miércoles, 27 de julio de 2016

LA TRAMA, LOS PERSONAJES, EL ESCENARIO



Hace poco leía en un libro sobre escritura en el que se decía que la trama es la estructura de la narración, mientras que los personajes la sostienen como sólidas paredes. Sin ellos, sin unos fuertes y bien construidos, la novela se caería. Sin embargo, los personajes no flotan, se mueven en ambientes que el escritor tiene la misión de transmitir al lector.

Siempre que leo sobre narrativa intento comparar lo que aprendo con lo que he estado haciendo hasta ahora. De ese modo, detecto los errores que he ido cometiendo y trato de subsanarlos en las siguientes historias. O, por lo menos, paso el rato entretenida, porque lo cierto es que estos libros consiguen absorberme tanto o más que los de ficción.

Quizá en la novela que más me he esforzado en crear una ambientación potente ha sido en Brianda, porque quería transmitir un momento de la historia que es pasado y que el lector actual no puede "ver" solo al asomarse por la ventana. Pensé que si no describía los escenarios de la mejor manera que supiera -basándome además en ilustraciones de la época y textos del momento- al quien la leyera le costaría seguirme. Eso explica, tal vez, que tenga el doble de páginas -o incluso el triple- que alguna de mis otras novelas. No me quedo en contar una historia, sino que acompaño a los personajes por las calles de las dos ciudades de la novela: Toledo y Madrid. ¿Y si me pasé con la ambientación?

En el resto de los libros que he escrito, los escenarios en los que mis personajes se mueven me he dado cuenta de que no me he extendido tanto, aunque haya quien se haya pasado un rato buscando Grimiel en Google para visitarlo. No se echa de menos más esmero en los escenarios, porque a pesar de que no sean exhaustivos, están. Los personajes no flotan, posan sus pies en un salón, aunque no me entretenga en narrar todos los elementos que hay en el mueble bar. O, cuando los saco a la calle, no me dé por recitar todas las especies de árboles que pueblan un parque. No lo hago porque me aburro al leerlo. Y como dice mi amiga, la escritora Antonia J. Corrales, si yo me aburro con lo que he escrito, el lector lleva ya bostezando setenta páginas.

Concluyo que el escenario tiene mucha importancia, pero no tanta como los personajes o la trama, aunque a lo mejor estoy equivocada.

Este año he leído algunos libros que no me han satisfecho a mí, no a la mayoría de sus lectores. Hasta hace un rato, cuando mi cabeza se ha puesto a divagar sobre la trama, los escenarios y los personajes de las novelas -será el calor- no me he dado cuenta de por qué no me llegaron.

El puñetero escenario.

Una narración que se ahorra detalles puede resultar deficiente, pero una que te los multiplica hasta el infinito, a mí me agobia. Si intento recordar esas novelas me doy cuenta de que lo único que se ha quedado en mi cabeza es el escenario. Pero no recuerdo su sabor, su olor, el ambiente o las sensaciones que transmitía: recuerdo que me agobiaba leyendo. Se comía a los personajes por completo, no servía de marco para ellos sino que los absorbía en un abrazo de oso, estrangulando la trama hasta convertirla en algo insignificante y olvidable, porque en realidad se había puesto todo el peso en el escenario. Ni siquiera recuerdo a ninguno de los personajes de esas historias y me cuesta un poco saber de qué iban las novelas.

Esta tarde de calor, tengo que recordar dos cosas: que el escenario importa, que no me tengo que olvidar de él, pero que siempre en su justa medida. Si me paso, el lector solo recordará eso. Y quizá ese error ya lo he cometido una vez, quizá debería no repetirlo.