jueves, 4 de junio de 2020

LA COLINA DEL ALMENDRO. FRAGMENTO.



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Un pequeño fragmento...

 Dejó apoyado el sombrero sobre la mesa. Se quitó los guantes color crema, tirando con suavidad de cada uno de los dedos, y los colocó al lado. Sacó las horquillas que sujetaban su pelo en un moño y liberó la suave melena, que se derramó en una cascada por su espalda. Empezó a desanudar sin prisa los botones nacarados del vestido uno a uno, sintiendo su tacto frío y suave. Sacó los brazos las mangas y abandonó la tela de Chambray, que se desmadejó amontonada a sus pies. Continuó haciendo lo mismo con las prendas interiores, una a una, hasta que quedó desnuda. Después, despacio, dio un paso adelante hacia el espejo de la habitación.

    Nunca se había permitido ese capricho. Era la primera vez que se veía sin ropa y, lejos de cuestionarse si era o no hermosa, se preguntaba cómo la vería John. ¿Sería la mujer que deseaba? ¿Se sentiría dichoso por haberla elegido o, por el contrario, se avergonzaría de su aspecto? No podía saberlo, no tenía para comparar nada más que las imágenes de los desnudos de Eros y Psique y, no eran más que imágenes, no personas reales. Pero no era solo eso lo que le preocupaba. Se preguntaba qué sentiría ella misma cuando tuviera que desnudarse delante de su esposo. Un escalofrío repentino recorrió su pálida piel, salpicándola un instante de diminutos bultitos. Se le aceleró el pulso. Aunque trataba de no dejarse llevar por el pánico, muchas veces escuchaba una voz interna que le susurraba que no estaba preparada para entregarse a él. Cada día que pasaba, se acercaba más al momento de su encuentro y la habían educado para aceptarlo, pero nadie le explicó cómo afrontarlo sin sentir como le temblaba hasta el alma.

    Respiró y cerró los ojos.

    Entonces, cuando la forzosa oscuridad espantó un poco el miedo, permitió a sus manos posarse en sus senos desnudos. Primero con timidez. Después, dejándose llevar, acariciando con suavidad su propia piel, un territorio cercano para ella y tan desconocido como el timbre de la voz de John o el color de sus ojos. Siguió recorriendo su cuerpo, imaginando que no eran sus manos las que la acariciaban. Un extraño nerviosismo se apoderó de cada una de sus terminaciones nerviosas. Era agradable e inquietante. Ni siquiera se dio cuenta en qué momento John dejó de ser solo un nombre para convertirse en James.

    Era la calidez de sus manos la que deseaba, quien en su mente recorría la geografía inexplorada de su cuerpo. El escalofrío se había marchado, dando paso a otras sensaciones desconocidas para Mary. Se obligó a abrir los ojos y descubrió que su rostro había enrojecido. Se regañó en silencio. No podía permitirse esos pensamientos, mucho menos después de lo que había pasado esa noche. Agarró el camisón de batista que estaba encima del baúl y lo pasó por los hombros, dolorida consigo misma.