martes, 9 de julio de 2019

RECETAS PARA EL CALOR DE UNA NOCHE

Hace una semana, HarperCollins Ibérica, dentro de la colección HQÑ, empezó a poner a la venta una serie de relatos románticos ideales para el verano. Nueve autoras -entre las que me encuentro- os vamos a ir presentando historias de amor aderezadas con comida. Lo que habéis leído: cada uno de los relatos tiene una receta que comparten los protagonistas y las instrucciones para preparala narradas. Son historias cortas, perfectas para leer en un ratito completas, y además han pensado en los lectores porque solo van a costar 0.99€ (menos en alguna plataforma, que cuenta con descuentos propios y costarán aún menos).




De momento solo estarán a la venta en digital, pero dependerá un poco de vosotros, de vuestra respuesta, que acaben formando parte de un volumen conjunto que, quizá, en algún momento pueda salir en papel.

Llevamos muchos meses preparando esto -ya se sabe, los tiempos editoriales son como las cosas de palacio, van despacio- y todas estamos muy ilusionadas, porque ha sido un reto. Una cosa es escribir lo que tú quieras y otra intentar amoldarte a lo que te proponen. En mi caso en concreto, el reto ha sido el espacio, condensar en las páginas que en otros proyectos no son más que el principio una historia completa. Las palabras límite también limitaban lo que quería contar y me han obligado a pensar mucho.

¡Bravo por los que escribís relatos con arte! Creo que es un género de lo más complicado.

El calendario de fechas de salida de los relatos os lo pongo, acompañado de una imagen de cada uno. Si queréis ver las portadas, todas en la misma línea, y leer las sinopsis pinchad en el título y os llevará hasta ellas. Todas las imágenes, incluida la que está más arriba, son cortesía de Carla Crespo, salvo la de Erika y la mía, que las he hecho yo. Estuve enredando con ellas y no sé dónde las he guardado.



Una influencer gastronómica viaja a un pequeño pueblo de la costa de EE.UU. para resolver un misterio, quién deja algunas noches en la playa una olla de deliciosa sopa de almejas para deleite de vecinos y turistas. 






Amelia es chef de un restaurante de París que tiene dos estrellas Michelín. Ansían una tercera, pero lo que flojea en la carta son los postres. Por eso, y porque necesita un pequeño descanso, se apunta a un curso de cocina en el Basque Culinary Center, donde conocerá a Eneko, el profesor de repostería. ¡Cómo es Eneko!




¿Por qué elegir si lo puedes tener todo?

Paola se tiene que marchar de su pequeño pueblecito a causa del trabajo, y para ello debe renunciar a muchas cosas que ama, entre ellas una yegua blanca llamada Leyenda. Nada parece que pueda cambiar eso, pero un solomillo con pasas y arándanos y un paseo a caballo por el bosque con Carlos, el chico del picadero, le demuestran que quizá a lo que no se debe renunciar es a ser feliz.




Empezar de nuevo siempre es complicado, aunque también puede ser un regalo, la maravillosa oportunidad de volver a la casilla de salida. Lucía Pedraza recibió ese regalo cuando regresó a Madrid y decidió que ya era hora de ponerse en marcha, cuando entendió que la mejor forma de avanzar era dar el primer paso. Ni saltos al vacío, ni acciones heroicas, ni grandes aventuras, simplemente andar y dejarse sorprender porque la vida, hasta en un inesperado curso de postres, te puede sumergir en la más mágica y apasionante historia de amor.












Espero que los disfrutéis muchísimo, que nos hagáis un hueco cada semana y, entre lectura y lectura larga, os animéis a leer nuestros relatos. Y, por qué no, también a hacer las recetas tan fantásticas que os proponemos.

¡¡Felices lecturas de verano!!


lunes, 8 de julio de 2019

YA NO QUIERO ESCRIBIR

Hace unos años, cuando aterricé en este mundo de la publicación, tuve una conversación con mi padrino sobre esto de escribir. Es donde coincidimos, de hecho creo que tiene también mucho que ver con que yo lea, puesto que él fue quien me regaló mi primera novela, de la que me enamoré nada más leerla y que me sirvió de puente para los miles que han llegado detrás.

En esa conversación con mi padrino, cuyos detalles se han ido perdiendo en mi memoria, incluso las palabras exactas, solo me queda un pequeño retazo, un hilo mínimo del que llevo tirando mucho tiempo. Me preguntó algo así como por qué quería dedicarme a esto. Yo, ingenua, inocente, dulce y cándida le conteste:

Porque me hace feliz.

Entonces él, que escribe desde hace tanto que tampoco se acuerda, me contestó algo muy parecido a esto:

Has elegido entonces muy mal.

