sábado, 17 de junio de 2017

NUEVOS EN CASA

No tengo tiempo ni de respirar, tengo un montón de proyectos por revisar y, como soy así de optimista con el tiempo que voy a tener, me compro más libros. En el kindle he preferido no mirar lo que hay, creo que tengo dos páginas enteras de adquisiciones de las últimas semanas; basta decir que he tenido que hacer limpieza de los leídos -y de los que sé positivamente que no leeré- porque no me cabían más.



Estos de la foto son solo los de los últimos quince días, a los que hay que sumar los de la siguiente, los del mercadillo de segunda mano (por Dios, que no venga ese puesto, que me vuelvo loca y no tengo mucho más sitio en casa). Menos mal que estos ya los he leído, algunos varias veces, pero es que siempre me entran ganas de releer.


Vamos a ver si me da el verano para leerlos o, como me pasa casi siempre, vuela entre mis manos y llega septiembre sin darme cuenta y sin haber hecho nada de nada.

viernes, 16 de junio de 2017

ESOS AUTORES INACCESIBLES

Ayer recibía, en realidad como casi todos los días, el mensaje de una lectora, para compartir conmigo por privado sus impresiones de Entre puntos suspensivos, mi última novela. Me contaba que le había gustado mucho, que le duró un suspiro -algo que valoraba como muy positivo, puesto que venía de un libro que le costó tanto que parecía no tener final- y que se había quedado enganchada con mi forma de escribir.

Y otra cosa, que seguiría haciéndolo porque le había gustado mucho que, en una historia aparentemente sencilla, aparecieran temas de fondo y frases que habían removido su conciencia.

Para mi eso es oxígeno como profesora, ver que alguien es capaz de rascar un poquito y no quedarse en la superficie de la historia. Es esperanza en el futuro, en que sigan existiendo buenos lectores. Cada vez quedan menos -por mucho que se diga que hay gente que lee, lo cierto es que de ese grupo los hay que solo recorren las letras con los ojos, no se quedan con mucho más. Solo hay que ver los comentarios que se hacen en algunos blogs de algunas novelas para darse cuenta de que no se han enterado de nada. O bueno, siempre cabe la posibilidad de que no las hayan leído -algo que en algunos casos se demostró cierto- y que solo tengan el blog abierto para que les surta de novedades literarias que después revenden. No me lo invento, mis propios libros han caído en esto.

A lo que iba, que me despisto.

Otra de las cosas que me decía esta lectora -que apareció a través de los DM de Twitter- era que me agradecía infinito que le hubiera contestado. Había autores, según ella, a los que también les había mandado sus impresiones. Algunos le habían contestado con un escueto: "Gracias. Un abrazo", respuesta de Community Manager o de alguien que no se esfuerza mucho. Otros, veía que habían abierto el mensaje pero de responderle nada de nada. Por eso, que yo le dedicase un rato, nada, cinco minutos, le sorprendió.

Tengo que confesaros que a mí me ha pasado.

Entendí a esta lectora más de lo que puede sospechar, porque hay autores que a mí no me han hecho ni caso cuando he hecho una reseña de sus libros -y eso que celebran las de otras personas que son poco más que la sinopsis con fuegos artificiales- y que si he tuiteado la reseña mencionándolos a ellos y a la editorial a la que pertenecen, me ha contestado la editorial y ellos no.

¿Por qué me pasa esto?

Yo nunca suelo tener una teoría, pero desde mi entorno me han sugerido una explicación. Hay algunos autores que deben pensar que me intento enganchar a su popularidad haciendo reseñas de sus libros. Pues nada más lejos de la realidad. Siempre he hecho reseñas desde que este blog está activo -y lo está desde hace una década- y las pienso seguir haciendo. Es verdad una cosa, hay de quien no voy a volver a leer un solo libro, lo tengo claro, porque los feos que me hacen tienen distintos niveles y algunos ya han pasado el nivel que considero yo un "hasta aquí", pero de otros... pues los leeré si alguien me presta el libro, pero no me voy a tomar la molestia de reseñarlos. Ni, esto es más importante, de comprarlos. No ha sido una ni dos veces, no se trata de un despiste, no es que no hayan contestado a nadie, es que solo me han saltado a mí, como si tuviera piojos o fuera alguien despreciable. Soy una lectora y una lectora a la que se trata con un desdén que yo no me permito con uno solo de mis lectores. Por educación, por compromiso, por lo que sea, pero nunca se me ha ocurrido hacer esto -y menos repetirlo-, porque es muy, muy feo. Y encima, cuando jamás hago reseñas negativas.

