MAYTE ESTEBAN. Escritora. Abrí paso en España al mundo de la autoedición. Hoy publico con HarperCollins.
jueves, 5 de julio de 2018
TODOS LOS VERANOS DEL MUNDO DE MÓNICA GUTIÉRREZ
Sinopsis:
Helena, decidida a casarse en Serralles, el pueblo de todos sus veranos de infancia, regresa a la casa de sus padres para preparar la boda y reencontrarse con sus hermanos y sobrinos. Un lugar sin sorpresas, hasta que Helena tropieza con Marc, un buen amigo al que había perdido de vista durante muchos años, y la vida en el pueblo deja de ser tranquila.
Quizás sea el momento de refugiarse en la nueva librería con un té y galletas, o acostumbrarse a los excéntricos alumnos de su madre y a las terribles ausencias. Quizá sea tiempo de respuestas, de cambios y vendimia. Tiempo de dejar atrás todo lastre y aprender al fin a salir volando
Mis impresiones:
Cuando un libro de Mónica Gutiérrez llega a mis manos, sé que tengo las expectativas muy altas, porque ella no me ha fallado nunca. Todas sus historias me han encantado, todas han tenido algo mágico que las envuelve y que de alguna manera me arropa como lectora. En definitiva, me he sentido muy cómoda en todas sus obras.
Sin embargo, a esta, le tenía un poco de miedo.
Venga, preguntadme por qué.
Bueno, ya sé que no me lo podéis preguntar, así que os lo cuento yo. Transcurre en verano. Mónica es la mujer del invierno, de las historias navideñas o de las tormentas de nieve en noviembre y, de pronto, se saltaba una de las premisas de todas sus novelas, una que me gusta especialmente porque soy una adoradora del invierno. Me temía un libro sin mantitas y sin chimeneas encendidas, un libro sin toda la magia que ella sabe ponerle a esta estación.
¿Qué encontraría?
Al final ha sido un paseo tan agradable como todos los demás que he dado de su mano, en el que no han estado ausentes las reflexiones durante toda la lectura. En el que he sentido pellizquitos en el corazón cuando a Helena le pesa tanto la ausencia de su padre. Una oleada de empatía me ha invadido, y me he parado a pensar si será cierto que el no tenerlo te hace idealizar su figura. Yo me peleaba con el mío un par de veces por día, pero nos reconciliábamos a la misma velocidad y creo que hasta eso echo de menos desde que no está...
Creo que de todas sus historias, y esto es aventurarme mucho, Todos los veranos del mundo es la más romántica. Tiene una historia de amor de esas que te gustaría vivir, de ese que puede con el tiempo y aguanta paciente durante décadas mientras le llega su oportunidad. Es una historia de familia que se quiere y que se extraña y es la nostalgia de un padre ausente y de una madre a la que le cuesta demostrar afecto. Es la historia de unos hermanos que se adoran a pesar de que son tan distintos como el agua y el aceite.
Mónica se marca la novela menos feelgood de todas sus novelas, pero no pierde ese toque que la hace única, esa forma de narrar en la que de vez en cuando deja caer perlas literarias que te recuerdan que ella misma es una lectora voraz y apasionada. Aparecen sus personajes entrañables, esos que sabe dibujar tan bien. Como siempre hay un librero, un anciano que se parece a Eduardo Mendoza, un hermana loca y adorable, un hermano escritor de éxito y unos sobrinos encantadores. Pero también hay una protagonista, Helena, que vive dentro de una mentira que ha fabricado ella misma para protegerse del dolor, de esas mentiras que, por mucho mimo que les pongas, te acaban haciendo el mismo daño que tratas de evitar.
Y está Marc. De todos los protagonistas masculinos de Mónica Gutiérrez es el que más me ha gustado, un Peter Pan que hace un tándem perfecto con su Wendy, a la que está empeñado en enseñar a volar. ¿Dónde existe un hombre como él? Porque si los vendieran, os aseguro que habría cola para hacerse con uno. De los que hacen levitar con sus besos y no se cortan en ir a por lo que quieren, por muy imposible que parezca. Hay mucha química entre los personajes protagonistas y se nota.
