Foto tomada de Nueva Tribuna |
Y al tiempo que duró.
Al principio, todo el mundo pensaba que esa guerra que había comenzado en Europa con la invasión de Bélgica camino de Francia por parte de Alemania duraría muy poco. Iba a ser un conflicto que se solucionase en muy pocos meses. Sin embargo, se equivocaron. Se fue alargando en el tiempo, engullendo vidas con una ferocidad nunca antes conocida, y fue necesario contar con todas las manos. Incluidas las de las mujeres, que tradicionalmente se mantenían en un papel como el que decía al principio.
Pero los tiempos habían cambiado.
El abastecimiento del frente era necesario, había que seguir fabricando munición para alimentar a la bestia que estaba asolando el mundo, y los hombres eran llamados a filas. Las mujeres, en ese momento, se convirtieron en el foco de atención de la industria, que necesitaba sus manos para suplir las que habían cambiado las máquinas por armas.
El movimiento sufragista, activo en sus reivindicaciones hasta ese momento, cambió de discurso. Vieron en la guerra una oportunidad de oro para mostrar su valía, para demostrar que las mujeres eran tan capaces como los hombres de trabajar en las fábricas. Pospusieron esa lucha por el voto hasta que todo acabase y animaron a las que ya estaban convencidas, o en proceso de estarlo, a que pasaran a la acción. El pensamiento era en realidad lógico: si demostraban que podían hacer las cosas tan bien como los hombres, luego, cuando todo acabase, tendrían más argumentos para pedir que se les dejase opinar en asuntos políticos.
La industria bélica fue quien más mujeres incorporó a sus filas. Antiguas costureras, empleadas domésticas, niñeras... dejaron sus trabajos para fabricar munición con la que surtir al ejército, o se fabricaron botas, uniformes, tiendas de campaña... En jornadas de once o doce horas, y por un sueldo siempre menor que el de los hombres, se dejaron la piel y muchas veces la salud, expuestas como estaban a gases tóxicos que, en ese momento, todavía no se habían revelado como el veneno que eran.
La propaganda, tan importante en cualquier conflicto, las animó a que se pusieran manos a la obra y muchas respondieron. La misma propaganda que, una vez acabado el conflicto, las empujó a que recuperasen su papel de esposas y madres de familia, alabando esa tarea como si fuera la única que pudieran desempeñar.
Los sueños de las sufragistas, en realidad, no se cumplieron. Los hombres, tras la guerra, volvieron a ser mayoría en las fábricas, pero un pequeño atisbo de avance se produjo a finales de 1918. El 14 de diciembre, en Gran Bretaña, las primeras mujeres pudieron votar. Es cierto que con muchas restricciones, pero ese paso ya estaba dado.
De esto va también La colina del almendro...
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