sábado, 25 de junio de 2022

LOS INGRATOS DE PEDRO SIMÓN




No debería escribir esto ahora, porque acabo de terminar la novela y las emociones están a flor de piel. Debería dejar que reposen, darles al menos un par de días para que se serene el ánimo y, entonces, sentarme y escribir.

Pero no quiero resistirme.

Muchas veces nos preguntamos si los premios literarios están bien dados, si son producto del marketing o de las conveniencias editoriales o de verdad se los dan a una novela de esas que dejan huella en quienes las leen. Dan un poco de miedo según va el mundo, así que nunca me acerco a uno hasta que no me cuenta la gente en la que confío.

Por eso sabía que todo iría bien con esta novela.

Lo que no sabía, porque no me había molestado en leer la sinopsis, era que es uno de esos textos que te arañan mientras estás dentro de ellos. Que te ponen en la piel de quien la cuenta, y no solo porque -se nota mucho- haya jugado con las mismas cartas que Delibes en Cinco horas con Mario, sino porque hay muchas, muchas frases en esta novela aplicables a una vida, la mía, que ya va por la segunda mitad, o más.

Los ingratos no cuenta una historia lineal de un único narrador, hace lo mismo que los grandes autores de los sesenta, experimenta, se deja llevar, mezcla todo: narradores, tiempos verbales, línea temporal, espacios... Tira de recuerdos que nos pertenecen un poco a los que fuimos niños en los ochenta y, hasta en la escasísima incursión que la novela hace en el presente te puedes encontrar (esa reflexión sobre las mujeres urbanas y las rurales, en mi caso).

David es Currito para Eme y en mi cabeza eran un poco Alex y Mariángeles. Mi hijo y la mujer que lo cuidó para que yo pudiera dar clase. Cuando nos marchamos de ese pueblo, estuvimos un tiempo volviendo. Ella le enseñó, le cuidó, le dio todo el amor que se puede dar a un niño que no es tuyo, pero al que quieres con pasión. Sin dramas ni tragedias, solo con las sencillez de ser ella misma. Esas visitas se fueron espaciando, volviéndose pocas, quedándose al final en nada. No hay casi ni mensajes porque hay prisas y dos vidas que se bifurcaron. Una de ellas, con demasiadas ocupaciones, demasiados frentes abiertos. Otra, que está en esa edad.... Esta novela me ha recordado que hay muchas visitas y muchas llamadas pendientes.

Siempre digo que la mitad de un libro lo componen las palabras del autor, pero la otra la pone el lector. Es eso que siente al leerlo y que es tan único que a veces parece otra novela distinta a la que nosotros diseñamos. Es eso que nuestras palabras le dejan o que le quitan. Este libro me ha dejado un nudo en el pecho y las ganas de decirle a Alex que lo lea. Que no espere a quedarse calvo. Que no aplace más visitas.

El lenguaje de la novela es delicioso. Ni siquiera resultan molestas las constantes repeticiones de datos, porque desde el principio las he sentido como ese recuerdo de Delibes y como parte de la admiración del autor por él. Creo que es imposible acercarse a Delibes y no acabar enamorado de todo lo que escribe e intentar que algo se nos pegue... aunque sea imposible hasta intentar imitar su voz.

El pueblo, la infancia, la tierra... los niños que crecimos como David nos vemos en un espejo literario en el que a ratos asusta un poco mirarse, sobre todo por lo lejos que queda todo eso ya.

No sé qué más decir de Los ingratos. Que el título es perfecto, tal vez que me ha dejado sin palabras.

Se me ocurre algo. En mi labor próxima de jurado de novela (en unos meses estaré en ello)  quiero encontrarme con algo así para no tener ninguna duda de por cuál decantarme. Porque aunque no haya hecho en esta reseña un informe exhaustivo o no me haya entretenido en hablar de los personajes -para eso está leer, para descubrirlos- si tengo estas certezas: la de una técnica exquisita, la de una historia sencilla pero llena de matices, los detalles, la ambientación, el sabor y los olores...