Sé que nadie se cree mis reseñas porque son buenas, y eso que este es el único libro que he salvado de los diez últimos leídos -llevo unos días que leo un montón-, pero no por eso voy a dejar de recomendarla en mi blog. Yo estoy tranquila, digo la verdad siempre aquí porque hacer otra cosa sería como mentirle a tu diario. ¿Quién es tan estúpido como para hacer eso? Este es mi registro de lecturas y me niego a guardar las que no me llenan. Me ahorro los libros de los que mi verdad sería decir que he perdido miserablemente el tiempo porque lo que más prisa me corre es olvidarme de ellos. Me han dejado fría, así que para qué...
Puedo asegurar que con Todos los veranos del mundo no fui capaz de sacar la nariz del libro hasta que lo terminé: en una tarde. Ayuda que es cortito, pero además es que está tan bien escrito que, si tienes tiempo como tengo yo ahora que no estoy escribiendo, no lo podrás soltar.
Espero impaciente el siguiente libro de Mónica Gutiérrez. O paciente, tengo todos los veranos del mundo por delante.
Gracias por estos libros, son un remanso de paz en medio de las tormentas cotidianas.
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lunes, 2 de julio de 2018
ARRANCA OTRO VERANO
La verdad es que los veranos me dan un poco de pánico, porque siempre hay algo que se altera de tal manera que se convierten en etapas desastrosas de mi vida. Por eso no quiero que lleguen, porque con la edad me he debido volver algo supersticiosa y temo hasta respirar, no sea que vuelva a cagarla y vuelvan a ser unos meses de esos que quieres que pasen a toda velocidad y, si es posible, sin dejar huella.
Este verano ya sé que viene con cambios, no ha hecho falta que llegase julio. Cambios en el trabajo y en la rutina, cambios en la gente que te rodea a diario, cambios en general que espero ser capaz de gestionar con menos corazón y más cabeza que otras veces.
Dentro de media hora, empiezo a trabajar. No sé si escribiré una novela en estos meses, pero lo que sí sé es que voy a empezar a ponerle cara a una de las que tengo en el cajón. Al menos para mí. Ya está maquetada para digital, ahora solo quedaría centrarse en el papel. Me tengo que mentalizar de que hay que dar pasos porque llevo demasiado tiempo plantada en la misma baldosa del pasillo y me van a acabar saliendo raíces si no avanzo.
El viernes empecé otra historia. Este fin de semana no he estado en casa y apenas he tenido tiempo para ponerle palabras, pero sí he pensado mucho en ella. No aspira a ser novela sino experimento, algo así como lo que hice con Oasis de arena. A ver qué sale. Las demás novelas, las que tengo empezadas, se van a quedar ahí porque no me apetecen ahora y la que tengo por corregir la paro hasta otro momento en el que me sienta acompañada para emprender esa tarea con ella.
Ah, y a lo mejor subo algún vídeo más al canal de YouTube. Las tardes son muy largas y yo demasiado inquieta para estar mano sobre mano.
Esta soy yo con mis tonterías.
Este verano ya sé que viene con cambios, no ha hecho falta que llegase julio. Cambios en el trabajo y en la rutina, cambios en la gente que te rodea a diario, cambios en general que espero ser capaz de gestionar con menos corazón y más cabeza que otras veces.
Dentro de media hora, empiezo a trabajar. No sé si escribiré una novela en estos meses, pero lo que sí sé es que voy a empezar a ponerle cara a una de las que tengo en el cajón. Al menos para mí. Ya está maquetada para digital, ahora solo quedaría centrarse en el papel. Me tengo que mentalizar de que hay que dar pasos porque llevo demasiado tiempo plantada en la misma baldosa del pasillo y me van a acabar saliendo raíces si no avanzo.
