lunes, 30 de enero de 2012

CUENTREVISTA (o en lo que puede acabar una frase)

(Entrevista a Ángels Om, autora de Siete Historias)

Nunca he sabido estar sin hacer nada, así que, cuando tengo un rato libre, suelo encender mi ordenador, abrir una página en blanco y empiezo a poner palabras. Una detrás de otra, como hormigas trabajando en verano, empiezan a crear el caminito que conduce a un cuento. Ese día, como otros tantos, dejé que las palabras se pusieran en marcha. Entre las motitas de negro sobre el blanco, empezaron a tomar forma los personajes que emprendieron una aventura. Horas después, dado que la musa ese día tenía mucha prisa (me dijo que se tenía que ir a soplarle en la oreja a otra persona), logré terminarlo casi, casi por completo. Me faltaba, nada más, la última frase. No podía estar más orgullosa de lo productivo que había resultado mi tiempo. Lo que jamás imaginé, y mira que tengo imaginación, es lo que ocurriría en el instante en que escribí:

Si cierras los ojos y aprietas muy, muy fuerte, todo lo que sueñas se hace realidad

Cuando fui a poner el punto que faltaba… ¡Cuéntalo tú, Àngels! ¡A mí sola no me van a creer!

No me extraña, a día de hoy yo tampoco acabo de creérmelo. Creo que eran las cinco de la tarde más o menos, estaba contestando algunos correos, con Nikon en mi regazo, cuando mi mente, que suele ir por libre, empezó a gritarme con todas sus fuerzas una frase. Al principio, intenté apartar ese molesto ruido, pero tras unos cuantos intentos fallidos, no tuve más remedio que abrir el Word y comenzar a escribir aquello que, en esos momentos, no parecía tener ningún sentido. Pulsé la s, seguida de la i un espacio en blanco, así hasta que apareció en la pantalla: “Si cierras los ojos y aprietas muy, muy fuerte, todo lo que sueñas se hace realidad” La miré inclinando la cabeza hacia la derecha y sonreí. Era una frase bonita, casi mágica, solo le faltaba un detalle, un punto después de la última palabra. El dedo índice de mi mano derecha se detuvo en el aire. Tantas horas delante de la pantalla me estaban afectando, ¿pues no me ha dado la impresión de que la segunda o de la palabra “ojos”, se estaba haciendo cada vez más grande? Baje los párpados y les apliqué un considerable y fuerte restregón. Cuando mis pupilas dejaron de transmitir “chiribitas” a mi cerebro, me percaté de que algo extraño estaba pasando. Lo primero que percibí, fue una corriente de aire seguida de un olor a tierra. Evidentemente, en mi casa, en pleno enero, ni hay corrientes de aire, ni tierra, ¡si ni siquiera tengo plantas de interior! Una vez que mis ojos se acostumbraron a la inquietante oscuridad, me di cuenta de que no estaba sola. A unos pocos metros de mí, vislumbré la sombra de una persona, que por sus movimientos, parecía estar algo desconcertada. Mi primer impulso, fue el de salir corriendo, no lo hice, no por falta de ganas, sino porque no sabía hacia donde correr, no tenía ni idea de dónde estaba. En esas estaba yo cuando la sombra se acercó y me habló. Creo que lo mejor será que lo cuentes tú, al fin y al cabo, tú ya estabas allí.

Bueno, ahí va… El caso es que cuando apreté el punto… Lo que me pasó fue increíble. El dedo se quedó pegado en el teclado y empezó a hundirse. Por más que tiraba y tiraba, cada vez se sumergía más y más. Detrás del dedo fue la mano, y luego el brazo y cuando, quise reaccionar, mi cabeza se empezaba a colar por la tecla. Sobra decir que cerré los ojos con todas mis fuerzas. ¡Uno nunca está preparado para que se lo trague un portátil! Transcurridos unos instantes, abrí los ojos y, al principio, no vi nada. Aquello estaba más oscuro que la boca de un lobo bostezando. Poco a poco mi vista se fue acostumbrando y el negro se sustituyó por el verde. No era verde manzana, ni verde botella, ni siquiera verde loro. Era más bien un color entre el verde pistacho y el verde kiwi maduro. Un solo elemento interrumpía esa inmensidad verde: un pequeño saquito marrón atado con una cuerda. Lo tomé entre mis manos y sacudí su contenido. El ruido que hacía me recordó a un sonajero. Centrada en mi descubrimiento como estaba, no me di cuenta de que detrás de mí había dos personajes: una mujer, tan aturdida como yo, y un pequeño perro que me miraba de manera muy graciosa, con la cabeza ladeada.

