jueves, 17 de julio de 2025

YELA, UNA HISTORIA DE 800 AÑOS

Bicheando por la red, he ido a recalar en el PDF de un libro que habla del pueblo de mis abuelos, Yela, un diminuto pueblo de la Alcarria, cerca de Brihuega, que sufrió de tal modo los estragos de la Guerra Civil que casi quedó deshabitado.




El libro, de Julián del Olmo García, explora los 800 años de historia del municipio. 

Al principio, invita a que, quien quiera, complete los datos, porque las páginas que le ha dedicado le parecen muy pocas para resumir ocho siglos de historia.

Yo no he hecho nada más que empezarlo y creo que, por justicia, tengo que corregir un dato.


Llegó un momento en la guerra en el que la población civil no tuvo más remedio que abandonar el pueblo. Mis bisabuelos y mi abuela, y supongo que su hermano Máximo, fueron evacuados como dice aquí, de la noche a la mañana. La anécdota de mi abuela, que me la repitió hasta la saciedad mientras vivió, fue que intentó entrar en su casa (la que estaba pegada a la fachada de la iglesia) para recuperar su muñeca y llevársela. Mi bisabuelo Julito le dijo: "Si entras, te quedas aquí". Se marchó sin ella a San Lorenzo de la Parrilla, el pueblo de Cuenca donde los evacuaron, y cuando volvieron no la pudo recuperar porque de su casa no quedaban ni las paredes.

Pero este texto lo he recuperado por la parte final.

Dice que no se sabe quién escondió en la vega la cruz de plata y que, años después de la guerra, una mujer la encontró.

Eso es así, y se llamaba María, pero no Sanz García, sino Puado Sanz.

Era mi tía abuela.

Por su memoria, por el mal rato que pasó por culpa de haber encontrado la cruz de plata, tengo la obligación moral de publicar esta historia.

La tía María volvió al pueblo después de haber pasado la guerra en Valencia. Fue a visitar a sus padres, en ese tiempo breve que tardaron en tomar la decisión de dejar el pueblo y emigrar a Madrid, y en esa visita se acercó a la vega a buscar leña. Supongo que para cocinar o para calentarse, o para ambas cosas. Para ayudar a sus padres, en definitiva. Mi bisabuelo no tenía movilidad, así que la abuela, que tenía problemas cardiacos, cargaba con más cosas de las que podía y su hija hizo lo que cualquier buena hija haría: quitarle tarea.

En ello estaba cuando tiró de un tronco y, debajo, apareció la cruz.

Ella me contó que el corazón le dio un bote, sabía que estaba desaparecida y el recuperarla fue una alegría inmensa. La llevó a la iglesia, donde debía estar, y hasta que le alcanzaron las fuerzas siguió yendo a la romería de Yela en el mes de mayo para poder besar su cruz.

Pero esa cruz, también fue su cruz.

Durante mucho tiempo, tuvo que asistir a interrogatorios nada amables de la policía franquista, que trataban de acusarla de haber sido ella la que había escondido la cruz. Era imposible, ya digo que pasó la guerra en Valencia, con una familia que se marchó de Madrid en una aventura que se merece por sí sola una novela.

Así que no, no fue esa María que dice el libro, fue María Puado Sanz, la mujer más bella que he conocido en toda mi vida, mi tía abuela, alguien a quien quise y quiero y ni he olvidado ni voy a olvidar mientras viva.

Y si tengo que escribir una novela para subsanar que se hayan confundido de nombre en un libro que hace peligrar su memoria, pues igual lo hago.

María Puado Sanz, lo repito.

En el libro también ha habido otro párrafo que me ha emocionado:


Esa segunda boda del pueblo es la de mis abuelos. Mi abuela también me contó mil veces la misma historia: se casó de negro en una iglesia sin tejado.