El viernes empecé otra historia. Este fin de semana no he estado en casa y apenas he tenido tiempo para ponerle palabras, pero sí he pensado mucho en ella. No aspira a ser novela sino experimento, algo así como lo que hice con Oasis de arena. A ver qué sale. Las demás novelas, las que tengo empezadas, se van a quedar ahí porque no me apetecen ahora y la que tengo por corregir la paro hasta otro momento en el que me sienta acompañada para emprender esa tarea con ella.
Ah, y a lo mejor subo algún vídeo más al canal de YouTube. Las tardes son muy largas y yo demasiado inquieta para estar mano sobre mano.
Esta soy yo con mis tonterías.
jueves, 28 de junio de 2018
QUIEN SE FUE A SEVILLA...
O EL PODER DE LOS CAMBIOS.
A ver si consigo explicar el pensamiento que lleva un par de días circulando por mi cabeza. Tampoco hay que hacerme mucho caso, soy más de pensar que otra cosa. Por ejemplo, puedo pensar las mil maneras de tirarse de cabeza a una piscina llenita de agua, las piruetas necesarias para hacerlo con gracia y salir de allí cual sirena, pero al final ni me asomo al trampolín, no sea que me caiga una gota de agua y me constipe.
Igual es que me he constipado muchas veces...
El caso es que estaba pensando en cuando hemos estado en un lugar mucho tiempo y de pronto nos encontramos con que ya no es el nuestro. Me lo he llevado a mi terreno, el de los libros, he echado un vistazo a las sensaciones que tengo por ahí dispersas en mi subconsciente -o inconsciente, nunca lo he tenido muy clara la diferencia- y me apetecía venir aquí a ponerlo por escrito.
Más que nada porque las sensaciones no son claras y potentes, sino bastante confusas y si algo he aprendido con los años es que, cuando me siento y escribo, es como si pasara el limpiafondos a la piscina: todo queda cristalino.
(Mis metáforas esta mañana veo que están influidas por el calor, porque solo me salen piscinas.)
Yo hace tiempo, vendía muchos libros digitales. Pero cuando digo muchos eran muchos, muchos, había días de más de cien. Bastantes más. Y no me refiero a esos días que los regalas, en esos he llegado a rozar el millar. Ese torbellino estuvo girando en mi vida aproximadamente tres años a toda velocidad. Al principio había mucho vértigo, pero esto es como todo, uno se acostumbra a las emociones fuertes y lo que nota después es cuando no están, cuando la adrenalina no tiene trabajo y no sabes qué hacer con ella.
Llegó un día, no sé precisar cuándo, en el que mi gráfico dijo cero ventas.
Te sorprende, pero como al día siguiente llegan media docena piensas que quizá haya sido una excepción, aunque llevas tiempo dándote cuenta de que la gráfica iba cuesta abajo. Pero no le das mucha importancia.
Hasta que llega otro día.
Otra vez suben, pero se empiezan a repetir los días vacíos. Incluso son tantos que se acaban convirtiendo en meses y lo excepcional ahora es que haya alguna venta.
Hablo de ventas pero no por el concepto económico, hablo de ventas porque es lo que veo y, aunque sé que no es cierto las estoy asimilando con lecturas. Estos gráficos te indican que tu tiempo ha pasado, que de alguna manera lo que viviste se ha ido. Miras los tops y te acuerdas de que en algún momento fue tu sitio. Y piensas si no te fuiste a Sevilla sin darte cuenta...
O le das otra vuelta y razonas. Aunque esto a veces se parezca a perder el amor, a sentir que tu pareja de abandona -no se me ocurre otra metáfora, estoy espesita hoy- no es cosa tuya. Que va. En realidad tú no te has movido y Sevilla sigue tan lejos como siempre. Es que la gente cambia, los gustos se alteran, los tiempos pasan, las personas deciden que quieren otra cosa y el magnífico poder de la novedad, al que no es inmune nadie, arrastra sus pasos a otro lado.