Solo puedo decir una cosa...

Leedla.

Aunque yo no la he leído...

Ya, ya sé que es raro que ahora, después del rollo que he soltado, diga que no la he leído. Entonces... es que la he escuchado.

Y ahora viene la otra historia, la que va a estar siempre ligada a esta novela para mí. Esa que nunca se te olvida como no se me ha olvidado que el kindle lo estrené hace ya una década con Orgullo y prejuicio.

Hace un par de meses, operaron a mi madre de cataratas. La operación fue bien, pero solo fue un ojo. Ahora mismo, con ese ve muchísimo mejor, pero el otro aún no está listo para operar, así que no hemos mejorado tanto. Tiene que cambiarle los cristales a sus gafas progresivas y está haciendo pereza para que no sean un cagarrio (ya le pasó una vez, que compró unas "baratas" y las tuvo que cambiar al poco) se tiene que gastar casi un mes de pensión de viudedad. 

Después de la operación, le empezó a dar guerra la espalda. Seis vértebras aplastadas que durante un tiempo han hecho que su tensión se fuera por las nubes debido a los dolores y que le mandó el ánimo al  suelo. Ha pasado más de un mes en un estado de apatía total en el que ha perdido varios kilos y en los que apenas ha podido leer, que es su pasión y su compañía. Por eso, ayer le conseguí un teléfono nuevo con más memoria que el viejo que tenía y le descargué Audible con mi cuenta de Amazon.

Como se puede compartir, yo también lo descargué en el mío.

Los ingratos ha sido mi primera audionovela de la suscripción y no he podido empezar con mejor pie.

A mi madre no voy a dejarle que la escuche ahora. Lo siento, Pedro, si lees esto, pero está blandita, se siente sola porque no vivo cerca y no quiero que se me desmorone ahora que empieza a reconstruirse. Si la veo mejor en un tiempo, entonces sí, entonces seré yo misma quien busque la novela y le ponga los cascos para que la escuche.

Solo tengo un pero al texto, uno minúsculo, seguro que es un despiste, pero que a mí, durante un rato, me ha sacado de la historia y me ha obligado a retroceder y a hacer una búsqueda para asegurarme que mi memoria está bien. Tiene que ver con  haber vivido ese tiempo que narra la novela. Las primeras elecciones democráticas en España no fueron en domingo, las tres primeras se hicieron en días de diario. Nos encantaba que hubiera elecciones, porque no había colegio, aunque eso se acabó muy prontito. Pero, salvo ese detalle, lo demás me ha parecido perfecto.

«Nos rezaban que cuatro esquinitas tenía mi cama y que cuatro angelitos nos la guardaban, pero mi cama por lo menos tenía cinco. Y uno de ellos era una señora de campo que pinchaba cuando te daba un beso».

1975. A un pueblo de esa España que empieza a vaciarse llega la nueva maestra con sus hijos. El más pequeño es David. La vida del niño consiste en ir a la era, desollarse las rodillas, asomarse a un pozo sin brocal y viajar cerrando los ojos en el ultramarinos. Hasta que llega una cuidadora a casa y sus vidas cambiarán para siempre. De Emérita, David aprenderá todo lo que hay que saber sobre las cicatrices del cuerpo y las heridas del alma. Gracias al chico, ella recuperará algo que creyó haber perdido hace mucho.
Los ingratos es una emocionante novela sobre una generación que vivió en aquella España donde se viajaba sin cinturones de seguridad en un Simca y la comida no se tiraba porque no hacía tanto que se había pasado hambre. Un homenaje, entre la ternura y la culpa, a quienes nos acompañaron hasta aquí sin pedir nada a cambio.

Puedes encontrar la novela en este enlace en ebook, aquí en papel y en este otro en audiolibro.

