viernes, 13 de noviembre de 2020

OASIS DE ARENA

 Hoy me he acordado de este relato. Habla de una circunstancia muy concreta, pero me he dado cuenta de que, si lo trato como una metáfora, este año lo he vivido.

Todavía estoy en el parque, sentada en un banco, con un libro en las manos, observando la felicidad desde la distancia y tratando de sanar.

Quiero creer que llegará un día en el que esto pasará. 

Todo pasa.

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miércoles, 11 de noviembre de 2020

ACUÉRDATE DE RAMÓN GARCÍA

 Hace una semana, y después de meses en los que escribir ha sido una tarea plagada de altibajos, empecé el borrador de otra novela. Eso es bastante normal en mí, en medio de bloqueos de otras historias más complejas, voy a mi carpeta donde guardo ideas para novelas, tramas trazadas sobre un folio o dos, y empiezo a escribir sin preocuparme mucho del destino que le voy a dar a lo que salga. De algo así nació La chica de las fotos, de un ejercicio que estaba haciendo, lo he contado muchas veces: aprender a poner la raya, que no sabía.

Por cierto, recomiendo este ejercicio a un alto porcentaje de las autoras (y autores) de romántica que se autopublican, que no dan ni una. Nadie nace enseñado, pero ahí está nuestro empeño en solucionarlo. En aspirar a ser escritor o simplemente en quedarnos, como tengo la sensación en muchas de las novelas que abro y cierro aterrorizada por el caos que encuentro, en encontrar una fuente facilita de ingresos pasivos.

El caso es que, tras una semana de euforia, esta mañana me he quedado pensando. No he terminado, en mis notas falta gran parte de lo que planifiqué, pero al sentarme y llevar una hora, en la que apenas he puesto palabras, me he empezado a hacer preguntas, me he cuestionado a mí misma y me he hecho pensar en qué pasaría si de pronto ya no tengo nada más que contar.

No pasa nada.

No es obligatorio que me siente y escriba, porque me he guardado muy mucho de conservar una vida al margen de esto y de cuidarla, porque desde siempre he tenido la certeza de que esto es temporal. Es una sensación basada en algo que existe en algunas personas, aunque a veces parezca, cuando entras en Twitter sobre todo, que ha muerto: el sentido común. Mi "modelo" a valorar es Ramón García, y ahora seguro que os estáis preguntando por qué me ha dado por poner a este señor en mis pensamientos, si no lo conozco de nada. ¿Quién es Ramón García?, se podrá decir alguien más joven, porque seguro que no se acuerda. 

Ramón García es él.


Durante muchísimos años, Ramón García acaparó las pantallas de nuestros televisores. Si alguien se va a mirar todo lo que este hombre trabajó, verá que tiene un currículum impresionante. Entre sus trabajos estuvo ser el encargado de dar las campanadas de fin de año un montón de veces, por ejemplo. Él y su capa forman parte de los recuerdos de muchas personas.

Ahora mismo, le preguntas a la generación de mis hijos, y no saben quién es Ramón García.

No se ha muerto -y que viva muchos años-, pero esa fama impresionante que tuvo fue perdiendo fuelle y fue dando paso a otros presentadores que ocuparon ese lugar, que aparecían en cuanto programa de televisión se estrenaba. Ramón García se convirtió en Jesús Vázquez, y este, que ahora está medio desaparecido, ha dado el relevo a otros, como Roberto Leal o Arturo Valls. 

¿Dónde quiero ir a parar? Pues a que todo éxito, dure lo que dure, es efímero, y llega un momento en el que necesita un relevo. Quien está, dejará de estar algún día y, cuando eso suceda, ojalá no se convierta en un juguete roto.

Esta semana he visto un documental, creo que en Amazon Prime, sobre Eugenio, el humorista. Aterricé ahí y me quedé viéndolo. Su trayectoria, sus éxitos y su declive cuando la diosa Fortuna dejó de apuntarle con el dedo y se fue a buscar a otros, abandonándolo a su suerte. Eugenio se perdió en ese camino, y eso es algo que en ningún momento contemplo. Por eso, en mi mente práctica, siempre retumba un mantra silencioso y a lo mejor estúpido para los demás: "Acuérdate de Ramón García". Recuerda que todo es efímero, procura que mientras estés todo sea digno y lo más profesional que puedas y, el día que se acabe, cierra el libro, pasa página y no te revuelques en la autocompasión. Busca otras metas, abre otros campos, explora y vive el resto de tu vida persiguiendo una ilusión que, aunque sea mucho más modesta, te llene lo suficiente como para no perder de vista que lo importante es siempre, siempre, lo que menos deslumbra.

Y si se acaba el escribir, que se acabe, pero que no acabe contigo.