martes, 22 de agosto de 2017

LA CONFIANZA



Paseó sus dedos por el jarrón de la entrada, mientras aguardaba a que Ana se terminase de vestir en la planta de arriba. Su amiga era así,  jamás era capaz de estar preparada a la hora que quedaba. Clara casi había olvidado la rutina de esperarla mientras se maquillaba, aunque la verdad era que no le importaba mucho. La tardanza de Ana compensó a Clara muchas veces. Todos los chicos se volvían para admirar su exótica belleza en cuanto entraban en los locales de copas y eso siempre había sido genial porque cada noche solo podía decidirse por uno de ellos. Entre el montón de rechazados siempre quedaba alguno que acababa charlando con Clara y se convertía en su conquista del fin de semana.

Sin haberse esforzado nada.

No era que Clara no fuera guapa, pero le daba mucha pereza pasarse el tiempo decidiéndose por un modelito y no tenía ni idea de maquillarse con el estilo de Ana. Junto a ella apenas llamaba la atención. Prefería recoger lo que su amiga iba descartando, sin importarle demasiado. Así, una noche, había conocido a Rafa, un tipo interesante con pinta de intelectual despistado que había cambiado su vida. Ana se decantó por un rubio alto, de cuerpo musculoso y ojos verdes, y Rafa acabó siendo consolado por Clara. Entre ambos surgió una historia que llevaba casi un año de recorrido. Esa noche, Ana le había pedido a Clara que recordasen viejos tiempos y había quedado con ella de nuevo. Le pareció buena idea porque llevaba varias semanas sin salir apenas. Rafa estaba preparando unas oposiciones que se aproximaban y muchos fines de semana se excusaba con ella, que no tenía más que hacer que leer un libro o ver alguna película en la televisión.

El plan de Ana llegó como algo inesperado, unos momentos de diversión que le estaban haciendo falta.

Clara seguía acariciando aquel jarrón, cuando notó en la yema de su dedo una pequeña irregularidad que apenas se veía. Acercó la cara a la superficie y allí estaba, una señal diminuta de que en algún momento se había roto y alguien se había molestado en pegarlo, poniendo todo su empeño en minimizar el daño.

Sonrió.

Apenas se veía, pero era innegable que aquel hermoso adorno se había roto alguna vez.

En esos pensamientos andaba sumida cuando Ana bajó las escaleras, tan elegante como siempre. Su plan era ir a cenar a un restaurante, para contarle algo importante, y después ir a tomar un par de copas. Le había prometido que aquella noche de invierno no habría chicos, que estarían juntas unas horas y después se irían a casa como niñas buenas. A Clara le pareció bien, al fin y al cabo ella tenía a Rafa y ya había pasado el tiempo de hacer tonterías.

"Es una sorpresa", le dijo Ana, misteriosa, cuando le preguntó cuál era el asunto que se traía entre manos.

La cena, en un restaurante del centro, fue entretenida. Se pusieron al día sobre sus trabajos y sobre lo que hacía que no se veían y estuvieron riéndose de anécdotas del tiempo en el que cada fin de semana salían dispuestas a romper corazones. Bueno, Ana rompía unos cuantos y Clara se dedicaba a recoger los pedazos de alguno de ellos. Se acordó del jarrón. Su misión era la del pegamento, unir la herida y que aquella cicatriz diminuta del rechazo no se notase. Le hizo gracia su propio pensamiento y sonrió, pensando también que aquellas historias sonaban lejanas, aunque solo hubiera pasado un año desde que no practicaban ese juego.

