viernes, 6 de septiembre de 2024

MACHADO Y YO: 2009

Imagen creada con Leonardo AI

 

2009


Ese año, muchos después de aquella herida, sucedió algo. Yo ya no vivía en Azuqueca, aunque seguía visitando el cementerio, que en este momento también acogía a mi padre y a mi abuelo. Yo ya tenía hijos y era una adulta, al menos por fuera. Ese año, en 2009, me atreví a dejar ver lo que escribía. Y sucedió algo extraordinario, porque regresó con un premio. Recordando a la niña osada que era en esa infancia que se evaporó en un día, con el dinero que gané, se me ocurrió autoeditar La arena del reloj.

Esa novela que no es ni siquiera una novela.

Escribirla con mi padre fue vivir otro duelo a mi manera, esta vez el suyo. Lo hicimos así, nos despedimos cuando aún podíamos tocarnos y sentirnos, aunque en cada mirada hubiera una tristeza infinita y en cada palabra la sombra de que se nos estaban agotando las horas. Es la historia de sus momentos felices. Donde nos dijimos lo importante y en el que me dejó fragmentos de su vida para que, cuando lo extrañara, pudiera volver a ella y encontrarme con su voz.

Eva Ortiz, la directora de esa biblioteca que fue mi otro hogar, lo leyó y me encargó una charla sobre autoedición —siempre ha tenido una fe ciega en mis posibilidades—. Yo no sabía nada de eso, así que lo inmediato fue negarme. Al fin y al cabo, lo que había hecho no era más que imprimir un texto con forma de libro en una página de internet que encontré una tarde de domingo. Un texto, además, que era tan personal que ni siquiera era lógico compartirlo. Pero Eva intuyó que era mucho más que eso, que estaba lleno de universales, de sentimientos que eran míos, pero también un poco patrimonio de todos, y su insistencia, y esa que soy a veces cuando venzo al miedo, prendieron la mecha de las ganas.

Me atreví.

Nunca he tenido pereza para estudiar y explorar, y decidí que haciendo algo es como mejor se aprende, así que investigué y realicé el proceso entero de convertirme en mi propia editora con otra novela que sería la que ilustraría la charla.

Le lavé la cara, la puse al día y me fui hasta Segovia, para registrarla en Cultura.

Y allí, volviste a aparecer tú.


(Seguirá)


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