sábado, 1 de octubre de 2022

NO ES CULPA MÍA

En esto de la escritura, más bien en la publicación de libros, a veces tengo una sensación de déjà vu, como si muchas de las situaciones las estuviera viviendo repetidas, con esa sensación entraña que te deja el fenómeno.

Cuesta mucho trabajo explicarle a alguien que no forma parte de este mundo algunas cosas que nos pasan. No saben por qué te afectan determinadas situaciones que, para quien está fuera, no son más que una tontería. No entienden por qué se clavan en ti algunas palabras y otras, que quizá fueran las que más deberías recordar, las olvidas casi nada más escucharlas.

Pero, si hay algo que no entiende bien quien no lo ha pasado, es la sensación de pérdida que tienes cuando una de tus novelas no llega a los lectores. El otro día, antes de empezar la mesa redonda en Azuqueca, decía Javier Ruescas que es algo así como un niño que nace muerto. Y la verdad es que el ejemplo es perfecto. Tienes la sensación de que has estado gestando algo muy tuyo, muy íntimo durante meses, quizá años, y, al llegar el momento de la verdad, de tenerlo entre los brazos, la alegría planificada se acaba convirtiendo en un duelo. 

No llegas ni a verle los ojos abiertos.

A lo mejor eres valiente y vuelves a enfrentar la situación, te vuelves a arriesgar a que una de tus criaturas muera antes de nacer o a las pocas horas, pero os aseguro que una pérdida detrás de otra va haciendo mella dentro de ti y llega el momento en el que te planteas no hacerlo. Prefieres refugiarte en el pensamiento de que es mucho mejor ponerte a salvo del dolor que esto provoca.

Son nuestros hijos, no son solo novelas, son parte de nosotros mismos y cuesta mucho verlos agonizar o morir. A veces, cuando ves a los de otros lozanos y rollizos, te preguntas si no has sido buena madre, si no les has aplicado los cuidados que merecían.

Porque, además, hay quien te culpabiliza de no haber hecho las cosas bien, que te dicen que es culpa tuya que hayan muerto porque algo hiciste mal.

Y así, además del dolor de la pérdida, se te queda la culpa pegada a la piel, y a ellas se suma el miedo de volver a enfrentarte con la misma situación.

Porque somos humanos y cada duelo del alma nos deja huellas en el cuerpo, y es estúpido exponerte a más de los que la vida te va a traer sin remedio.

Yo no sé cuánto tardaré en rendirme, en dejar de parir niños muertos, pero supongo que llegará el día en el que ponga en una balanza mi propia salud mental y deje de intentarlo. O, al menos, deje de exponerme a que me digan que, además, es culpa mía.

Porque no es culpa mía, eso ya lo sé.