No te vas a arrepentir, pero no te puedo asegurar el que no acabes llorando.

martes, 21 de junio de 2022

SOLO TENGO TIEMPO DE ESCRIBIR

El 4 de mayo a las tres y media de la tarde abrí un Word. Había una historia circulando por mi mente, una idea difusa que algún día quería plasmar en una novela y, como soy una impaciente, empecé. Para escribir esa primera escena necesité documentarme y pronto me di cuenta de que había empezado la casa por el tejado. Sin tener claros los escenarios, la tarea de escribir se complicaba porque tenía que detenerme a cada momento para saber si lo estaba haciendo bien o me estaba perdiendo.

Con esa escena escrita, decidí que no podía seguir adelante.

Los días siguientes, sin embargo, me sentía como huérfana. Mis personajes me reclamaban, así que me senté en el ordenador y empecé a consultar todas las fuentes que fueron cayendo en mis manos. Anoté en una libreta datos dispersos, sin saber si los necesitaría o no. Poco a poco, toda aquella información que me había ido llamando la atención empezó a armar un puzle en mi cabeza y se fue colocando en su sitio.

Con las ideas muchísimo más claras, me volví a sentar a escribir.

Ha pasado poco más de un mes desde entonces y la novela avanza a buen ritmo. A día de hoy, la historia ya ha tomado cuerpo, los personajes empiezan a latir y a comportarse como personas y no son esas primeras marionetas que yo iba moviendo por el escenario. Ahora son ellos los que me arrastran por esta ciudad que no tiene nada de imaginaria y la historia que está saliendo es bonita.

Estoy muy segura.

Mañana, por razones personales no creo que me pueda sentar a escribir, y tampoco lo podré hacer quizá hasta la semana que viene, y por primera vez en mi vida siento rabia. Siempre he sabido aplazar la escritura, no me ha importado parar un poco, pero esta vez... es que yo misma tengo prisa por llegar al final de la historia, quiero leerla. Quiero saber.

He hecho algo que para otros puede ser pecata minuta, pero que para mí es extraordinario, he escrito ya 26 capítulos. ¡26! Y sé que en parte se lo debo a esos ratos después de la cena, en los que me siento sin tener que estar pendiente de nada ya, libre de obligaciones, pero también a las mañanas. Madrugo, paseo con Ulises y después vuelvo a mi mesa y escribo. Me deshago en palabras, dibujo emociones y calles, fiestas y conventos, música y pasteles, y aunque así dicho parezca caótico, este cuadro está quedando luminoso.

No quiero dejar de escribir estos días, así que, tal vez, cambie mis planes, esas primeras intenciones de dejar el ordenador en la mesa. Planeo robarle horas al sueño, porque la verdad es que con esta historia ya estoy soñando.

Con mucho dolor, porque ya llevo más de doscientas páginas, he dejado aparcada otra historia, para cuando sea su momento, porque esto fluye. ¿A que va a ser verdad que lo que tiene que pasar, aunque no te guste, sucede por algo mejor?

jueves, 16 de junio de 2022

HABLANDO DE COSAS

Hoy, a un amigo, le ha pasado una de esas cosas que me pasan a mí de vez en cuando. Una cosa inconcebible. Por supuesto, no se puede contar, porque si lo cuentas te pasan más cosas inconcebibles y una, vale, pero con este calor no está el cuerpo para más.

El caso es que esta cosa (la entrada se la estoy dedicando a propósito a la persona que se pone de los nervios si alguien usa la palabra cosa), ha llevado a hablar de otras cosas y los ojos se nos han puesto como esas cosas en las que comemos. Sí, esas redondas donde se echan las lentejas.

Mira que somos gente que no se sorprende por las cosas, pero esta nos tiene locos. Hablando de cosas y cosas, que al final no importan tanto como el hecho de que, esas cosas, nos han hecho pasar un rato estupendo al teléfono.