Escuchaba el otro día el lío que se montó con Isabel Allende en la Feria del Libro de Madrid. Hubo gente que soportó dos horas y pico de cola a pleno sol para que, al final, como se había acabado el tiempo, casi les arrancasen el libro de las manos, se lo dieran a la autora para que estampase únicamente su firma y ni siquiera los dejasen acercarse. Una lectora dijo en la radio que siempre la había seguido, pero que había perdido las ganas de volver a leerla. Había ido ilusionada y ni siquiera le dedicó una triste mirada.

Pues esto es más o menos lo mismo.

A mí a veces no me miran ni virtualmente, ni siquiera cuando les doy un toquecito en el hombro, regalándoles un comentario positivo de su obra.

Pues ya no, nunca más.

Y yo no, no pienso hacer eso nunca con nadie que me haya leído.

No va conmigo.



jueves, 15 de junio de 2017

PATRIA DE FERNANDO ARAMBURU



Sinopsis:

El día en que ETA anuncia el abandono de las armas, Bittori se dirige al cementerio para contarle a la tumba de su marido el Txato, asesinado por los terroristas, que ha decidido volver a la casa donde vivieron. ¿Podrá convivir con quienes la acosaron antes y después del atentado que trastocó su vida y la de su familia? ¿Podrá saber quién fue el encapuchado que un día lluvioso mató a su marido, cuando volvía de su empresa de transportes? Por más que llegue a escondidas, la presencia de Bittori alterará la falsa tranquilidad del pueblo, sobre todo de su vecina Miren, amiga íntima en otro tiempo, y madre de Joxe Mari, un terrorista encarcelado y sospechoso de los peores temores de Bittori. ¿Qué pasó entre esas dos mujeres? ¿Qué ha envenenado la vida de sus hijos y sus maridos tan unidos en el pasado? Con sus desgarros disimulados y sus convicciones inquebrantables, con sus heridas y sus valentías, la historia incandescente de sus vidas antes y después del cráter que fue la muerte del Txato, nos habla de la imposibilidad de olvidar y de la necesidad de perdón en una comunidad rota por el fanatismo político.

Mis impresiones:

La sinopsis presenta el tema de Patria, los principales interrogantes de la novela, pero se queda muy escasa para plantearle a un lector que no haya abierto el libro qué es lo que va a encontrar. Me voy a limitar a eso, a desgranar las cosas que hacen de esta una novela diferente. Y lo voy a hacer tal y como me sucedió a mí, intentando transmitir mi experiencia lectora.

Lo primero que me llamó la atención fue que los 125 capítulos en los que está dividida la novela -todos más o menos cortos, lo que provoca que el lector se diga eso de "un poquito más" y no se tenga la sensación de tener un tocho de novela entre las manos- están titulados. Leídos los títulos ahora, tengo la sensación de que cada uno es un pequeño relato. Me han venido a la cabeza las largas listas de títulos que manejo cuando soy jurado de certámenes de narrativa.

Lo siguiente que me descolocó, la forma en la que está escrita. La novela empieza con dos párrafos narrados desde la mente de uno de los personajes: Bittori. Están en presente, en un tiempo verbal que contribuye a acercarse al lector. Pensé que sería así el libro, que ese personaje me contaría la historia de la que hablaba la sinopsis.

En la línea 9 de la novela, esto ya no era así.

Es entonces cuando el narrador sale de la cabeza del personaje y se sitúa fuera. Es un narrador omnisciente que lo sabe todo: sabe que Bittori está mirando con pena a su hija desde la ventana, no solo nos narra sus movimientos. Y de pronto, como si el lector no estuviera suficientemente descolocado, es la propia Bittori, en ese mismo párrafo, quien vuelve a tomar los mandos de la narración. A partir de aquí, el contrato con el lector, ese del punto de vista del que hablamos muchas veces, Aramburu lo establece de un modo particular. Habrá un narrador en pasado que contará partes de la trama, pero también serán los personajes los que nos hablen, intercalando diálogos con estilo directo e indirecto, cediéndose el testigo para que no quede ni una sola sombra en una historia que ha permanecido durante mucho tiempo a oscuras. Porque el miedo estaba siendo el único que salía ganando y no dejaba que se encendiera ni una luz.

Irá del presente al pasado en los verbos, pero también en la trama. Repetirá fragmentos de la historia, pero es que nosotros hacemos lo mismo: cuando algo nos marca a fuego, repetimos en nuestra cabeza esa situación una y otra vez. La visionamos como una película a la que acaban saliéndole matices que, tal vez, ni siquiera sean ciertos. Tal vez sea solo que necesitamos entender cosas que no se entienden y hay que ponerles explicaciones extra para ver si así la sinrazón cobra sentido.