Ana miró el reloj varias veces y, a las diez se disculpó un momento para ir al baño a retocarse el maquillaje. Clara se quedó en la mesa y se sirvió la tercera copa de vino, jurándose que sería la última. Comenzaba a sentir los efectos de licor en su organismo y, aunque sabía que volvería en taxi a casa, no quería parecer idiota cuando no acertase a meter la llave en la cerradura. Se estaba riendo ella sola, imaginándose la situación, cuando notó que su teléfono vibraba en el bolso, que estaba colgado en la silla. Lo sacó y vio que había un mensaje. De Ana. Lo abrió y constató que era una fotografía. Ana se acababa de hacer un selfie con Rafa y tenía que haber sido en ese momento porque iba vestida exactamente igual que cuando se había levantado de la mesa. De hecho, hacía un rato que había visto ella misma la planta que tenían detrás de ellos en el restaurante.

Clara se dio la vuelta y miró hacia la zona de la entrada, donde recordó que estaba la planta. Ana le había dicho que guardaba una sorpresa. Tal vez era eso, que Rafa había decidido dejar de estudiar un poco y acompañarlas a tomar algo. Se arrepintió de no haberse puesto más guapa, tal y como había hecho Ana.

Un instante después, los ojos de Clara tropezaron con los de Rafa y a él le cambió la cara. Desde luego, si se trataba de una sorpresa, él se la acababa de llevar, porque se quedó blanco. Era evidente que no esperaba a Clara en el restaurante. Ana, sin embargo, seguía sonriente, como si no pasara nada.

Ambos llegaron a la mesa y durante unos tensos minutos, Rafa no supo qué decir. Ana fue la que habló sin parar de la casualidad -y subrayó la palabra- de habérselo encontrado. Él intentó disimular, pero Clara le conocía lo suficiente como para darse cuenta de que lo estaba pasando mal. No la esperaba, no esperaba a su novia aquella noche en aquel restaurante, no hacía falta ser muy lista para darse cuenta. Rafa se tomó una copa con ellas y balbució una disculpa, que tenía que volver a estudiar, y se marchó. En cuanto estuvieron solas, Clara preguntó a Ana:

-¿A qué ha venido esto?
-Lleva meses intentando quedar conmigo. Ya no sabía cómo decirle que no. Ni tampoco cómo decírtelo a ti.

La tormenta que estalló fue de dimensiones épicas. Clara, incapaz de razonar, vomitó la rabia que sentía en aquella mesa de restaurante, llenando los oídos de los comensales de las mesas vecinas de palabras tan broncas como su estado de ánimo. Ana aguantó el chaparrón como pudo y, cuando Clara se tranquilizó, le dijo que pagaría la cuenta, que se marchase. Quizá en casa se podría calmar y ya hablarían al día siguiente.

No pasó.

Clara se marchó, pero no volvieron a verse en meses, aunque Ana intentó hablar con ella muchas veces. Clara no quiso escucharla, aunque sí lo hizo con Rafa, que desde la primera noche le contó otra versión de la historia, una que hablaba de la incapacidad de su amiga de aceptar que la hubiera elegido a ella hacía un año.

"Tiene demasiado ego para admitir que no fue ella la que me rechazó, sino yo", le dijo.

Y después Rafa besó a Clara, la llenó de promesas y de palabras, cubrió su cuerpo con caricias y ella, vulnerable al dolor que había supuesto la traición de la que había sido su amiga durante toda la vida, se aferró a sus manos para no hundirse. Se quedó a su lado y espantó los recuerdos de una amistad que había durado casi una vida.

Olvidó.

Hasta aquella tarde de otoño en la que Clara regresó a casa de su amiga.

El jarrón seguía en el mismo sitio. La grieta continuaba allí, visible para quien se fijase un poco. Clara lo miraba mientras esperaba a que Ana bajase por la escalera. Mientras paseaba sus dedos por la superficie, tragó saliva; después debería tragarse el orgullo y pedirle perdón a su amiga. No había sido Ana la que le mintió aquella noche, sino Rafa. No era ella la que había traicionado a su amiga. Había un ego herido en esa historia, sí, pero no era el de Ana, sino el de su novio, que nunca había aceptado en realidad que Ana no lo eligiera.

Había tardado mucho en darse cuenta de que ella solo había sido el modo de Rafa para poder estar cerca de Ana.