Cuando he colgado, se me ha ocurrido esta entrada. ¿Por qué? Pues la cosa en sí no ha sido, ha sido por la palabra cosa. Por este lenguaje tan pulido y tan... cosita... que me está saliendo. Igual tiene premio si las cosas funcionan tal como lo que estamos viendo. Igual con esta cosa de texto me dan el Nobel de Literatura.

O una patada en el perdín por cansina.

Lo que son las cosas...


miércoles, 15 de junio de 2022

EL VIAJE

Estoy haciendo un viaje. No lo parece porque apenas me he movido de los metros que separan el salón de mi habitación, pero la realidad es que, aunque mi cuerpo lo desmienta, yo no estoy en casa. Me he ido a explorar el mundo para cargarme de experiencias que después podré traspasar a la ficción. O de enseñanzas que intentaré aplicar a eso que llamamos vida real.

En este mundo donde la virtualidad y la realidad han diluido sus líneas, en esta mente mía que se inventa historias, se puede viajar cuando y donde se quiera sin importar ni siquiera el presupuesto.

El caso es que esta noche me ha pasado una cosa muy rara. Una de las normas de este extraño viaje es no enviar correos electrónicos. Contestarlos, si son importantes, sí, porque nadie tiene la culpa de que yo esté como una regadera. El WhatsApp no cuenta, porque cuando nos vamos de viaje, las personas importantes de nuestra vida no se borran. Si las borramos, si dejamos de comunicarnos con ellas es que no eran importantes o por lo menos eso es lo que me parece a mí. Lo que ha pasado es que me he despertado y estaba convencida de que me había saltado la norma de no escribir correos. De hecho, me acordaba de la parrafada que había salido, del enorme email que me había marcado a pesar de que me lo tengo prohibido.

He ido corriendo al correo a ver si, por aquello de que algunas veces mi memoria chisporrotea, me había levantado de la cama y había escrito en modo sonámbulo.

Menos mal, no lo he hecho.

¿Y por qué es importante no hacer esto, si es una chorrada? Pues porque hasta ahora, en todos mis viajes de los últimos por lo menos siete años, he escrito correos no necesarios. Algunos breves, otros más largos, pero la mayoría prescindibles hasta que volviera. Qué digo la mayoría, me temo que el 99% me los debería haber ahorrado y haber disfrutado las vacaciones.

Estoy de viaje imaginario porque no puede ser, de ninguna manera, real. Es a otro siglo y las máquinas del tiempo, hasta donde sé, solo existen en la ficción. Y es en ella donde me he metido de lleno, en una que leo y otra que escribo que transcurren en ese tiempo que ya es pasado. Me está encantando lo que encuentro. Las ciudades de ambos escenarios son diferentes, pero los matices son los mismos y leer a la vez que escribo me está ayudando a sentirme allí. Imaginar para narrar, eso es lo que hacemos los escritores, y si no quiero alejarme mucho de la tarea, es preciso que anule lo superfluo, lo innecesario, lo inútil o lo vacío para llenarme de otro modo.

Vale, a lo mejor soy una tarada.

O a lo mejor tengo que agradecer esta imaginación poderosa que no sé de dónde ha salido que me permite vivir más de una vez.

martes, 14 de junio de 2022

CAÍDOS DEL CIELO

Corría 1995. 

En los bares donde gastábamos los fines de semana se escuchaba mucha música en español: Alejandro Sanz, Joaquín Sabina, Revolver, Antonio Flores o Laura Pausini nos movían cada uno a su ritmo y al ritmo de las cervezas que caían por litros. En la biblioteca, esperábamos por el libro de David Trueba, Abierto toda la noche, o por La piel del tambor de Pérez Reverte. Eran también tiempos de radio, de mañanas de sábado entre micrófonos, risas, entrevistas y cuanto se nos ocurría.

Éramos tan felices, vivíamos tan despreocupados, que en estos tiempos oscuros cuesta creer que la vida fue así durante algún tiempo.

Un día, uno cualquiera, "Caído del cielo" llegó el libro.