Tú ya eres pasado.
Tú ya has pasado.
Y cuando el gráfico ese lleva tanto tiempo en plano, te das cuenta de otra cosa. La distancia necesaria te deja un pensamiento magnífico: tuviste la oportunidad de vivirlo. Tú fuiste un día y eso no te lo va a quitar nadie, aunque solo tú lo recuerdes ahora.
He hablado de libros, pero en realidad esto pasa en cualquier faceta de la vida.
(Dedicado a todos los que se han sentido alguna vez abandonados por la suerte. Recuerda, una vez la tuviste, es más de lo que puede contar la mayoría).
A ver si consigo explicar el pensamiento que lleva un par de días circulando por mi cabeza. Tampoco hay que hacerme mucho caso, soy más de pensar que otra cosa. Por ejemplo, puedo pensar las mil maneras de tirarse de cabeza a una piscina llenita de agua, las piruetas necesarias para hacerlo con gracia y salir de allí cual sirena, pero al final ni me asomo al trampolín, no sea que me caiga una gota de agua y me constipe.
Igual es que me he constipado muchas veces...
El caso es que estaba pensando en cuando hemos estado en un lugar mucho tiempo y de pronto nos encontramos con que ya no es el nuestro. Me lo he llevado a mi terreno, el de los libros, he echado un vistazo a las sensaciones que tengo por ahí dispersas en mi subconsciente -o inconsciente, nunca lo he tenido muy clara la diferencia- y me apetecía venir aquí a ponerlo por escrito.
Más que nada porque las sensaciones no son claras y potentes, sino bastante confusas y si algo he aprendido con los años es que, cuando me siento y escribo, es como si pasara el limpiafondos a la piscina: todo queda cristalino.
(Mis metáforas esta mañana veo que están influidas por el calor, porque solo me salen piscinas.)
Yo hace tiempo, vendía muchos libros digitales. Pero cuando digo muchos eran muchos, muchos, había días de más de cien. Bastantes más. Y no me refiero a esos días que los regalas, en esos he llegado a rozar el millar. Ese torbellino estuvo girando en mi vida aproximadamente tres años a toda velocidad. Al principio había mucho vértigo, pero esto es como todo, uno se acostumbra a las emociones fuertes y lo que nota después es cuando no están, cuando la adrenalina no tiene trabajo y no sabes qué hacer con ella.
Llegó un día, no sé precisar cuándo, en el que mi gráfico dijo cero ventas.
Te sorprende, pero como al día siguiente llegan media docena piensas que quizá haya sido una excepción, aunque llevas tiempo dándote cuenta de que la gráfica iba cuesta abajo. Pero no le das mucha importancia.
Hasta que llega otro día.
Otra vez suben, pero se empiezan a repetir los días vacíos. Incluso son tantos que se acaban convirtiendo en meses y lo excepcional ahora es que haya alguna venta.
Hablo de ventas pero no por el concepto económico, hablo de ventas porque es lo que veo y, aunque sé que no es cierto las estoy asimilando con lecturas. Estos gráficos te indican que tu tiempo ha pasado, que de alguna manera lo que viviste se ha ido. Miras los tops y te acuerdas de que en algún momento fue tu sitio. Y piensas si no te fuiste a Sevilla sin darte cuenta...
O le das otra vuelta y razonas. Aunque esto a veces se parezca a perder el amor, a sentir que tu pareja de abandona -no se me ocurre otra metáfora, estoy espesita hoy- no es cosa tuya. Que va. En realidad tú no te has movido y Sevilla sigue tan lejos como siempre. Es que la gente cambia, los gustos se alteran, los tiempos pasan, las personas deciden que quieren otra cosa y el magnífico poder de la novedad, al que no es inmune nadie, arrastra sus pasos a otro lado.
Tú ya eres pasado.