Aramburu también se libera de las ataduras de la norma y juega con una sintaxis particular. De vez en cuando aparecen palabras separadas por barras que matizan una idea. Otras, las frases las deja colgadas, poniendo un punto de pronto cuando aún no han terminado de expresarse, tal y como hacemos en lengua oral. Esa lengua oral le interesa y para reflejarla en los personajes se vale de algunos recursos. Por ejemplo, el condicional lo usa en los diálogos de los personajes y en sus pensamientos, igual que se usa en Euskadi, sustituyendo al pretérito imperfecto de subjuntivo por el condicional simple. Esta incorrección creo que enriquece la narración y en el libro se nos advierte de ella, que no es un error sino algo hecho a propósito, marcando esos verbos en cursiva.

También aparecen palabras en euskera, y un glosario al final de la novela para consultar su significado. Es verdad que no todo el mundo tiene por qué saber euskera, de hecho yo no sé, pero solo he tenido que consultar algunas puntualmente, y una vez, porque las repite mucho. Esto lo cuento porque en la Feria del Libro de Madrid, mientras esperaba a que me firmase el libro, tuve que aguantar la chapa del que iba detrás del mí en la fila -gracias a Dios, no le dio por hablarme a mí, sino al que iba detrás de él-, sobre que se iba a quejar al autor por haber puesto un glosario y no notas a pie de página.

Me di cuenta de que, cuando no se tiene nada que decir, se dicen muchas tonterías en esta vida.

Bueno, no me di cuenta en ese momento, eso ya lo sé desde hace mucho. Pensé en qué le contestaría yo si un lector solo tuviera que contarme una tontuna de ese tipo relacionada con un libro como este, tan lleno de todo. Sonreí. Seguro que algo amable.

Antes he dicho que el narrador no es uno sino muchos: cada uno de los personajes importantes de esta novela ejerce ese papel en algún momento. Los principales son las dos familias que aparecen en la novela, la del Txato, el asesinado por ETA, formada por Bittori, su mujer y sus hijos Nerea y Xabier. La otra, la familia de Miren. Y es Miren la que destaco porque es la que articula ese núcleo familiar. Es la que más se radicaliza, incluso más que su marido Joxian, que no es más que un pobre hombre al que le interesan su bici y su huerto; a años luz de Gorka, el hijo pequeño, que lo que más ganas tiene es de huir del pueblo y, por supuesto, de Arantxa, la hija, que se desvincula desde el principio en todo lo que tenga que ver con la banda terrorista. Miren, sin embargo, se radicaliza cada día más y apoya a su otro hijo, Joxe Mari, que es captado por la organización cuando apenas es un niño.

Las dos familias, íntimas antes, acaban sin dirigirse la palabra cuando el Txato, empresario, empieza a ser señalado como objetivo por negarse a pagar el impuesto revolucionario. Lo paga en alguna ocasión, pero cuando empieza a pensar que es demasiado, a la banda le da igual que sea vasco de pura cepa, euskaldun de toda la vida o un buen hombre que siempre se ha preocupado por su pueblo, al que adora y de donde no se quiere marchar.

Y hablando del pueblo, a lo largo de la novela se mencionan lugares como las prisiones por las que pasa Joxe Mari, o poblaciones como Rentería o San Sebastián, pero en ningún momento -al menos yo no lo he registrado en mi mente- se dice el nombre de ese pueblo. Supongo que es inventado, que el pueblo es solo una metáfora de cualquier pueblo pequeño donde todo el mundo se conoce y donde o te significas hacia un lado o te significan los demás hacia otro. Lo he sentido como un lugar opresivo, donde nadie se siente libre del todo. Aramburu plantea la historia desde todas las perspectivas y he visto la doble victimización que sufrieron las víctimas del terrorismo, forzadas incluso a abandonar sus pueblos a pesar de que uno de sus miembros había sido asesinado, pero también he visto a familias de terroristas donde algunos de sus miembros no se libraban del miedo. Gorka, aunque no está de acuerdo, va a las manifestaciones "para dejarse ver", como un escudo protector.

La novela empieza en el momento en el que se da la noticia del abandono de las armas de la organización y la palabra clave en toda ella, lo que busca Bittori, es perdón.

Para mí la novela es un ejercicio de libertad: por un lado, narrativa, porque el autor se quita todos los prejuicios y escribe como le da gana. Es, desde luego, desde mi punto de vista lo que la hace particularmente interesante para todos los que nos apasionan las cuestiones narrativas. Rompe con todo, te descoloca los esquemas y te hace replantearte qué está bien y qué está mal. Aunque claro, al poco te das cuenta de que es solo que Aramburu tiene una voz narrativa propia y cualquier intento por emularle pasaría solo por una burda copia desvaída. Por otro, la libertad a la hora de poder contar algo que ha estado mucho tiempo hablándose solo con las ventanas cerradas y en voz bajita, como se encarga de recordarnos varias veces en la novela.

