que acudan a las editoriales para surtirse de libros que después jamás leen (algunos los reseñan sin leer, a juzgar por las tonterías que ponen), otros que después son capaces de vender estos ejemplares... ¡no! Ahora existe el nuevo modelo que te pide dinero a ti, el autor, para hacerte una mega fantástica reseña de tu obra. Incluso te pueden entrevistar y todo para un canal de YouTube.
Como si eso fuera salir en la televisión en la hora de máxima audiencia. Como si sirviera de algo.
Hace unos meses tuve que aguantar mucho el tipo para no soltar un "vete a la mierda" con todas las letras al escuchar una de estas propuestas. Perdona, pero no.
Y no os creáis que este es un caso aislado, hace unos días recibí otra propuesta de este tipo. Me hacían un booktrailer para vender mi novela. ¿Pero eso vende? Perdonad, pero no, yo ya no soy tan novata en esta como para creérmelo todo. Contesté educada que se lo planteasen a la editorial, pero ¿cómo se lo iban a decir a ellos? No hay presupuesto para esto en las editoriales, eso es cosa del autor. ¿Perdona? Yo ya he puesto el texto, la promoción de las redes que es "asequible" aunque me robe mi tiempo. No tengo nada más que añadir. Yo tampoco tengo presupuesto para esto, no quiero participar en este chanchullo alrededor del ego que se han montado algunos, como me niego a dar de comer con mi trabajo a seudocorrectores licenciados en escuelas inexistentes, Community Manager aficionados, piratas y sanguijuelas varias que nos rodean a ver qué sacan de nosotros.
Si me lees, que sea porque lo decides, y si no me lees, pues genial.
No te voy a poner una pistola en el pecho y tampoco voy a perder la dignidad.
domingo, 24 de septiembre de 2017
ESCRITOR O NOVELISTA
Nunca me había parado a pensar en la diferencia entre estas dos palabras hasta que un compañero de letras, Roberto, me dijo.
"No es lo mismo un escritor que un novelista."
Fue tan contundente, lo soltó tan convencido que desde entonces -quizá hace años que tuvimos por primera vez esa conversación- de vez en cuando le doy vueltas. Hace un rato, mientras fregaba los suelos, he estado pensando en ello. Hay gente que reflexiona delante de un lago sereno mientras tira piedrecitas al agua, o mirando a las estrellas en un cielo despejado, pero yo no tengo tiempo y lo suelo hacer cuando acometo las tareas de la casa, que me llevan un montón de rato y son un tostón. En una pausa, -que me he tomado porque me aburro-, he ido al diccionario, para ver si coincidían las definiciones de ambas, puesto que muchas veces las usamos como sinónimos. Esto es lo que dice:
Definición de escritor: "Persona que se dedica a escribir obras literarias".
Definición de novelista: "Persona que escribe novelas".
Si nos quedamos en esto, un escritor abarcaría todas las ramas de la literatura, todos los géneros sin constreñirse a la narrativa y, más en concreto, a uno de sus subgéneros, que es la novela. Además, si analizamos lo que pone en la definición de escritor, hay una palabra, "dedica", que quizá pueda aportar el matiz de vivir de ello. O sea, un escritor escribe lo que le da la gana y además vive de ello. Vale, sé que es un pensamiento simple, pero los vapores de la lejía es lo que tienen, que atontan un poco.
Fregona en mano, me he puesto a pensar si habría más escritores que novelistas porque, claro, al abarcar todos los géneros, en teoría tendría que incluir a poetas, dramaturgos y ensayistas, no solo a los novelistas. Sí, definitivamente, escritores debe de haber muchos más que novelistas. Todos los novelistas son escritores, aunque no todos los escritores sean novelistas. Pero cuando escurría el mocho, me ha venido otra idea a la cabeza. No puede ser. Si le añadimos el matiz de dedicarse a ello por completo, entonces todo cambia. Habría muy pocos escritores, porque poca gente puede ganarse la vida solo de escribir.
Eso es así, lo tengo más que comprobado.