Aquella noche, en el restaurante, su relación se estrelló contra el suelo, como le había pasado a aquel jarrón. Le pusieron pegamento, pero quedó una huella que no habían podido ignorar. Clara tomó el adorno entre las manos y al hacerlo notó que por detrás había muchas más grietas. Lo dio la vuelta. Las más profundas, se habían ocultado a propósito, como ella había intentado guardarse los temores que asaltaron su ánimo cuando vio empalidecer a su novio al verla en el restaurante. Aquel jarrón estaba vuelto para disimular sus imperfecciones y, a simple vista, parecía normal.Era lo mismo que había hecho ella con su historia de amor. Le dio la vuelta, ocultó que estaba rota de sus propios ojos para ignorar el dolor. Pero no era verdad, ese día se hizo añicos la confianza que un día Clara había tenido en Rafa.

Y una confianza rota no se puede recuperar.

Había ido a ver a Ana con la esperanza de que, con ella, siguiera intacta.




lunes, 7 de agosto de 2017

ESCRIBIR BAJO SEUDÓNIMO

No sé si alguna vez lo he dicho, pero escribo bajo un seudónimo. No fue intencionado, la realidad es que vivo bajo un seudónimo desde que nací, pero no lo sabía. Ni siquiera me lo había planteado hasta que fui a registrar mi primera novela en Cultura, en Segovia. La funcionaria que me atendió me dijo que tenía que volver a poner una portada en la novela con mi nombre real y debajo de él el seudónimo, ya que Mayte Esteban lo era.

Vale, yo sabía que no es mi nombre, no soy tonta, pero no se me pasó por la cabeza que poniendo mi diminutivo en lugar de mi nombre del DNI estaba usando un seudónimo.

Hoy me he puesto a pensar por qué se usan los seudónimos (cuando se hace de manera consciente, claro, lo mío no vale). Lo más frecuente es que una persona que firma con un alias lo haga para mantener su identidad a salvo, oculta a los demás. Pero ¿por qué? Buceando por la red he encontrado estas curiosas historias de autores que firmaron sus obras bajo un seudónimo.

Lewis Carol, autor de Alicia en el País de las Maravillas, se llamaba en realidad Charles Lutwidge Dodgson, un nombre infinitamente más largo y difícil de recordar pero, sobre todo, su nombre real, por el que era conocido en su círculo social y con el que firmaba sesudos artículos matemáticos, entre otros. Quizá eso hizo que tratase de separar su lado serio con el del escritor que firmó una obra mágica, loca, a ratos incoherente y con muy poco de científico en ella. Esa, se especula, podría ser la razón para ocultar su verdadera identidad.



Una autora que firmó con seudónimo fue la mismísima Jane Austen. Al principio, ni siquiera usó un nombre, tan solo un escueto "By a Lady". ¿Timidez? ¿Prejuicios sociales de la época? Quizá un poco de todo, porque si hay un sexo en el que el uso de seudónimo muchas veces se ha convertido en necesidad es en el femenino.


En España también tenemos casos de seudónimos famosos que escondían a una mujer. Uno de los primeros fue Fernán Caballero, alias empleado por Cecilia Böhl de Faber y Larrea para publicar sus obras. A ella las que la obligaron fueron las circunstancias: su padre le prohibió expresamente escribir en casa. Y eso que su madre era escritora… El machismo imperante en la sociedad del XIX también afectó a las archifamosas hermanas Brontë, que tuvieron que usar, las tres, seudónimos masculinos para publicar.


Pero a veces, alguna, sucede lo contrario. Yasmina Khadra es el seudónimo femenino del escritor argelino Mohammed Moulessehoul. Después de publicar con su nombre real, decidió usar un alias por motivos políticos. Quería expresarse con mayor libertad sobre la situación de su país y por eso usó un nombre distinto, tan distinto que es de mujer.


