MAYTE ESTEBAN. Escritora. Abrí paso en España al mundo de la autoedición. Hoy publico con HarperCollins.
sábado, 20 de septiembre de 2025
SI SE TERMINA UNA NOVELA, SE EMPIEZA OTRA
jueves, 18 de septiembre de 2025
BENDITO KARMA
Llevo toda la tarde pensando en este concepto. Leí una vez que el karma es una ley natural, que se asemeja a la gravedad. No es que el universo "castigue" por nuestras malas acciones, sino que nuestras acciones tienen consecuencias. Las buenas atraen lo bueno y las malas, lo malo.
No sé por qué, pero me he dado cuenta de que en mi caso, cuando lo menciono, hablo más de karma para lo malo que para lo bueno, igual porque leí Maldito karma hace muchos años y tampoco es que yo tenga mucha experiencia en filosofías que no sean de andar por casa.
El caso es que reconozco haber pasado tiempo deseando que el karma actuara contra alguien que me hizo daño. Fue tanto el dolor que me causó, que en algún momento quise que esa persona lo sintiera también. Como si la vida, igual que en aquel libro, tuviera que darle una lección.
Sin embargo, cuando por fin el karma entró en acción y esa persona se enfrentó a algo parecido a lo que provocó, me di cuenta de que no me alegra.
A mí, el alma se me llena de pena con las desgracias de todo el mundo, hasta las de las personas que han sido bastante capullas conmigo.
Creo que no estoy programada para regocijarme de los desastres ajenos, por más que en algún momento sea humana, esté dolida y llegue a pensar que ojalá alguien acabe tomando su propia (amarga) medicina que en un momento se tomó la libertad de administrarme a mí.
No, señor.
Lo que yo necesitaba no era la caída de esa persona, sino entrenar mi propia capacidad para levantarme y seguir adelante a pesar de todo. Pase lo que pase. Haya provocado el desastre quien lo haya provocado. Lo importante era aprender a apartar lo que me hace daño y mirar en otra dirección.
La verdadera justicia no tiene nada que ver con el karma, no es ver caer a quien nos hizo daño, sino convertirnos en una mejor versión de nosotros mismos a pesar del dolor que quien sea nos haya causado.
Yo me he dado cuenta de que no necesito que nadie sufra para sentirme bien. Mi paz y felicidad depende de la persona que soy yo.
Bendito karma que me ha enseñado que todo, siempre, tiene dos caras.
miércoles, 3 de septiembre de 2025
SUPERADAS LAS 50.000 PALABRAS
Ayer 2 de septiembre hizo cuatro meses que puse la primera palabra en la novela que estoy escribiendo. Ayer, también, superé las 50.000 palabras.
Aún no he terminado, me queda completar un capítulo, el epílogo y la nota histórica, pero no creo que se vaya mucho de esa cifra de palabras.
Me han dicho que es demasiado corta para ser una novela, pero a veces se considera novela a partir de 40.000, así que, aunque corta, es una novela.
No una novelette, esas no llegan a las 20.000 palabras.
¿Podría alargarla?
Pues claro, contando cosas irrelevantes, metiendo toda la paja que se me ocurra, podría prolongarla hasta que tuviera una longitud más estándar, pero si algo he aprendido a lo largo de estos años de escritura (que ya son para tener un máster) es que las historias no tienen una longitud establecida. Las hay que se cuentan con pocas palabras, sin que les sobre ni falte nada, y otras que necesitan muchas más páginas porque, de otro modo, parecen inconclusas.
Esta novela corta está siendo una maravilla en lo que se refiere a los momentos de escritura. Estoy disfrutando mucho, jugando con el lenguaje, con los personajes de otro siglo, metiéndome hasta el cuello en las emociones que vive mi protagonista en uno de los dos hilos argumentales de los que consta la novela.
El otro día me paré a pensar en algo: nunca había seguido este esquema. Después de cinco minutos de reflexión me di cuenta de que no es cierto, pero hace tantísimo tiempo de la última vez que lo había olvidado.
En aquella primera aproximación a lo que he hecho ahora, no escribí los dos hilos de manera simultánea en el mismo archivo, como ahora. Fue en La arena del reloj y me guardé para mí, en la primera copia impresa de la novela (impresa en mi impresora) todo el hilo en el que era mi propia voz la que hablaba, que escribí en una noche.
Para quien no lo sepa, escribí esa novela con mi padre en sus últimos meses de vida. Él me contó sus recuerdos para que se quedaran en alguna parte y mis hijos y mi sobrino pudieran conocerlo en el futuro. Era como una carta para ellos, una charla en papel que supliera lo que jamás iba a poder intercambiar con ellos cuando fueran mayores y capaces de entenderlo.
Esta vez, las dos voces las he escrito tal y como las leerá el lector (si esta novela tiene alguno) y se van dando la mano para contar una historia desde dos perspectivas diferentes.
No, no repito lo mismo con dos narradores, los dos hacen avanzar la historia.
No sé si es una novela para todo el mundo o si nos la he escrito al protagonista y a mí, pero a estas alturas me da igual todo.
Escribo porque lo necesito.
Lo que digo de mi protagonista es un poco extraño. Vivió en el siglo XIX, en un entorno que no es el mío y yo no iba a contar su historia. Yo me estaba documentando para otra cosa cuando sentí que me tocaba en el hombro y me pedía, con exquisita educación, que contase su historia.
No he sido capaz de imitar su voz, a pesar de que he leído muchísimas cartas suyas, pero creo que he logrado atrapar sus emociones.
Fue un hombre apasionado de su profesión, pero muy poco dado a excesos en lo personal.
Hay una frase suya, de sus últimas horas, en ka que habla de secretos de familia. Nadir sabe a qué se refería y es aquí donde entra mi ficción.
Por supuesto, avisaré al lector de lo que no es cierto y, si por casualidad algún club de lectura quiere leerla conmigo, creo que puedo hacer la mejor exposición de todas las wue he hecho hasta ahora.
¿Sabéis por qué? Porque aunque no nos dedicamos a lo mismo, él se parece mucho a mí. Le dolía lo mismo que me duele a mí, se emocionaba con las mismas cosas.
Me voy, me estoy empezando a emocionar.
