Tiktok es una red social curiosa. Lo mismo te sale alguien reformando una terraza, que otro fregando un baño hartándolo de jabón, una muchacha contando cómo el día de antes de la boda no tenía vestido o una señora largando sobre cómo era su vida cuando vivía bajo el influjo de un narcisista.
Y tú te quedas, engullendo como un idiota cualquier cosa que te pongan delante: fast food de la vida en píldoritas con una dosis máxima de 10 minutos.
Yo creo que el que diga que no tiene algo de cotilla, miente.
Ahí me quedé yo el otro día, entre fascinada y preocupada por lo que escuchaba de la biografía de esa mujer desgraciada que había tropezado con un tipo con el ego del tamaño de Murcia, y de lo que ha pasado con semejante ser humano.
"No me extraña que lo largué aquí, si es que es para contarlo", me dije.
No sé qué hora sería, igual las dos de la mañana, pero el caso es que di un bote en la cama, encendí la luz y busqué una libreta para anotar las cositas que había ido contando la señora acerca del elemento que le había amargado media vida.
Hace casi dos años que tengo una novela paralizada en un capítulo. Se me murieron de golpe las ganas de escribir a la vez que mi bailarina, cuando el tarro del amor en mi vida dio un bajón de tal calibre que me sentí vacía. Tanto que pensé que no merecía la pena ni molestarme en terminar lo que estaba haciendo en los días en los que se desató el caos.
Hasta que llegó esta señora, con su narcisista, y me mostró que solo estaba dormida, que solo necesitaba un estímulo para despertar, aunque fuera un vídeo de Tiktok en una de mis madrugadas insomnes.
Yo sé que hay quien dice que todo lo que le pasa a uno en esta vida tiene un fin, una explicación, aunque a veces tardemos mucho en encontrarla. Sé lo del efecto mariposa, también, y la verdad es que espero que esta pobre mujer no sufriera lo que sufrió con el cabestro ese solo para que yo entendiera que el personaje al que no lograba dibujar era un narcisista, pero el caso es que se me encendió la luz.
Una luz potente de doscientos mil vatios que me ha tenido tomando notas los últimos días y haciendo progresos que ni me imaginaba.
Resulta que la respuesta la tenía delante de mis narices y, precisamente por tenerla tan cerca, no la veía.
Igualito que cuando te pones las gafas: las llevas pegadas a la cara y no eres capaz de verlas. Ves a través de ellas, tal y como te muestran el mundo, pero no las aprecias.
Ese era el camino que se había interrumpido el final del peor diciembre de mi vida y por donde tenía que seguir, aunque hayan tenido que pasar dos primaveras tristes donde casi había perdido la fe en volver a escuchar música dentro de mí.
Pero la vida siempre te da oportunidades, o a lo mejor eres tú, cuando estás preparado. Ahora escucho la música, ahora mis dedos vuelven a saltar sobre las teclas y sonrío mientras lo hacen. Aquí estoy, aprendiendo todo lo que puedo de estos tipejos (y tipejas, he identificado a alguna en mi entorno) para ponérselo al personaje que me estaba quedando planísimo, pero que se ha redondeado definitivamente.
Y me lo estoy pasando pipa, porque como también estoy aprendiendo a contrarrestarlos, pobrecito la que le espera.
Literariamente, claro, no vayas a pensar otra cosa...
Espero que lo que le pasó a esa mujer desconocida, un día lo lea otra en mi novela, una que tenga a un ser en su vida de estos, y sea capaz de devolverle el daño, aunque sea riéndose de él.
Es lo que se merecen, ahogarse en la fuente donde se contemplan sin verse un solo defecto.
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