Ayer pasé un par de horas paseando a solas por Madrid.
Llegué poco antes de las dos y en diez minutos resolví mi primera cita del día. La
siguiente no era hasta casi las cuatro, así que tenía tiempo para mirar las
tiendas, alborotadas con las ofertas del black friday, y comer a solas. Mientras paseaba, procurando no alejarme demasiado de Princesa
para no perderme, tropecé con una calle: Gaztambide.
No sé si os ha pasado que un solo nombre active los
recuerdos de una etapa muy remota de vuestra vida.
Yo podría tener, quizá, seis o siete años. Recuerdo los
sábados como días especiales, días en los que había una ruta trazada de antemano:
convento del Sagrado Corazón, en Chamartín, donde íbamos a darle un beso a la
hermana de mi abuelo, una de las monjas. Después, calle de Gaztambide, donde mi
madre dejaba el trabajo que hacía en casa durante de la semana y recogía el
material para la siguiente. Un paseo por Sol, una vuelta por El Corte Inglés,
algún capricho que siempre era inevitable que mi padre nos concediera a mi hermana y a mí, y camino
de la siguiente parada, Marcelo Usera, un décimo piso donde vivían las tías de
mi padre, al que mi hermana y yo subíamos andando por el puro placer de
retarnos a ver quién tardaba menos.
No estábamos locas, éramos pequeñas y teníamos más energía que ahora.
Ayer, cuando me encontré en la calle, la comparé con mis
recuerdos y vi que había cambiado, pero lo que yo guardo en mi mente, cuatro
décadas después sigue intacto. Recuerdo el olor del café recién hecho cuando
entrabas en la casa de la tía María. Puedo ver mi mano pequeñita aferrada a las
escaleras mecánicas de los grandes almacenes y, sin esforzarme, rememoro el
luminoso de la hucha en la Castellana, cuando ya era de noche y volvíamos a
casa en el coche. Recuerdo que me esforzaba por llegar despierta para ver cómo la moneda se
metía dentro una y otra vez y que, pasado ese punto, cerraba los ojos y ya no
despertaba hasta que llegábamos a casa.
No sé cuándo fue la última vez que la vi.
Ayer solo leí Gaztambide y todo volvió.
Ayer solo fue una palabra, pero me llevo a otra vida.