He seguido a lo mío, pensando y limpiando, y entonces me he ido a la otra definición, mientras trasladaba el cubo de la fregona a otra habitación. Novelista es el que escribe novelas, no dice nada de publicarlas, así que igual hay millones de novelistas por el mundo y superan al número de escritores. Pueden tenerlas en sus cajones guardaditas. O quizá publicarlas sin dedicarse a ello...
Así que ahí he estado un rato, dándole vueltas, aunque a decir verdad lo que él me dijo que diferencia a un escritor de un novelista ni está en estas definiciones ni en mis reflexiones fregona en mano. Son suyas y le dejo que sea él quien os las cuente.
Si quiere, que casi seguro que no querrá. (No quiso, como era de esperar).
Me voy a seguir, me queda un rato para terminar y se me han acabado la excusas...
jueves, 21 de septiembre de 2017
LA IMPRESIÓN QUE PERMANECE
Una vez más vuelvo para registrar un fracaso lector. O más bien las circunstancias alrededor de ese fracaso porque, como siempre, no diré título. No es cobardía, puedo defender por qué no me ha gustado una novela con argumentos sólidos, pero en este caso sería muy injusta: no he pasado de la cuarta línea.
No tengo ni idea de la trama, ni me interesa.
¿Cómo es posible que mi listón de exigencia se haya visto interrumpido tan pronto? Eso me llevo preguntando un buen rato, intentando dilucidar si me he vuelto loca de remate o una anciana cascarrabias que no soporta de ninguna manera cualquier incorrección, aunque esta sea un pelo que se ha escapado de un apretado moño, una motita de polvo en el hombro o una miserable miguita sobre la alfombra.
Tengo restos de palomitas de caramelo en el teclado del portátil, me da que no es eso.
Esto no es una mota o una miguita, es la base. Los cimientos que han sufrido un cataclismo de 8 en la escala de Richter al encontrarme una expresión absurda. He mentido un poco, sí he continuado leyendo unas líneas, lo justo para pasar página en el Kindle y he visto otra peor que la anterior. La decisión que estoy segura que había tomado en la línea cuatro la he ratificado y he mandado a paseo el libro. Sin contemplaciones. Esto se lo paso a un niño de ocho años. A uno de nueve ya no.
A alguien que se atreve a publicar esto, menos.
Y que no me diga que esto es una metáfora que no he entendido, llevo toda la puñetera vida explicando qué es una metáfora y esto no lo es. Esto es ese tipo de lenguaje engolado y pretencioso de quien no se ha enterado de que escribir consiste en contar una historia de la mejor manera que se pueda, sudando cada palabra, cada expresión para que transmitan emociones, que en eso consiste la literatura... pero que se entiendan. Que las entienda alguien más que uno mismo, que no suenen como si nos quedasen todos los cursos de la ESO por terminar.
No puedo contaros de qué va el libro porque en cuatro líneas no me ha dado tiempo a saberlo. No lo he comprado, porque adquirí la sanísima costumbre de descargar fragmentos de novelas antes de comprarlas, no fuera a ser que me pasara esto y, lo siento, pero no tiro ya más euros.
Esta no era una novela de las que quiero leer, de todos modos, solo una de esas sugerencias que te llegan al correo y a las que a veces hago caso. Porque a veces me descubren gente maravillosa, como me pasó con Elena Fuentes (por cierto, enhorabuena por ser Finalista en el concurso de Amazon con El legado de Ava). Otras, sin embargo, acabo preguntándome por qué todo el mundo piensa que escribir un libro es tan sencillo como abrir un Word y liarse a poner palabras unas delante de otras. Hace falta ritmo, duende y un dominio de las herramientas del escritor: sí, las palabras. Su significado connotativo y denotativo, las figuras literarias, los giros, las expresiones, los latinismos y los latinajos...
Esto es una vida de aprendizaje que no termina jamás.
Lo digo y lo repetiré hasta que me sangren los dedos al teclear: que no te dominen ellas, que las domines tú. Que no acaben diciendo lo que quieren sino lo que tú deseas. Que no se inventen metáforas que solo entiendes tú, porque entonces no es una metáfora. Es la peor tarjeta de presentación.