-¿Cómo te llamas? –le pregunté. Al perro, por supuesto.

Ladró. No soy muy hábil interpretando ladridos, pero allí estaba su dueña para ayudarme.

-Se llama Nikon –le dije-. ¿Tienes idea de dónde estamos o qué hacemos aquí?

Le conté cómo me había metido en ese jardín, y ella hizo lo propio con su historia.

-Por cierto, yo me llamo Mayte, y creo que te conozco. Tú eres Ángels Om, la autora de Siete Historias, yo he leído tu libro.

Nikon interrumpió las presentaciones. En su boca llevaba lo que parecía ser la página de un cuento. Ángels lo tomó en sus manos y señaló un detalle: había unas cuantas palabras subrayadas. Si las leíamos en orden decía algo así como: "encontrarás con salida verdad la la". Nos miramos estupefactas, aquello no tenía ningún sentido, pero se nos olvidó enseguida la dichosa frase cuando Nikon, de un salto, me arrebató el saquito y su contenido se desparramó por el suelo. Lo que había en su interior eran unas habichuelas, mucho más grandes de lo normal, más grandes incluso que los judiones de La Granja. A una de ellas, frente a nuestros perplejos ojos, le salieron unas patitas y unos brazos. ¡Si hasta tenía ojos! No sé de dónde surgió una pala diminuta y se puso a excavar, mientras Nikon corría alborotado a nuestro alrededor y nosotras no reaccionábamos. Cuando logró hacer un pequeño agujero, se metió dentro de un salto y el perro se apresuró a rellenar el hueco que quedaba con tierra. En menos de lo que dura un estornudo, una enorme planta empezó a crecer, subiendo y subiendo hasta perderse en las nubes blancas que cubrían en jardín.

Aunque os parezca increíble, mi mente estaba más pendiente de las palabras subrayadas que nos había traído Nikon, que del crecimiento espontáneo de aquella judía con vida propia. En el fondo, yo sabía qué estaba pasando.


- Lo siento Mayte –dije disculpándome.

Ella, sin dejar de mirar hacia el cielo, preguntó:

-¿Qué es lo que sientes?

-Verás –contesté intentando explicar lo inexplicable-, creo que ya sé que hacemos aquí. Me da la impresión, de que he metido en tantos líos a mis siete personajes, que han querido que pruebe un poco de mi propia medicina. El papel que traía Nikon, es la clave y si tú estás aquí, es porque eres la solución.


Mayte, que había cambiado la dirección de su mirada, me observaba como decidiendo si regía con normalidad o me faltaba una camisa de fuerza. Ordenó un poco sus ideas y me dijo:

-A ver si lo entiendo, estamos aquí porque unos personajes que no existen, han decidido gastarte una broma mandándonos a un sitio que tampoco existe y del que debemos salir descubriendo algún tipo de acertijo.

-Bueno, exceptuando el hecho de que Nikon si que existe, todo lo demás es correcto –contesté mientras me daba cuenta de lo absurdo que parecía todo.

-¡Genial! ¿Por dónde empezamos? –gritó entusiasmada.

En ese mismo momento, me di cuenta de dos cosas. Primero, no creo que en todo el mundo hubiera otra persona más adecuada para acompañarme en esta aventura. Y segundo, por alguna extraña razón, a la planta que parecía no tener fin, le había salido una hoja gigante en su base, casi pegada al suelo. Intentando no hacerle mucho caso al “hierbajo” familia de las papilionáceas, que diría alguno de los listillos de los trillizos, me dispuse a contestar a la pregunta de Mayte:


-Creo que deberíamos centrarnos en el papel que nos ha dejado Nikon.


Justo al acabar de hablar, oímos un ligero “pop” que provenía de la planta. Nos giramos los tres a la vez (perro incluido) y vimos como a la derecha de la primera hoja, pero un poco más arriba, salía un nuevo brote del que a su vez, iba creciendo otra hoja gigante.

-Esto debe significar algo –dijo Mayte- ¿Recuerdas cuando ha salido la primera hoja?