Es un poco de luz después de tantos años de oscuridad.

viernes, 9 de junio de 2017

LOCUS AMOENUS XXI

Entorné la puerta de este espacio y me asomé al espejo, despacito, allá por 2008. Nada, un poquito, lo justo para ver qué había detrás de la puerta.

No me quedé mucho tiempo.

No entendía nada, tampoco tenía internet en casa (entonces solo entraba los domingos, de prestado, desde el wifi de mi cuñado) y solo me acordaba a saltos de que había colgado un espejo en mi vida.

En 2011 algo cambió; quizá el calor de un verano que estaba abocado a ser distinto, quizá el destino, quizá que la vida te lleva siempre, siempre por donde quiere... atravesé el cristal para instalarme con comodidad aquí. Se estaba bien. Hacía un calorcito agradable, nada que ver con el bochornoso verano que estábamos viviendo. Había poca gente, de hecho la mayoría eran silenciosos visitantes que no abrían la boca, pero a mí me daba lo mismo.

Había encontrado mi hogar y empecé a decorarlo a mi gusto.

Luego, con el tiempo, entraron las visitas. Colgué una foto en la pared, de mí misma, un selfie que me hice con una cámara digital de las primeras (por eso sale media cara, porque no atiné a encuadrar con la cámara vuelta). En ese momento no encontré a nadie que me quisiera hacer una foto...


Durante un año me sentí inmensamente feliz con este blog. Me dio mucho más de lo que invertí en él. Ganas, ilusión, un principio, un espacio donde expresarme, contando lo que me apetecía. Nuevos libros y montones de palabras que prometían un futuro con mucha más luz de la que había en ese 2011. Conocí a gente que he ido conservando con el tiempo y a otra que he desconocido. La vida es siempre así, un camino donde te cruzas con gente que sigue contigo y otra que, después de un tiempo se va. Incluso sin despedirse.

Luego pasaron un millón y medio de cosas.

Buenas.

Regulares.

No tan buenas.

Principios.

Finales.

Desconcierto.

Ilusión.

Desengaño.

Vuelta a la ilusión.

...

Este verano, este 2017, quiero recuperar mi blog como lo que fue al principio: mi remanso de paz. El sitio donde fui libre de contar lo que me daba la gana (siempre con respeto, por supuesto). Que me tenía ocupada pensando en la siguiente entrada, en el libro que iba a comentar o el relato que se me acababa de ocurrir para colgarlo aquí.

Eso es lo que pienso hacer a partir de ahora. Estoy un poco más mayor, mis niños son ya grandes, tengo menos asuntos pendientes y han pasado tantas cosas entre la que fui y la que soy, que quizá se note que no soy exactamente la misma (los palos de la vida te curten y se llevan por delante a veces ese extra de entusiasmo que te mantiene con una sonrisa permanente). Quizá me he vuelto un poco más seria.



Lo que no ha cambiado es mi pelo. No es azul eléctrico, como el que se ha puesto tan de moda ahora, pero lo llevo en el mismo tono negro azulado de siempre. He pensado en cambiármelo, ahora que está tan de moda se lo cedo mejor a otras, pero para qué.

De todo lo que me rodea, creo mi pelo azul que es de lo que menos cansada estoy.

jueves, 8 de junio de 2017

EL ARTE DE PEDIR COMENTARIOS

He visto un vídeo que dice que para triunfar con tu libro tienes que pedir comentarios a tus amigos. Me he visto a mí misma abocada al fracaso, porque no me atrevo a hacer semejante cosa. No solo es por un pudor mayúsculo, es por otra cosa un poco más ridícula si cabe: nunca sabría la verdad sobre lo que escribo.

Bueno, igual tampoco la sé ahora, pero al menos sé que no la estoy manipulando de ninguna manera.

Sé que los que llegan (salvo alguno suelto por ahí, no necesariamente todos de los malos) son de verdad. Sinceros. Que cuentan lo que piensan del libro.

Una vez sí pedí un comentario, o más bien le supliqué a alguien que se leyera uno de mis libros (Boy for rent) porque no tenía ni puñetera idea de si eso era legible o no. Me lo podía parecer, pero mi nivel de inglés da para lo que da y no estaba segura.

Los demás han venido por su cuenta.

Es verdad que hace poco alguien me dijo que si yo no tenía amigos, por la escasez de comentarios que tengo con relación a las ventas y al tiempo que llevan mis libros. Me lo pregunté durante unos segundos. Después me eché a reír. En realidad, en literatura no se buscan amigos.

Se buscan lectores.