lunes, 19 de agosto de 2024

EL SUTIL ARTE DE HACERSE LA TONTA

Hay momentos de la vida en los que la inexperiencia, la candidez, la falta de maldad o la ilusión te hacen darte tortazos de los que duelen como si te abrieran en canal.

Dicen que de las experiencias se aprende.

Yo estoy muy de acuerdo. De las experiencias, de los errores, de los fracasos, de las lágrimas, del desencanto, de la soledad no elegida se extraen lecciones valiosísimas..., pero hay que cometer más de una vez el mismo error, fracasar varias veces, llorar mil noches y desencantarse del todo para aprender algunas lecciones. 

Una vez es poco para lo complicada que es la vida.

Eso sí, cuando aprendes, lo sabes. No es complicado, simplemente lo que te hacía llorar no provoca ni una lágrima, el error y el fracaso te muestran que lo erróneo era el camino y el desencanto lo sientes como el alivio de don Quijote al recobrar la cordura. Una desquijotación en toda regla que igual te enseña por fin a no ir por la vida lanza en ristre, desfaciendo entuertos ni ayudando a desvalidos.

(Que, por cierto, yo pensaba que los entuertos eran esos retortijones de tripa que dan después del parto, que no hay manera de controlar, porque es el útero recobrando su tamaño de naranja cuando se había convertido en una sandía de diez kilos.

Qué facilidad tengo para dispersarme...)

Cuando aprendes tienes dos opciones: ir de listo por la vida, dando lecciones a quienes no se han apuntado nunca a tus clases particulares o bien hacerte la tonta.

Yo creo más en lo segundo y estoy segura de que es un arte. Un arte muy sutil que se va perfeccionando con el tiempo.

Ejemplo.

Alguien te hace un desprecio en público y tú, en vez de sacar el látigo y devolver la afrenta, respiras tres veces, te pones a pensar que habrá pasado con los gorriones que hay tan pocos y, al rato, más tranquila, te la empieza a sudar muchísimo lo que te hicieran.

Vamos, como si no te hubieran hecho nada.

¿Te dejan tirado? En vez de pedir explicaciones o suplicar para que vuelvan a recogerte, te sientas delante del ordenador y empiezas a escribir esa novela que siempre dejas para después. Cuando te quieres dar cuenta llevas 50.000 palabras.

Es para dar las gracias porque te han hecho un favor.

¿Te mienten tan mal que acabas viendo las costuras a todas sus historias? Nada de decir que lo sabes, pones cara de me lo estoy creyendo todo y sonríes mucho, para reafirmarlo.

¿Para qué le vas a decir que lo que está intentando colarte no cuela porque otra persona te ha mostrado las pruebas gráficas de su mentira?

Tú te haces la tonta, que además te hace más guapa. Qué más da, tú ya has aprendido que era lo importante.

Has aprendido la lección y a hacerte la tonta para la siguiente.