Pero por más que pensaba, no conseguía recordar el momento exacto.

-Lo siento, pero no logro recordarlo –contesté con sinceridad.

Y justo en ese instante, se volvió a repetir el proceso, primero el “pop”, luego el brote y por último la hoja. Esta vez, a la izquierda y de nuevo más alta que la anterior.


Mayte cogió en silencio el papel babeado por Nikon, y comenzó a estudiarlo con atención, tan concentraba estaba, que casi no me atrevía a respirar por miedo a molestarla. Me dediqué a observar a Nikon que se lo estaba pasando cañón saltando de una hoja a otra, parecía que estaba en una cama elástica.


Sin darme cuenta de que hablaba en voz alta, solté una carcajada y dije:


-Nikon, parece que estés subiendo y bajando una escalera.


-¡Eureka! –gritó Mayte dándome un susto de muerte-, está clarísimo, mira que leemos si ordenamos las palabras de la forma adecuada.

La solución no era ponerse a cantar (confieso que con eso de que la frase acabase por "la la" hizo que me entrasen ganas) sino de aplicarle cierto orden al caos.

-" Con la verdad encontrarás la salida" –dije convencida.

Claro que una cosa era ordenar la frase y otra muy diferente averiguar de qué verdad hablaba. Estábamos casi como al principio. Repasamos nuestra breve conversación y llegué a una conclusión. Probé, para ver qué sucedía.

-Soy altísima, rubísima y tengo unos increíbles ojos azules –dije sorprendiendo con la tremenda bola a Ángels. La hoja sobre la que saltaba Nikon se esfumó y el pobre se dio un porrazo. Menos mal que no estaba demasiado alto-. Prueba tú a decir algo, esta vez, que sea verdad, por ejemplo… ¿Qué es lo que más te gusta hacer?

Ángels sujetó a Nikon en sus brazos, lejos de la planta, para que no sufriera otro descalabro.

- Soy de gustos muy sencillos. Me gusta disfrutar de la compañía de mi familia, tengo la suerte de tener un marido, hijos, hermanos y sobrinos muy divertidos. Pero si hablamos de algo que me hace perder la noción del tiempo, que consigue que me olvide hasta de quien soy, eso es leer. Cuando encuentro un libro que me engancha, mi mente, se mete entre las páginas y lo demás deja de existir. Reduzco las horas de sueño, las de ver la tele, y si no fuera porque tengo obligaciones laborales y familiares, me olvidaría hasta de respirar. Eso solo me pasa mientras leo o mientras escribo.

Una hoja nueva le salió al tronco. Parecía que la planta se estaba transformando en una escalera de caracol. Trepé hasta ella y me sorprendió lo sólida que parecía. Aguantaba mi peso sin doblarse lo más mínimo.

-Eso es –dije-. A la planta le salen hojas cuando escucha algo que es cierto… A lo mejor…

-… la salida está arriba. ¡Tenemos que ser sinceras y la planta nos mostrará el camino de vuelta a casa!

Ángels subió a la enorme hoja, a mi lado, y entonces le lancé otra pregunta:

-¿Qué leías cuando eras pequeña?

- De eso hace unos cuantos años je,je,je. He de explicarte, que mi padre me enseñó a leer antes de cumplir los cuatro años. Incluso me enseñó a contar un segundo cuando encontraba una coma, y tres cuando encontraba un punto. Así que cuando las niñas de mi clase iban por el ma, me, mi, mo, mu; yo ya había acabado el libro. Como cualquier niña, mis primeras lecturas fueron cuentos -por cierto sospechosamente parecidos a esto que estamos viviendo-, al principio con dibujos y no mucho después, todo texto. Que yo recuerde, siempre he devorado los libros que encontraba por casa y eran muchos. He leído hasta enciclopedias. Pero lo que supuso un descubrimiento a los diez años, fue un libro de Agatha Christie. Ya lo he contado en alguna ocasión, hice trampa; en cuanto apareció el primer cadáver fui directa a las páginas finales para saber quién era el asesino. Cuando retomé la lectura de aquella novela ya sabiendo el desenlace, seguí no solo la trama, sino la lógica de la autora. Pude ver con total claridad como Agatha, iba poniendo trampas intentando despistar al lector o como dejaba sutilmente algún dato importante medio escondido en un párrafo. Sencillamente me fascinó seguir paso a paso la mente de la novelista y pensé: “yo quiero hacer algo parecido”.