Y, ya se sabe, la impresión que se causa la primera vez es la que permanece.
lunes, 11 de septiembre de 2017
HOY HE SOÑADO CONTIGO
Hay sueños que dejan la huella de una historia. A veces loca, a veces cuerda, a ratos inconexa y otros tan clara que te parece que son más ciertos que la misma realidad.
Otros, ni siquiera recuerdas qué paso. A medida que te despiertas, las imágenes se vuelven difusas, las palabras se esconden en algún lugar inaccesible de la mente y es imposible rememorar qué fue lo que has soñado.
Hoy ha sido uno de esos días.
Si me lo pregunto, no puedo saber qué sucedía en el sueño que estaba teniendo justo antes de despertar por la mañana. Ni un registro de dónde estaba, ni de la secuencia de los hechos. Nada. Como cada día se ha ido borrando poco a poco y, pese a mi esfuerzo por recomponer la historia, esta se ha perdido en el laberinto de lo que no recordamos.
Menos un detalle.
Sé quién estaba conmigo en ese sueño. Puedo recordar su tacto, sus piernas gorditas, sus manos diminutas y su leve peso encajado en mi cintura, pues lo llevaba cargado en brazos. Eso es lo que recuerdo. Mi bebé. Hoy, pese a estar dormida, he sentido plenamente su olor de niño. Ha sido como si esta noche hubiera abierto el almacén de la memoria por una estantería del año 2000 y me lo hubiera traído conmigo, en una explosión de sensaciones que han sido tan vívidas como si fueran reales.
Si cierro los ojos y me concentro, todavía siento en mis manos la suavidad de su piel.
No puedo recordar mi sueño, pero llevo todo el día arrastrando su nostalgia, mirando al joven (guapo, alto, moreno) en el que se ha convertido y recordando ese bebé sonriente y feliz que me miraba como si no hubiera nadie más importante en el mundo. Que se dormía solo entre mis brazos y que se ponía histérico si lo soltaba.
Hoy he soñado contigo, hijo.
Quizá he soñado que volvías a ser pequeño porque me cuesta mucho aceptar que te haces mayor. Que un día, no tardando mucho, te acabarás marchando de casa.
Otros, ni siquiera recuerdas qué paso. A medida que te despiertas, las imágenes se vuelven difusas, las palabras se esconden en algún lugar inaccesible de la mente y es imposible rememorar qué fue lo que has soñado.
Hoy ha sido uno de esos días.
Si me lo pregunto, no puedo saber qué sucedía en el sueño que estaba teniendo justo antes de despertar por la mañana. Ni un registro de dónde estaba, ni de la secuencia de los hechos. Nada. Como cada día se ha ido borrando poco a poco y, pese a mi esfuerzo por recomponer la historia, esta se ha perdido en el laberinto de lo que no recordamos.
Menos un detalle.
Sé quién estaba conmigo en ese sueño. Puedo recordar su tacto, sus piernas gorditas, sus manos diminutas y su leve peso encajado en mi cintura, pues lo llevaba cargado en brazos. Eso es lo que recuerdo. Mi bebé. Hoy, pese a estar dormida, he sentido plenamente su olor de niño. Ha sido como si esta noche hubiera abierto el almacén de la memoria por una estantería del año 2000 y me lo hubiera traído conmigo, en una explosión de sensaciones que han sido tan vívidas como si fueran reales.
Si cierro los ojos y me concentro, todavía siento en mis manos la suavidad de su piel.
No puedo recordar mi sueño, pero llevo todo el día arrastrando su nostalgia, mirando al joven (guapo, alto, moreno) en el que se ha convertido y recordando ese bebé sonriente y feliz que me miraba como si no hubiera nadie más importante en el mundo. Que se dormía solo entre mis brazos y que se ponía histérico si lo soltaba.
Hoy he soñado contigo, hijo.
Quizá he soñado que volvías a ser pequeño porque me cuesta mucho aceptar que te haces mayor. Que un día, no tardando mucho, te acabarás marchando de casa.