Tú ya has pasado.
Y cuando el gráfico ese lleva tanto tiempo en plano, te das cuenta de otra cosa. La distancia necesaria te deja un pensamiento magnífico: tuviste la oportunidad de vivirlo. Tú fuiste un día y eso no te lo va a quitar nadie, aunque solo tú lo recuerdes ahora.
He hablado de libros, pero en realidad esto pasa en cualquier faceta de la vida.
(Dedicado a todos los que se han sentido alguna vez abandonados por la suerte. Recuerda, una vez la tuviste, es más de lo que puede contar la mayoría).
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Reflejo
lunes, 25 de junio de 2018
MAQUETAR, ESO QUE SOLO SACA UN POCO DE QUICIO
Bastante me costó aprender a hacerlo como para perder los conocimientos por dejadez.
Maquetar la primera de mis novelas para subirla a Amazon fue una de las peores pesadillas que viví en el camino como autoeditada. Recuerdo el invierno de 2012, recuerdo que vivía en un constante ataque de nervios porque no había manera de acertar con la tecla, de saber qué era lo que tenía que hacer y lo que no. Disponía de toneladas de ilusión, pero no tenía a mi alcance la experiencia de mucha gente, como sí existe ahora, y los cientos de miles de páginas de internet que enseñan a hacerlo. No había muchas personas a las que preguntar y yo, de informática, sabía tan poco como ahora.
Ah, y no tenía internet.
Esto de publicar libros en internet sin tener internet merece capítulo aparte, ya lo contaré otro día con más calma. Siempre me digo que esto demuestra que estaba escrito en mi destino con letras de fuego acceder al mundo literario sí o sí, a pesar de todas las dificultades que se planteasen. Que fueron muchísimas, también cuanto tenga ganas voy a hablar de los aprovechados que encontré por el camino, de las zancadillas que me reventaron los dientes, de las personas que fingieron admiración para sacar información...
El día que me ponga a escribir mis memorias va a temblar el cielo.
No temblará, no las escribiré; afortunadamente estoy segura de que antes de que tenga tiempo habré perdido la memoria, que ya voy teniendo síntomas.
A lo que iba, que ya he maquetado esta novela.
Me ha costado varios intentos, porque me fallaba el camino que aprendí y usé para lo último que maqueté hace un par de años, pero ahora tengo, además de la posibilidad que he dicho de consultar páginas, la carga en la mochila de las cientos de veces que he me ido equivocando. Y eso ayuda a que todo se resuelva de manera mucho más veloz.
Por ejemplo, lo de las tildes.
Yo escribo con tildes. Las pongo a medida que voy escribiendo las palabras, no dejo que sea Word quien las añada. Cuando renombro secciones en Sigil, también las pongo de manera inconsciente. ¡Eso no se hace! Eso, en su día, me causó un tremendo disgusto, porque la tilde provocaba que toda una sección de la novela desapareciera en la transformación del archivo al formato que necesita Amazon. ¡Imaginad el desastre! La novela se vendía incompleta, aunque yo en mi pantalla la estuviera viendo perfecta. Maqueté la novela de una persona que no sabía, por hacer un favor mientras se iba de vacaciones -que a veces también soy muy tonta (tonta no, gilipollas)- y puse una tilde. Digamos que no sentó muy allá cuando llegó una crítica negativa por esto... y me llevé un rapapolvo épico del que, la verdad, he aprendido poco, porque sigo echando una mano cuando se necesita.
Han sido muchas más las veces que las personas han respondido bien.
Ayer volví a poner tildes en las secciones, pero me di cuenta, las revisé todas y el potencial error se quedó en un cambio a tiempo. También se me fueron todos los tabuladores del texto y tuve que comenzar de nuevo, porque sospeché que sería más rápido arreglarlo de ese modo. Aunque me quedaban cinco capítulos solo para terminar, mi sospecha se confirmó.
Empezando desde cero tardé muy poco, ya sabía lo que no tenía que hacer.