Una nueva hoja, un escalón más que nos acercaba a las nubes, surgió ante nuestros atónitos ojos. Seguí con la entrevista improvisada.

-¿Cuándo decidiste ponerte a escribir Siete Historias y por qué? –le pregunté mientras nos acomodábamos en la siguiente. El suelo empezaba a verse un poco más lejos.

-La culpa es de los Cumulonimbus. Habíamos hecho planes para irnos de camping la Semana Santa de 2007, pero la previsión del tiempo daba lluvia a “tutiplén”, así que decidimos quedarnos en casa. Por otra parte, Irina, que en ese momento tenía ocho años, estaba sufriendo acoso escolar. ¿Qué hacer durante cuatro días lluviosos para evitar el monotema del sufrimiento en la escuela? Pues no sé muy bien cómo se me ocurrió, pero pensé en escribir junto a Irina una historia donde ella fuera la protagonista. Por supuesto, en esa historia tenía que sobresalir la parte positiva y bonita del ser humano. Evidentemente, ella se cansó el primer día y a mí, se me fue de las manos. Así que podríamos decir que “Siete historias”, es fruto de la lluvia.

Pensé un poco antes de lanzar la nueva pregunta, no sin antes mirar hacia arriba para comprobar si las nubes, ese día, anunciaban lluvia.

-Lo que estudiaste, ¿te ha servido en esta aventura literaria?

-Te confieso que por un momento he acariciado la idea de echarme flores sobre mi época de estudiante, pero mirando hacia abajo, me he dado cuenta de que no es el mejor momento. No he sido una buena estudiante. Bueno, cuando las materias me gustaban (lengua, historia y ciencias naturales), era la número uno, pero yo no lo consideraba estudiar, era placer. Tuve una profesora de las de verdad, que, a pesar de que se tiraba de los pelos cada vez que me pedía los deberes, alimentó aún más si cabe, mi pasión por la literatura. Cuando acabé la E.G.B, como casi todos los de mi generación, comencé a trabajar, principalmente cuidando a niños y a personas mayores. Lo compaginaba con un trabajo no remunerado en una emisora de radio. El mundo de la radio, me enseñó el arte de la comunicación. Por otro lado, mi mente siempre inquieta e insatisfecha, nunca se ha conformado con estar en modo “stand by”, así que nunca he dejado de aprender. Te parecerá una tontería, pero cuando escucho hablar de algo sobre lo que no mucho, me dedico a buscar información hasta que mi curiosidad queda alimentada.

Le confesé que yo tampoco hice los deberes en toda la E.G.B. (por eso ahora cumplo un castigo de hacer deberes todas las tardes del resto de mi vida) y que escribo por dos razones: una, porque lo necesito, mi mente no sabe estarse quieta demasiado tiempo. La otra, porque me gusta inventar cosas para los que tengo a mi alrededor, o simplemente servirles de cronista para que algunos recuerdos familiares no se pierdan. Me acordé que en Siete Historias hay algo de eso. Inesperadamente, mi confesión le añadió otro escalón a nuestra improvisada escalera y animó a Ángels a contarme sus razones.

- Cuando mi padre murió, Irina tenía un año y Héber doce. Héber y mi padre, siempre estuvieron muy unidos, parecían dos críos. Se peleaban, se reconciliaban y no podían pasar un solo día sin verse. Mi hija creció escuchando maravillas de un abuelo al que apenas conoció y muchas veces se lamentaba por ello. He de aclarar que todas las cosas que cuenta Natalia en su historia, son cosas que de verdad le pasaban a mi padre, incluido lo de la guerra de Sidi Ifni , así que, como material no me faltaba pensé que, plasmarlo en un papel en forma de historia, sería un bonito homenaje a mi padre y un regalo para mis hijos. Lloré mientras la escribía y lloro cada vez que la leo. Mi madre, murió cuatro años después que mi padre. Fue absolutamente inesperado y literalmente de un día para otro. Cuando escribí el libro, aún no había superado lo de mi padre y lo de mi madre, que era uno de mis mayores apoyos, me superaba, por eso no hablo mucho de ella. Y esta, es “la historia de la historia” de Natalia, eso y el tener muy reciente el paso de Héber por la adolescencia.

