lunes, 23 de octubre de 2017

QUERIDO JAMES




Me acabo de asomar a tu catre y he visto que descansas. Se oye tu respiración pausada y no he querido despertarte, no ahora que al fin has logrado dormir un poco. La jornada ha sido interminable y tan dura como todas desde que llegamos aquí, no pienso interrumpir este reposo que tanta falta nos hace. Aquí el silencio apenas existe, solo es posible descansar a estas horas, y de ningún modo quiero privarte de ello. De día atronan las balas y los cañonazos, que se escuchan como si estuviéramos en primera línea de la batalla cuando el viento sopla del este. De noche, el aire se llena con los gemidos y los gritos de quienes nos llegan con la metralla sumergida en sus entrañas. Solo existen estos extraños minutos de paz y silencio hasta que Megan y Liz llegan con la ambulancia. A mí, en estas horas, los que me abruman son mis propios fantasmas. No se callan, aprovechan para torturarme, como si no fuera bastante tortura sobrevivir en el infierno. Me privan de ese descanso con el que te has encontrado hoy tú.

Esta madrugada pienso en ideales en los que ya no creo, en esa idea de patria con la que nos vendieron un pasaje al horror. Es todo una mentira, enorme cuando el precio a pagar por defenderla son las vidas rotas que pasan cada noche por nuestras manos. Esas y las que se quedan en el barro a merced de las ratas.

Y las nuestras, que aunque menos expuestas al peligro, también se han perdido. Uno se pierde a sí mismo cuando deja de soñar.

Me decías un día que tú ya no soñabas y yo, inocente aun, te contesté que yo sí. Qué extraño y qué lejano suena. Soñaba con el sonido de un piano, con un paseo en París, con una comida con mesa y mantel. 

Y soñaba contigo... Justo lo que tengo, pero que nunca tendré. Qué paradoja, ¿verdad? Un año impregnándonos en el olor de la muerte nos ha convertido... ¿en qué?

Te tengo y ni siquiera te rozo, aunque mis manos te toquen y mi piel arda cuando la acaricias. Qué paradoja que a una descreída como yo, que reniega de que seamos algo más que un cuerpo, que no cree en ningún dios, haya acabado descubriendo aquí, donde se pierde la fe, que sí tenemos eso que tú llamas alma. Yo ahora lo sé porque siento la tuya. Me prestas cada día el alivio de tu cuerpo, me reconfortas con tus manos y tus besos, pero nunca me dejas llegar a esa parte de ti. Y siento que tu corazón está tan lejos de mí como ese Londres que ambos añoramos. 

No sé quién es ella, la que te tiene, pero créeme que la envidio. 

Ya escucho llegar a la ambulancia. Es hora de trabajar, de intentar salvar alguna vida. Destruiré esto que he escrito antes de despertarte, no es necesario que sepas que yo sí me he entregado a ti. Te he dado hasta esa parte que no creía que tuviera.

Mi alma.

Elsie.

Ypres
Junio, 1915
Puesto de primeros auxilios