Esta es la pregunta que me llevo haciendo más de un mes. ¿Y ahora qué? Me lo repito como un mantra cada mañana al despertar y cada noche antes de ir a dormir.
¿Y ahora qué escribo?
La colina del almendro está resultando ser una novela que me está brindando una experiencia de las que no se olvidan con facilidad. Desde el principio vino marcada por una etiqueta que le puse yo misma: diferente. Diferente en su concepción, diferente en su desarrollo mientras la escribía, distinta todo lo que había escrito hasta ese momento. Tan distante que, un día, insegura por si me había metido en un jardín demasiado espinoso, tuve que preguntarle a mi bruja blanca si eso servía para algo o era mejor que me olvidase.
No me lo consintió.
Llevaba razón, esta novela me está devolviendo una alegría detrás de otra, confirmando que puedo escribir lo que quiera (lo que me dé la gana en palabras de mi editora), que sé defenderlo porque a todo le pongo alma, corazón, esfuerzo, trabajo y mucho, mucho tiempo. Le robo horas al sueño para que lo que acabe sobre el papel sea, al menos, digno. Que no me voy a quedar solo en romántica, porque sé hacer mucho más.
Pero no puedo evitar el vértigo del ahora qué. No sé qué paso dar. Sé que ahora mismo no hace falta que dé ninguno, que lo que tengo que hacer es disfrutar de lo que me llega de vuelta de esta novela, que es maravilloso por donde lo mire, que tengo tiempo para pensar, pero mi natural impaciente se rebela a diario y no me deja contener los dedos. Claro que estoy escribiendo, soy palabras escritas, pero el resultado, aunque es dignísimo y mucho mejor que muchas cosas que he leído en los últimos años, no es como ella. No tiene su complejidad o su profundidad. Me invade cierto miedo, ese que se deriva de escuchar frases como "es tu mejor novela", "es un novelón", "te has puesto el listón altísimo tú sola".
Tendré que darme un tiempo.
Tendré que seguir pulsando las teclas del ordenador, eso siempre, porque nunca hay que perder el ritmo, pero también tendré que aprender a relajarme para que, cuando la idea llegue, me pille en un buen momento y sea capaz de defenderla con el mismo pulso que he empleado en esta novela.
Me siento muy orgullosa de ella, por si no lo he escrito aún.
Voy a contar algo. Los primeros días, cuando se puso a la venta, ese efecto del primer impacto la puso visible en iTunes. Nada más llegar, alguien le puso tres estrellas y un comentario que decía algo así como que la novela se desinflaba después de la primera parte. Mi impresión no es esa, al contrario, creo que es una novela que quizá, donde demuestra todo su valor, es en la parte central, pero podía ser que hubiera perdido la perspectiva. Después de esa primera reseña, llegó otra de cinco estrellas. Respiré, tal vez esa primera persona no me había entendido. Duró poco, enseguida le cayeron comentarios de dos y una estrella.
¿Os he contado alguna vez que en iTunes no me quieren nada?
Pensé que hasta ahí habíamos llegado, que me había equivocado y que tendría que volver a contar historias románticas contemporáneas, porque parecía que para esto, que es muchísimo más, no sirvo. Más adelante, otros buenos comentarios subieron una media en esa plataforma, pero las dudas estaban servidas.
Esto me ha hecho pensar muchísimo. No sé si yo soy la que está equivocada siempre, si es que ya no sé leer, ni filtrar, ni saber qué sí o qué no puedo escribir en una novela o es que hay gente que necesita tirar el trabajo de otros nada más salir, porque lo cierto es que, a partir de esos dos o tres primeros días, lo demás ha sido tan fantástico como lo que se ve en Amazon. Hay quien ha entendido que el romance es secundario en esta trama, que pesa más la historia y la evolución de un personaje que encarna una lucha, la de las mujeres a principios de siglo, y hay quien se ha confundido porque quizá, como llevo el sello de autora de romántica, solo esperaba pasión entre dos personas. Yo, lo siento, pero eso se me queda muy corto como lectora, no me dice mucho, y siempre tengo que poner algo más, porque, ante todo, yo soy mi primera lectora y me tengo muchísimo respeto como para traicionarme.
