miércoles, 4 de marzo de 2020

50 AÑOS NO ES NADA



Siempre he dado las gracias  por la fortuna de haber encontrado la manera  de abrir este blog. Fue hace ya una docena de años y, desde entonces, es mi faro. Es la luz que despeja sombras y quien me recuerda quien soy y cómo han sido mis pasos hasta llegar donde estoy.

Han sido un montón de pasos, que he intentado calcular esta mañana, pero ha sido imposible.

El espejo apareció en un momento complicado, varios años después de haber superado a medias un duelo que nunca quise vivir, y desde entonces me salva de las tormentas.

Me ha servido para guardar las cosas buenas que me han pasado (muchas) y para purgar las difíciles, aunque la mayoría de esas se hayan quedado en borradores que nunca publicaré porque son demasiado mías. Sin embargo, verlas escritas era necesario para darme cuenta de que todo, lo bueno y lo malo, solo dura un tiempo y es nuestra capacidad para aceptar deprisa o despacio los cambios lo que nos hace avanzar o no.

En algunas ocasiones, la felicidad ha sido solo un pestañeo y he lamentado que durase tan poquito, pero a la vez ha habido etapas larguísimas en las que lo ha inundado todo. Y con la tristeza ha pasado lo mismo. A  veces han tenido el sabor de lo infinito amarrado bajo la piel, pero, al final, un día te levantas y se ha ido.

Hoy es un día especial, y como todos los días especiales, he buscado mirarme en el espejo, para guardarlo.

A la una y media de la tarde hará 50 años que vine al mundo. No recuerdo nada de ese día (obvio), pero sí tengo retazos de lo que me han contado. De ello, siempre me cuentan que un turno en la fábrica de mi padre, y el que fueran otros tiempos menos permisivos, le impidieron conocer a su niña hasta el día siguiente. Por eso, mañana jueves será también mi cumpleaños, porque él ha sido y será siempre uno de los grandes amores de mi vida. Da igual el tiempo que haga desde que se tuvo que marchar, yo sigo teniéndolo a mi lado, dentro de mí, cada segundo de mi vida. Pienso en él en cada paso que doy y sé, perfectamente, de qué se sentiría orgulloso y por qué se enfadaría hasta el infinito.

Pero sé también, con una certeza que no tengo con nadie más en este mundo, que haga lo que haga, esté bien o mal, al final él siempre me lo perdonará. Porque eso es lo que hacía, corregirme si era necesario, pero no se olvidó ni un solo instante de decirme que me quería. Y de demostrarlo.

No hay muchas personas así en tu vida, quizá es mucha suerte tener solo a una.

Y yo la tuve.

Ojalá siguiera, para soplar hoy o mañana las velas de una tarta abarrotada conmigo, pero siempre puedo recordarlo. Eso no me lo puede arrebatar el tiempo.

lunes, 2 de marzo de 2020

NO DORMIR

Niña, Dormir, Mujeres, Mujer, Joven

Nunca he sido exquisita en mis peticiones a la vida. Más bien, al contrario, si algo me define es que suelo conformarme con muy poco. Tal vez por eso escribo, porque aprendí a entretener mis días con libros que releía sin descanso y para escribir mis historias solo necesitaba un cuaderno con páginas en blanco y un bolígrafo que pintase. Cosas sencillas con las que no dependo de nadie.

Últimamente, a la vida solo le pido dormir.

Ni lujos, ni compañía, ni complicidad fingida, ni siquiera una cama king size.

Solo pido dormir.

Me conformo con seis horas, pero seguidas, de las que alimentan. Es un lujo para mi alma que mi cuerpo un día me conceda el privilegio de más de tres horas de descanso ininterrumpido.

Hay noches que no toca dormir.

Lo sé porque no encuentro la postura, porque cada vez me pongo más nerviosa. Porque no sé si tengo frío o calor, si me quiero levantar o es mejor abrir el blog y relajarme escribiendo un poco, aunque sea con el móvil. Lo sé porque no funciona un vaso de leche tibia, ni ir al baño, ni contar ovejas y ni inventar el principio de una novela que no escribiré en la vida.