Y eso era lo que necesitaba contar hoy. Otro día, María será la protagonista de una novela, es algo que le debo, aunque no será la primera vez que escriba sobre ella. Ya hay una historia que solo tenemos en mi familia. Esta:


Está en Amazon, pero solo en borrador.






jueves, 10 de julio de 2025

A COLINA DA ALMENDOEIRA. HARPERCOLLINS

Se me ha pasado venir a contarlo al blog. Hace diez días, el 1 de julio, se publicó La colina del almendro en Portugal. Ha salido bajo el sello de HarperCollins, bajo el título de A colina da almendoeira y esta vez la han catalogado en ficción histórica.

Ya era hora de que le diera alguien su sitio de verdad.

Querría haber hecho una publicación entusiasta en el blog, pero la vida te lleva por donde le da la gana y la verdad es que no he podido.

El martes 1 de julio, mi madre tenía una cirugía menor y yo tuve que poner por delante lo que es prioritario y me dediqué a ella. Publiqué algo que tenía guardado de antemano, claro, pero sin la dedicación de otras veces, por más que este sea uno de esos sueños importantísimos que crees que jamás vas a cumplir porque yo no tengo agente.

De ese tema hablaré en otro momento, pero cuando ya no escriba.

El caso es que ya está aquí y es así de requetechula. La estoy viendo en pequeñas librerías portuguesas, en centros comerciales, en grandes librerías... Ojalá se encuentre con lectores como los de aquí, como vosotros, que habéis disfrutado tantísimo con ella en estos seis años que hace que se publicó en español.

Puede ser una imagen de 1 persona y texto

Con todo el morro del mundo le he robado la foto a la Papelaria Ribeiro Fernandes de Lisboa, tan bonitos ellos, que la destacaron entre las novedades que les han llegado. Muchas gracias y perdón por el asalto, espero que tengáis que reponerla un montón de veces. Ojalá la vida me dé la oportunidad de agradeceros en persona este gesto.

Hoy, cuando por fin llego al blog, es 10 de julio y es el día más triste del año para mí, porque hoy es el aniversario de la muerte de mi padre. 

Diecinueve años ya, tantas vivencias preciosas que he tenido desde que se fue y que no he podido compartir con él. Sé lo feliz que estaría y lo feliz que estaría yo con él a mi lado. 

No he hecho coincidir esta entrada con este día, simplemente ha pasado; en realidad es que hoy es mi resurrección después de cinco días muy jodidos. 

Hace dos días, pasé unas horas de madrugada en las que pensaba que me estaba muriendo. No sé qué virus habré pillado, pero ni las cuatro veces que he tenido Covid me había sentido tan mal. No era nada que detecte un test, me lo hicieron y dio todo negativo, pero me mantuvo con fiebre y medio inconsciente día y medio.

Ni siquiera pude abrir el ordenador, mucho menos acordarme de que había una novela emprendiendo un camino que va a tener que hacer sola porque no tengo ni idea de portugués y solo la puedo acompañar con frases cortitas que escribo con un traductor, con más miedo que vergüenza en mis redes de alcance limitadísimo. 

¿Sabéis lo que pensaba en esa oscura noche en la que no veía salida? Que en mi familia, las personas importantes tienen la mala costumbre de marcharse en verano, que parece ser que las vacaciones eternas nos gustan con buen tiempo y yo, en ese delirio febril, creía que me había sumado a la moda. Sí, ahora parece que exagero, pero esa noche de hace dos días lo creía tan en serio que escribí una pequeña nota de despedida.

Soy escritora, qué le vamos a hacer...

El caso es que no, que aunque sigo sin voz, sin muchas ganas de nada, con la espalda doblada y los bolsillos llenos de pañuelos, voy para arriba. Soy, como Mary Davenport, una superviviente.

Y como ella, aunque el camino parezca imposible, voy a encontrarlo hasta llegar a conseguir mis metas. Aunque esa meta solo sea poder decidir por mí misma en algún momento.