¿Y ahora qué?
Pues no lo sé. Terminaré una novela a la que le quedan no más de veinte páginas y la guardaré para que repose. Retomaré otra que tengo que modificar. Me pensaré que hago con otra, que tampoco es romántica, pero es mía.
Y respiraré.
Quizá, aunque ahora me haga preguntas inquietantes, esto no haya sido la guinda de mi pastel.
O sí, no lo sé.
MAYTE ESTEBAN. Escritora. Abrí paso en España al mundo de la autoedición. Hoy publico con HarperCollins.
miércoles, 27 de noviembre de 2019
jueves, 14 de noviembre de 2019
VENDAS EN LOS OJOS
Alguna vez en la vida, a todos se nos cae una venda de los ojos. La llevamos ahí sin saberlo, apretada de tal modo que la oscuridad es absoluta. Llevamos tanto tiempo con ella que nos hemos acostumbrado a pasear por la vida intuyendo los obstáculos sin verlos. A base de reconstruir la realidad a partir de la composición que nuestro cerebro puede hacer con el tacto, el gusto, el olfato y el oído, creemos que el mundo lo percibimos completo.
Pero no es así.
La realidad no nos muestra todas sus caras porque nos falta uno de los sentidos: la vista. El día que la venda deshace el nudo y resbala por nuestra cara, la luz entra a raudales en unas retinas desacostumbradas. Entonces, tal vez por el impacto de la claridad, por el miedo a lo que nos podamos encontrar, por la seguridad que nos daban nuestras propias tinieblas, agarramos nuestra venda y tratamos de volver a colocarla.
Las vendas que se caen de los ojos no ajustan nunca más.
Cerramos los ojos, los oídos y hasta el corazón, porque el dolor en las pupilas con la presencia de tanta luminosidad puede ser insoportable, pero eso no sirve. No se puede vivir mucho tiempo con los ojos apretados. Un día, uno cualquiera, los párpados empiezan a abrirse poco a poco. Quizá se cierren un par de veces, porque tanta luz impide hasta respirar, pero finalmente, despacio, siempre muy despacio, los ojos se abren.
Y la luz ya no duele.
Ahora lo que hace es iluminar la escena. Nos descubre que los otros sentidos nos habían contado casi la verdad, pero se habían dejado un montón de matices.
Aprendemos.
Y con el aprendizaje, detestamos esa venda y bendecimos el día que se soltó.
#microrrelato
Pero no es así.
La realidad no nos muestra todas sus caras porque nos falta uno de los sentidos: la vista. El día que la venda deshace el nudo y resbala por nuestra cara, la luz entra a raudales en unas retinas desacostumbradas. Entonces, tal vez por el impacto de la claridad, por el miedo a lo que nos podamos encontrar, por la seguridad que nos daban nuestras propias tinieblas, agarramos nuestra venda y tratamos de volver a colocarla.
Las vendas que se caen de los ojos no ajustan nunca más.
Cerramos los ojos, los oídos y hasta el corazón, porque el dolor en las pupilas con la presencia de tanta luminosidad puede ser insoportable, pero eso no sirve. No se puede vivir mucho tiempo con los ojos apretados. Un día, uno cualquiera, los párpados empiezan a abrirse poco a poco. Quizá se cierren un par de veces, porque tanta luz impide hasta respirar, pero finalmente, despacio, siempre muy despacio, los ojos se abren.
Y la luz ya no duele.
Ahora lo que hace es iluminar la escena. Nos descubre que los otros sentidos nos habían contado casi la verdad, pero se habían dejado un montón de matices.
Aprendemos.
Y con el aprendizaje, detestamos esa venda y bendecimos el día que se soltó.
#microrrelato
miércoles, 6 de noviembre de 2019
PON UNA ETIQUETA EN TU VIDA
Os voy a contar algo. Acabo de entrar en Amazon, a ver si ha ocurrido un milagro y han unificado mi novela en papel con la digital. No he tenido suerte. Ahí están, cada una por su lado, con los comentarios separados también. Yo creo que es un castigo metafórico por haber escrito sobre un tiempo en el que las cosas de hombres iban por un lado y las de las mujeres por otro, un momento en el que no teníamos los mismos derechos.
