miércoles, 3 de septiembre de 2025

SUPERADAS LAS 50.000 PALABRAS

Ayer 2 de septiembre hizo cuatro meses que puse la primera palabra en la novela que estoy escribiendo. Ayer, también, superé las 50.000 palabras.

Aún no he terminado, me queda completar un capítulo, el epílogo y la nota histórica, pero no creo que se vaya mucho de esa cifra de palabras.

Me han dicho que es demasiado corta para ser una novela, pero a veces se considera novela a partir de 40.000, así que, aunque corta, es una novela.

No una novelette, esas no llegan a las 20.000 palabras.

¿Podría alargarla?

Pues claro, contando cosas irrelevantes, metiendo toda la paja que se me ocurra, podría prolongarla hasta que tuviera una longitud más estándar, pero si algo he aprendido a lo largo de estos años de escritura (que ya son para tener un máster) es que las historias no tienen una longitud establecida. Las hay que se cuentan con pocas palabras, sin que les sobre ni falte nada, y otras que necesitan muchas más páginas porque, de otro modo, parecen inconclusas.

Esta novela corta está siendo una maravilla en lo que se refiere a los momentos de escritura. Estoy disfrutando mucho, jugando con el lenguaje, con los personajes de otro siglo, metiéndome hasta el cuello en las emociones que vive mi protagonista en uno de los dos hilos argumentales de los que consta la novela.

El otro día me paré a pensar en algo: nunca había seguido este esquema. Después de cinco minutos de reflexión me di cuenta de que no es cierto, pero hace tantísimo tiempo de la última vez que lo había olvidado.

En aquella primera aproximación a lo que he hecho ahora, no escribí los dos hilos de manera simultánea en el mismo archivo, como ahora. Fue en La arena del reloj y me guardé para mí, en la primera copia impresa de la novela (impresa en mi impresora) todo el hilo en el que era mi propia voz la que hablaba, que escribí en una noche.

Para quien no lo sepa, escribí esa novela con mi padre en sus últimos meses de vida. Él me contó sus recuerdos para que se quedaran en alguna parte y mis hijos y mi sobrino pudieran conocerlo en el futuro. Era como una carta para ellos, una charla en papel que supliera lo que jamás iba a poder intercambiar con ellos cuando fueran mayores y capaces de entenderlo.

Esta vez, las dos voces las he escrito tal y como las leerá el lector (si esta novela tiene alguno) y se van dando la mano para contar una historia desde dos perspectivas diferentes.

No, no repito lo mismo con dos narradores, los dos hacen avanzar la historia. 

No sé si es una novela para todo el mundo o si nos la he escrito al protagonista y a mí, pero a estas alturas me da igual todo.

Escribo porque lo necesito.

Lo que digo de mi protagonista es un poco extraño. Vivió en el siglo XIX, en un entorno que no es el mío y yo no iba a contar su historia. Yo me estaba documentando para otra cosa cuando sentí que me tocaba en el hombro y me pedía, con exquisita educación, que contase su historia.

No he sido capaz de imitar su voz, a pesar de que he leído muchísimas cartas suyas, pero creo que he logrado atrapar sus emociones. 

Fue un hombre apasionado de su profesión, pero muy poco dado a excesos en lo personal.

Hay una frase suya, de sus últimas horas, en ka que habla de secretos de familia. Nadir sabe a qué se refería y es aquí donde entra mi ficción. 

Por supuesto, avisaré al lector de lo que no es cierto y, si por casualidad algún club de lectura quiere leerla conmigo, creo que puedo hacer la mejor exposición de todas las wue he hecho hasta ahora.

¿Sabéis por qué? Porque aunque no nos dedicamos a lo mismo, él se parece mucho a mí. Le dolía lo mismo que me duele a mí, se emocionaba con las mismas cosas. 

Me voy, me estoy empezando a emocionar.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Si dejas tu comentario, entenderé que aceptas formar parte del reflejo de este espejo. Gracias por tu visita.