Me conformaría con llegar a la cama y caer rendida todos los días. Que el sueño impidiera  que desconfíe de muchas cosas, que no me hiciera pensar más de lo que ya pienso en todo lo que no debo pensar.

Pero es que soy de no dormir.

sábado, 29 de febrero de 2020

LEER LO JUSTO




Leía el otro día un texto, publicado hace un par de años en El Norte de Castilla, en el que hablaba de la lectura. Reflexionaba sobre el método que se ha usado para "convencer" a las nuevas  generaciones de sus enormes bondades, dando solo un enfoque utilitarista de este hábito.

Lee porque te volverás más listo.

Lee porque mejorará tu ortografía.

Lee porque tu capacidad para esquematizar se potenciará.

Lee porque sacarás mejores notas.

Lee porque...

Así, las razones para leer se centran en lo útil que resulta la lectura, sin pararse a pensar en que son otras las que nos convierten en lectores.

La lectura emociona.

La lectura es divertida.

La lectura te traslada a otro lugar y otro momento.

La lectura te hacer vibrar por dentro.

Podriamos seguir sumando razones que no tienen nada que ver con su utilidad.

Estamos perdiendo esta batalla me temo, no sé si a cuenta del enfoque o por esta velocidad que está cogiendo el mundo. Corren malos tiempos para un amor que no es instantáneo, que necesita cocerse a fuego lento. Corren pésimos momentos porque, aunque es probable que sea verdad que ahora se lee más, se lee mucho peor. El vocabulario se ha reducido en los adolescentes hasta límites de risa y es más que probable el abandono, pues no entienden la mitad del texto. Aunque sea breve.

Qué poquitos lectores jóvenes (entre 15 y 25), nos quedan. Haberlos, haylos, como las meigas, pero son muy difíciles de encontrar. ¿En las redes? Puede, pero me da que hay mucho postureo en todo y estoy segura de que lo de leer no se libra.

Es muy posible que quienes ya leíamos, leamos más que nunca -no cuenta el rato en las redes, estoy hablando de libros-, pero los jóvenes no leen.

O leen lo justo.


miércoles, 19 de febrero de 2020

AQUELLA VEZ EN BERLÍN, DE MARÍA JOSÉ MORENO



Sinopsis:

El día que el arquitecto alemán Richard Leinz recibe en su casa de Londres al señor Parker, investigador privado, descubre que hace quince años cometió una grave equivocación que marcó su vida. Atormentado por sus dramáticos recuerdos y por el dolor que causó a su alrededor, emprende una búsqueda tenaz en su pasado para intentar enmendar su error. 

Cuando Thomas, secretario de Richard, decide por su cuenta llamar a Marie Savard, con la que el arquitecto mantuvo una relación, no sabe que está a punto de derrumbarse todo lo que lo ha mantenido a salvo hasta el momento: ¿Por qué Richard ya no es el que era? ¿Podrá Marie ayudarlos a librarse de sus fantasmas? ¿Cómo se puede convivir con la culpa? 

Una historia intimista de secretos desgarradores, de amores frustrados, de palabras no dichas, de luces y sombras en el pasado de unos personajes que intentan sobrevivir en un tiempo histórico complejo mientras tratan de combatir a sus propios demonios y coger aire para disfrutar de eso a lo que llamamos vida. 

Las casualidades no existen. 

Los encuentros fortuitos tampoco.


Sobre la novela:

A estas alturas, a nadie que visite con asiduidad este blog le es ajeno que guardo una relación personal con María José Moreno. Eso, quizá, pueda hacer pensar que no soy objetiva a la hora de valorar su trabajo literario. Más cuando, además, formo parte de ese equipo de lectores que tienen el privilegio de conocer la novela antes que nadie.

Contra eso, no se puede luchar, forma parte de los prejuicios que se tienen, algunos arraigados porque proceden de experiencias que no han traído como resultado lecturas satisfactorias al creer a pies juntillas lo que nos dicen de los libros quienes están en el entorno próximo del autor.