Tonterías que se piensan en días de mucho estrés.
Para no enfadarme, he dejado lo de mis novelas y me he ido a ver el top, que es un sitio que no frecuento mucho, y ahí sí que me he enfadado en serio.
Sí, uno se puede enfadar con un top. Bueno, uno se puede enfadar hasta con la esquina de un mueble si se da con ella con el dedo meñique desnudo. El caso es que, mirando novelas, he recalado en una. No me ha llamado la atención en sí misma, sino la bandita naranja y lo que ponía en ella. Sé que hay categorías rarísimas en Amazon (yo una vez me equivoque de casilla y Detrás del cristal se puso número 1 en Bienestar y vida sana nada más publicarla, pero rauda y veloz lo quité, porque entonces me daba mucho apuro que pensaran que soy tonta).
He pensado en un error. Yo soy muy de pensar en que uno es humano y se equivoca muchísimas veces.
No he necesitado nada más que un clic para darme cuenta de que no, que es una argucia para conseguir la codiciada bandita naranja. Porque, si fuera verdad donde está categorizada, yo no habría entendido, como si fuera castellano, cada una de las palabras del fragmento de prueba (bueno, de la primera página, no he sido capaz de seguir).
¿Un error?
Ya...
Tonterías que se piensan en días de mucho estrés.
Para no enfadarme, he dejado lo de mis novelas y me he ido a ver el top, que es un sitio que no frecuento mucho, y ahí sí que me he enfadado en serio.
Sí, uno se puede enfadar con un top. Bueno, uno se puede enfadar hasta con la esquina de un mueble si se da con ella con el dedo meñique desnudo. El caso es que, mirando novelas, he recalado en una. No me ha llamado la atención en sí misma, sino la bandita naranja y lo que ponía en ella. Sé que hay categorías rarísimas en Amazon (yo una vez me equivoque de casilla y Detrás del cristal se puso número 1 en Bienestar y vida sana nada más publicarla, pero rauda y veloz lo quité, porque entonces me daba mucho apuro que pensaran que soy tonta).
He pensado en un error. Yo soy muy de pensar en que uno es humano y se equivoca muchísimas veces.
No he necesitado nada más que un clic para darme cuenta de que no, que es una argucia para conseguir la codiciada bandita naranja. Porque, si fuera verdad donde está categorizada, yo no habría entendido, como si fuera castellano, cada una de las palabras del fragmento de prueba (bueno, de la primera página, no he sido capaz de seguir).
¿Un error?
Ya...
martes, 5 de noviembre de 2019
PON UN VERBO EN TU TEXTO
Me da mucho respeto ponerme a hablar de cuestiones gramaticales en el blog, porque no soy ninguna experta en ellas, solo sé lo que he aprendido en todos estos años escribiendo (no digo cuántos porque la cifra me empieza a abrumar). Si me atrevo a hacerlo es porque recordaré algo muy básico, de hecho, algo que estudiamos en el instituto.
Y también por otra cosa.
Ayer mismo llegué a un blog que me dejó estupefacta perdida. Lo firma una autora novel, que en estos momentos aún no ha publicado absolutamente nada, y que da consejos de escritura, aunque en realidad se dedica a otra cosa. Esas eran sus credenciales cuando ibas a la sección del blog (o la página, no recuerdo) que dice "quién soy". Me pareció tan surrealista todo que me dije, bueno, Mayte, al menos tú ya has publicado casi una docena de libros (eres autora de verdad, no es solo una idea en tu mente), no en el cien por cien de tu tiempo, pero te dedicas a esto y, además, has vendido varios miles de libros. Te han dado hasta premios. Igual tampoco es tan loco que tú te atrevas a dar algún consejo...
He venido a hablar de los verbos.
No me voy a poner en plan profe mucho rato, pero sí tengo que hacer hincapié en un aspecto que a veces nos pasa desapercibido: los verbos tienen aspecto perfectivo o imperfectivo. ¿Qué significa esto? Pues que hay algunos en castellano que nos están diciendo que la acción está acabada y otros marcan que no es así, que es una acción inacabada.