Otro caso más reciente, y por duplicado, es el de J.K. Rowling. Su editorial le aconsejó “ocultar” con las iniciales de su nombre su condición de mujer, porque le aseguraron que no tendría ninguna oportunidad como autora de fantasía, subgénero donde los que triunfan son los hombres. Vamos, un resbalón de libro el de sus editores. No hace falta que recuerde que es la escritora mejor pagada en la actualidad, puesto que la saga de Harry Potter la ha hecho mundialmente famosa, y me da la sensación de que desde el primer libro supimos que era mujer. Y nos dio exactamente lo mismo. Pero decía que su caso era por duplicado, puesto que hace unos años publicó una novela para adultos que recibió muy malas críticas (era normalita tirando a aburrida, nada que ver con el mundo mágico). Pensando que quizá su popularidad había jugado en contra, la siguiente vez publicó bajo el seudónimo de Robert Galbraith. Tampoco la novela era una maravilla, pero la crítica no se cebó con ella. Al final, el hecho de que un absoluto novato tuviera el mismo agente que la famosísima autora hizo saltar las alarmas y acabó teniendo que confesar que ella era la autora de la novela de Galbraith. Vaya, que el tal Robert no existía, salvo como un seudónimo de la famosa escritora británica.


Yendo a lo próximo, en los últimos años he conocido algún caso en el que se usaba un seudónimo porque se pretendía que la familia no se enterase de su faceta literaria. Ya sé que esto va un poco en contra del ego del escritor, que parece que siempre quiere ser reconocido, pero hay determinados géneros, como la literatura erótica (hace unos años más que ahora) que era complicado confesar que se escribían. Creo que pesa más esto que la familia.

Algunas personas de la mía, después de ocho libros todavía no saben que escribo…

Separar dos facetas distintas, deshacerse de una fama mundial que puede ser perjudicial cuando decides abordar otro subgénero, liberarse de trabas sociales y del machismo de una época pueden ser razones de peso para publicar bajo seudónimo. O esconderse.

¿Se os ocurre alguna razón más para publicar con seudónimo?


viernes, 4 de agosto de 2017

LA HUELLA DE NADA



Hay veces que lo no vivido influye en ti casi del mismo modo que la realidad. No te pasa nada y, sin embargo, es eso lo que te cambia, moldea un nuevo tú que siente la vida de otro modo, se altera  y se recoloca tu mundo inmediato como si hubiera habido en él un auténtico cataclismo.

Porque a veces, nada es todo, quizá porque ambas palabras tienen las mismas cuatro letras. Quizá, porque eso que no te pasó te ha salvado o ha sido tu mayor condena.

Una vez, tú no me sucediste. Todo parecía indicar que así sería, todo estaba listo para que nuestras líneas vitales se cruzasen, pero no pasó. Se cruzó un cambio de planes, después el descubrimiento de una verdad oculta, luego la sensación de que dar pasos adelante a veces es retroceder... y nos desvanecimos.

Dejamos de existir para el otro.

La rutina siguió su ritmo y nuestras líneas, que habían ido convergiendo hasta ese instante, iniciaron un camino de separación. Hasta que nos perdimos. Nunca te he olvidado. A pesar de todo en nuestro caso fue nada, me dejaste tu huella impresa en el alma.

La huella de nada.

4 agosto 2017

martes, 1 de agosto de 2017

TRES MINUTOS DE COLOR DE PERE CERVANTES



Sinopsis:

Tres minutos de color la estéril lucha contra el tiempo y la muerte cobra un significado muy distinto. 