La nube estaba ahí, muy cerquita ya, procurábamos no mirar hacia abajo para no sentir cierto vértigo. Calculé que en tres o cuatro respuestas sinceras, los escalones nos permitirían comprobar qué se siente paseando por las nubes. ¿O eso ya lo sabemos los que nos dedicamos a inventar historias? En todo caso, pregunté:

-¿Tú por qué decidiste autoeditarte? ¿Mandaste el libro a alguna editorial?

- Primero tuvieron que convencerme de que publicara. De eso se encargaron principalmente mis sobrinos y un par de amigas. Una vez tomada la decisión, me topé conmigo misma. Uno de los muchos defectos que tengo, es la impaciencia. Solo de pensar en la espera mínima de seis meses para que una editorial te diera los buenos días, me ponía los pelos de punta, así que dije aquello de: “pasopalabra”. Mi idea en principio, era buscar una imprenta y hacer 10 o 20 ejemplares para regalar a la familia y amigos. Pedí presupuestos y salía una burrada por ejemplar. Entonces escuché hablar de la autopublicación y pensé que era una buena idea. Lo que realmente superó mis expectativas y a mi misma, es que el libro tuviera tanta aceptación, sobre todo entre los blogueros.

Sus razones, tan parecidas a las mías, me hacían pensar en que quizá esa era la razón que nos podía haber puesto en contacto. No me di cuenta, perdida entre mis pensamientos, que había hecho dos preguntas y a sus dos respuestas le siguieron un par de escalones más.

- ¿Cuándo nos vas a regalar otra novela?

-La respuesta más sincera, es que no lo sé. Por un lado, en mi cerebro hay tres novelas prácticamente terminadas que me piden a gritos una carpeta para cada una en mi ordenador. Por otro, la parte miedica de mi personalidad está paralizada. Siete historias es un libro muy especial que ha gustado mucho, fue escrito sin esperar a ser leído, ¿y si no soy capaz de hacerlo otra vez? No sé si sabré estar a la altura y eso me tira para atrás a la hora de avanzar con mis escritos. Tampoco tengo claro si publicaré físicamente un libro, o si por el contrario, lo haré solo en formato digital.

-¿Te confieso una cosa? –dije asegurándome de que lo que iba a decir fuera verdad de la verdadera-. Es miedo tuyo es igualito, igualito al mío.

Con las últimas respuestas, las hojas directamente, nos situaron encima de la nube. Al principio nos asustó la sensación, el suelo no era tan firme como en la hoja pero era muy agradable. Nikon se bajó de los brazos de Ángels y se puso a corretear, levantando a su paso diminutas nubes de vapor que trataba de atrapar.

Nos reímos con ganas al ver la escena. Cada vez que Nikon conseguía pillar una de aquellas nubes, un montón de diminutas gotitas de agua le cubrían por completo haciendo que él se sacudiera de una forma muy graciosa. Pero a pesar de esas risas, las dos sentíamos una especie de nudo en la garganta. Esta última media hora de nuestras vidas, había sido extraña, surrealista, casi de locos o, como diría uno de los trillizos –probablemente José- “flipante”, pero ambas sabíamos que el vínculo que se había formado entre las dos a base de sinceridad, era algo que duraría mucho tiempo a pesar de que, probablemente, nunca más volveríamos a vernos. Como por un impulso nos abrazamos y solo acerté a decir:


-Mayte, ha sido un privilegio compartir contigo esta aventura. Cuídate y no dejes nunca de escribir.


Ella, visiblemente emocionada me dijo:

-Lo mismo te digo. Ha sido genial, Ángels, me ha encantado conoceros a Nikon y a ti. Y tranquila, no creo que aunque quisiera, fuera capaz de dejar de escribir.

Fue entonces, cuando noté un tirón suave de mi pantalón. Era Nikon que insistía en que lo cogiera en brazos. En el mismo momento que él se acomodaba, justo cuando yo parpadeaba, la nube, la planta y hasta Mayte, desaparecieron dejando ante mi vista la pantalla del ordenador. Volvía a estar en casa y tenía un correo nuevo. Más por inercia que por saber realmente lo que estaba haciendo, lo abrí. Era de Mayte, os dejo como despedida sus palabras.

"¿Soy yo que he perdido la cabeza del todo o nos hemos colado en un cuento?"



Ángels Om
Mayte Esteban
Enero, 2012.