Pongo un ejemplo.
Cantó/Cantaba
Ambas formas verbales son de pasado. Una de ellas es el pretérito perfecto simple y otra el pretérito imperfecto. Estos nombres no se los pusieron a lo tonto, están diciéndonos ya cómo es la acción. En una frase completa quizá lo veamos mejor:
Marta cantó en las fiestas de su pueblo.
En esta oración, entendemos que las fiestas se acabaron ya y que Marta tuvo el impulso de subirse a un escenario y mostrar sus dotes cantarinas. O que estaba muy borracha y dio la nota, cualquiera sabe porque mi frase carece de un contexto. Lo que queda claro es que la acción está terminada. Del todo. Cerrada.
Marta cantaba en las fiestas de su pueblo.
En este caso, Marta sigue ahí, dándolo todo en el pasado, y nosotros como lectores nos hemos quedado con la intriga de algo, porque esta forma verbal suele requerir de una clausula que amplíe la información. No sé, algo como: Marta cantaba en las fiestas de su pueblo, cuando se puso a llover.
Este pequeño matiz entre dos formas verbales se vuelve un detalle gigante cuando no se emplean bien en algunos textos. Mirad, el castellano tiene una riqueza verbal impresionante. Se puede expresar prácticamente lo que uno quiera y queda matizado por el verbo que se emplee mucho más que por poner un millón de adjetivos raros o extravagantes, que solo van a decir de nosotros que somos un pelín pretenciosos al escribir. Jugad con los verbos, paraos a pensar qué queréis decir y matizad con ellos la diferencia.
Otro día hablaré del uso del pretérito pluscuamperfecto en novela romántica de la que no pasa por correctores profesionales. Es una auténtica pesadilla que muchas veces procede de la lectura directa de libros en inglés o de malas traducciones, ya que este idioma se las tiene que apañar con muchos menos verbos que el castellano.
Y hasta aquí mi modo profe.
Me voy a leer otro rato, si es que me dejan.
Y también por otra cosa.
Ayer mismo llegué a un blog que me dejó estupefacta perdida. Lo firma una autora novel, que en estos momentos aún no ha publicado absolutamente nada, y que da consejos de escritura, aunque en realidad se dedica a otra cosa. Esas eran sus credenciales cuando ibas a la sección del blog (o la página, no recuerdo) que dice "quién soy". Me pareció tan surrealista todo que me dije, bueno, Mayte, al menos tú ya has publicado casi una docena de libros (eres autora de verdad, no es solo una idea en tu mente), no en el cien por cien de tu tiempo, pero te dedicas a esto y, además, has vendido varios miles de libros. Te han dado hasta premios. Igual tampoco es tan loco que tú te atrevas a dar algún consejo...
He venido a hablar de los verbos.
No me voy a poner en plan profe mucho rato, pero sí tengo que hacer hincapié en un aspecto que a veces nos pasa desapercibido: los verbos tienen aspecto perfectivo o imperfectivo. ¿Qué significa esto? Pues que hay algunos en castellano que nos están diciendo que la acción está acabada y otros marcan que no es así, que es una acción inacabada.
Pongo un ejemplo.
Cantó/Cantaba
Ambas formas verbales son de pasado. Una de ellas es el pretérito perfecto simple y otra el pretérito imperfecto. Estos nombres no se los pusieron a lo tonto, están diciéndonos ya cómo es la acción. En una frase completa quizá lo veamos mejor:
Marta cantó en las fiestas de su pueblo.
En esta oración, entendemos que las fiestas se acabaron ya y que Marta tuvo el impulso de subirse a un escenario y mostrar sus dotes cantarinas. O que estaba muy borracha y dio la nota, cualquiera sabe porque mi frase carece de un contexto. Lo que queda claro es que la acción está terminada. Del todo. Cerrada.
Marta cantaba en las fiestas de su pueblo.