Coque Brox, el protagonista de la historia, es un inspector de policía de mediana edad, separado, parco en palabras, amante de todo aquello que conserve su esencia y acromatópsico, o lo que es lo mismo, percibe la vida en blanco y negro. Herido de por vida tras sufrir una pérdida irreparable, solo le alienta la lucha por recuperar el cariño de su hija adolescente. En una Barcelona en caída libre, cuyos locales de diseño no logran acallar la apremiante nostalgia de sus habitantes, investigará la violenta desaparición de Palma, amigo y compañero de profesión. Durante el tiempo que duren las pesquisas se las verá y deseará para mantener engañado a un suspicaz comisario que no lo quiere en la investigación, sufrirá los persistentes intentos de suicidio de su exmujer, y conocerá muy de cerca qué es una ECM (experiencia cercana a la muerte). Lejos de las clásicas novelas de procedimiento policial, el inspector Coque Brox se verá obligado a visitar un terreno verdaderamente desconocido para él y para el resto de los mortales. Lo que un descreído como él nunca imaginaría es que hay lugares sobrenaturales que albergan la verdad, aunque el camino que conduce a ellos todavía siga siendo un misterio. Y como dijo Jorge Luís Borges: «Lo sobrenatural, si ocurre dos veces, deja de ser aterrador».

Tres minutos de color explora una cuestión para todos inevitable: ¿qué hay después de la muerte? No es una novela escrita solo para que te guste, sí lo es para que te estremezca, te haga dudar y reflexiones. 


Mis impresiones:

Hay libros que llegan a ti por caminos especiales. Este es uno de ellos.

Tengo dos amigas con las que comparto un chat. No me acuerdo de cuándo lo abrimos, ni quién de las tres lo hizo (¿María José tal vez?), pero el caso es que desde hace años se ha convertido en algo especial en mi vida. En él intercambiados impresiones sobre lecturas y escritura, ya que las tres compartimos esas dos pasiones. Nos recomendamos libros porque, aunque lo que reflejamos al escribir sea muy diferente, leemos parecido.

Somos  distintas, pero perfectamente compatibles.

Mis dos amigas se llaman María José Moreno y Pilar Muñoz, seguro que os suenan, porque son dos excelentes escritoras cordobesas. María José Moreno es psiquiatra, autora de La Trilogía del Mal y Bajo los tilos y Pilar Muñoz, psicóloga, acaba de publicar Un café a las seis, una obra de corte intimista y tiene otras dos novelas contemporáneas, Los colores de una vida gris y ¿A qué llamas tú amor?, así como un libro de relatos.

Además de cuidar de mi salud mental (es broma), como os he dicho asesoras literarias de primera. Hace un tiempo, María José nos habló en el chat de esta novela de Pere Cervantes y Pilar enseguida mostró interés por ella, porque ya había leído La mirada de Chapman y le había gustado mucho. Ambas son más de novela negra que yo (aunque también la leo) y estaban entusiasmadas. Como me encontraba en plena recta final del curso no presté demasiada atención al libro, hasta que Pilar lo leyó y nos contó que le había durado solo dos días entre las manos. Me dejó un mensaje:

"Mayte, te va a gustar".

Me picó la curiosidad, lo anoté, pero no me dio tiempo ni a ir a la librería, porque al poco llegó la cartera con un paquete. En su interior, un libro: Tres minutos de color.

Como voy a ir a Córdoba a finales de agosto, me quise dar prisa en leerlo, para poder comentarlo cuando las vea. Y así fue como esta novela llegó a mí y se coló en mis lecturas, dejando atrás esa pila de libros que siempre tengo en mi mesilla.

Lo hizo, estoy convencida, en un buen momento.

Pero, ¿qué es Tres minutos de color? Es una novela dividida en tres partes de distinta longitud, en las que un narrador omnisciente, en pasado, nos plantea una trama que en principio no deja de ser la de una novela negra. Sin embargo, casi desde el principio, varios sucesos extraordinarios les ocurren a los personajes secundarios, Oliver y Nadia, que hacen que se planteen una cuestión que quizá todos nos hemos hecho en algún momento: ¿hay vida después de la muerte? A Nadia, un paciente, Antonio Carrascosa, que le cuenta una experiencia cercana a la muerte le hace plantearse toda su formación científica, si no será cierto que somos algo más que química que cesa en el instante en el que respiramos por última vez.

La verdad es que conjugar una trama de novela negra con un tema así es delicado, porque puedes correr el riesgo de que al final todo se resuelva por obra y gracia del deus ex maquina, pero no es el caso de esta historia. Al final, todas las piezas que el autor ha ido diseminando a lo largo de la trama acaban encajando.

