lunes, 13 de mayo de 2013

EL ALQUIMISTA IMPACIENTE DE LORENZO SILVA

Sinopsis:

 El alquimista impaciente inicia su acción con un cadáver desnudo que aparece atado a una cama en un motel. Por la situación en que se halla, sin marcas de violencia, puede ser un criemn, o no. El sargento Bevilacqua, atípico investigador criminal de la Guardia Civil, y su ayudante, la guardia Chamorro, han de resolver el enigma. La investigación que sigue no es una mera pesquisa policial. El sargento y su ayudante habrán de llegar al lado oculto de la víctima y de las personas que la rodeaban, y deberán desentrañar un complejo entramado de dinero e intereses. Pero la clave, como en la alquimia, está en la paciencia. 

El alquimista impaciente fue una adquisición en papel. Una de esas de última hora, cuando estás de viaje y sospechas que te queda muy poco tiempo con el libro que te llevaste. En realidad en mi kindle quedaban muchos por leer y algunos podría incluso releerlos, pero no me apetecía ninguna de las dos opciones. Su precio, 5,95€ y el tamaño de las letras (bueno para una cegata como yo) hicieron el resto para que me lo llevase conmigo.

Al empezara a leer me llevé la sorpresa de que la acción empezaba en Guadalajara, más concretamente en un motel de la A-2, a una altura kilométrica que hizo innecesario que me dijera el nombre (no lo menciona) porque es de sobra conocido para una alcarreña viajera como yo. Y que mi amigo Julito fue el cocinero durante muchos años del sitio en cuestión, como para no conocerlo… También la central nuclear, a la que Lorenzo Silva nunca llama por su nombre, es probablementeTrillo II. Cuando la recorren no necesitaba imaginarme nada, sino tirar de recuerdos. Si mi memoria no falla, creo que he estado cuatro veces dentro. Cada detalle de los que tenían que ver con mi tierra me eran cercanos y la única vez que algo me ha chirriado es cuando, desde Madrid, tardan "poco más de una hora" en llegar a la central. Volando, quizá. En coche… lo dudo. Pero bueno, Chamorro conduce muy bien, será eso.

Bevilacqua sigue siendo uno de mis personajes favoritos. No me creo sus "antecedentes" de psicólogo, pero es muy común en mí. Todavía no me he conseguido creer a ningún protagonista psicólogo de los que he leído. Manías mías, qué le voy a hacer. Sin embargo, su filosofía, su inteligencia, su agilidad mental, ese deje de amargura que a veces se cuela entre sus palabras y las reflexiones certeras con las que interrumpe el relato, eso sí que me cautiva.

El juego de tensión sexual entre los protagonistas también me gusta mucho. Vila siente algo que no consigue entender del todo por Chamorro (a quien no entiendo muy bien yo) y la mantiene en ese limbo indefinido en el que algunos hombres cabales ponen a la mujer que mueve sus días: lo suficientemente cerca pero sin rozarla, no sea que la confundan con una cualquiera con la que se puede tener una relación complemento, de esas que ya no son la primera que nos marcó como personas. De esas que se tienen para no transitar solo y para compartir facturas. Vila concede a Chamorro la importancia que se le da a una compañera pero para él es tan grande que no se atreve a banalizarla. Tampoco es que Chamorro esté muy por la labor, creo yo, aunque me faltan algunos libros de la saga para entenderla a ella del todo.

Mi ejemplar tiene heridas. Mis libros me sufren en silencio (menuda jauría de gritos tendría si tuvieran capacidad de gritar). Si tengo lápiz a mano, subrayo pasajes para releerlos en cualquier momento. Si estoy fuera, doblo sus esquinas sin piedad, para recordarme que en esa página hay algo que me movió a pensar. Este tiene bastantes esquinas que apuntan a frases certeras de Lorenzo Silva. De sus múltiples heridas, de eso es de lo que me apetece hablar y esa es la razón última por la cual esta será una reseña diferente a las que suelo hacer. Esto estará lleno de spoilers.

"Tal vez deba preguntárselo usted mismo como hombre. ¿Por qué una persona como Trinidad, cariñoso, responsable, sensato como pocos, pierde de pronto la cabeza y se va con una zorra a hacer todo tipo de disparates, que terminan por costarle la vida?" Blanca Díez, esposa de Trinidad Soler, la víctima que aparece asesinada en el motel.