En ese momento, cuando mantuvimos esta conversación, yo era una recién llegada cargada de ilusión y con idea cero de lo que se cocinaba en este mundillo. A pesar de que crecí entre libros y escritores, a pesar de todas las lecturas que llevaba a la espalda, a pesar de que soy observadora hasta más no poder, aún no había vivido lo suficiente para valorar el alcance de sus palabras. Entendí que al escribir se sufre, porque eso sí lo sabía. Muchas han sido las veces que he fulminado historias porque no me convencían, muchos han sido los párrafos mil veces rehechos, las escenas repensadas, los detalles cambiados... Pero no era eso a lo que él se refería. Hay muchas, muchísimas cosas en este mundillo que hacen sufrir y pretender alcanzar algo tan etéreo e inabordable, tan esquivo y difícil como es la felicidad desde él es directamente absurdo.

En cuanto lo supe, en cuanto empecé a vivirlo en carne propia, quise escapar. Yo no he venido al mundo a sufrir por capricho, no soy idiota del todo -aunque haya quien me lo llame día sí y día también-, pero tengo la mala costumbre de ser seria y no dejar asuntos a medias. Por eso, encadenando historias, llevo aquí un montón de años haciendo equilibrios. Soy como esas bailarinas suspendidas en la punta de sus dedos. Aguanto con una sonrisa, pero estoy cansada. Muy cansada. Y me duelen muchísimo los pies.

Además, no sé mentir.

Al blanco le llamo blanco y al negro, negro. Eso no te convierte en popular, precisamente, sino en una temeraria que va por la vida rebasando los límites y tiene más posibilidades de estrellarse y no salir indemne de ello que nadie.

El caso es que este verano, en realidad es algo que llevo valorando desde finales del año pasado, ya no quiero escribir. Voy haciéndolo, la semana que viene publico un relato y en septiembre la que será mi última novela, pero no quiero escribir. Tengo tres novelas más terminadas, una del todo y dos a falta de retoques, pero no quiero escribir. Tengo otra más, a la que quizá dedicándole un mes podría ponerle un final, pero no quiero escribir.

Porque no soy feliz.

Así que, lo confieso, no quiero escribir, aunque mi alto sentido de la responsabilidad dejará terminadas todas las historias. No voy a empezar otras, y si las empiezo será como cuando era adolescente, que empezaba mil y no terminaba ni una. No será escribir, será llenar cuadernos con palabras. No será escribir, porque escribir no es una fiesta, ni algo que haga para enseñar en las redes y que todo el mundo diga: mira, fíjate que lista, que escribe libros. No. Estas muy equivocado si piensas que escribir es solo eso.

Escribir es desgarrarte por dentro, vaciarte y dejar salir los demonios que ni siquiera sabías que estaban. Escribir es ocultar la verdad bajo el velo de la ficción, o convertir mentiras en historias que parezcan reales, que latan y se sientan. Escribir es conseguir que el texto empuje al lector a no saltarse una palabra. No es una moda. No es un capricho. No es un juego. No es un negocio.

Escribir es aguantar que te digan que lo haces porque eres un ama de casa aburrida, o que te insistan en que tienes que dejar el género en el que tienes un nombre porque con eso no irás a ninguna parte. Escribir es ver que el mundo es más injusto de lo que te pareció solo al pensarlo. Escribir es recibir feedback de todos los colores y aguantarte las ganas de llorar o de salir corriendo. Escribir es mucho más que sentarse delante de un teclado que no tiene ya letras porque las has borrado con tantas palabras.

Escribir es tanto...

Y cuesta tanto. Y estoy tan cansada... que ya no quiero escribir.

No quiero escribir porque necesito ser feliz en esta etapa de mi vida.

martes, 25 de junio de 2019

LAS BATALLAS SILENCIADAS DE NIEVES MUÑOZ



Sinopsis:

SE PERDIERON MUCHAS VIDAS, PERO TAMBIÉN MUCHAS ALMAS QUEDARON EN SUSPENSO... 

Verdún, 1916. Irene Curie toma una decisión: acercarse lo más posible del frente con el petit curie, un invento de su madre, Marie Curie, que  ayudará a salvar muchas vidas. Es prácticamente una niña, pero su misión será enseñar radiología a los cirujanos en los hospitales de campaña. No le será fácil ganarse el respeto de los militares y de sus compañeras en el hospital de Barleduc. Cuando los alemanes bombardean Verdún, junto a la enfermera, Berthe, y una voluntaria, Shirley, se enfrentará al infierno de la batalla más cruenta y larga de la Gran Guerra. Ninguna de las tres regresará indemne.


Mis impresiones:

Sabéis que apenas hago reseñas ya, que no me tomo la molestia de registrar las lecturas que hago. Existen muchas razones, quizá  llega un momento en el que los refugios, los escondites, dejan de serlo o no te apetece guardar memoria de todo, porque sencillamente hay cosas que no te apetece recordar.