En este caso, Marta sigue ahí, dándolo todo en el pasado, y nosotros como lectores nos hemos quedado con la intriga de algo, porque esta forma verbal suele requerir de una clausula que amplíe la información. No sé, algo como: Marta cantaba en las fiestas de su pueblo, cuando se puso a llover.
Este pequeño matiz entre dos formas verbales se vuelve un detalle gigante cuando no se emplean bien en algunos textos. Mirad, el castellano tiene una riqueza verbal impresionante. Se puede expresar prácticamente lo que uno quiera y queda matizado por el verbo que se emplee mucho más que por poner un millón de adjetivos raros o extravagantes, que solo van a decir de nosotros que somos un pelín pretenciosos al escribir. Jugad con los verbos, paraos a pensar qué queréis decir y matizad con ellos la diferencia.
Otro día hablaré del uso del pretérito pluscuamperfecto en novela romántica de la que no pasa por correctores profesionales. Es una auténtica pesadilla que muchas veces procede de la lectura directa de libros en inglés o de malas traducciones, ya que este idioma se las tiene que apañar con muchos menos verbos que el castellano.
Y hasta aquí mi modo profe.
Me voy a leer otro rato, si es que me dejan.
Etiquetas:
reflexión
jueves, 24 de octubre de 2019
MUJERES CON SEUDÓNIMO
Hace mucho tiempo hice una entrada sobre el primer escritor del que se tiene constancia. En realidad no fue escritor, sino escritora. Se llamaba Enheduanna, nació en 2285 a. C. y fue sacerdotisa e hija de Sargón de Acad. Es curioso que fuera una mujer, cuando después las mujeres han tenido tantas dificultades para que su trabajo escribiendo se reconozca.
Durante mucho tiempo, para publicar, se hizo necesario el uso de seudónimos, en muchos casos masculinos, para superar todas las barreras con las que tropezaron.
Hoy estoy hablando de esto, de mujeres con seudónimo, porque en la charla que tuve el sábado pasado, en el I Café Literario Bookeando en las Nubes, hablamos de seudónimos. Curiosamente, de las cuatro autoras que estábamos sentadas en la mesa solo una usa su nombre real: Laura Sanz. Las otras tres, Isabel Keats, MEG Ferrero y yo, firmamos con seudónimos. Cada una por distintas razones, pero el caso es que lo hacemos.
Isabel nos contó que buscó un nombre sonoro tanto en inglés como en español, por si acaso algún día la traducían. Entre su nombre real y con el que publica hay una notable diferencia.
En el caso de Meg Ferrero, MEG es el acrónimo de un nombre real: María Esther Garcia (por eso lo empezó escribiendo con mayúsculas) y Ferrero es su segundo apellido.
Mayte, mi nombre, es el diminutivo de María Teresa y, como he contado varias veces, no me enteré que vivo bajo un seudónimo hasta que no fui a registrar mi primera novela y la funcionaria de Cultura me lo explicó. Así que se podría decir que lo mío es un seudónimo involuntario o seudónimo por ignorancia.
En realidad, aunque tres de nosotras llevemos seudónimo, las cuatro publicamos con nombre de mujer porque, afortunadamente, vivimos en un lugar del mundo en el que podemos hacerlo. Tenemos la libertad para hacerlo. Tenemos el derecho de hacerlo. De hecho, podemos hacer exactamente lo mismo que los hombres. Nos ha costado muchos años de luchar contra prejuicios y leyes el poder hacer las mismas cosas que los hombres, pero lo hemos conseguido.
Podemos abrir cuentas en el banco, tener negocios a nuestro nombre, firmar contratos sin autorización masculina, votar, estudiar, pedir un divorcio... ¿sigo?
Podemos abrir cuentas en el banco, tener negocios a nuestro nombre, firmar contratos sin autorización masculina, votar, estudiar, pedir un divorcio... ¿sigo?
Podría, pero no es el objetivo de esta entrada. En objetivo se centra en que nosotras cuatro tomamos la decisión de firmar como quisimos. Con nuestro nombre real, con el real adaptado o con uno inventado, pero nombre de mujer. No nos ha pasado como a tantas otras que, en otro tiempo, tuvieron que esconder su talento tras un seudónimo. Muchos, nombres de hombre.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)