viernes, 11 de marzo de 2011

11 M

Hoy es 11 de marzo.


La primera sensación del día suponía que iba a ser el inevitable recuerdo del aquel horrible día de 2004, cuando encendí la televisión y vi las imágenes de los trenes destrozados. Recuerdo el ataque de ansiedad, la sensación terrible que vino a mi mente: sabía que era una tragedia que me golpeaba de lleno, aunque en ese momento ya viviera en Segovia. Me decían que no, que era imposible que conociera a ninguna de las víctimas, pero algo dentro me gritaba que alguien cercano estaba dentro de un tren. No me equivocaba. Esa línea de tren, la C2 de cercanías, era la mía. Me monté en esos trenes durante cinco años, cada día, porque es la que une mi pueblo, Azuqueca, con Alcalá, donde cursé mis estudios. Alguien de mi entorno tenía que haber cogido el tren. Lloré de rabia e impotencia sin tener la seguridad de la noticia que confirmó mis sospechas horas después.

Hoy, 11 de marzo, otra vez. Pero hoy ha sido un tsunami en directo. Una ola gigante que ha distraído la atención de los medios. Otra tragedia para desviar el dolor del recuerdo. La diferencia es que, hoy, lo que ha pasado era inevitable. La Naturaleza es así. Aquella vez fue totalmente gratuito.