Pero hay excepciones. Hay días en los que sí quieres guardarte algo, porque ha sido tan alucinante la experiencia que merece la pena que su reflejo se quede en este espejo. Así, cuando un día, o una noche de insomnio, regreses, podrás escuchar a la que fuiste mientras hacías esa lectura, podrás sentir lo que sentiste al leer esa novela.

Hoy traigo una excepción.

Hoy hablo de una novela que acabo de cerrar y que resuena en mi mente aún, con el ruido de las bombas y los morteros de fondo. Veo en mi mente columnas de humo, árboles calcinados, cielos sucios preñados de nubes que enmarcan un aire que huele a almendras tostadas y a muerte. Puedo imaginar el sabor metálico de la sangre y, sin mucho esfuerzo, sentir bajo mis pies el barro. Huele a sucio, a sudor y a miedo, y dentro de mí flotan palabras que arañan, que hablan de una batalla que nunca debió tener lugar más allá de los límites de una novela.

Pero fue real.

Nieves ha sido capaz de hacer que me sienta dentro de ella, que sienta miedo, angustia, desesperación. Que quiera desertar como Sebastien, que me aferre al amor de mi hija para sacar fuerzas de donde no las hay como Emile, que atraviese la batalla sin importarme nada como la sorgina para estar al lado de mi hijo en su último momento.

Con una narrativa brutal, llena de descripciones precisas y preciosas, con metáforas magníficas, Nieves centra la historia en cuatro mujeres: Shirley, una aristócrata inglesa, VAD en esta guerra; Irene Curie, hija de Marie Curie, casi una niña; Claudine, una prostituta y Berthe, una enfermera francesa. Las cuatro sobreviven a la guerra pero, de alguna manera, las que fueron antes de la batalla se quedan en ella. Mueren las muchachas de antes de Verdún, su inocencia, su ilusión. Maduran, pero los sueños se quedan enterrados entre el barro donde murieron tantos hombres. Se calcinan como el bebé de Adrien.

Al final, queda una pregunta suspendida en mi mente. Intento hacer una reducción simple, el grupo de los buenos y el de los malos... y no puedo. No, porque quizá tendría que mover a los personajes dependiendo del momento de la novela de un bando a otro. Porque en esta novela no hay blancos ni negros, hay gris, mucho gris.

Excepto en el uso de las palabras.

Ahí es todo color.

Brillante y valiente, pero doloroso.

Es una de las mejores novelas que he leído en mucho tiempo. Y la ha escrito Nieves, la misma que hace tres años, por lo menos, en unas fiestas de agosto, en la plaza, mientras la verbena seguía su curso, me contaba que estaba escribiendo una novela histórica y no sabía si iba a ser capaz. Vaya si lo ha sido.

Ya me gustaría a mí.

domingo, 16 de junio de 2019

NADA



Leí La historia interminable cuando era poco más que una niña y lo que más me costó imaginar de aquel mundo que Ende nos ponía delante fue la nada. Esa nada inmensa yo no podía imaginarla. No podía ser la negrura de la noche ni el blanco de las nubes. Tampoco, la verdad, la imaginaba como una espesa niebla que se lo comía todo. Era la ausencia absoluta y, para mi mente de niña, imposible de imaginar.

He crecido y sigo pensando en la nada, pero no en la de Ende, sino en la nada que te engulle a veces en la cotidianidad. Esa nada, para mí, es pasar un día sin que me aporte algo.

Sin escribir.

Sin leer.

Sin mantener una conversación interesante.

Sin recibir o dar un beso o un abrazo.

Eso es la nada.

En los dos últimos meses, quizá ya casi tres, me siento engullida por la nada. Sumado a distintos problemas de salud que no se solucionan, he tenido que afrontar pérdidas personales, algunas muy inesperadas. La debilidad de tener las defensas descontroladas me agota y no escribo lo que querría, no disfruto leyendo, no avanzo ni siento muescas de esas que me hacen sentir viva del todo. Me falta algo para seguir sintiéndome plena.

Esperaba el verano como una promesa de tiempo para ponerme en marcha, pero no sé si lo conseguiré. No solo necesito tiempo, sino también recargar las baterías. Encontrar la motivación, si no es posible en mí misma, en lo que me rodea. Pero pasan los días, me pierdo en rutinas que cada vez me llevan más tiempo aunque sean las mismas y la vida se me escapa sin darme cuenta. Creo que me hace falta un chispazo para reaccionar.

A ver si si encuentro el enchufe.

martes, 4 de junio de 2019

FRASES



"La vida es un breve parpadeo entre dos amaneceres."