martes, 15 de junio de 2021

PLANES DE VERANO

Todos los veranos, más o menos por estas fechas, entro en agencias de viajes virtuales para planificar mi verano. En realidad nunca voy de vacaciones, todos esos viajes solo son momentos de divertimento para unas tardes que en mi casa se hacen demasiado largas y calurosas, pero esto me entretiene muchísimo y alienta ese regalo que me hizo la vida: mi imaginación.

A mis viajes que nunca serán siempre les concedo todos los extras. Suites de súper lujo, un todo incluido que no se limita a las comidas, sino que se extiende en excursiones, saunas, spas y cualquier cosa loca que se me ocurra. No estaría bien ponerle límites a los sueños por algo tan mundano como el dinero, sobre todo cuando el dinero que manejo sencillamente no se gasta.

He visitado los lugares más maravillosos del planeta. Noruega. El mar Negro. Los acantilados de Dover. Las islas Hébridas. París. Nueva York. Roma...

En realidad, estos planes de verano solo son entrenamientos necesarios para otros viajes que no dejan de ser imaginarios, pero que acaban haciéndose reales de alguna manera. Por ejemplo, ese que hice a Londres, a la ciudad que fue a principios del siglo XX. O al Madrid del Siglo de Oro. O a la zona de Sanabria... 

Cada uno de esos viajes se convirtió en una novela, con ellos senté las bases de los escenarios por los que se moverían mis personajes. Es verdad que conozco Londres, aunque no la ciudad de ese tiempo. Es cierto que, salvo en este año de pandemia, no he estado más de un mes sin pisar Madrid, aunque no la de esa época. Es verdad que vivo en Castilla y León, y conozco de primera mano el paisaje y sus gentes, el medio rural y sus problemas. Aunque pudiera tirar solo de imaginación, al final siempre busco lo que también he vivido, porque sé que se siente más real.

En 2018, el verano empezó muy mal. Nada más arrancar junio, un imprevisto fastidió mis planes y la verdad es que no tenía ni ganas de nada. Sin embargo, si hay una cosa que he aprendido en estos años es que la escritura, como la lectura, tiene algo de terapéutico y sanador. Convierte los días abrasadores en agradables momentos de lluvia fina y rebeca, y los inviernos fríos en momentos dulces al lado de la chimenea. Con esa idea, tratando de deshacerme de la incomodidad que aquel tropiezo había supuesto, pensé donde me apetecería viajar. 

Cerré los ojos y esto fue lo que vi.


Es Mykonos, una de las islas del Egeo. Hace muchos años, concretamente 29, estuve allí. Fue un viaje iniciático y se me habían quedado ganas de volver. Ese verano, como casi todos mis veranos, el presupuesto real no daba para mucho más que un viaje corto, pero ese otro que se inventa historias estaba lleno a rebosar. Y aprovechando todo, eso que tiene de sanador escribir, que realmente conozco el lugar, que tenía tiempo y la necesidad de volver, aunque fuera de este modo, abrí un Word.



Con el faro de Armenistis superpuesto al perfil de la isla de Tinos en mente, el azul del cielo y del mar, y el blanco impoluto de las casas que se derraman por la colina, empecé a escribir. Y me vi en el puerto, rodeada de barquitas de colores, con el pelo alborotado por esa brisa furiosa que se empeña en obligarte a llevar chaqueta si quieres visitar Delos si no quieres volver quemado. Me vi entre sus callejuelas encaladas, salpicadas de flores. Me vi respirando ese aroma salado, silenciosa, mientras el sol se ponía y lo observaba desde la colina de los molinos.

Y me encontré con Elora y con Diego, y fueron ellos quienes me contaron su historia. 

Y yo os la contaré a vosotros, pero aún falta mucho para que pueda mostrarla, quizá llegue otra antes, seguro que llegará otra antes, pero quería presentároslos. Porque me encantó ese verano que empezó tan mal solo por el hecho de haberlo compartido con ellos.

Ojalá este, otros personajes me cuenten otra historia. Estaría encantada de viajar con ellos y de escucharla. 





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