miércoles, 1 de abril de 2020

TERCERA SEMANA

Mi plan era escribir el viernes, cuando empezaba esta tercera semana de confinamiento, pero la verdad es que no tuve fuerzas. Las voy perdiendo poco a poco, a medida que las malas noticias se hacen dueñas de mi entorno. Las voy perdiendo igual que la capacidad para concentrarme. Me cuesta mucho, pero es verdad que cuando los estímulos son cien mil, es complicado.

Tantas noticias, tantos datos, tantos muertos, tanta desesperación y tan poco sol en el cielo.

Y tampoco estoy acostumbrada a no estar sola.

Una de las cosas, de las cientos de cosas a las que renuncié cuando me vine a vivir a Segovia, fue la compañía. Sabía que la vida no iba a ser igual, en principio porque iba a un pueblo donde no tenía familia. Sabía que dejaba lejos a mis padres y a mi hermana, mi mejor amiga desde siempre, a mi pandilla de amigas, mi programa de radio, mi pueblo, la biblioteca, las excursiones con mi padre...

No estaba tan lejos como para venir un día a verme. Al principio, como siempre pasa al principio, tuve visitas, pero a la segunda casa que me mudé, donde vivo ahora, ya no vino nadie. Mis padres unas cuantas veces, alguna mi hermana, pero desde que él no está (quince años) mi hermana solo ha venido dos veces y mi madre solo en Navidad.

Lo que quiero decir es que tuve que acostumbrarme a la soledad. Desde que mis hijos entraron en la adolescencia ha sido mi única opción de supervivencia, aprender a estar sola. Y lo tenía controlado, desde hace unos años, absolutamente controlado.

Ahora que he recuperado la compañía de mi familia también he perdido esa soledad que al final se hizo mi amiga. La echo de menos: la tranquilidad, el estar a mi aire, el que nadie me entretenga. El organizarme sin tener que contar con nadie. Estoy agotada. Solo querría dormir, pero no puedo.

No puedo más.

Creo que yo, como la pandemia, estoy llegando a un pico, al de mi paciencia, aunque sorprendentemente he visto que aún la tengo. Mermada y herida, pero está. Hoy he tenido ganas de mandar a la mierda por malas contestaciones que me he llevado por lo menos diez veces y creo que solo lo habré hecho tres.

Total, para qué, si al final a todo el mundo se la suda y la única que acaba sufriendo soy yo.

Me quiero ir al Lourois a tomar un café. O al pinar a dar un paseo. O dormirme tres meses a ver si me despierto y esto ha terminado ya.