viernes, 26 de septiembre de 2014

UN MILLÓN DE GOTAS DE VÍCTOR DEL ÁRBOL.



Sinopsis:

Gonzalo Gil es un abogado metido en una vida que le resulta ajena, en una carrera malograda que trata de esquivar la constante manipulación de su omnipresente suegro, un personaje todopoderoso de sombra muy alargada. Pero algo va a sacudir esa monotonía. Tras años sin saber de ella, Gonzalo recibe la noticia de que su hermana Laura se ha suicidado en dramáticas circunstancias. Su muerte obliga a Gonzalo a tensar hasta límites insospechados el frágil hilo que sostiene el equilibrio de su vida como padre y esposo. Al involucrarse decididamente en la investigación de los pasos que han llevado a su hermana al suicidio, descubrirá que Laura es la sospechosa de haber torturado y asesinado a un mafioso ruso que tiempo atrás secuestró y mató a su hijo pequeño. Pero lo que parece una venganza es solo el principio de un tortuoso camino que va a arrastrar a Gonzalo a espacios inéditos de su propio pasado y del de su familia que tal vez hubiera preferido no afrontar. Tendrá que adentrarse de lleno en la fascinante historia de su padre, Elías Gil, el gran héroe de la resistencia contra el fascismo, el joven ingeniero asturiano que viajó a la URSS comprometido con los ideales de la revolución, que fue delatado, detenido y confinado en la pavorosa isla de Nazino, y que se convirtió en personaje clave, admirado y temido, de los años más oscuros de nuestro país.

Una gran historia de ideales traicionados, de vidas zarandeadas por un destino implacable, una visceral y profunda historia de amor perdurable y de venganza postergada; un intenso thriller literario que recorre sin dar respiro la historia europea.

Mis sensaciones:

Me pilló por sorpresa, lo reconozco. Yo, la que no derrama una lágrima frente a las historias de ficción en un momento dejé la lectura, me senté en el sofá y, mientras miraba las nubes que rasgaban el cielo al otro lado de mi ventana, me sorprendí con un nudo en la garganta, mientras unas lágrimas silenciosas recorrían mi mejilla.

No era solo la historia que me cuenta.

Era yo.

Eran las reflexiones que se iban colando en mi mente cada vez que tropezaba con una de las cientos de frases sublimes que contiene la novela, algunas de las cuales he anotado en mi agenda (la que me regalaste, Juan Carlos, por fin encontré algo con lo que estrenarla) para releer de vez en cuando.

Llevaba meses tras este libro, entretenido mi tiempo en lecturas cero de las que no se puede hablar y otras que no he elegido con demasiado acierto. Y alguna muy buena también, menos mal. Después de un verano en el que probablemente solo se salvarán tres o cuatro libros en mi memoria, Un millón de gotas llegó a mis manos. Es más grueso de lo que pensaba pero resulta liviano al sostenerlo, la edición es muy cómoda, de esas que se manejan bien y te invitan a que no las sueltes. Tiene solo un pero, una letra diminuta para mis ojos que ya no se aclaran, que con gafas no ven y sin ellas tienen que acercar el libro a la nariz tanto que cualquier día acabaré dentro de uno de ellos. ¿O acaso eso no ha sucedido ya con éste? ¿No me ha atrapado incluso las emociones que siempre domino mientras leo?

No intento hacer una reseña que diseccione el argumento o estos personajes tan alejados del maniqueísmo que a veces predomina en las novelas actuales, porque no puedo, porque si intentara contarlo y pretendiera hacerlo bien la reseña sería eterna. Probablemente no lograría nada más que dejar constancia de que es uno de esos libros que narran dos tramas simultáneas, una en el presente y otra que llega del pasado para arrojar luz en la primera. Dos novelas en una que se complementan y se dan sentido mutuamente. Sería un análisis demasiado simple de lo que de verdad se esconde en estas más de 600 páginas. Una mera sinopsis como la que copié arriba, cuando lo que de verdad importa, lo que marca la diferencia entre Un millón de gotas y otro libro es el narrador, cómo nos cuenta la historia, cómo se mete debajo de tu piel o te sacude en el estómago. Las bofetadas de realidad sumergidas en la ficción.

La sensibilidad en la observación del mundo sin ahorrarse ni sus aspectos más mezquinos.

Gonzalo Gil, el abogado protagonista, va encendiendo luces en su pasado mientras nosotros, a su lado, recomponemos la historia de una familia llena de secretos, de silencios rellenados con historias inventadas, tan huecas como la tumba a orillas del lago, la que contiene un viejo traje que no vistió a ningún muerto. Como él, yo he ido descubriendo fragmentos de mi pasado que han venido a visitarme cada vez que una de las brillantes frases del narrador se descontextualizaba y venía a mí para llevarme a otro lugar muy lejos de estas páginas. ¿No es un libro excepcional cuando consigue eso en el lector? Cuando, sin pretenderlo, sin acercarse a tu realidad, la mueve.

Me ha gustado mucho leer la historia que tiene como protagonista a Elías Gil. Me ha costado ser testigo de lo salvajes que podemos llegar a ser para sobrevivir, de cómo ese hijo de un minero de Mieres llegado a la Unión Soviética a principios de los años 30 ve quebrarse su inocencia casi nada más llegar y se amolda al horror para sobrevivir. La barbarie del ser humano, sin disimulos, se plantó frente a mis ojos y mientras leía era capaz de sentir el frío de Siberia, la repulsa hacia Igor, el dolor de Irina, el llanto de Anna… Tanto que a veces cerré el libro en esta parte para tomar un poco de aliento, para distanciarme de lo que me contaba un poco y poder seguir respirando.

No había leído a Víctor del Árbol nada más que a través de su blog. Lo visitaba, entrada tras entrada, aunque apenas me haya atrevido a comentar sino un par de veces. La palabra atrevido no es casual, hay plumas que te parecen tan grandes que no te arriesgas a profanar su espacio con un comentario que, probablemente, no será brillante. Me conformaba con leer, con envidiar de algún modo la capacidad que tiene de escoger la palabra exacta en cada momento.

A lo mejor he llorado por eso.

Porque sé que durante un tiempo, aunque lo intente, no guardaré nada de lo que escriba. Lo borraré furiosa al releerlo porque le faltará siempre algo, ese matiz que solo le dan los grandes a lo que escriben. Porque constato que no manejo a mi antojo las herramientas necesarias para dar a un texto la contundencia que requiere. Porque me sentiré torpe, pequeña y a la vez prisionera en mi empeño de escribir, condenada como Sísifo a empujar una piedra que inevitablemente acaba rodando ladera abajo cuando creo que he alcanzado la meta. Porque necesitaré respirar y replantearme muchas cosas.

Necesitaré reponerme de esta experiencia lectora que os recomiendo.

Sin el más leve temor a equivocarme.


El talento, se siente y Víctor del Árbol lo tiene. Felicidades.