sábado, 3 de abril de 2021

EL OLVIDO

Ha pasado un año ya encerrada, algo más, y el olvido empieza a imponer su dictadura. Casi no me acuerdo de los planes que tenía para 2020. Creo que mi cerebro, en un intento de suavizar el dolor por todas las pérdidas, me está haciendo el favor de disolver los recuerdos que ya no tienen sentido. 

¿Para qué recordar lo que solo era un podría ser?

El 9 de marzo de 2020 recibí la noticia de que iba a publicar en septiembre mi siguiente novela en papel. Había pasado esa criba editorial que antecede a la publicación -sí, todo el mundo la pasa, esto es un negocio y nadie regala nada-, y encaraba el año con un montón de citas para seguir con la promoción de MI NOVELA, La colina del almendro. Y, además, por si eso fuera poco, me sentía muy querida.

¿Eso no es la felicidad?

De pronto, cuatro días después, todo se desmoronó. Ya no había planes posibles, como si hubiera cometido un delito imperdonable, me veía encerrada sin juicio previo. No era nada extraordinario, nos pasó a todos, pero cada uno tiene su manera de vivir las cosas y la mía fue sentirme en una prisión a la que me tocó acomodarme como pude. Hay quien leyó muchísimo, o escribió a un ritmo frenético. Yo, por mi parte, sufrí una parálisis que me costó muchos meses remontar. Apenas leía y escribí muy pocas palabras. Se publicó esa novela, pero no hubo modo de defenderla donde sé hacerlo: en la calle.

Hoy mi vida no se parece a la de hace un año.

Ni mi vida ni mi casa, porque en medio de ese caos provoqué un incendio y hay muchos detalles que han cambiado. Muebles, electrodomésticos, el color de las paredes. Hoy, un año después, escribo sentada en una silla, delante de un escritorio que es completamente para mí, pero no lo hago con la pasión que lo hacía cuando mi despacho eran mis piernas y mis muros tan cambiantes como el lugar que encontrase libre en el momento de la escritura.

Llevo un montón de kilos más.

El alma me pesa como nunca.

Tengo ligeros los afectos y deshechos muchos lazos.

He estado enferma de este virus y aún viajo con sus consecuencias.

He sufrido, porque tengo ese defecto, la vida me duele, lo injusto me arrasa y en este año he tenido que aguantar algunas cosas muy injustas, pero sé que nada es eterno. Que algún día todo pasará y esto también caerá en ese pozo insondable de las cosas que olvidamos. Y espero, aunque solo sea un sueño de esos que hasta da miedo poner en voz alta, encontrar de nuevo eso pequeño que te hace levantarte cada día deseando exprimir sus horas.

Espero.