Hace ya tiempo, intenté leer un libro del que oía maravillas y tuve que dejarlo. Pensé, "quizá sea que lo he cogido en mal momento. Esperaré." Lo empecé de nuevo, al cabo de unos días, y la sensación seguía siendo la misma.
Desconcertada por la diferencia entre mi percepción y las críticas que leía, decidí analizar qué era lo que me sucedía con ese libro. Un simple vistazo al exceso de adjetivos y la exagerada presencia de oraciones subordinadas me dio la respuesta. Fallaba en algo que para mí es esencial: la claridad.
La realidad es compleja. La vida, difícil de entender siempre, nos pone a prueba cuando menos lo esperamos, alterando las bases de nuestro mundo cotidiano. Sin aviso previo, una enfermedad, un accidente, un trabajo perdido u otro que ocupa más horas de las deseables nos angustian. Ni siquiera es necesario vivir experiencias extremas. El simple hecho de acompañar a los niños a actividades extraescolares, al entrenamiento de fútbol, a la clase de música, hacer la cena mientras se vigila su baño, lograr que se metan en la cama a una hora razonable... pueden también elevar nuestro nivel de estrés.
¿Por qué digo esto? Porque leer es un excelente ejercicio para terminar el día, para relajarnos, olvidando los problemas propios mientras nos embarcamos en un mundo de ficción. En este momento, al menos yo, exijo a un libro (y por extensión a su autor) que la lectura se convierta en un paseo plácido y no en una tortura, que no me obligue a dar constantes pasos atrás. Que las horas que le voy a robar al sueño para cedérselas a su creación, merezcan la pena porque, además de aportarme una historia con la que alimentar mi imaginación, me permitan relajarme.
Para ello necesito claridad, sumergirme en un aguas cristalinas y no en un pantano farragoso. Que la experiencia de angustia, si es que la hay, que las emociones, procedan del fondo de la historia y no de la forma.
Para alcanzar la claridad hay que ser concisos. Menos es más, dicen, y a eso me refiero. Utilizar la menor cantidad de palabras posible pero que sean las más certeras, las que expresen exactamente la idea. Esa concisión me ayudará a entenderlo todo a la primera y a no tener que volver la vista.
Eso, tan sencillo, exige un trabajo duro del autor. Supone pararse a ordenar y todos sabemos que si al levantarnos vamos dejando tirado el pijama, la cama deshecha y los calcetines sucios del día anterior por el suelo, podremos salir de casa mucho antes que si nos entretenemos en dejar la habitación ventilada y ordenada.
Creo que hay autores que no ventilan.
Otro elemento es la simplicidad. Sí, eso que parece muy fácil de conseguir y que en la práctica cuesta tanto encontrar. Cuando un libro te arrastra página tras página, cuando sigues leyendo a pesar de que el reloj te está recordando que la mañana se acerca y lo pagarás, muchos lo catalogan como "escritura sencilla". Creo que existe un tópico en el inconsciente colectivo que parece decirnos que, cuanto más confuso y retorcido es un texto, mayor profundidad tiene y mejor escrito está. Yo no lo creo, es más, constato que a veces se abusa de adjetivos antepuestos, como si solo con trastocar el orden lógico de la oración se convirtiera un texto en literario.
Por arte de magia.
Esta noche voy a empezar un libro nuevo. Me han dicho que tiene una "escritura sencilla", que te dura muy poco entre las manos. Me ha dolido la cabeza todo el día así que creo que es lo que necesito.
Una escritura clara para despejarme.
Desconcertada por la diferencia entre mi percepción y las críticas que leía, decidí analizar qué era lo que me sucedía con ese libro. Un simple vistazo al exceso de adjetivos y la exagerada presencia de oraciones subordinadas me dio la respuesta. Fallaba en algo que para mí es esencial: la claridad.
La realidad es compleja. La vida, difícil de entender siempre, nos pone a prueba cuando menos lo esperamos, alterando las bases de nuestro mundo cotidiano. Sin aviso previo, una enfermedad, un accidente, un trabajo perdido u otro que ocupa más horas de las deseables nos angustian. Ni siquiera es necesario vivir experiencias extremas. El simple hecho de acompañar a los niños a actividades extraescolares, al entrenamiento de fútbol, a la clase de música, hacer la cena mientras se vigila su baño, lograr que se metan en la cama a una hora razonable... pueden también elevar nuestro nivel de estrés.
¿Por qué digo esto? Porque leer es un excelente ejercicio para terminar el día, para relajarnos, olvidando los problemas propios mientras nos embarcamos en un mundo de ficción. En este momento, al menos yo, exijo a un libro (y por extensión a su autor) que la lectura se convierta en un paseo plácido y no en una tortura, que no me obligue a dar constantes pasos atrás. Que las horas que le voy a robar al sueño para cedérselas a su creación, merezcan la pena porque, además de aportarme una historia con la que alimentar mi imaginación, me permitan relajarme.
Para ello necesito claridad, sumergirme en un aguas cristalinas y no en un pantano farragoso. Que la experiencia de angustia, si es que la hay, que las emociones, procedan del fondo de la historia y no de la forma.
Para alcanzar la claridad hay que ser concisos. Menos es más, dicen, y a eso me refiero. Utilizar la menor cantidad de palabras posible pero que sean las más certeras, las que expresen exactamente la idea. Esa concisión me ayudará a entenderlo todo a la primera y a no tener que volver la vista.
Eso, tan sencillo, exige un trabajo duro del autor. Supone pararse a ordenar y todos sabemos que si al levantarnos vamos dejando tirado el pijama, la cama deshecha y los calcetines sucios del día anterior por el suelo, podremos salir de casa mucho antes que si nos entretenemos en dejar la habitación ventilada y ordenada.
Creo que hay autores que no ventilan.
Otro elemento es la simplicidad. Sí, eso que parece muy fácil de conseguir y que en la práctica cuesta tanto encontrar. Cuando un libro te arrastra página tras página, cuando sigues leyendo a pesar de que el reloj te está recordando que la mañana se acerca y lo pagarás, muchos lo catalogan como "escritura sencilla". Creo que existe un tópico en el inconsciente colectivo que parece decirnos que, cuanto más confuso y retorcido es un texto, mayor profundidad tiene y mejor escrito está. Yo no lo creo, es más, constato que a veces se abusa de adjetivos antepuestos, como si solo con trastocar el orden lógico de la oración se convirtiera un texto en literario.
Por arte de magia.
Esta noche voy a empezar un libro nuevo. Me han dicho que tiene una "escritura sencilla", que te dura muy poco entre las manos. Me ha dolido la cabeza todo el día así que creo que es lo que necesito.
Una escritura clara para despejarme.