Si es que soy genial deduciendo, me saqué la carrera así con las mejores notas y muchas veces, como cuando maqueto, los conocimientos los encuentro aplicando la lógica, que me funciona a las mil maravillas. La memoria es un poco menos efectiva, pero lo que es el razonamiento lo conservo intacto y la intuición la tengo de diez. (Abuela no tengo desde 2011)
El caso es que ya tengo mi archivo maquetado y cuando lo terminé tuve la tentación de subirlo a la plataforma. Pero una de esas tentaciones grandes que provocan que te lata el corazón a cien mil y se te caiga el azúcar por los alrededores cuando estás intentando ponerla en el café (por ejemplo). Supongo que cuando crees en una historia sientes un poco la necesidad de compartirla con otras personas y esta manera que descubrí hace seis años es la más inmediata.
No lo hice, por supuesto, solo quería no olvidarme de maquetar.
Aunque... creo que no pasaría nada si un día de estos dejase caer una novela. Por supuesto, después del concurso, no tengo yo el cuerpo para francotiradores este verano.
Ni muchísimo menos.
viernes, 22 de junio de 2018
SE LLAMABA MANUEL DE VÍCTOR FERNÁNDEZ CORREAS
Sinopsis:
El cuerpo del joven Manuel Prieto aparece en el Cerro Garabitas de la Casa de Campo de Madrid el día de Nochebuena de 1952. Gonzalo Suárez, inspector de segunda del Cuerpo General de Policía, se hace cargo del caso. Un caso que, sin saberlo, cambiará su vida tal y como la conoce.
El teniente Arturo Saavedra negocia los términos del acuerdo que permitirá a Estados Unidos establecer bases militares en España. Y lo hace por convicción, pero también por interés personal: las negociaciones son la puerta abierta a la nueva vida que ansía por encima de todo.
Marga Uriarte vive con odio. En el pasado coqueteó con el entorno del Partido Comunista de España. Ahora, un viejo conocido le pide ayuda en nombre del partido. Lo que parecía un mero trámite para ganar algo de dinero se convierte en una oportunidad inmejorable para saldar cuentas con su pasado.
Tres historias que se desarrollan en una España en la que, se aseguraba, había empezado a amanecer. Aunque no para todos.
Mis impresiones:
Leí las primeras palabras de esta novela hace mucho tiempo, cuando Víctor, con quien mantengo contacto de manera habitual, me preguntó qué me parecían. Recuerdo perfectamente la sensación que se me quedó prendida en la piel, la de estar presenciando el germen de una gran historia. Había algo intangible, algo que iba más allá de las palabras ordenadas en una secuencia, formando frases. Había una atmósfera que me envolvió y me trasladó al escenario que él estaba construyendo. Me fascinó su voz, algo que creo que ya he repetido más veces, y quise saber en qué quedaría aquel principio que apuntaba tan bien.
Poco a poco, lo fui sabiendo.
Algunos días, después de una de nuestras charlas, él me dejaba ver algún fragmento en el que había estado trabajando. Para mí era un acto de confianza y un regalo, que me apresuraba a beberme. No me llegó en principio una novela completa sino una especie de adelantos que lo que consiguieron es que tuviera muchas más ganas de leer la novela entera. De degustarla toda. De dejar que mi piel respondiera a sus palabras, como responde siempre ante los grandes narradores y las grandes historias.
Cuando llegó la novela completa, la leí y solo pude darle la enhorabuena. Sentí que frente a mis ojos asombrados se había gestado una novela enorme. Y estuve segura de que, en algún momento, encontraría el camino para llegar hasta los lectores.
Tenía que lograrlo.