Sé que llegó entonces porque me fui dejando pistas dentro de otros que he abierto estos días, por eso puedo datarlo. Y sé que me marcó, que trazó una de esas líneas vitales invisibles que cuando rebasamos ya no tienen vuelta atrás. Lo llevo sintiendo desde ese momento. No sé si estoy loca, pero lo supe en el instante en el que él se dio la vuelta y me miró; antes de que dijera una sola palabra.

Fue cuando coincidí con Ray Loriga.

Es curioso. He visto a personas miles de veces, he compartido cientos de historias con ellas, anécdotas que podría relatar hasta rellenar decenas de entradas del blog, pero no tengo la sensación de que ninguna de ellas me cambiara la vida tanto como ese encuentro en la biblioteca. Es extraordinario porque, salvo por los saludos de rigor, no creo que en ningún momento estuviéramos a menos de un metro el uno del otro, pero hubo algo, una conexión que quizá solo yo sentí, una potente energía que empezó a transformarme tanto que salí distinta de aquella cita.

Qué sorprendente lo que podemos hacer con otros sin darnos ni siquiera cuenta.

Aquella tarde, Ray Loriga, tres años mayor que yo (justos, nacimos casi el mismo día de marzo) presentaba una novela en la biblioteca de Azuqueca de Henares, en esa que siempre digo que fue mi segundo hogar. El día anterior, Eva, la bibliotecaria me llamó por teléfono. Candela y ella estaban ocupadas con citas médicas y Pedro, el otro chico que trabajaba allí, tenía un curso. La presentación estaba programada, la gente citada, pero no había nadie para presentar a ese joven escritor que traía entre los brazos su novela.

"Ve tú, lo harás muy bien".

Eva siempre ha confiado en mí; me llevé el libro esa misma tarde a casa y lo tenía que tener leído en menos de veinticuatro horas. Me sobraron casi todas, porque no pude separarme de él hasta que lo terminé.

Al día siguiente, cuando acudí a la cita que tenía con él antes de la presentación, estuve a punto de colapsar. No solo por las sensaciones tan potentes que emanaban de aquel hombre (me impresionó todo de él, era exactamente como en la foto y yo era mucho más impresionable con 25 de lo que lo soy ahora) sino porque entre sus manos llevaba un libro diferente: Héroes.





¿Me había pasado la noche despierta leyendo un libro que no era? ¿Y qué iba a decir de ese otro del que no sabía nada? Me asusté, lo confieso, mi mente entrenada desde niña para contarme historias trazó una catástrofe mental imaginaria casi antes de que él abriera la boca. No pasó nada porque era él quien se había confundido de libro y presentamos el que los que acudían y yo misma habíamos leído. 

Las dos horas se pasaron volando, creo que le hice tantas preguntas que acaparé la conversación sin querer. 

Quería saberlo todo. Del libro, de la escritura, del mundo editorial, de las emociones que provocan las palabras, de la necesidad de escribir, de la lucha contigo mismo cuando no puedes hacerlo. Quería exprimir esos minutos que se pasaron demasiado rápido y lo hice. Me los bebí como te bebes un vaso de agua cuando te mata la sed. 

Ray Loriga se fue después de regalarme su ejemplar de Héroes (que no tengo porque lo perdí en una mudanza).  Nunca más nos hemos encontrado, pero no he podido olvidarlo porque me transformó. Había escrito desde que era pequeña, tenía cuentos, novelas a medias, historias que no iban a ninguna parte, pero no tenía esperanza de conseguir el sueño de publicar un libro.

Y él, sin saberlo, me la regaló con ese libro suyo que puso en mis manos.

Sin intuirlo, me ayudó a trazar esa línea y me llené de coraje. Volví a escribir, aunque no publiqué de verdad hasta 2014, cuando esa joven llena de sueños de 25 era ya una mujer de 44. Empleé todo ese tiempo para estar lista y solo los demás pueden juzgar si lo conseguí.

