sábado, 6 de febrero de 2021

UN FRAGMENTO DE BRIANDA




Para esta tarde, un fragmento de Brianda:



—¿Sabes qué voy a hacer? Para que dejes de estar triste te voy a regalar esto.

Se quitó un curioso colgante del cuello. Perteneció a su familia desde siempre, desde que tenían recuerdos. Un artesano platero había plasmado en aquella pequeña joya un intrincado juego de soles y lunas, y era lo único de valor que el aya poseía, además del amor incondicional de Luis.

—Mi abuela me contó una leyenda sobre este medallón.

—¿Sí? ¿Qué leyenda?

—Es la leyenda de una niña, una preciosa muchacha que tuvo la terrible desgracia de nacer sin vista...

—Eso es horrible, Margarita, ¿cómo se las arreglaba para mover-se?

—Espera... La niña vivía con sus padres y estos se encargaban de que no le pasase nada. La ayudaron a entrenar a sus manos para que funcionasen como ojos.

—¿Las manos?

—Cierra los ojos. —Margarita tomó la mano de Luis y la pasó por su rostro—. Ahora, sin abrirlos de nuevo, ¿qué ves?

—Tus mejillas, si muevo la mano un poco más arriba puedo sentir tus ojos, tus cejas, el pelo...

—¿Lo ves? Tus manos se han transformado en tus ojos ahora.

—Pero no sabría nunca de qué color tienes el pelo, o cómo es tu sonrisa...

—Conocerías mi risa y la suavidad de mi cabello. Tenemos más sentidos, además de la vista. Pero deja que siga con la historia. La niña, a pesar de su ceguera, creció feliz y aprendió muchas más cosas de las que sus padres esperaban. Era buena, obediente, discreta, un encanto de muchacha, pero ningún hombre se acercó a pretenderla cuando creció. Nadie se atrevía a casarse con una mujer lisiada, con alguien que creían poco capaz de encargarse de un hogar, por más que sus padres les asegurasen que la chica podía. Y estaba a punto de cumplir veinte años...

—Yo te querría, aunque no vieras.

—Ya lo sé, mi amor. Deja que termine. El padre de la muchacha, preocupado porque él y su mujer se estaban haciendo mayores, decidió acudir a una bruja. Quería darle el mejor regalo por su cumpleaños, que viera por primera vez el mundo.

—¿Has dicho bruja?

—Sí, una bruja. Le pidió que crease un hechizo para devolverle la vista a su hija y que, de ese modo, consiguiera un marido que se ocupase de ella cuando él y su mujer faltasen. La bruja se rio del hombre. Le dijo que era imposible arreglar algunas imperfecciones de la naturaleza, tales como la ceguera o la sordera. El pobre hombre, desesperado, le prometió todo su dinero si encontraba un modo. La bruja, tentada por la avaricia, le contestó que en una semana tendría algo para él. Transcurrido ese tiempo, el buen hombre acudió a su cita con una bolsa llena de monedas y la bruja, a cambio, le entregó este medallón de plata.

—¿Servía de algo?

—Según le contó la bruja al desesperado padre, el medallón no le devolvería la vista.

—¿Y lo aceptó, a pesar de todo?

—Sí, porque le dijo también que estaba hechizado. ¿Ves estas cuatro lunas? Representan los cuatro elementos de la naturaleza: agua, fuego, aire y tierra. Quien domina los cuatro, domina el mundo. Quien está bajo su protección, está a salvo de peligros. Si te fijas, también hay siete soles.

—¿Siete? Yo no veo tantos...

—El mismo medallón es uno de ellos y en el centro hay dos superpuestos. Representan los días de la semana. A quien lleve en el cuello este medallón, los cuatro elementos de la naturaleza le protegerán los siete días de la semana. 

—¿Qué pasó con la niña?

—La niña, claro. El padre pensó que la bruja le había timado, que quizá le estaba dando demasiadas monedas tan solo por un imposible, pero tampoco quería enfadar a la hechicera, así que se llevó el medallón y se lo regaló a su hija por su cumpleaños. Era bonito, aunque un poco caro.

—¿Volvió a ver?

—No, la niña nunca recuperó la vista, pero el día de su cumpleaños ocurrió algo asombroso. Un muchacho, un campesino que había sido vecino suyo toda la vida, se presentó en su casa y les pidió a sus padres permiso para cortejarla. Al cabo de un tiempo se casaron, formaron su propia familia que enseguida se llenó de hijos. El medallón puede que no tuviera que ver, o tal vez sea en realidad mágico. Puede incluso que la bruja no fuera ni siquiera una bruja.

—Lo que me has contado, ¿es cierto?

—A mí me lo contaron así cuando me lo regalaron. Pero no estoy muy segura de que esto sea capaz de hacer nada especial. Yo perdí a mi hijo al nacer, aunque enseguida te encontré a ti. Por eso quiero que lo tengas.

—¿Tu colgante? ¿Para mí?

—¿Quién más puede tenerlo sino tú?

—No, es tuyo.

—Nadie lo heredará cuando yo muera, tesoro. Yo quiero que sea para ti.

—Tú nunca te vas a morir —dijo el niño, notando que se le hacía un nudo en la garganta—. ¡No lo quiero! 

—Hagamos un trato. Cuando me muera, tú lo llevarás por mí. ¿Me lo prometes?

El niño aceptó, pero en su fuero interno, deseó que eso jamás ocurriera. No podría vivir sin Margarita.


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