Había sido un viaje fascinante por un Madrid desconocido para mí y supongo que para la mayoría, una ciudad que se ocultaba bajo esa otra que la oficialidad de la época pretendió hacernos pasar por la única existente. Me descubrió las sombras de la ciudad, y me llevó a otra ciudad, a otra novela y a otras sombras, aquellas que dejaba el viento en la de Zafón. No por el estilo ni por la historia, que ni se parecen, sino por el descubrimiento de Madrid que supuso para mí, como en el otro caso sucedió con Barcelona.
Me imaginé -a imaginar no hay quien me gane- que un día de otoño, ligeramente lluvioso y frío, Victor me servía de cicerone por los escenarios de la novela, emulando la visita que hice al lado de Helena Tornero (no sé por qué me acuerdo del nombre de la guía) hasta los de La sombra del viento.
Ya me dirá él si esto se queda en mi imaginación o un día lo hacemos realidad.
Si os habéis fijado, no estoy hablando nada del contenido de la novela. Pensaba hacerlo, pensaba analizarla como en cualquier reseña, fijándome en el narrador omnisciente, en la magnífica y realista ambientación o en la personalidad de los personajes, pero me vais a perdonar que esta vez no pueda. Esta no es una novela más para mí, sé que hoy peco de no ser nada objetiva. Da lo mismo, ya os lo digo yo, no quiero serlo porque me resulta imposible desprenderme de todo lo que ha supuesto esta novela para mí. Con ella he vivido como espectadora privilegiada el proceso entero hasta que ha llegado a mis manos.
Desde la idea, hasta el papel.
Con todas las luces y las sombras que esto conlleva, con todas las charlas, las dudas, las incertidumbres hasta que se hizo real. Con los avatares inesperados y las alegrías inmensas.
Todo.
Lo más bonito, la confianza que él depositó en mí Victor compartiendo tantos momentos. El aprendizaje vital. La constatación de que en este mundo de egos desmedidos y de relaciones interesadas -a ver qué puedo sacar de ti me lo he tenido que encontrar muchas veces- quedan personas magníficas. Autores con los que compartes dudas, miedos, alegrías a lo largo de los años, por muchos que pasen. Lectores también, como tú, con quien entusiasmarte con un ensayo de Delibes y que lo viven como el mismo descubrimiento que hiciste cuando tropezaste con él.
Algo impagable por lo extraordinario que resulta.
Por eso no puedo ser objetiva con Gonzalo, con Marga y con Arturo. No puedo hablar de El Canelita desde la distancia necesaria, ni puedo mantenerme al margen de los sentimientos que provoca la muerte de Manuel. Ni sé decir sin que se note que tengo mis emociones comprometidas, que la trama me parece perfecta y que no soy capaz de ponerle un pero a la historia que ha escrito. Porque es de eso, del contenido, de lo que quiero hablar, de lo que en realidad nos remueve y nos conmueve.
Será mejor, pues, que le hagáis poco caso a esta loca que lleva un rato escribiendo sin pensar mucho más allá de lo que siente y juzguéis a solas, pasando cada página de las 357 de esta novela y decidáis por vuestra cuenta si os gusta.
De él, de Victor, también os puedo hablar un rato. La primera vez que estuvimos en el mismo lugar, él no me vio. Yo sí, lo reconocí entre el público en una sala a la que habíamos acudido a una charla y ni se me ocurrió acercarme. Al fin y al cabo, en ese momento yo solo era una lectora que escribía y él era un escritor que publicaba con grandes editoriales.
Después, cuando un amigo común nos puso en contacto al cabo de los años, se lo conté. Nos reímos bastante con esto, con mi torpeza para las relaciones humanas que muchas veces me cuesta dejarlas pasar. Rompimos el hielo y desde entonces estamos ahí,descongelados, listos para cuando necesitemos ojos extra. No todos los días, a veces ni todas las semanas, pero con la tranquilidad y la confianza de saber que el otro siempre estará. A un silbido o a un mensaje.
Se llama Víctor, en presente.
Víctor Fernández Correas.
Se llamaba Manuel.
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Se llamaba Manuel,
Versátil,
Víctor Fernández Correas
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