Lo entiendo y por eso no lo voy a valorar, solo voy a escribir sobre su libro y os dejo a vosotros eso de valorarlo, si lo elegís como lectura.

Quiero hablar de esta novela, a la que he visto crecer.

Aquella vez en Berlín parte de un error, de una decisión tomada que, en ese momento parecía la más acertada, pero que, tras distintos acontecimientos que serán narrados en la novela, se revela como la peor del mundo. Ha cambiado muchas cosas en las vidas de los protagonistas, ha encaminado sus vidas por un sendero que ha sido mucho más pedregoso de lo que quizá debería.

¿Cuántas veces, pensando que estamos haciendo lo más correcto, al cabo del tiempo sabemos que fue el peor de nuestros errores?

Esta novela habla de la culpa, aunque a veces no seamos culpables en el fondo de nada.

Para contarlo, María José eligió dos narradores completamente diferentes. Me constan sus esfuerzos para conseguir equilibrarlos y para que el cambio entre ellos fuera lo más natural posible. Para que ese en primera persona con el que nos lleva de la mano Thomas no fuera disonante con aquel otro, el omnisciente que nos cuenta el resto de la historia. Ambos son necesarios para dibujar esta historia que tiene mucho de reflexiva, que suscita preguntas constantes sobre las decisiones que vamos tomando. Sobre el pasado que nos ha ido marcando.

La trama se articula en 38 capítulos, todos introducidos con una fecha, porque eso es algo con lo que también se juega en esta novela. El pasado y el presente se van alternando hasta que, ambos, nos muestran ese tapiz de hechos y emociones que han ido configurando la vida de los protagonistas.

En algo más de 350 páginas, cada uno de los personajes de esta novela, Richard, Marie, Lisa, Thomas, Kate..., nos van mostrando cómo son y cómo actúan. Y su pasado y su presente van jugando con nosotros, haciéndonos escribir la historia dentro, recomponiendo el puzle. María José va poniendo las piezas sobre la mesa, pero somos nosotros quienes las encajamos en este tapiz sobre la vida.

La portada me parece magnífica. Atractiva en su simplicidad. Se muestra así, despejada, limpia, invitando al lector a que entre en la novela de ese modo, dejándose llevar en este viaje que tiene mucho de emocional.

María José Moreno le dedica la novela a Antonio. Dejadme que señale esto, que puede parecer intrascendente, pero no lo es. Cuando escribimos un libro, sobre todo cuando llevamos ya unos cuantos a la espalda, escribimos mucho para quienes nos acompañan desde hace tiempo. No digo pensando en ellos, sino en volver a encontrarnos con esas personas en estas historias inventadas, volver a encontrar esa sincronía que a veces tiene mucho de magia. Antonio ha sido compañero de lecturas de María José durante casi toda su vida, lector cero, amigo incondicional. Esa fuerza que a veces necesitamos como extra para no desfallecer. En mitad de este proceso, cuando por suerte había logrado leer el manuscrito, Antonio falleció. No había leído la dedicatoria hasta ahora, cuando me he sentado con el libro cerca, para escribir esto, y me he emocionado. Porque conozco a María José y sé lo que habrá significado escribir esas palabras que suenan, porque lo son, a una despedida que nunca quiso hacerse.

Leedla si queréis, es todo lo que os puedo decir.

Yo ya lo he hecho.

Varias veces.

martes, 18 de febrero de 2020

GRACIAS


Quiero darte las gracias. Sí, a ti que estás leyendo esto, que has leído La colina del almendro y la has recomendado. Quiero darte las gracias porque todo lo que me está sucediendo con esta novela tiene mucho de magia y eso te lo debo a ti y a los que como tú han confiado en mi capacidad para contar historias. A los que se lo habéis contado a otros, haciendo crecer esa bolsa de lectores que en realidad son mi único botín en esto de la literatura.

Gracias; esta carrera de fondo es muy dura y tú eres para mí como esos puntos de avituallamiento donde te dan agua o un plátano. Parece una tontería, pero eso te ayuda a reponerte. Tus palabras de vuelta son mi alimento para no desfallecer. Para alcanzar la meta.

Y no se me olvida.