Esta mañana me he levantado con el ánimo de registrar la última novela que he escrito. Antes de hacer el registro definitivo en Cultura, siempre hago otro en la red, un doble registro que me deja más tranquila, sobre todo porque ese lo puedo repetir sin tener que trasladarme y sin costo, si decido hacerle a la historia algún cambio de última hora.
El caso es que he ido tan ufana, he abierto el sitio y entonces es cuando me ha entrado el pánico. ¡Lo primero que necesito es un título para la novela!
Cuando empecé a escribirla, lo tenía. De hecho creo que es la primera vez que lo hago así, empezar por un título, que me pareció de lo más llamativo, para luego contar una historia que le encajase como anillo al dedo. Una tarea sencilla, puesto que a estas alturas se supone que, con tantas novelas a mis espaldas (las que habéis visto y otras tantas que no) debería de haber aprendido algo y moverme con cierta soltura por las tramas.
Pues no, sigo en proceso de aprendizaje y cometiendo errores (y dando gracias, porque aprender es lo que más me motiva en esta vida).
Completé el proceso de escritura del borrador en mes y medio, todo un record para mí, que soy lenta por naturaleza, pero antes de terminarlo ya sabía que el título lo había tirado yo misma por la borda y que tendría que pensar en una alternativa. No servía para la historia por varias razones que me guardo (y me guardo el título, no sea que un día de estos sí encuentre la historia que case con él).
Por eso, por mi torpeza, llevo toda la mañana dando vueltas a la cabeza, buscando las palabras a las que se pueda asociar esta historia que ha salido de mi imaginación (y a la que ya he dado tres repasos a pesar de que me prometí que me iba a estar quieta un tiempo). Y no solo es que no se me ocurra, es que me estoy empezando a poner nerviosa, porque necesito registrarla con algo más original que lo que se me ha ocurrido como emergencia: Sexta novela. Ahí, haciendo alarde de inventiva y de ganas de romper las ventas...
Si es que...
He mirado todo lo que he encontrado por la red sobre titular y creo que hasta me he aprendido los consejos: pocas palabras, que sugiera pero no cuente, fácil de recordar, que si llego al nivel de desesperación 10 use un verso como título, que me salga del alma o del interior de la novela... Pero nada. No ha servido ni la tormenta de ideas, el folio que he llenado de palabras que tienen algo que ver con el libro. Titular, me he dado cuenta, es un arte y creo que no todo el mundo lo tiene.
¿Cómo lo hice las otras veces?
Me he puesto a pensar y hay tres novelas de las que no recuerdo cómo se me ocurrieron. Hay una que surgió en un fogonazo, sentada en el mismo sitio en el que estoy ahora, Detrás del cristal. Hay otra en la que solo tenía una hora para pensar y lo que hice fue sentarme a escribir un epílogo. Ahí, en el momento en el que dejé que las palabras fluyeran desde dentro, surgió: fue La arena del reloj. En una de las no publicadas, esa que siempre digo que igual se queda en un cajón o cualquier día haré una tontería con ella (no lo tengo claro), un amigo me dijo que lo buscase en la novela, que seguro que yo misma lo había escrito sin darme cuenta. Y era cierto, ahí estaba, entre las palabras que conformaban esa historia y le iba como anillo al dedo, aunque no sea corto precisamente. Pero, ¡qué más da! Solo es una novela, no un tratado para sellar la Paz definitiva en el mundo. Una novela de Mayte Esteban, ya ves tú, una desconocida que entretiene su tiempo en inventarse historias en los ratos libres que hay entre hacer la comida y trabajar. No importa en absoluto.
Seguiré pensando mientras hago cualquier otra cosa, igual el truco está en relajarse.