Un planteamiento clásico encuadra esta historia en una primera y una tercera partes que no se salen de lo que es una novela negra, y es a segunda parte, la esencia de esta novela, la que rompe moldes y arriesga con algo que es completamente innovador (en un género que hay tanto escrito que innovar se está convirtiendo casi imposible). Sin embargo, es esa segunda parte la que le da una potencia inusitada a esta historia, la que la hace especial y la vuelve reflexiva y profunda.

 Es la que más me ha mantenido enganchada.

A lo largo de 350 páginas, Pere Cervantes nos muestra una colección de personajes desencantados de la vida, que se mueven en la Barcelona de 2005. La unidad de Desaparecidos de la Policía está a punto de extinguirse en Barcelona, cuando los Mossos de Escuadra tengan plenas competencias en la ciudad. Coque Brox, el protagonista, no sabe qué será de él, pero lo que sí tiene claro es que quiere resolver una desaparición que no le deja en paz: la de su compañero Palma. Su situación personal no es la mejor: con una hija adolescente esquiva, una exmujer suicida y una pérdida irreparable a sus espaldas, Coque además tiene que lidiar con una acromatopsia que le hace ver el mundo en blanco y negro.

Tanto él como Nadia, la neurocirujana, o el mismo Oliver, el forense compañero de piso de Brox son seres solitarios. O el Aspas, un personaje muy particular que me encantó. O Rodri, el dueño de la taberna. O Marga, que no tiene ganas de vivir porque hay pérdidas en la vida que te las quitan y te impiden ver que sigue siendo en color.

Si ha habido algo que he sentido en esta novela, que se mastica, es la soledad de todos los personajes.

Me ha gustado la ambientación, esa sensación de estar pisando una Barcelona que quizá hasta se parezca a la que recuerdo (mi última visita se remonta a 2007). Un homenaje a la ciudad, que creo que de algún modo lo hacemos todos los que escribimos con los sitios que amamos.

Sobre el final, creo que no me ha sorprendido nada y me ha sorprendido que no me sorprendiera. A ver si me explico, que en lugar de una frase parece que he escrito un trabalenguas. Es un final fantástico y me parece que encaja a la perfección. Si esto fuera un puzle, podría pasar la mano por encima y no se notaría la diferencia entre una pieza y otra porque está tan bien tramada que resultaría suave y liso como tocar el cristal de una ventana. Pero pude anticiparme, pude saber dónde iban las piezas mucho antes de terminar la lectura. Mi mente se iba adelantando, planteando hipótesis y todas las cumplía. Por eso digo que no me sorprendió, porque si hubiera tenido que escribir el final, quizá las hubiera puesto todas en el mismo sitio que Pere Cervantes.

Eso me ha encantado. Es notorio lo torpe que soy para anticiparme cuando se trata de una novela negra.

Hay quien valora de manera muy positiva los finales sorprendentes. Yo prefiero los que pide cada historia y esta tiene el que mi cuerpo me pedía, así que no puedo decir nada más que me quito el sombrero.

Sobre la narrativa, no había leído a Pere Cervantes, así que no sé mucho de cómo escribía antes de este libro. Pero respecto a este, me han entrado ganas de subrayar frases, he compartido alguna en Twitter y alguna ha ido a parar a mi agenda de frases. Eso es una de mis buenas señales. Otra, que la prosa me iba gustando cada vez más a medida que avanzaba. Al principio no la noté tan envolvente como al final.

Antes de terminar la lectura ya sabía que le iba a poner un pero: la portada. No me llama nada la atención, ni el tipo de letra, ni el dibujo, ni entendía qué me estaba tratando de contar. Después de leída la novela, igual que pienso que el título es perfecto, la portada la entiendo, pero sigue sin convencerme mucho. Pero es lo de menos. Olvidaos de portadas y leed.

Merece la pena.