Hoy, una docena de novelas después, algunos premios de segunda y muchos sueños cumplidos, sé que mi vida hubiera sido otra de no haber tropezado con él. Una mucho más aburrida y más vulgar. Una en la que se habría quedado pendiente mi mayor sueño.

Y ni siquiera lo sabe ni lo sabrá nunca.

lunes, 13 de junio de 2022

REINICIANDO

Si no he contado mal, estoy en mi día 5 de reseteo. La semana pasada, por sorpresa, me encontré a mano el botón y la oportunidad y lo apreté. Sin pensarlo, sabiendo que me voy a tener que acostumbrar a algunas cosas. Y desintoxicarme de otras, claro, pero para eso es resetear.

Llevaba mucho tiempo atascada y no por decisión propia. Un día, a lo tonto, me encontré con que me había metido en un jardín porque me paso de buena y no supe salir de él. O no quise, eso no lo tengo muy claro, porque a veces me da por explorar el mundo y me quedo a ver qué encuentro. Si merece la pena o si es una estupidez.

El caso es que este jardín inexplorado estaba lleno de vegetación y a mí se me ocurrió que podía convertir un bosque espeso y desordenado en un vergel. Lo regué, usé tijeras de podar, saqué montones de bolsas al contenedor de orgánico y al final, cuando me di la vuelta para comprobar si mi obra había merecido la pena, me fijé que, por donde había empezado, las hierbas tomaban otra vez por asalto mi jardín. No sirvió de nada porque yo solo tenía buena voluntad y no un herbicida y porque los jardines salvajes odian a los jardineros y se ríen de ellos.

Pero mira que soy cabezota, pensé que podía con él...

No ha sido así, claro, me ha consumido mucha energía para nada. He perdido el tiempo, que al final es lo único que tenemos los seres humanos. Finito, frágil, indefinido y no por eterno, precisamente. Ahora me pregunto cuál fue la razón para adentrarme en esta tonta cruzada y no la encuentro, pero en su día supongo que pesaron razones que tenían más que ver con deseos que con la realidad.

El caso es que hace unos días cerré la cancela. Salí del jardín y no he vuelto ni a mirarlo. Que crezca por donde quiera, que se ahogue entre malas hierbas, que sea feo y no lo bonito que yo quería ponerlo. Algunos jardines prefieren ser así, sin darse cuenta que, en cualquier momento, si no se cuidan, una colilla mal apagada, un mal gesto, un rayo o cualquier descuido prenderá una brizna de hierba y acabarán rendidos al fuego. Que dejarán de ser hasta una posibilidad.

Yo no me voy a quedar a mirarlo. 

Prefiero gastar la vida en otras cosas.

miércoles, 8 de junio de 2022

SIN FECHA DE CADUCIDAD Y TUS PRIMERAS VECES CONMIGO

 


Hoy llega a las librerías Sin fecha de caducidad, la novela con la que resulté ganadora del X Certamen Internacional de novela romántica HQÑ. No hace ni dos meses que se puso a la venta Tus primeras veces conmigo, la novela que ya estaba programada antes del premio, así que, aunque hoy le tocaría ser protagonista a la que llega a las librerías, me niego a dejarla atrás. Las dos son especiales porque son mis últimas novelas.

Quiero aclarar algo de ellas. Son románticas, sí, pero no por ello están vacías de un contenido más allá de la historia de amor entre dos personas. Yo no sé escribir solo acerca de miradas ardientes y besos apasionados, necesito que haya algo más detrás. Un viaje, interior o a un lugar concreto. Una reflexión. Un enredo... (nunca escribo misterios, sino confusiones). Por eso, cada una de estas dos novelas temas de fondo (de fondo y con respeto) muy serios y presenta a unos personajes que poco tienen que ver entre ellos.

Alba no se parece a Elora.

Héctor no tiene nada que ver con Diego.

