El tema de fondo de esta historia es el acoso.
Cuando la escribí, aunque sé bien de lo que estoy hablando, lo dejé en un plano superficial, porque siempre quise dar más potencia a la otra historia, la que queda en primer plano y es más bonita y más optimista. No leemos para aprender, sino para divertirnos, así que, aunque dejase la puerta abierta a alguna reflexión, sería con la humildad de no ir por la vida dando lecciones.
El acoso genera toda una serie de secuelas a quienes lo padecen que no estaba segura de haber plasmado en mi protagonista. Me di cuenta cuando lo he visto de cerca, cuando las emociones me han tocado tan de lleno que no queda más remedio que pararse a pensar.
Mi protagonista no se entretenía en hacerse una pregunta: "¿Qué he hecho?" Porque, aunque el acoso venga muchas veces de la mano de personas claramente desequilibradas, esa es una pregunta que es inevitable, buscamos las razones, la lógica, la causa-efecto que al final conduce a callejones sin salida, porque el narcisismo de otro, sus obsesiones íntimas, su distorsión de la realidad que se acomoda a lo que quiere que sea y no a lo que es, es ingobernable desde fuera.
Y las consecuencias, también.
Cuando empecé la novela, el mismo acoso que recibe mi protagonista lo estaba sufriendo alguien muy cercano. Pero ya sabemos que no es lo mismo ver que vivir ni que contar, porque aunque la realidad sea aterradoramente verosímil, la ficción tiene sus propios mecanismos. Y yo hablo de ficción en mis novelas, aunque detrás siempre haya verdades aterradoramente reales.
Claro, después de la noche en vela, ahora tengo sueño...