Me asaltó una pregunta. ¿Por qué, de vez en cuando, perdemos la cabeza de esa manera por algo? No pensaba necesariamente en que nos liemos la manta a la cabeza y dejemos nuestra vida de lado a cambio de ponerle vidilla a nuestra cama, sino a las razones por las que, teniéndolo todo bien organizado, de pronto nos da por embarcarnos en aventuras que nos quedan demasiado grandes y que acaban costándonos la salud, cuanto menos. ¿Insensatez? ¿Locura transitoria? ¿Crisis existencial mal llevada? Aún estoy pensando en ello, y en el regusto amargo que la palabra zorra me dejó.

"La curiosidad es el sentimiento más volátil. Sólo dura mientras queda algo por descubrir. Cuando apartas el último velo, antes incluso, se agota y necesitas otro enigma. Las mujeres no deberían sentirse demasiado halagadas por los hombres curiosos, y me temo que casi todas tienen propensión en incurrir en ese error". Bevilacqua.

Esta es la razón por la que me gusta tanto este personaje. De pronto, en medio de una investigación que no avanza, se lanza con una teoría propia, una que tiene mucho de negativa, y con la que estoy de acuerdo. O no. La palabra clave para que la señalase es halagada. Me repatea las tripas como si una bailaora de flamenco estuviera dándolo todo encima de mi abdomen. "Me halagas". Prefiero que me llamen hija de puta, me suena menos falso. Yo y mi cara B, deslenguada, insolente y un poco caustica.

 "¿Ha leído usted Guerra y Paz? Una lástima. Siempre pregunto esto porque tengo la pequeña manía de dividir a la gente entre quienes han leído y quienes no han leído este libro. Hay una raya divisoria entre quienes soportan mil quinientas páginas de sabiduría continua y quienes se rinden a medio camino." León Zaldivar, sospechoso del asesinato de Trinidad Soler.

Curiosa manera de dividir a la gente. Para leer Guerra y Paz hay que tener tiempo, más que nada. Para hacerlo con calma. Yo soy de los que tienen la tarea sin terminar, demasiados compromisos tontos que me he forjado y que trato de deshacer. No pienso dejarlo que corra mucho tiempo. El príncipe Andrei, muy al principio de la novela, dice: Querido, no puede decirse en cualquier parte lo que uno piensa. Y no puedo estar más de acuerdo.

"Mientras la veía alejarse en aquella atmósfera ligeramente otoñal, me asaltó una nostalgia indefinida, como la que se siente por todo lo que uno ha deseado una y otra vez, sin llegar a poseerlo nunca. Por algún mecanismo perverso, eso es lo que termina añorándose, más que lo que de verdad se tuvo". Bevilaqua con respecto a Chamorro.

Es cierto. A veces algo que nunca hemos tenido se queda prendido a nosotros y nos acompaña de por vida, y de pronto alguna otra cosa se nos borra, aunque en su momento fuera clave. Se me ha olvidado casi todo de gente que se suponía que era importante en mi vida y, sin embargo, nítida y para siempre, tengo la imagen de un niño del que me enamoré en el cole y que nunca se fijo en mí.

"¿Sabes lo único que no tiene precio? Quien ha aprendido a no necesitar nada. Esa es la única gente que un hombre como yo se siente capaz de admirar. Si es que existe". Zaldivar a Chamorro.

Pues es cierto, si es que existe. Mi objetivo en un tiempo lejano fue ese, no necesitar a nadie, no depender de nadie. Ni económica ni emocionalmente, no encontrarme un día vacía porque me había quedado sin bastones en los que apoyarme. Reconozco que he fracasado en lo segundo.

"Por fortuna para quien quiere mantener oculta su verdadera personalidad, la gente tiende a manejar respecto de los demás un puñado de burdos retratos robot, que resulta preferible dejar creer al otro y al que uno se ajusta sin desviaciones". Vila a Patricia Zaldivar, amante de Trinidad Soler.

A veces hacemos eso, nos construimos personajes que resulta cómodo manejar, caretas con las que salimos a escena en la vida y que nos permiten resguardarnos de nuestro verdadero yo.

El libro me ha gustado. Ahora tengo esperando La marca del meridiano. Quería seguir un orden pero me parece que en mi vida, últimamente, el desorden es el mejor orden que encuentro.