Muchas veces, autores de éxito repiten hasta la saciedad el mismo personaje que funcionó, quizá porque piensan que los lectores no tienen capacidad para asimilar otros. O porque no quieren perderse en experimentos, también puede ser, pero yo no voy a vivir eternamente. No voy a poder escribir ni la quinta parte de las novelas que tengo en la cabeza ahora, así que tengo que probar, que arriesgar, que salirme del carril porque, además, no importa. Tengo pocos lectores, pero son tan especiales que me perdonan que indague.

Hoy toca el turno a Héctor y Alba, a su historia. No espero nada de ella, ya me ha dado todo lo que podía darme antes de salir a la calle.

Ahora es vuestra.

Podéis conseguirla pulsando aquí.

domingo, 5 de junio de 2022

BLOQUEO LECTOR




A veces pasa. A veces das con ese libro mágico que no te permite pensar en otra cosa que no sea encontrar un momento para sentarte y leer.

Cuando has conocido esa sensación, cuando alguna vez has dado con EL LIBRO, con ese que te conecta de un modo especial a una historia que no es más que letras sobre blanco, pero que toma forma en tu interior de un modo que te parece más real que la vida misma, la persigues. Y lo haces porque es una de las sensaciones más poderosas de la vida.

Tú.

Una historia.

Una aventura.

Un mundo inventado por otro que puedes completar tú, poniendo cara y voz a los personajes, añadiéndoles matices que los convierten en tan reales que casi los sientes respirar entre las páginas.

¿Lo has vivido? Porque solo si lo has vivido entenderás de lo que te estoy hablando. Quizá eres de los que, persiguiendo esa sensación se pasan horas perdidos en librerías y vuelven a casa de las Ferias con bolsas que pesan mucho. Si no, tal vez hagas como gente que conozco, que te mira raro cada vez que tus pies te conducen a cuanta librería encuentras en tu camino.

Pero otras veces...

Otras veces te equivocas.

Suele pasar cuando te dejas llevar por grandes campañas de marketing, cuando te seduce un título de esos que se piensan solo para seducir y te engaña la torre de doscientos ejemplares o las cincuenta mil reseñas en Instagram diciendo que es mejor que la mejor de las novelas. No digo que siempre suceda, pero la verdad es que me ha pasado ya varias veces y entonces...

La magia se esfuma.

La lectura se convierte en una cuesta arriba insoportable, porque aún no he aprendido a decir no del todo a los libros en los que me gasto 20 euros que precisamente no me sobran. Además, aparece un efecto secundario que no le deseo a ningún lector: el bloqueo. Empiezas a tenerle miedo a las novelas que lee todo el mundo y que elogian hasta el infinito. No encuentras nada interesante. Te pasas semanas preguntándote si es verdad que con los libros se puede sentir esa conexión o te lo has imaginado.

Tengo dos soluciones para solventar este problema cuando me lo encuentro. Son personales, quizá solo me sirven a mí, pero ayudan a que ese tiempo oscuro en el que no te satisface nada se pase cuanto antes.

El primero, releer. Buscar un libro con esa magia, de esos que ya sabes que no te van a fallar porque llevas tantas relecturas que confías en él.

El segundo, escribir. Es lo que más agradezco a los bloqueos lectores. Me enfado tanto que me entran ganas de contarme una historia que no me aburra y me posee una fiebre que hace que hasta aumente mi capacidad mecanográfica y casi logro que las manos vayan a la misma velocidad que mi cerebro.

Estoy inmersa en un bloqueo lector, he descartado muchos libros estos días, quizá más de veinte, y he aparcado algunos que no quiero leer con este estado mental porque tengo la sensación de que, si lo leo ahora, me equivocaré. Pero también he empezado una novela. Más o menos llevo una tercera parte. Igual no la termino, igual se acaban las ganas cuando se termine mi bloqueo lector, pero mientras tanto, lo sorteo así.

Cualquier cosa me vale menos no vivir entre palabras.